SI BIEN EN ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS IORIO, UNO DE LOS REFERENTES MÁS IMPORTANTES DEL HEAVY METAL, SE HA DESTACADO POR CATÁLOGO DE OPINIONES FACISTAS DURANTE SUS APARICIONES EN LOS MEDIOS, LA REFLEXIÓN NO PUEDE DETENERSE AHÍ. ES POSIBLE REALIZAR OTRAS OPERACIONES OLVIDÁNDOSE DEL PERSONAJE Y ENFOCÁNDOSE EN LA OBRA. UN PARRICIDIO HA ACONTECIDO EN EL HEAVY METAL NACIONAL Y JUAN IGNACIO PISANO DEL GRUPO DE INVESTIGACIÓN SOBRE EL HEAVY METAL ARGENTINO (GIIHMA) NOS CUENTA POR QUÉ.

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El heavy metal argentino (es decir, todos sus seguidores, todos sus músicos, toda la movida), hoy, se encuentra tensionado por los dichos y los recientes encuentros (fotografiados) de su máximo referente, Ricardo Iorio. De un lado, quienes lo defienden. Del otro, quienes lo defenestran. En el medio, ciertos matices que insisten, con certeza, en distinguir su carrera artística, fundamental para la historia del rock argentino, de sus posturas políticas. No es el primer caso de un referente artístico o de cualquier otro tipo (intelectual, por ejemplo) que brinda un legado valioso en su obra y, al mismo tiempo, deja un rastro tenebroso de ideas que oscurecen su figura. En una clase de la Facultad de Filosofía y Letras, hace ya unos años, un enorme profesor dijo que Borges era un gran escritor, políticamente impresentable. Podría excederme en el sarcasmo y decir que Iorio, en estos días, como opinólogo es un muy buen músico.

De todas maneras, no es sobre Iorio de quien quiero hablar. O sí, pero no sobre el ser que define su vida y su obra. Antes que una ontología, prefiero apuntar a una topografía: inscribir, aquí, los límites de su obra. Un intento por detectar el umbral de sentido (musical y letrístico) que se abre cuando el lugar indiscutido del referente ha sido disputado. No es azarosa mi lectura. En el Grupo de Investigación Sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA), al cual pertenezco, venimos trabajando la lógica y la materialidad del parricidio en el metal argentino[1]. En términos estrictos: no proponemos un parricidio, lo detectamos. El parricidio, simbólico y estético, está siendo consumado.

Si hay algo por lo que se recuerda a Iorio, o si hay alguna imagen que se despierta en cualquier argentino más o menos vinculado al mundo del rock cuando se lo nombra, es la de aquel que, entre nacionalismo y propuesta artística, se aferra a una estética campera. Basta mirar su obra y comprobarlo: las letras que refieren al campo o a sus habitantes abundan. Una página de facebook lo llama “El Gaucho Ricardo Iorio”. De haber sido un habitante de la ciudad, en efecto, ha virado por completo su vida y se ha ido a vivir al campo. Podría pensarse, incluso que ese destino ya esta prefigurado en la época de Hermética cuando escribe “Robó un auto”. Tal como señala Roland Barthes, hay ocasiones en las que la escritura de una obra direcciona una vida. Iorio compuso canciones de ritmo folclórico e, incluso, reversionó de modo metalero otras del folclore. El límite estético de su obra está allí: él ha cruzado las fronteras y se ha puesto de un lado y del otro, del folclore y del metal, en la ciudad y en el campo. No obstante, no ha percibido la frontera misma: ese espacio ambiguo donde lo que hay no es ni lo uno ni lo otro. Donde habita lo ni. Porque lo que nunca hizo Iorio fue fusionar ambos campos en su música. Como si su conservadurismo político se sublimara como conservación de las formas en la música. De un lado el folclore; del otro, el metal.  Y esto, hay que decirlo, a pesar de la difusión que tuvo el folk metal desde inicios de los noventa, e incluso con las incursiones de Sepultura del otro lado de la frontera argentina, Iorio nunca se prendió en esa. Pero sí lo hicieron otros: aquellos a quienes debemos su parricidio estético. Tomaré un caso, entre otros posibles, de la escena actual.

Raza Truncka es una banda fundada hacia el 2004 e integrada por habitantes de las ciudades de Salto y Rojas, provincia de Buenos Aires. Si se quiere establecer algún criterio comparatista desde la perspectiva ontológica que abandoné unas líneas más arriba, ellos son del campo, Iorio devino de campo. Su propuesta musical funde, de un modo inédito en nuestro escenario musical, el folclore con el metal. Su último disco lleva un nombre ejemplificador en ese sentido: Danzachapogo. Se observa la fusión en el neologismo: la danza, y el pogo. Se lee, también, el tanteo, la búsqueda de nombre para aquello que carece de uno en el rock argentino. Porque al escucharlos uno se pregunta: ¿Qué es esto: metal o folclore? Propuse abandonar la pregunta por el ser: no ahondemos en ese terreno. Su potencia estética se nutre de la ambigüedad: del ni. Afrontemos, entonces, el espacio fronterizo. Un umbral, no un límite. Demasiado límite ya surgió de la figura del padre ejemplificador.

¿Cómo estar en el presente?, decía Ricardo Piglia que era una pregunta que atravesaba a la escritura de Sarmiento. Siempre tuve la sensación de que se trata de una interpelación que uno debe realizarle a cada texto y a cada objeto estético que se presenta a la mirada. ¿Cómo estar en el presente?, entonces, podría ser la exigencia que la lógica parricida de Raza Truncka muestra. Si debiéramos colocar a esta banda en la más estricta coyuntura, es decir, en torno al conflicto político que desplegó Iorio, sería en oposición a su postura. Pero no solo en relación a su reunión con Biondini, sino también a otras apariciones públicas de Ricardo. Por ejemplo, cuando dijo que le interesaba la figura del Momo Venegas —y, espero, en las próximas líneas quedará más claro esto último.

¿Cómo estar, digo ahora, desde la letra escrita, desde la representación ficcional del hiato entre las palabras y las cosas, en el presente? En 2013, Almafuerte lanza su último disco de estudio hasta la fecha: Trillando la fina. Allí las referencias al campo, desde el título mismo, resultan evidentes. La mayoría de los temas implican referencias: algunas más históricas, otras más contemporáneas. Una de esas canciones, “Glifosateando”, involucra una mirada crítica en relación a lo que ocurre con los agrotóxicos en la pampa sojera, aunque la soja no se nombre. “Niño fumigado” se llama, en plena e involuntaria intertextualidad, uno de los temas de Raza Truncka perteneciente al disco Ni con delicadeza ni con cuidado (2012). La letra de Iorio asume la voz del obrero rural que esparce glifosato a mansalva: “Yo sé muy bien que usted bien sabe que yo sé. / Yo sé muy bien que usted bien sabe. / Y si nada queda para después / soy un cobarde, mande usted”. El lugar de la responsabilidad queda en la relación entre el patrón, el que manda, y el obrero, el cobarde que asume su rol sin cuestionarse, obedeciendo ciegamente. Raza Truncka, en su tema, habla de la muerte de un niño y no se anda con eufemismos: “Desmontando al centro, / reventando pueblos / la soja y su imperio. / ¡Envenena Monsanto por dentro”. La diferencia en el uso del lenguaje marca la postura política —lejana de la lógica Venegas. “Hijo fumigado, padre explotado, / changuito, peón, granjero”, continúa la letra. Como para que quede claro: en este punto el texto es estrictamente referencial y es esa referencia la que intento destacar, más allá de los contrastes estéticos que marqué. La referencia opera junto a la melodía como un modo de anclar la intervención que lleva a cabo la banda: el señalamiento de una muerte que tiene un círculo vicioso cuyo motor posee nombre y cuyas consecuencias subsisten en el cuerpo de los que sobreviven a la muerte de ese niño fumigado. El que esparce el glifosato, el cobarde-cómplice de Iorio, aparece acá resemantizado como obrero explotado, padre del muerto. Pero quisiera también resaltar la cadencia del tema (que debe ser escuchado, claro está), y la propuesta estética que lo sostiene: un folclore recortado por y mixturado con momentos de furia en la guitarra eléctrica y la percusión. Un modo de habitar la frontera, la ambigüedad: el ni.

La muerte que aquí se intenta destacar desde el título mismo, en tanto atribución de un significado otro a un lema, no es, claro, la del niño, aquella que todos podemos anticipar porque conocemos (o deberíamos) las consecuencias de esa peste que rinde tantas divisas al país. Es, insisto, la de Iorio, padre simbólico. No sólo porque se haya anunciado en su propio discurso y en su imagen retratada junto al fascista, ya que esa muerte que puede gestar una opinión pública cada vez que sostenida en la estructura ficcional de la verdad, para parafrasear a Lacan, es relativa y parcial: solo los que creen que lo suyo es un error, un microfascismo expandido, lo condenan. La muerte de Iorio ocurre no solo en el plano discursivo y declarativo de su voz ronca, sino también en el devenir de un género, el metal argentino, que nunca pronunció su última palabra y que sigue, continúa en luchas diversas: una de ellas, la de una política de la estética. En la postura musical de Raza Truncka, en su estética del ni, leo una continuación de aquella de la que Iorio fue un pionero al enfrentarse al pacifismo complaciente de la escena del rock a principios de los ochenta: la que se plantó luchando por el metal.

¿Cómo estar, entonces, en el presente del metal? Esa es la pregunta. Reciban aquí, no una posible respuesta, sino la potencial apertura de un debate.

 

Bibliografía referenciada
Barthes, Roland. La preparación de la novela. Siglo Veintiuno Editores: Buenos Aires, 2005.
Lacan, Jacques. Escritos 1 y 2. Siglo Veintiuno Editores: Buenos Aires, 2013.
Piglia, Ricardo. “Sarmiento escritor”. Filología 31,1-2. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1998.
Scaricacciotolli, Emiliano. “Vivir sin los padres, dilema del metal criollo”. Revista Andén 87, marzo de 2017.
[1] Como referencia, puede tomarse el texto “Vivir sin los padres” que Emiliano Scaricacciotolli publicó en la Revista Andén.

 

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