Cualquiera que haya participado en alguna manifestación multitudinaria comprenderá la dimensión del sentimiento de identidad cultural. Comprenderá también por qué ha sido uno de los principales estandartes que acompañaron las luchas entre pueblos por delimitar aquello que les es propio. Sin embargo, ¿es eso suficiente para alterar fronteras políticas o económicas? ¿Es la identidad el verdadero motor detrás de un reclamo independentista o es una mera herramienta para enmascarar otros propósitos? Si los pueblos se definen por su identidad colectiva desde hace siglos ¿por qué, sin embargo, los nacionalismos cobran fuerza o se debilitan en determinadas épocas? ¿Cuáles son las fuerzas y los actores que los propician?

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Si bien en Escocia han existido expresiones independentistas desde el siglo XIX, no cobran toda su fuerza hasta los años setenta, tras el descubrimiento de gas y petróleo en el Mar del Norte. Esto generó una envión al movimiento que alcanzó su clímax con un referéndum por la independencia. Este hallazgo fue vital para este proceso por dos principales razones: la primera, al permitir la proyección de un dulce panorama económico para una Escocia soberana, ya que pasa a producir más de las tres cuartas partes de los hidrocarburos del Reino Unido y obtiene casi la totalidad de los ingresos fiscales por ese concepto, asegurando su subsistencia; y la segunda, que puso en evidencia que la estructura fiscal británica perjudicaba notablemente al pueblo escocés, causando un profundo malestar. A partir de entonces se inició una lucha que, una vez recuperado el espacio que los escoceses habían perdido el Parlamento trescientos años atrás, reposicionó al Partido Nacionalista. Desde este nuevo lugar logró concretar el referéndum por la independencia en septiembre de 2014. La brecha de intención de voto que un mes antes de la consulta alcanzaba los 15 puntos fue cerrándose paulatinamente, y pocos días antes de que el pueblo se expresara en las urnas, las encuestas mostraban por primera vez que el “si” superaba el 50%. Aunque los resultados del referéndum (con un apoyo del 55,3% a la unión y un 44,7% a la independencia) enfriaron momentáneamente la puja independentista, fueron lo suficientemente contundentes como para que el Reino Unido se abocara inmediatamente a proyectar reformas en materia impositiva, a fin de satisfacer los reclamos escoceses.

En Cataluña, a su vez, estudios estadísticos publicados por el Centro de Estudios de Opinión (CEO) muestran cómo a partir del 2008 (coincidiendo con el inicio de la última gran recesión) se observa en la opinión pública una marcada curva en aumento a favor de un Estado Catalán independiente. La tendencia alcanza su pico máximo en el año 2013, cuando llega a superar el 50%. En aquellos años, la crisis económica, los recortes sociales y la desocupación se hicieron sentir profundamente en la sociedad catalana, que mostraba entonces un altísimo índice de empobrecimiento (quince puntos porcentuales), proporcionalmente mucho mayor al del resto de España (que rondaba los seis puntos). El fuerte contraste entre estos datos y el hecho de que Cataluña fuera la comunidad con mayor PIB de España despertó malestares y reavivó viejos nacionalismos adormecidos. El paisaje urbano se coloreó con banderas independentistas colgando de ventanas y balcones, se organizaron movilizaciones bajo lemas nacionalistas que llegaron a convocar a millones de personas manifestando que su idioma, cultura e identidad no pueden seguir siendo representados de forma apropiada por España. Miles de ciudadanos financiaron mediante el sistema de micromecenazgo (conocido también como crowdfounding o financiación colectiva) la producción del documental soberanista L’endemà (El día después), y el 9 de noviembre de 2014, más de dos millones de catalanes participaron voluntariamente en un referéndum donde el 81% votó a favor de convertirse en un Estado independiente. Esta atmósfera nacionalista en tierras catalanas sugería que la secesión era inminente. Sin embargo, a partir del 2014, aquella fuerte oleada fue perdiendo su impulso, nuevamente alejándose en forma paulatina de aquella mayoría por el “SI” a la independencia.

Miles de ciudadanos financiaron mediante el sistema de micromecenazgo (conocido también como crowdfounding o financiación colectiva) la producción del documental soberanista L’endemà (El día después)

No existen dudas de que las luchas por la soberanía son un tema extraordinariamente complejo, con múltiples actores e inmensa pluralidad de voces tanto a favor como en contra. Aun así, algunos factores son particularmente importantes, tal vez determinantes, y podrían ayudar a entender los resultados que han arrojado tanto urnas como encuestas.

Por un lado, el factor económico. Es innegable la existencia de una correlación entre los grandes movimientos de la economía y los ánimos separatistas de las naciones, ya sea por la angustia ante las crisis más profundas o por la euforia en un período de gran abundancia. Impulsar cambios de esta magnitud histórica, con riesgos y repercusiones a nivel regional y global, implican una enorme responsabilidad. No resultará imposible entonces comprender por qué, a medida que disminuía la presión de la crisis económica en España, tantos catalanes se replantearan su postura y prefirieran descartar una elección que los llevaría por caminos tan difíciles e inciertos.

Por otro lado, no debemos perder de vista que desde siempre, las fronteras que contienen y dividen a los distintos pueblos se han alterado en grado diverso en función de lo que podríamos llamar una “cartografía del poder”. Por esta razón, entendemos imprescindible ampliar el enfoque sobre estos conflictos situándolos dentro de un gran marco común: la Unión Europea (UE).

Volviendo al caso de Escocia, numerosos líderes políticos y figuras influyentes se alinearon en oposición a la independencia, advirtiendo sobre sus potenciales consecuencias desastrosas. Uno de los que más agresivamente se pronunció contra la idea (y más efusivamente celebró el triunfo del “no” escocés) fue Mariano Rajoy, presidente de España desde 2011, quien repudió todo tipo de expresión independentista dentro y fuera de su país. Las palabras de Rajoy (a pesar de no estar entre las más brillantes pronunciadas respecto de este tema, como bien muestra la entrevista que da nombre al presente artículo y por la que todavía continúa siendo ridiculizado en todo el mundo) han resultado muy reveladoras. En primer lugar, por dejar al descubierto la verdadera connotación actual de lo “europeo”, y lo poco que esto tiene que ver con las fronteras continentales y tangibles. En segundo lugar,  el alcance del poder de quienes integran la UE y la influencia que son capaces de ejercer en las políticas internas de algunos países. Según el Tratado de la Unión Europea, aquellos territorios que se independicen deberán solicitar el reingreso a la Comunidad cumpliendo con todos los requisitos que se impongan, sometiendo la decisión a una votación unánime de los países que la conformen. Los reparos del presidente español con respecto a permitir el reingreso de Escocia a la UE tuvieron un alto impacto tanto en la población escocesa como en la catalana. Aunque buena parte de la opinión pública repudió esta actitud, la preocupación ante las posibles consecuencias del aislamiento o del desamparo económico fuera de la UE se instaló en la sociedad y fue lo suficientemente poderosa como para atenuar los más enardecidos nacionalismos.

Los reparos del presidente español con respecto a permitir el reingreso de Escocia a la UE tuvieron un alto impacto tanto en la población escocesa como en la catalana.

Muy probablemente, ninguna de estas condiciones que hoy resultan determinantes permanecerán inalteradas, y seguramente las naciones seguirán, como lo han hecho Cataluña o Escocia, luchando por mejorar su posición en el mundo. Las pujas por el poder y la subsistencia existen desde los tiempos más remotos de la humanidad, y los límites que separan a los pueblos han estado hoy y siempre tan vivos como quienes los habitan. Más allá de las eventuales conquistas culturales, políticas o económicas, el tiempo verá cómo estas fronteras, las visibles y las invisibles, se expanden y se contraen  tal como las mareas, en un devenir incesante.

 

[1]El título de este artículo está tomado del diálogo entre Mariano Rajoy, presidente de España, y el periodista del programa de Onda Cero Más de uno, Carlos Alsina:
MR: Un catalán hoy es catalán, español y europeo. Lo que algunos pretenden pedirle a la gente es que renuncie a su condición de español y europeo (…) Bueno, pues esto es lo que tratamos de defender nosotros.
CA: Pero la nacionalidad española no la perderían. Ya que estamos hablando de este escenario que sería la independencia catalana, la nacionalidad española no la perderían los ciudadanos de Cataluña.
MR: Ah. No lo sé. Es decir: ¿por qué no la perderían? ¿Y la europea tampoco?
CA: Pues porque la ley dice que el ciudadano de origen nacido en España no pierde la nacionalidad aunque resida en un país extranjero si manifiesta su voluntad de conservarla.
MR: Pues… ¿Y la europea?
CA: Y la europea la tiene porque tiene la nacionalidad española.
MR: Me parece que estamos en una disquisición que no conduce a parte alguna. (…) Y yo creo que da una riqueza mucho mayor y unos beneficios mucho mayores ser catalán, español y europeo que ser única y exclusivamente catalán. Vamos, me parece de puro sentido común.

 

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