Una de las tantas formas de recordar momentos que marcaron la historia de nuestra sociedad es a través de los monumentos. Pero ¿Cuál es su verdadera función? ¿Evitan el olvido y motivan la reflexión? ¿Nos están pidiendo disculpas? ¿Hay intereses o motivos, aparte de la memoria, verdad y justicia, detrás de ellos? Para acercarnos a una respuesta, analizaremos dos de los casos más paradigmáticos: el Monumento al Holocausto en Berlín y el Parque de la Memoria en Argentina.

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El Monumento al Holocausto en Berlín, diseñado y construido por el arquitecto norteamericano Peter Eisenman, se inauguró en 2005 y se haya ubicado ¿casualmente? en el mismo terreno donde se hallaba la casa del propagandista nazi Joseph Goebbels y al extremo de éste lo que fueron la cancillería y el bunker de Hitler. Desde su construcción el monumento estuvo rodeado de controversias. En primer lugar el periódico suizo Tages-Anzeiger publicó una serie de artículos donde presentaban como un escándalo que la empresa Degussa fuera a proveer la pintura anti-grafiti para sus paredes. Una empresa subsidiaria de Degussa, Degesch, era la que producía el gas Zyklon usado para asesinar a los judíos en las cámaras de gas. Hay más. Cabe destacar que el arquitecto Eisenman es de origen judío y que, cuando la comunidad judía pidió dejar fuera del proyecto a la empresa, se negó argumentando que «al quitarle a Degussa el derecho a participar, permitimos que el pasado borre lo que ha hecho hasta hoy». Pero lo que no nos cuenta Eisenman es que Degussa le hizo un precio «especial» a su pintura anti-grafiti con el fin de patrocinar el monumento.

Si bien este aparente interés económico es de ayuda en nuestro intento por develar qué función cumple el monumento en su país, el aspecto social también lo es. En segundo lugar, el monumento es duramente criticado por una gran parte de la comunidad alemana y judía porque sólo conmemora a los judíos ¿Y qué hay de los gitanos, de los enfermos mentales y de los homosexuales que también fueron enviados a las cámaras de gas? Otra parte de la comunidad alemana cree que es un monumento a la “vergüenza nacional” porque les recuerda los crímenes pasados. Por el contario, el presidente del Centro de Información del Monumento, Dagmar Von Wilcken, dijo: “No es algo que diga que pedimos disculpas y ahora se acabó”, cree que el monumento busca mantener viva la discusión de los crímenes y renovar las visiones.

El arquitecto del monumento en Berlín había dejado en claro que su proyecto era anti-simbólico porque «los símbolos son fáciles de entender y reducen el monumento a producto de consumo”.

Eisenman también fue acusado de provocador luego de que el proyecto fuera presentado y aprobado por mayoría en el parlamento. Muchas figuras destacadas, como el sociólogo Jürgen Habermas, se quejaron de que el monumento buscaba ser una expresión simbólica y no la obra demasiado abstracta que terminó siendo. Sin embargo, el arquitecto ya había dejado en claro, mucho antes de la sanción, que su proyecto era anti-simbólico porque «Los símbolos son fáciles de entender y reducen el monumento a producto de consumo”.

Por otra parte, el Parque de la Memoria, ubicado en una ciudad muy distinta a Berlín, donde la tragedia se repite con otros nombres y en otro tiempo, también ha sido objeto de polémicas antes y después de construcción. El Parque surgió como una propuesta de algunas organizaciones de derechos humanos, y su construcción fue aprobada por una ley en 1998 y se inauguró en 2007. Sin embargo, un año después de su sanción, en 1999, entidades de derechos humanos como CORREPI, Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y Asociación Madres de Plaza de Mayo publicaron una solicitada repudiando e invitando a la sociedad en general a rechazar la construcción de un Parque de la Memoria en homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado. Las razones de este extraño rechazo al monumento fueron que las mismas personas que firmaron las leyes de punto final, avalaron los indultos del ex presidente Menem y derogaron las leyes de impunidad eran los mismos que proponían la construcción del Parque. ¿Estamos nuevamente frente a intereses que nada tienen que ver con la finalidad del monumento? Quizá. Hay tres hechos que los dejaron a la vista. El primero es que el Parque contiene 8.717 placas de las cuales 1.053 pertenecen a personas que murieron en gobiernos anteriores a 1976, la mayoría eran guerrilleros del ERP, personas que murieron por el ataque de éste a cuarteles o comisarías y jóvenes asesinados por Montoneros acusados de delatores. El segundo hecho es que la Comisión Pro Monumento reveló que algunos organismos de derechos humanos lograron imponer la idea de honrar a «todos los caídos por la revolución socialista», sin importar cómo, cuándo o dónde murieron y que los parientes de esas personas cobraron una indemnización que equivalía a 100 veces del sueldo más alto de la administración pública nacional. Y el tercero, en diciembre de 2009 familiares y víctimas de organizaciones guerrilleras solicitaron la remoción de 52 placas con los nombres de integrantes del ERP que murieron en el Ataque al Batallón de Monte Chingolo.

Por último, en el recorrido por el Parque se hace referencia mínima a que las Juntas criminales fueron efectivamente juzgadas y no se nombra en ningún momento a Raúl Alfonsín, cuando si se hace mención de la Ley de Punto Final, la Ley de Obediencia y Carlos Menem. Como si diera lo mismo el presidente que encarceló a Videla, Massera y Agosti y aquel que los liberó. Otro detalle que generó mucha controversia fue la presencia de un cartel que detalla, con un mapa, donde viven los represores.

Un peligro advertido por Huyssen es que una política de la memoria degenere en «victimología» y una competencia por la memoria entre distintos grupos.

«La memoria no debe ser victimología» dice Andreas Huyssen, filósofo alemán, en referencia a las políticas de la memoria y su uso abusivo. El escritor advierte tres peligros en el uso de estas políticas. El primero es que la memoria simplemente reemplace u olvide la justicia, es decir la justicia difícilmente consigue satisfacer a todos los perjudicados. Se dice que los monumentos y las disculpas son rituales para “expulsar”, pero peor que tener una memoria ritual es no tener memoria, es por eso que en distintos lugares de Berlín se señalan detalles puntuales del genocidio y se asume la responsabilidad del Estado para con las víctimas. Igualmente, una gran mayoría de la comunidad alemana y judía están en contra del monumento creado por Eisenman, porque consideran que es un recuerdo permanente a los crímenes que sus antecesores cometieron e incluso lo tildaron de innecesario. No significa que haya una actitud consciente de la mayoría de la población en este sentido. El olvido y la negación también están presentes. Un segundo peligro advertido por Huyssen es que una política de la memoria degenere en «victimología» y una competencia por la memoria entre distintos grupos. Las discrepancias y luchas entre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, distintas asociaciones de derechos humanos, familiares de desaparecidos, víctimas de grupos armados o, incluso, políticos olvidan que todos están desaparecidos. Que no hay “desaparecidos buenos” y “desaparecidos malos”. El monumento no es para los que desaparecieron, aunque “no tenían nada que ver” o “algo habrán hecho”. El monumento es para todas las víctimas del terrorismo de Estado. Por último, el autor considera importante la relación memoria y derechos humanos, dos campos de investigación que fueron separados pero que inevitablemente deben ser ligados. En Argentina los organismos de derechos humanos rompieron el muro de silencio y luego de años de lucha lograron que se construya el Parque. En Alemania, muy por el contrario, el proyecto fue impulsado por el Estado que sentía que debía saldar una deuda y terminó fracasando. Los organismos terminaron por ponerse del lado de los que creían que el monumento no era necesario.
Los monumentos no tienen una única función, tocan y remueven a las personas que los visitan y viven día a día de maneras distintas, que quizá olviden a los que hacen “precios especiales”, a los que se disputan el monumento o incluso pueden no darse cuenta del abuso de la memoria del que nos advierte Huyssen. Sin embargo, difícilmente olviden el sufrimiento y el dolor que alguna vez ha tenido lugar en la historia.

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