Asia y África han sido siempre espacios remotos para nosotros, tanto en el imaginario como en la realidad. Sin embargo, ya no hay razones para seguir viéndolo así. Hace tiempo abandonamos el siglo XIX, estamos en el siglo XXI y el mundo ha cambiado. No obstante, Argentina aún no ha forjado una relación fluida que permita un mayor intercambio cultural y académico con esos territorios. Es por eso que, en esta oportunidad, Matias Chiappe nos presenta una guía sobre cómo abrirse camino para en los estudios culturales y literarios de Oriente.
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Cuando pensamos en Asia desde Argentina solemos imaginarlo más allá: más lejos todavía que Europa y Estados Unidos, escalas inevitables de nuestros vuelos hacia aquellas tierras. Nos resulta difícil imaginar una relación directa, no triangulada, incluso cuando la comunidad más grande de inmigrantes japoneses vive en Brasil o sabiendo que es probable que la migración asiática haya sido la fuente original de la presencia humana en América. Y nos cuesta concebir todo esto precisamente por un discurso establecido y hegemónico que asegura que el espacio determina nuestras relaciones interculturales. Porque quizás el verbo debería ser condiciona. De más está decir que la influencia de la cultura asiática se nos presenta día a día en nuestro país: en la forma de supermercados, de dibujitos animados o de excusa política para invertir en contra del terrorismo. ¿Por qué no pensar que también es necesaria una generación de estudiantes, de académicos y de investigadores que puedan abordar estas conexiones? ¿Cómo dejar de pensar a Asia como una cultura otra? ¿Cómo empezar a pensar en un más cercano Oriente?
En Argentina, esto comenzó por lo menos con Echeverría y con Sarmiento. Esta generación de intelectuales no ofreció una mirada propia sobre Asia para la nación naciente que éramos, sino que siempre lo hizo a partir de Europa, quizás también replicando las características que los europeos habían definido sobre los asiáticos (la vagancia, el despotismo, la violencia, entre otras). No tuvimos durante aquellos años a escritores que desarrollaran, como sí lo hicieron Hölderlin o Poe o Flaubert, una mirada personal sobre Oriente, a pesar de ese exotismo u orientalismo o como quiera llamársele. Así, tuvimos que esperar hasta finales del siglo XIX para que escritores como Mansilla o Wilde viajaran y recorrieran Asia y el mundo. Y luego tuvimos que esperar hasta la primera posguerra, cuando empezaba ya a gestarse en Latinoamérica una idea de pertenencia dentro de lo que después se dio a llamar “el tercer mundo”, concepto que por primera vez conectaría a nuestra región con países asiáticos y africanos bajo el mismo paraguas: el no ser parte de las potencias que habían escindido el globo. Hubo en ese momento una primera posibilidad de pensar a Oriente no ya como una diferencia, sino como un sitio de identificación y de complicidad.
En efecto, durante los últimos veinte o treinta años, con el fin de la Guerra Fría y con el advenimiento de la así llamada Globalización, las relaciones comerciales y culturales entre Asia y Latinoamérica crecieron de forma exponencial. En lo que respecta específicamente al plano de la cultura, hoy podemos acceder a literatura, cine y música de casi cualquier región de Asia, algo imposible durante los años a.I. (antes de Internet). Siquiera por curiosidad, exotismo o aburrimiento, el público que demanda conocimientos y bienes culturales de Asia se ha multiplicado. Pero esto conlleva un problema. A la vez que se extiende ese interés, se masifican (para usar un término técnico) “los chantas”. Cursos, publicaciones y libros de personas que no son expertos en el área han perpetuado datos incorrectos y falsas imágenes. En muchos casos se trata de gente muy comprometida con sus gustos, pero eso no alcanza. Es esta situación la que nos interpela como universitarios y nos convoca a considerar a Oriente como un objeto de estudio que requiere mayor precisión.

En sus instalaciones cursan alrededor de 28.000 alumnos de los cuales 2.100 son extranjeros (fuerte proporción para Japón, que solo tiene un 1.3% de extranjeros en su población) e incluye 2 hospitales.
Quisiera contar ahora y brevemente el camino que me llevó hasta convertirme en un estudiante de doctorado en Japón. Todo comenzó en mi último año (2010) de la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires, cuando tuve la suerte de cursar un seminario sobre literatura japonesa a cargo del doctor Alberto Silva. El contenido fue tan extenso que carecía de precisión, pero lo disfruté muchísimo y me sirvió además para vislumbrar el enorme interés del estudiantado; hubo casi 250 inscriptos para un horario de difícil asistencia (miércoles de 9 a 13 horas). Sin embargo, el seminario del doctor Silva no iba a tener regularidad y sólo se dio una vez. Esto me confirmó la necesidad de generar espacios en donde los estudiantes pudieran continuar investigando sobre Asia. Fue un paso siguiente e invaluable el Centro de Estudios Japoneses de la Universidad Nacional de La Plata, a cargo de la doctora Cecilia Onaha, donde aprendí que iba a tener que forjar, a través de mis propios medios, una presencia en el ámbito académico local, ya en la forma de publicaciones, congresos o del dictado de clases o cursos. ¿Pero cómo empezar?
Ante la falta de cátedras o grupos de investigación, un estudiante interesado tiene básicamente tres opciones: acercarse a alguna de las pocas cátedras que se centran en Asia y África aunque sean de otra disciplina e intentar abordar la suya (digamos, estudiar literatura dentro de una materia de historia o de arte); también se puede proponer un tema de investigación dentro de una cátedra de otra área geográfica, pero que plantee relaciones con el área principal (por ejemplo, la recepción de la literatura japonesa en la literatura latinoamericana, que es lo que yo hice); o bien, tercera opción, irse a estudiar a otro país. Los primeros dos casos implican siempre una concesión. Esto es, necesitamos correr nuestro objeto de estudio para lograr introducir “lo japonés” (o “lo asiático”, o “lo africano”) dentro de un ámbito en el que no existen materias específicas sobre el tema. Así, como adscripto a la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana, empecé a investigar sobre escritores latinoamericanos que hayan mostrado interés por Japón, como Juan José Tablada, Jorge Luis Borges y Octavio Paz, entre otros.
Por supuesto, si uno se quiere especializar en un área de Asia o África, en realidad va a tener que aprender la lengua correspondiente. Acá no hay muchas vueltas que darle al asunto. También yo tuve que hacerlo: en el año 2011 comencé a estudiar japonés. Dadas sus diferencias con el español, todas las lenguas de Asia nos van a resultar más difíciles y nos van a requerir mucho más tiempo para manejarlas que las europeas. Por eso sería importante que la universidad pudiera reconocer estas lenguas a quienes empiezan a estudiarlas ya hacia mitades de sus carreras (al igual que se reconocen títulos de lenguas occidentales). Un nivel avanzado de italiano, por ejemplo, han de ser aún muchas menos horas de estudio que un intermedio de chino o coreano. ¿Por qué no reconocer a instituciones o títulos de estas últimas también como parte de los planes de estudio?

Pero no debemos quedarnos sólo en la lengua. Aquí en Japón (pero imagino que sucede lo mismo en todas las universidades de Asia) se usa muchísima bibliografía en inglés, incluso para áreas como la historia o la literatura. Esto significa: aquellos interesados en estas regiones pueden avanzar con lecturas canónicas en lenguas occidentales a medida que empiezan y continúan con el avance del idioma. En mi caso, aproveché para hacer esto lo más que pude. Buscar traducciones, conseguir textos inhallables, rastrear anaqueles en desuso de las bibliotecas y reunirse con los pocos especialistas que haya para pedirles textos prestados… Todas prácticas necesarias para un orientalista en potencia. Crear círculos de lectura, aprovechar los programas de reconocimiento para grupos de investigación iniciales que hace la facultad y ofrecer cursos dentro del mismo ámbito universitario, también lo son. Abajo dejo una lista de los pocos centros de investigaciones que se especializan en áreas de Asia y África, a donde también uno debería acudir siempre.
Ahora bien, si uno quiere convertirse en un especialista, este camino sigue siendo insuficiente. Lamentable o afortunadamente, es casi necesario estudiar en el área en cuestión, cualquiera sea. Sólo así uno va a poder tener un profundo manejo de la lengua y de la cultura de ese lugar. En mi caso, antes de venir a Japón hice una parada previa: una maestría en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México, institución única en toda Hispanoamérica, con profesores nativos de cada área, con una biblioteca que sólo puede calificarse de impresionante y con la disponibilidad (en realidad, con la obligación) de tomar clases de idioma todas las mañanas. También hay centros similares en Perú, Colombia y Venezuela, pero la ventaja de su par mexicana es el recibir una beca Conacyt (lo que en Argentina sería Conicet) para terminar el posgrado. Entiendo que en Brasil hay centros con la misma dinámica, requiriéndose para su ingreso, sin embargo, saber portugués. Luego están las becas a los respectivos países y que van a ser un destino inevitable a lo largo de la carrera del estudioso de Asia. Dejo una lista de las más populares más abajo, siendo extremadamente importante considerar siempre las fechas y los requisitos. Agrego que existen aún pocos convenios entre universidades asiáticas y argentinas (siendo el antes mencionado Centro de Estudios Japoneses de la UNLP una excepción).
De elegir viajar a otro país a hacer un estudio de posgrado ya a nivel de maestría o de doctorado, el estudiante se va a enfrentar a un prejuicio: es probable que lo tilden de desertor, de traidor, de cipayo y de cuantas cosas más. Lo cierto es que este prejuicio no es sino una extensión del discurso establecido y hegemónico que hemos mencionado antes: que el espacio determina nuestras actividades culturales. Porque lo cierto es que hoy en día, la lejanía no dice mucho. De hecho, es bastante sencillo mantener vínculos con profesores, institutos y grupos de investigación argentinos estando en otro país, incluso publicar en revistas ya de divulgación o académicas con relativa regularidad (este texto es una prueba de esto). En todo caso, lo importante sería que el estudiante recuerde siempre que su conocimiento adquirido en una región de Asia o África podría brindar a su país un valor que de otra manera no tiene; que sus estudios de esas áreas son mucho más aprovechables dentro del contexto argentino. También, que recuerde sus propias dificultades al momento de iniciar su carrera como orientalista y ver en qué medida puede ayudar a quienes vengan después. Y si esto no lo convence para irse, quizás lo hagan las palabras de Renato Ortiz,
“Creemos que el viaje es siempre un recorrido entre lugares discontinuos y por eso decimos viajar al exterior. En principio, estaríamos saliendo de un interior, de un espacio familiar, para dirigirnos a un otro sitio, extraño, diferente de aquel del que partimos. Esta manera de comprender las cosas se transforma con el proceso de mundialización. Ahora las distancias se acortan y muchas de las fronteras existentes se borran. En rigor, deberíamos decir: no hay un viaje hacia el exterior, sino una dislocación en las espacialidades de la modernidad-mundo […]. En la perspectiva aquí adoptada Japón no es un país exótico, distante, oriental. Mi mirada desterritorializada quiere aprehenderlo como vecino, próximo, es decir, como parte de la modernidad-mundo. Viajar a Japón no significa conocer otro mundo como creían los románticos, sino dislocarse en el interior de un continuum espacial diferenciado” (Ortiz: 2003, 15).
Así que aquí estoy, haciendo un doctorado en Japón e intentando no perder mi vínculo con la academia argentina. Por suerte, desde que yo empecé este camino muchas universidades nacionales y privadas ofrecieron espacios para que se abran cátedras o seminarios vinculados a Asia, el último de los cuales fue, en la UBA, un seminario de posgrado a cargo del doctor Álvarez Fernández Bravo que se llama: “Exotismo latinoamericanos: presencia y diálogo de la literatura latinoamericana y caribeña con los universos simbólicos afroasiáticos”. Y esto es muy bueno porque además les da a los estudiantes una motivación mayor y un horizonte a futuro para elegir el camino de los estudios asiáticos. Sin embargo, tenemos que señalar que muchos de estos nuevos cursos siguen a cargo de especialistas de otras áreas, de modo que suelen recaer en una de dos vertientes posibles: o bien no pueden salir de un comparativismo redundante, o bien terminan ofreciendo la mirada de una sola de las áreas en cuestión. Supongo que esto lo irá perfeccionando el tiempo.

Llegamos entonces al problema de fondo de los estudios asiáticos en Argentina: la falta de especialistas. Ésta es la razón por la cual los posgrados rara vez aceptan temas centrados en las regiones que nos competen: porque no habría evaluadores. Y así comienza una suerte de círculo vicioso de falta de especialistas ⇄ falta de cátedras y grupos de investigación ⇄ falta de futuros especialistas. Pero se puede ir un poco más allá todavía. Si faltan especialistas es porque no tenemos materiales para formarlos. En particular, textos traducidos. Contamos con una MUY limitada bibliografía sobre Asia y África en Argentina y con pocas redres que nos contacten con otros polos de académicos hispanoparlantes que desarrollaron más estas áreas, en particular, España y México. Las universidades, por lo tanto, podrían repensar algo que estos últimos dos hicieron: aceptar traducciones anotadas como tesis de posgrado. Con el correr de los años, esto generaría un corpus que permitiría un mayor interés por parte del alumnado, pero también mayores posibilidades para los especialistas en miras de dar clases el día de mañana.
Me gustaría cerrar este texto con unas palabras de aliento. Cuando uno elige como objeto de estudio algo recontra-investigado dentro de su contexto académico corre el riesgo de no poder encontrar nada nuevo que decir; de sentir que una vastedad de investigaciones preexistentes ya lo han dicho todo. Esto no les va a pasar jamás como estudiosos de Asia desde Argentina. Hay tanto por hacer y tanto por decir y tantos autores por investigar y traducir, que en realidad uno se pregunta si podrá hacerlo todo en vida. Y, aun así, tenemos severas falencias institucionales y de financiamiento, teniendo que depender de programas de becas y de intercambio. Pero mientras existan éstos, aprovechemos. Nunca existieron tantas posibilidades para estudiar en Asia como existen hoy en día. Se los dice alguien que, recién en el último año de su carrera, eligió que éste iba a ser su camino. Y una última cosa: uno es, en Asia, un embajador de su país. Si existe el lejano y misterioso oriente existe también una igualmente inaccesible Latinoamérica para los asiáticos. Es nuestra función también la de facilitar conexiones y aperturas para difundir y des-esencializar aquella otra construcción: la cultura propia. ¿Cuántos investigadores enfocados en temas argentinos o latinoamericanos no querrían eso?

Anexo
Abajo detallo algunos de los centros de estudios sobre Asia y África que existen en Argentina, con la esperanza de que, de sentir interés en estas áreas, los contacten y pregunten y sean curiosos e intenten comprobar si se ven a sí mismos dentro de ese camino. Hago lo mismo con las respectivas becas, que también detallo abajo, y que son la mejor forma de estudiar en el más cercano Oriente.
Algunos de los centros más reconocidos en Argentina que se destacan en el estudio de Asia, son los siguientes: la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad del Salvador, el Programa de Estudios Africanos y de Medio Oriente de la Universidad Nacional de Córdoba, el Grupo de Estudios del Este Asiático del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, el Observatorio de Asia Central del Centro de Estudios Internacionales para el Desarrollo, el Centro de Estudios sobre Corea-Argentina de la Universidad de Buenos Aires, el Programa de Asia-Pacífico del Centro Argentino de Estudios Internacionales del Departamento de Asia y el Pacífico de la Universidad Nacional de La Plata. También recomiendo chequear el sitio de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África en Argentina (ALADAA)
Las becas más populares a la que los latinoamericanos podemos postular, ya para estancias de mediano plazo como períodos más extensos para realizar posgrados, son las siguientes: las de las propias embajadas, las de Erasmus, las de UNESCO, las de la OEA y las de bancos y ONGs privadas. Aquí hay una lista completa para China, Corea del Sur, Filipinas, India, Indonesia, Japón, Malasia, Singapur, Tailandia y Taiwán.
Recomiendo, finalmente, dos textos que explican la historia del orientalismo desde Argentina y uno que ahonda en la idea de una idea de modernidad en la que resulta ya insuficiente hacer diferencias culturales bajo el paradigma del estado-nación. Espero los motiven a avanzar por este fascinante camino.
-Bergel, Martín. El oriente desplazado. Buenos Aires: Unqui Editorial, 2015.
-Gasquet, Axel. Oriente al sur. Buenos Aires: Eudeba. 2007.
-Ortiz, Renato. Lo próximo y lo distante. Japón y la modernidad-mundo. Buenos Aires: Interzona. 2003
Instantáneas de un argentino en Japón: