“El rock tiene una repercusión que, en vez de sedar, agradar o complacer, excita (…) es un tipo de música que genera condiciones para que se produzcan actos de violencia.”

Félix Luna, Secretario de Cultura de Buenos Aires, 1986.

“El rock, en cierta medida, ocupó el espacio dejado por la política. El rock ganó ese espacio en buena ley: fue el único que aguantó. Pero sería bueno que el Rock perdiera ahora ese lugar de preeminencia que ocupó en los últimos seis años debido a la veda política”

Charly García, 1983.

El Rock como espacio público reapropiado

En la medianoche del 9 de diciembre de 1983, pocas horas antes de la asunción de Raúl Alfonsín como Presidente de la Nación, Patricio Rey y sus redonditos de ricota brindaron el último recital de rock en dictadura (y el primero en la nueva etapa democrática)  en el Teatro Bambalinas de la Ciudad de Buenos Aires. En medio del concierto, Monona, bailarina que frecuentemente acompañaba los shows de la banda, irrumpió en el escenario vestida de fajina militar y comenzó a desvestirse hasta quedar completamente desnuda. La metáfora es ineludible. La sociedad argentina mutaba la piel y comenzaba un camino en el cual se abrían nuevas formas de intervención política y cultural.

La apertura democrática que comienza a delinearse luego de la derrota de Malvinas implicó una explosión cultural palpable en diversos ámbitos. En primer lugar, el espacio público fue reapropiado y resignificado luego de años de censura. A través tanto de la movilización política partidaria como de manifestaciones artísticas. Una forma de medir el impacto que tuvo el estallido expresivo está dada por la reacción que éste provocó en algunos grupos autoritarios, remanentes de la dictadura que emprendieron acciones, muchas veces violentas, para mostrar su disconformidad.

Los ochenta vinieron a poner en cuestión la cultura jerárquica y autoritaria de los setenta pero también pusieron en crisis los valores de los sesenta. El rock del período tiene algunas características que lo distinguen del período anterior. Por un lado, la cuestión de la masividad, el estilo se hace convocante. Recitales gratuitos realizados por el gobierno y conciertos con amplias convocatorias en estadios y avenidas porteñas hacen del rock un espacio articulador de subjetividades que rápidamente se transformaron en colectivos y tribus juveniles: punks, heavies, chetos, alternativos, darks, skinheads, etc.

En tal sentido son los estudios de Michel Maffesoli acerca de grupos de jóvenes y su subjetivación en el seno de las sociedades posmodernas. En su libro, El tiempo de las tribus, señala que el sujeto colectivo se sobrepone a la subjetividad individual, que recoge la Modernidad en el progresismo, cuyos ideales fundantes se hallan en las visiones de porvenir del siglo XVIII. Esta idea encontró su mayor desarrollo en la sociología de fines del siglo XIX y se convirtió en un metadiscurso de los análisis sociales del XX. De este modo, se constituyó como un mito en las sociedades occidentales contemporáneas, que en su avance crecen hacia lo instituido o hacia lo subterráneo [1]. En aquellas sociedades no prevalecen más las grandes instituciones surgidas a raíz del mito del progreso, sino que emergen microgrupos que se reúnen en torno a intereses comunes. La clave interpretativa del planteo de Maffesoli reside en la metáfora del tribalismo. Esta forma de asociación, previa a la construcción del mito de progreso, se basa en la reunión de los miembros de una comunidad para combatir la adversidad exógena.

En América Latina, la adversidad es primigenia, está imbricada en la sociedad desde la conquista, a partir de allí surge un sentimiento de pertenencia que se sostiene y se consolida sobre la opresión y el sufrimiento. El análisis de las tribus en la actualidad se apoya sobre la paradoja que subyace a la posmodernidad. Esta paradoja surge de la dicotomía tradición-modernidad, salvajismo-civilización, es decir, se trata de una dinámica contradictoria y a su vez complementaria. En este sentido relacional y yuxtapuesto, es donde se coloca el tribalismo urbano. En las ciudades se detectan lógicas reales e imaginadas que conviven unas con las otras, no como cosas completamente divididas y delimitadas, sino en una dialéctica simultánea e imbuida en el vaivén societal (1).

En cuanto a su composición social, el Rock nacido de las entrañas de los jóvenes de los sectores medios urbanos, fue cambiando su perfil a lo largo de la década, acompañado las transformaciones socioeconómicas de nuestro país, hasta convertirse en expresión de sectores juveniles pauperizados. Este proceso haría su eclosión en la década del ´90 con el surgimiento del Rock chabón y la cultura del aguante. El Rock estaba pasando del Bajo Belgrano al segundo y tercer cordón del conurbano.

Espacios paralelos: hegemonía y subcultura

Los ochentas fueron el escenario de la entrada definitiva del Mercado y las grandes discográficas multinacionales al campo del Rock, las cuales compitieron con sellos de capital nacional y pequeños sellos independientes: de los seis conciertos más taquilleros de 1987, cuatro correspondieron al Rock (tres extranjeros y uno local). En 1987, Charly García, Fito Páez, Miguel Mateos y Gustavo Cerati superaron en regalías de SADAIC a Matos Rodríguez, el autor de la cumparsita, quien encabezaba el ranking desde hacía décadas. A esto hay que sumarle, la aparición de canales de música a nivel internacional que prontamente comenzarían a emitirse en la Argentina, el nacimiento de MTV en 1981 es el caso más paradigmático.

Un universo paracultural empezaba a ser visible luego de años de censura y represión. La primavera democrática abría una doble frontera: por un lado se quebraba el pasado reciente; y por otro, se rompía con aquel arte armado, revolucionario y de vanguardia de los años ´60 y ´70, la década del ochenta, presentó un nuevo discurso cultural, derrotado, desarmado y marginal.

Este nuevo discurso, que como todo discurso entró en disputa con tantos otros, tuvo en el rock uno de sus pilares. Los estudios sobre Rock son muchos y variados. Desde la visión funesta de Adorno y Horkheimer que veían a la música pop como una herramienta legitimadora del capitalismo contemporáneo creado desde arriba hasta  la Escuela de Birmingham desde donde se construirá un marco teórico sobre  los grupos juveniles en el contexto de la segunda posguerra. Phil Cohen en su trabajo de 1972 (2) inspeccionó las subculturas juveniles del East London incorporando, además de la perspectiva de clase, la idea de redes de parentesco y el análisis en las relaciones generacionales entre padres e hijos. Birmingham, desde una perspectiva marxista, incorpora el concepto gramsciano de Hegemonía para comprender el surgimiento de subculturas contestatarias al modelo de acumulación dominante anclado en la Inglaterra de la década del 50, en el Welfare State y la unidad nacional. De esta manera, mientras que parte importante de las resistencias obreras clásicas quedaron incorporadas a la cultura dominante, serán los jóvenes a través de sus tribus quienes sostendrán una resistencia inorgánica tanto a la cultura hegemónica como a la cultura parental.

Los años de dictadura provocaron una honda cesura en la sociedad argentina. Una nueva cultura joven, no siempre heredera (y muchas veces rival) de la cultura predictatorial comenzaba a delinearse. Al unísono, nuevas territorialidades pugnaban no solo por comprender lo que había sucedido sino también para explicar, habitar y apropiar aquel presente.

Así, el rock a comienzo de la década de los ochenta empieza a ocupar espacios alternativos, pequeños clubs, bares y antros: Cemento, Café Einstein, Nave Jungla, comenzaron a formar parte de una nueva cartografía urbana. Los circuitos marginales de la cultura joven dejan huellas en los barrios céntricos de la ciudad y habilitan nuevas formas de producción y contestación a la nueva situación política y social que se abría con la democracia. Las comisarias eran los espacios en los cuales finalizaban gran parte de los shows rockeros.Contestación borracha, velada e inorgánica fuertemente reprimida por el Estado democrático: donde había un punk, había un policía.

 

Territorialidades del Rock

Tanto aquellos bajo fondos como el espacio público y su correlato construido, la ciudad real, constituyeron el tablero equitativo de reglas y derechos (3), escenario de la práctica política y la vida cultural. En ese sentido, Adrián Gorelik, en su trabajo “Miradas sobre Buenos Aires: Historia Cultural y Crítica Urbana” amplía el campo de estudios de cultura urbana sobre Buenos Aires y propone una interpretación sobre ciudad y espacio público en la década del ochenta y principios de la del noventa. El conflicto por la integración entre formas políticas y culturales disímiles, ahora manifestadas en el espacio público, fue lo que definió la identidad del territorio en la ciudad de la primavera alfonsinista. Este proceso se representó en la escena urbana de la decadencia, anclada en una estética que se materializó a través de las obras faraónicas de la dictadura, algunas truncas, muchas sin mantenimiento, pero todas deficitarias y corruptas.

Otras perspectivas acerca del espacio en relación a la cultura indican que el territorio no se entiende sólo como soporte físico para la ciudad, sino como constructo social. Esta idea, ampliamente desarrollada por la Geografía Humanista, está fundada principalmente en los conceptos vertidos por David Harvey o Jane Jacobs en su ya clásico trabajo The Death and Life of Great American Cities de 1961. Ya en la década del noventa, el geógrafo estadounidense Edward Soja retomó los estudios de Harvey y Jacobs, planteando un corpus de ideas sumamente sugerentes para interpretar el espacio en las sociedades hijas de la posmodernidad. En su libro, Postmodern Geographies, The Reassertion of Space in Critical Social Theory, trabaja con los conceptos espacio y tiempo, y propone una lectura de esta dialéctica apoyado en los planteos foucaultianos sobre la importancia que tiene la historia en el desarrollo sociológico del siglo XIX, y cómo el espacio fue marginado de dichos abordajes. En la actualidad, el espacio toma un rol activo, se redefine de modo horizontal la dialéctica espacio-tiempo: es imposible pensar en un espacio sin tiempo o en un tiempo sin espacio. Nos interesa particularmente la matriz metodológica que plantea este abordaje social del territorio para interpretar la sociabilización del espacio que hacen las subculturas urbanas; se trata de una dialéctica tripartita, en la cual se relacionan espacio, tiempo y sociedad. Por tanto, no se puede ver al espacio como una entidad estática, sino que debe leerse teniendo en cuenta su carácter dinámico, cambia en el tiempo, y relacional, se redefinen constantemente los lazos sociales implicados. Esta es la propuesta para reinterpretar la historia de la cultura Rock en la primavera alfonsinista: la ciudad excede su rol de espacio de representación y se transforma en un actor de central de aquella historia. En efecto, es allí donde se puede rastrear la historia del Rock como parte constitutiva de la cultura material.

 

NOTAS
Michel Maffesoli, El tiempo de las tribus. El ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas, Buenos Aires, Siglo veintiuno ed., 2004, p. 9.
Phil Cohen, Sub-cultural Conflict and Working Class Community, Working Papers en Cultural Studies, Nro.2. Birmingham, University of Birmingham, 1972.
Adrián Gorelik, Miradas sobre Buenos Aires: historia cultural y crítica urbana, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Ed., 2004, pp. 164

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