¿Cómo es la sensibilidad millennial? ¿Cuáles son sus fuentes? ¿Cuáles sus potencias? Mariana Ladrón de Guevara Zuzunaga, millenial ella misma, hace un ejercicio de autoetnografía

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Elon Musk, el fundador de PayPal, Solar City, SpaceX y Tesla, declaró durante el congreso de la Asociación Nacional de Gobernadores de Estados Unidos que “la Inteligencia Artificial es el tema más importante que afectará a la humanidad en un futuro cercano”. En efecto, es un riesgo, ¿pero para cuál de todas las generaciones que conviven en este momento en el mundo? La generación de nuestros abuelos, los baby boomers, parece estar a salvo. Nuestros padres, la GenX no tanto. Nosotros, los jóvenes de entre treinta y diecinueve años crecimos en medio de una explosión tecnológica nunca antes vista en la historia de la humanidad, avance tras avance marcó etapas de nuestra vida, a diferencia de los nativos digitales que nacieron ya con el Internet y tablets a su disposición post año dos mil.

Hace unas semanas hice una encuesta por Spotify y descubrí que la música que escucho es la de un adulto promedio de cuarenta y un años, me di cuenta que algo no estaba del todo bien. En mi infancia escuchaba mi música favorita con un Discman o un MP3 y tuve la suerte de poder visitar por largas horas muchas bibliotecas con mis abuelos. Pero como todo en la vida moderna, las cosas a las que nos acostumbramos son efímeras. Todos los años un modelo de teléfono nuevo, un comercial de televisión que no dure más de diez segundos, una foto por SnapChat que desaparece en un segundo. La generación que nació y creció en medio de la evolución tecnológica se distingue de las anteriores precisamente por ser quienes enfrentaron estos cambios como algo normal. Los millennials llegamos al mundo cuando estaba empezando a cambiar de paradigma. La tecnología florecía, las grandes guerras mundiales habían pasado hace décadas, nos establecimos en la globalización creciente. Pero así como las nuevas tecnologías se abrieron camino a lo largo de los últimos treinta años, no sólo las sociedades cambiaron, no sólo cambió nuestra forma de comunicarnos, sino lo más importante, cambió la forma en que producimos conocimiento. La forma en que se aprendía en la década del cincuenta pareciera ya quedar a años luz de la actualidad. ¿Hasta qué punto la tecnología habrá cambiado nuestra forma de conocer? ¿Cómo es que la generación Y (millennial) y la generación X conviven? ¿Qué ventajas tiene un millennial ante un futuro aún más competitivo?

Hablar de los millennials trae consigo muchas ambigüedades, somos como unos seres híbridos que dependemos de las ganas que tengamos de cambiar de actitud para sobresalir o destacar a pesar de la era que nos tocó vivir. Es cierto que compartimos características pero todo ser humano es distinto y me atrevo a decir que también existen diferentes tipos de millennials con rasgos positivos como negativos. Tenemos a los mediáticos, adictos a las redes sociales, a los likes y a los filtros de Instragram. Tienen mucha habilidad social, por ende, son influencers. Se podría decir que sus opuestos son los analíticos, críticos por naturaleza, reconocen las fallas sociales y políticas pero no desean hacer ningún cambio realmente. Por último están los emprendedores, aquellos que no son sólo críticos con la sociedad sino con ellos mismos, lo que les permite crecer a diario. Son los que no ven sólo errores sino los que buscan soluciones y además, buscan el beneficio de las redes sociales para generar cambios.

Simon Sinek, escritor y motivador inglés, dijo en una entrevista en Inside Quest que dentro de nuestras características están ser egoístas, perezosos, insatisfechos, infelices. Y sí lo somos, pero no somos completamente malos. Nos distinguimos por ser multitask, por ser hábiles con la tecnología generándonos facilidades laborales, por ser emprendedores, porque finalmente, sabemos que tenemos el futuro por delante y que hay que actuar para hacer el cambio. El problema está cuando sentimos que no lo hacemos, cuando nos sentimos incómodos en un lugar por no sobresalir.

Sinek planteó cuatro factores que nos hacen una generación particular y complicada. Uno de esos puntos es la crianza. Nos dijeron que éramos especiales todo el tiempo, que podríamos tenerlo todo con desearlo. Esto está fusionado con la tecnología, que es el segundo factor. La inmediatez en la que funcionamos. ¿Una película? Netflix. ¿Una foto? Selfie. ¿Una llamada? Skype, ¿Comprar? Amazon. Todo lo queremos aquí y ahora. No nos percatamos que la vida, en realidad, no funciona así. Las cosas que realmente valen la pena, como establecerte triunfante en el trabajo o formar una familia, toman tiempo. Palabra que es un monstruo para un millennial. Pero en cuanto a ser especiales, nos creemos la generación más especial y además, nos creemos más especiales que otros millennials. Todo depende de cuántos likes tengamos en una foto en Facebook o cuántos seguidores tengamos en Instagram. Somos especiales pero no lo suficiente si no tenemos la aprobación de otros. Las redes sociales han consumido nuestra autoestima y nos hemos convertido en expertos encubridores de nuestra realidad. Pero hay una explicación química para esto. La interacción que tenemos con las redes sociales y nuestros dispositivos electrónicos libera un químico en el cerebro llamado dopamina altamente conocida como la “hormona de la felicidad”. Es el principal centro de placer en el cerebro y por eso tiene tanto que ver con el aprendizaje, tema que veremos más adelante. Pero, ¿qué tiene que ver la dopamina con la tecnología? Cuando nos llega un mensaje se siente bien, cuando nadie nos contesta le escribimos a diez personas a ver si alguna se digna a hablar con nosotros. Por eso contamos los likes, para sentirnos incluidos dentro de una selección generacional que no busca otra cosa mas que ser aceptados. El juego con las redes sociales se torna dañino en cuanto al abuso de éstas, porque al generar tanta dopamina esta se vuelve adictiva, lo mismo que pasa con el tabaco, el alcohol, los juegos de azar. Queramos aceptarlo o no, los millennials somos adictos a las redes sociales. La mayoría somos adolescentes y esta etapa, la del descubrimiento, de la formación identitaria, del manejo de las emociones, es también la etapa más propicia a consumir sustancias adictivas. Cuando niños, sólo necesitamos la aprobación de nuestros padres, pero después es un instinto querer ser reconocido por tus semejantes, de entablar relaciones y la mayoría de las que establecemos a las redes sociales son falsas o hasta ni las conocemos en carne y hueso, entonces lo único que tenemos muchas veces son relaciones superficiales. No sabemos cómo formar relaciones profundas, pero aún así preferimos hablar por WhatsApp antes que salir a tomar un café. A pesar de esto, las redes sociales nos ayudan a mantener contacto con nuestros amigos o familiares cuando estamos lejos de ellos. Es genial poder conversar con tu mejor amiga cuando ella está al otro lado del mundo. Ser millennial también significa estar cerca de todo.

Estas características nos hacen impacientes, tercer factor tomado por Sinek. Esta puede ser un punto en contra pero algo brillante que tiene nuestra generación es la gratificación instantánea. Gratificación entendida como hedonismo, sin diversión no hay nada. Instantáneo porque no nos atamos a nada ni nadie, vamos siempre buscando el siguiente paso, vivimos en el presente y probablemente eso sea lo más criticado por los boomers y la generación X. Cabe recalcar que son características denominatorem. Porque todo aquello que buscamos en nuestra vida depende de nuestras actitudes y tenemos, como lo mencioné al principio, una generación que trae consigo ambigüedades. Nos adaptamos rápidamente al cambio pero nos es muy difícil dejar el teléfono mientras almorzamos con la familia. Somos emprendedores pero le tenemos miedo al fracaso. Lo queremos todo en el momento pero cambiamos de trabajo tres veces más que las generaciones anteriores (1). ¿El job hopping es también algo positivo de la adaptación al cambio millennial o es algo que podría perjudicarlos en su vida profesional? Sinek dijo “puedes tener todo lo que quieras instantáneamente excepto satisfacción laboral y fortaleza en las relaciones”. Lo que nos lleva al cuarto factor, el mundo del trabajo. Es ahí donde muchas veces falta liderazgo y y esto lleva a los trabajadores millennials a tener metas irrealistas donde se ve reflejada la impaciencia e incluso la escasa confianza que nos tenemos cuando las situaciones se ponen difíciles.

Sin embargo, no estamos solos. Nuestros padres, maestros y jefes pertenecen en su mayoría a otra generación, la denominada generación X. Estos vieron el boom tecnológico, vivieron la llegada del Walkman, del VHS, del Internet, pero curiosamente se sienten ajenos a ello. Prefieren el ocio físico, entendiendo que el ocio para un millennial es surfear en las redes, es decir, un ocio virtual. Salir y encontrarse con personas para conversar o realizar actividades al aire libre como andar en bicicleta, juntarse con amigos para largas citas con juegos de mesa. Esta generación vivió acontecimientos históricos que marcaron su forma de ver el mundo como la Caída del muro de Berlín en 1989, el inicio, desarrollo y fin de la Guerra Fría en 1991, así como las repercusiones sociales que dejó en América Latina con los movimientos revolucionarios y dictaduras. Douglas Rushkoff dice que la generación X es la pesadilla de una época postindustrial y posmoderna; la denomina un experimento de mercadotecnia que se salió de control. Porque sí, la fiebre posmoderna, la obsesión por la moda y el diseño, los multitudinales conciertos de rock, los vinilos de Bob Dylan, la bautizaron como la era del vacío. La expresión de la decepción frente a una pasada época moderna que juraba progreso, ciencia más cerca de la verdad y que nunca llegó.

Ahora bien, pero todos estos fenómenos influyeron e influyen aún en nuestra era millennial, donde todo parece haberse potenciado, sobre todo el capitalismo engendrado por el bombardeo consumista de los años ochenta. Mario Vargas Llosa opina que la publicidad y las modas que lanzan e imponen los productos culturales en nuestro tiempo son un serio obstáculo a la creación de individuos independientes, capaces de juzgar por sí mismos, qué les gusta, qué admiran, qué encuentran desagradable y tramposo u horripilante en aquellos productos. Pues sí, vivimos la “era del yo”, somos la “generación selfie”, aquella del “serás visto, serás consumido o no serás nada”. Ponemos nuestros intereses, mayormente superficiales, por delante de cualquier otra situación. Verse bien en una foto pareciera ser más importante que los conflictos sociales en Venezuela. Esto incluso se ve reflejado en nuestros ídolos, ya no admiramos a los grandes artistas y pensadores como Victor Hugo o Umberto Eco, sino que preferimos a jugadores de fútbol o youtubers y añoramos la vida aparentemente perfecta de famosos instagramers que mirándolos de cerca, son sólo buenos actores. El Internet, además de democratizar la cultura, se ha vuelto nuestro maestro predilecto, ya no aprendemos como antes.

La producción del conocimiento es algo que me apasionó toda la vida. Desde pequeña me parecía increíble cómo es que el cerebro puede almacenar tanta información y de una manera tan peculiar y rápida. Aprendemos a través de muchas formas como la razón, la imaginación, la intuición, la memoria e incluso la fe. Pero hay tres en particular que en la era millennial se han visto mucho más afectadas por la tecnología, las cuales son la emoción, la percepción sensorial y el lenguaje.

La generación de nuestros padres fue aquella que estaba cansada de los conflictos políticos y sociales que acarreó la posmodernidad, por lo tanto fueron rebeldes por excelencia y principalmente con sus padres. Fueron aquellos que se dejaron el cabello largo pero al mismo tiempo fueron críticos y escépticos con todo aquello que los rodeaba. No creían en los héroes, ellos lo eran. Todos son buenos y/o malos al mismo tiempo; Michael Jackson, Maradona, Bill Gates, Los Simpson. Fueron la generación del “Just Do It” de Nike. Pero nosotros, ¿en quién creemos? Como millennials queremos pertenecer a nuestro entorno haciendo exactamente lo mismo que todos, pero aún así queremos ser especiales y destacar. Nos guiamos por nuestras emociones y eso distorsiona nuestro sentido de la realidad. Creemos en la felicidad efímera y buscamos constantemente placeres rápidos y momentáneos. “Lo cierto es que la crítica, que en la época de nuestros abuelos y bisabuelos desempeñaba un papel central en el mundo de la cultura porque asesoraba a los ciudadanos en la difícil tarea de juzgar lo que oían, veían y leían, hoy es una especie de extinción a la que nadie hace caso, salvo cuando se convierte también ella en diversión y espectáculo” (4). Nos dejamos llevar por las multitudes, valoramos más un concierto de David Guetta, que incluso puede resultar estentóreo. Materialmente no se deja al hombre estar consigo, quiera o no tiene que estar con los demás (5). El que piensa pierde, el que siente gana. Confundimos la libertad con libertinaje y creemos que nuestras ideas, a pesar de no tener fundamentos válidos, deben ser escuchadas y aceptadas. Gracias a Facebook creemos que podemos “eliminar” y “bloquear” a cualquiera que no esté de acuerdo con nuestras ideas cuando en la vida real debemos convivir con todos, estemos o no de acuerdo. A esto podríamos llamarle “democratización y banalización de la libertad de expresión”, lo que nos lleva a nuestra segunda forma de conocimiento elegida: el lenguaje. El hecho de que las redes sociales sean globales, de todos y para todos, hace que tengamos voz con o sin conocimiento previo de las situaciones discutidas, principalmente las controversiales. En comparación con la generación X, que a pesar de no tener tantas alternativas de comunicación, ellos son más tolerantes. Son “escuchadores activos” pero de difícil convencimiento. Por otro lado, nosotros tenemos la habilidad de comprender y comunicarnos con tan sólo ciento cuarenta caracteres en Twitter y unirnos y luchar con un sólo hashtag. Nuestra manera de informarnos debe ser rápida pero además entretenida. He ahí el nacimiento de los famosos memes que no sólo son una forma de expresarnos sino que nos dan una visión humorística de incluso las situaciones más trágicas. Son imágenes cómicas con referencia a cualquier situación diaria o suceso importante que al ser compartido a través de las redes sociales tienden a volverse virales. Pero, ¿hasta qué punto tomarnos todo con gracia nos ayuda a superar realmente conflictos tanto personales como sociales?

Hablar de WhatsApp es volver a lo efímero, a lo instantáneo en donde incluso nuestros sentidos se han visto influenciados por la tecnología. Nuestro sentido de la vista ha sido el más agudizado en las últimas décadas. La publicidad no sólo nos ofrece algo, también nos obliga a tener un ideal que es difundido a través de la imagen. La generación X no sólo nos vende un producto sino también nos vende un ideal de vida y de belleza. Nosotros, los millennials, nos sentimos engañados y frustrados, pero no sólo por el hecho de que probablemente nunca alcanzaremos el idóneo sueño americano, sino que somos bombardeados por esa idea de vida perfecta todo el tiempo. La estética, siendo una de las ramas más jóvenes de la filosofía, ha logrado opacar a las otras puesto que en la actualidad la belleza y la perfección juegan un papel fundamental cuando se critica a una persona. Nos convertimos en objetos que juzgar, no en humanos con conocimientos por debatir. Este culto a la belleza ha perjudicado principalmente a la mujer, somos caras bonitas, objetos en un comercial y no seres pensantes, capaces o con metas. Sin embargo, a diferencia de la generación X, esto no fue aceptado y en la era millennial se levantó en revolución con el grito “¡Ni una menos!”.

Dejando de lado las comparaciones, la realidad es que ambas generaciones estamos obligadas a convivir diariamente. En casa con nuestros padres, en la escuela o universidad con nuestros maestros y en el trabajo con nuestros jefes o incluso compañeros. Hemos sido criados por la GenX y estos actúan como nuestros mentores teniendo el deber de educarnos y guiarnos.

Los millennials estamos acostumbrados más a lo audiovisual y a la multimedia, es por eso que anhelamos un cambio en la educación pues estar sentado siete horas escuchando a un profesor que sólo escribe en la pizarra esperando que nosotros memoricemos en casa lo que dijo en clase no es más el método de enseñanza correcto. Los jóvenes ya no adquirimos conocimiento de esa manera, también buscamos diversión en el aprendizaje, algo que en efecto es necesario y totalmente positivo. El aprendizaje no debe ser una lucha diaria sino un placer. La democratización de la información es un arma de doble filo porque tenemos acceso a absolutamente todo lo que queramos. Pero el problema empieza cuando no sabemos criticar la lluvia de noticias e ideas que encontramos en Internet. Además hace falta utilizar sabiamente todo ese conocimiento. Para esto es importante el análisis, saber apropiarnos de la información correcta. Como millennials tenemos una confianza natural en la tecnología pero necesitamos con urgencia una educación basada en la crítica y el análisis. ¿Pero cómo lograr eso si Google no nos da tiempo para ejercitar nuestra mente? Buscamos en Wikipedia y asumimos como verídico todo aquello que leemos sin estar conscientes que para producir conocimiento se necesita de previas investigaciones, de acierto y error. La respuesta a estos problemas la encontraremos primero, cuando dejemos de satanizar el conocimiento que nos ofrece el Internet. Los pioneros en reconocer el valor epistémico de las redes sociales fuimos los millennials. Y en segundo lugar, promoviendo la lectura complicada que finalmente, es aquella que nos hace dar cuenta de cuánto nos falta por aprender. La lectura, como cualquier otro arte, va de la mano con la cultura y como diría Abraham Valdelomar, sin cultura no hay ciudadanos y sin ciudadanos no puede haber democracia. Es nuestro deber como millennials deshacernos de las lecturas hedonistas, que actualmente son una moda, pues cargamos en nuestros hombros el futuro de una sociedad que poco a poco se va encareciendo de cultura y tradición. Somos ciudadanos del mundo y nuestra responsabilidad borra fronteras. Un claro ejemplo de emprendimiento es la organización Global Millennials for Progress que tiene como misión resolver los grandes problemas mundiales como salud, medio ambiente, educación, derechos humanos y pobreza.

Sin lugar a dudas, cada generación ha significado una transformación y los millennials no son ninguna excepción. El pensador y poeta peruano Gonzales Prada dijo alguna vez que “toda generación trae consigo una voluntaria rebeldía y una inconsciente conservación del pasado”. La nuestra está llena de motivación, de hambre por el éxito. Somos especiales, somos emprendedores, queremos crear un impacto y dejar una huella en el mundo. Tenemos a aquellos que se duermen en sus laureles creyendo que lo saben todo y que son los dueños del mundo y aquellos que se perfeccionan día a día para lograr hacer realidad todas aquellas metas que no los dejan dormir. Estamos en medio de una etapa histórica llena de fanatismos, tanto religiosos como políticos que amenazan la paz y estabilidad con la que tanto millennials como generación X anhelamos. Es por eso que no somos tan diferentes en esencia, sino que debemos reconocernos como complementos y abrir el diálogo. Como canta René Pérez, un gran ídolo actual para nosotros: “no hay identidad, dicen algunos, pero aquí todos llevamos en la espalda el número veintiuno”. Nosotros tomamos la decisión de cuándo y para qué utilizar la tecnología, pero esta debería ser sólo para enfocarnos en desarrollar nuevas habilidades, por lo tanto debemos utilizarla con responsabilidad. Basta de templos de codicia cibernética y abramos más bibliotecas. No es juzgar si está bien o mal el nuevo estilo de vida que traemos, pero algo es cierto, los millennials estamos cambiando de paradigma.

 

NOTAS
(1) Estadística realizada por la revista electrónica The Muse.
(2)  Rushkoff, D. (1991), Generation X: Tales for an Accelerated Culture, Canadá, Paperback.
(3) González-Anleo Sánchez, J. (2015), Generación Selfie, Madrid, PPC.
(4) Vargas Llosa, M. (2012), La Civilización del Espectáculo, Buenos Aires, Alfaguara.
(5) Ortega y Gasset, J. (1970), El espectador, España, Salvat Editores.

 

BIBLIOGRAFÍA
Benavides Ganoza, A. (2015), La ruta natural (Artículos y conferencias), Lima, Biblioteca Abraham Valdelomar
González-Anleo Sánchez, J. (2015), Generación Selfie, Madrid, PPC
Inside Quest [Braydan Willrath]. (2016, diciembre 28). Millennials in the Workplace. Recuperado de https://youtu.be/5MC2X-LRbkE
Marafioti, R. (2004), Charles Peirce: El éxtasis de los signos, Buenos Aires, Editorial Biblos
Martínez, G. Elogio de la dificultad, artículo publicado en el Diario “Clarín” en el Suplemento de Educación, (consultado en línea: www.tallerdesemio/archivos el 13/12/2017)
Ortega y Gasset, J. (1970), El espectador, España, Salvat Editores
Rushkoff, D. (1991), Generation X: Tales for an Accelerated Culture, Canadá, Paperback
Saussure, F. (1945), Curso de lingüística general, Buenos Aires, Editorial Losada
TEDx Talks Official. (2016, enero 18). Generación Z, Rogelio Umaña Martínez TEDxUNITEC. Recuperado de https://youtu.be/o6DOmq5YkJA
TEDx Tals Official. (2016, diciembre 12). Why half of what you hear about Millennials is wrong, Hydn Shaw. Recuperado de https://youtu.be/BPMrcY9z0nM
Vance, A. (2015), Elon Musk, el empresario que anticipa el futuro, Editorial Titivillus
Vargas Llosa, M. (2012), La Civilización del Espectáculo, Buenos Aires, Alfaguara

 

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