Diana Maffía señala los hitos fundamentales en larga marcha feminista desde 1983 hasta la la discusión por el aborto en el Congreso de la Nación.
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Lo que hoy vemos en relación al feminismo es un cambio que se vino produciendo en nuestro país durante los 35 años de democracia, con cuatro etapas bien diferentes. La afirmación democrática durante la década del 80; la ley de cupo y el giro internacional en Derechos Humanos durante la década del 90, el ascenso de los feminismos populares en torno de 2001; y, como dice Luciana Peker, la Revolución de las Hijas a la que estamos asistiendo en este mismo momento.
De la primer etapa me gustaría destacar dos momentos: el 8 de marzo de 1984 y el primer encuentro nacional de mujeres de 1986. El 8 de marzo de 1984, en la plaza del Congreso, fue la primera concentración feminista después de la dictadura. Debemos haber sido 600 mujeres que, desde el escenario que miraba al Congreso, expresamos qué leyes esperábamos de la democracia. Dos años después, en 1986, organizamos el primer encuentro nacional de mujeres. Desde entonces, el encuentro se ha mantenido como un modo de autogestión política del movimiento de mujeres. En cada encuentro ocurre todo lo que Hannah Arendt pone como condición de la democracia: encontrarse en lo público y discutir, dialogar sobre los temas que nos importan, producir lo político. Cosas que muchas mujeres conocen por primera vez en su vida cuando participan de un encuentro, aunque para los varones sea lo que les pasa todos los días. Desde aquel primer encuentro de 1986, el encuentro nacional de mujeres no se ha dejado de hacer un solo año. Y pasó de no más de 1.000 mujeres en 1986, a las más de 60.000 que participamos en los últimos años.
De la década del noventa destaco dos grandes logros: la ley de cupo electoral en nuestro país y el giro internacional sobre los derechos de las mujeres que, desde mi punto de vista, generó un marco para impulsar muchas mejoras, como la propia ley de cupo. En el año 1990, en San Bernardo, en la provincia de Buenos Aires, se realizó el Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. En ese encuentro, y aprovechando la experiencia de las mujeres de Costa Rica que acababan de lograr la sanción de una ley de cupo en su país, mujeres radicales, peronistas e independientes discutimos estrategias para que se sancionara una ley de cupo en la Argentina. Después de mucho debate y organización, finalmente se sancionó la ley en 1992. Y se puso en práctica por primera vez en 1994, para elegir convencionales constituyentes. Esa ley significó un antes y un después para la democracia argentina. A partir de que hubo ley de cupo y mujeres en la legislatura se sancionaron todas las leyes que afectan los cuerpos de las mujeres: la ley de violencia, la ley de parto humanizado, la ley de lactancia, la ley de salud sexual y reproductiva, la ley de reproducción asistida. Y ahora estamos debatiendo el aborto. Todo esto se fue dando en nuestro país mientras a nivel internacional también ocurría un giro muy importante en términos de derechos de las mujeres, con las conferencias de Viena de 1993, del Cairo de 1994 y de Beijing en 1995. En Viena se reconoció por primera vez que los derechos de las mujeres formaban parte de los Derechos Humanos. En El Cairo, en 1994, se resolvió que los países no debían tener políticas natalistas, o no natalistas, sino que debían velar por los derechos sexuales y reproductivos de las personas. En Beijing, en 1995, un amplio grupo de feministas nos organizamos durante dos años para que una delegación nos representara en el encuentro de organizaciones simultáneo al encuentro de delegaciones estatales y pudiera contrarrestar la acción de la delegación oficial que acordaba sus posiciones con el Vaticano y los países islámicos.
A medida que nos fuimos acercando al 2001 ganaron espacio nuevos feminismos populares. En plena crisis económica, hubo mujeres que decidieron armar sus propias organizaciones cuando advirtieron la misoginia brutal que predominaba en muchas organizaciones que impulsaban las asambleas. El movimiento piquetero lo empezaron mujeres, fueron ellas las primeras que cortaron las rutas y que prepararon las ollas populares. La irrupción de estos feminismos populares tuvo que enfrentar la desconfianza o el desinterés de un feminismo ilustrado que, no pocas veces, se comportó de una manera elitista. Sin embargo, estos feminismos de base popular ya están completamente legitimados en todo el espacio feminista.
En estos días, a partir de la discusión del aborto, estamos viendo una verdadera renovación en el feminismo. La irrupción de las adolescentes con sus propios modos performativos de poner el cuerpo y de usar la palabra; todo más multicolor y alegre que los documentos que escribíamos nosotras en la década del noventa. Esta movilización de las jóvenes, que Luciana Peker llamó «La revolución de las hijas», sacó al feminismo del lugar exclusivo del saber académico o técnico sobre las cuestiones referidas las mujeres y lo llevó a la calle como nunca antes.
A partir de aquí la cuestión es cómo se materializan avances concretos, y esto depende mucho de cuál es la preparación que tiene la sociedad. Uno de los problemas más evidentes es que discutimos con legisladoras y legisladores que usan argumentos del siglo XIX. Son representantes que ahora ven un millón de personas en la calle y no entienden de dónde salió. No entienden que mucho de todo esto ya estaba ahí, que se estuvo construyendo durante muchos años, desde la vuelta misma de la democracia. No nos vieron organizándonos. O sí nos vieron, pero no le dieron importancia: “son las mujeres”, nos ven como parte de otros colectivos pero no en nuestra propia agencia política.
En esos 35 años el movimiento feminista argentino construyó modos propios, muy diferentes de los que predominan en los partidos y la política en general. Por ejemplo, en el feminismo, el liderazgo no pasa ni por “ponerse los pantalones”, ni por “poner lo que hay poner” sobre la mesa, ni por una pirámide, ni por la obediencia vertical. Nosotras nos organizamos de maneras mucho más difusas y cooperativas. En los documentos finales del encuentro nacional de mujeres constan todas las posiciones que se expresaron para evitar que una mayoría deje sin voz a las minorías. O las vigilias por la sanción de la ley de aborto: un millón de personas en la calle, ni un solo acto de violencia. Ni una sola depredación del espacio público; como estamos acostumbradas a levantar lo que otros dejan, tenemos muy claro quienes pagan los platos rotos. Quiero decir que hay muchas formas de intervención feministas, pero todas las formas de intervención, que son muy variadas y van desde construir una biblioteca pública sobre mujeres hasta un tetazo, comparten un rasgo que atraviesa a todo el feminismo: no hay “dueñas” del feminismo, y por lo tanto no hay ninguna mujer que espere obediencia de las otras.