Un nuevo capítulo y una nueva entrega de esta reflexión semanal de la última temporada de Game of Thrones. Sólo faltan tres capítulos para que finalice uno de los fenómenos televisivos más grandes de todos los tiempos. No eran pocas las dudas sobre qué iba a pasar. ¿Cuál es el sentido de continuar con la serie si «la gran batalla» ya sucedió? ¿Qué es lo que nos depara en estos próximos tres episodios? ¿Qué sucedió además de la aparente explosión de acción, sangre, armas y oscuridad? Escribe Belén de los Santos.

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Sigo, seguimos, con esta tensión vuelta adrenalina, vuelta angustia, vuelta grito en el pecho. La batalla nos atravesó de cuerpo entero y así, desgastadxs emocionalmente, nos juntamos a procesar la experiencia. Seguramente en días, en años, se puedan decir muchas cosas más, con la frialdad analítica y la distancia prudente del críticx. Hoy, con el estremecimiento a flor de piel, puedo solo pensar desde los sentidos, desde el cuerpo.

Y no es casual que sea así. Asistimos a un episodio ultrasensorial. No alcanza con decir que vimos el tercer episodio de la última temporada de Game of Thrones—porque hay mucho, de hecho, en lo que no vimos–. Lo cierto es que sentimos la batalla de Winterfell, cada segundo de esta larga noche, sin disminuir la atención, sin relajar los músculos, en un in crescendo de tensión tan palpable que nos dejó un poco (o muy) hipnotizadxs. Pensemos cómo.

Una guerra contra la oscuridad

Desde el episodio anterior venimos dándole forma a un significado: esta guerra que enfrentamos es la guerra contra la muerte misma, contra el invierno, contra la desaparición de todo el mundo conocido de Westeros, contra la destrucción de la memoria. Las imágenes se superponen y juntas van construyendo en nuestro imaginario al más terrible y más radical oponente. Visualmente, todas las anteriores se condensan en una imagen (o la ausencia de imagen, para ser más exactxs). Se trata de la guerra contra la oscuridad.

La oposición luz-oscuridad recorre la serie entera, lo mismo que sucede con el par invierno-verano o frío-calor (he ahí el nombre de la saga, como prueba irrefutable). Se trata del juego de valores contrapuestos que funciona como esqueleto de todos los significados que, sobre ellos, se van construyendo. Winter is coming es la advertencia que venimos repitiendo como mantra desde un comienzo (y que a algunxs —además— nos ha ayudado también a enunciar algo de nuestro propio contexto político). En esta sucesión de imágenes, podemos pensar cómo, a lo largo de la serie, el invierno —el frío, el hielo— se iguala a la noche —la oscuridad— y todos se vuelven símbolo de la muerte. Durante tantos años hemos intercambiado estos significados como equivalentes que juntos han formado el imaginario propio de la serie: «The night is dark and full of terrors», segunda frase icónica, se instaló como representante de la gran amenaza por venir. El episodio del domingo fue, ni más ni menos, que la llegada de aquella noche que tantas veces invocamos.

Me resultan, entonces, por lo menos curiosas algunas reacciones (de lo único que pudo objetársele a esta pieza hermosa que atravesamos). Para una serie que ha anticipado la llegada de la oscuridad con tanta insistencia, en una frase que fue twitteada, instagrammeada, impresa en remeras hasta el cansancio, demasiadxs se sorprendieron de que el capítulo fuera oscurso  —insertar emoji de chicx levantando los bracitos—. Memes aparte, la dificultad para ver logró desautomatizar nuestra percepción visual y hacer del juego de luces y sombras un verdadero protagonista de este episodio. Basta solamente repasar el comienzo de la guerra, representado como una oleada de luz sobre la oscuridad y su réplica oscura sobre el fuego.

Y en el medio, en el cruce, lo gris. Torbellinos de polvo, sombras, fuego y sangre se interponían entre los personajes y nosotrxs. Las escenas se fundían en aquel viento indefinido formando un gran continuum de caos que es la guerra. No recuerdo otros momentos en la serie donde este juego con lo visible y lo no visible, la luz y la oscuridad, tematizado hasta el cansancio por los personajes, se haya representado de forma tan gráfica. Hermoso, poético.

 

Música y silencio

Invierno, frío, oscuridad, muerte. Luego de este capítulo, es necesario agregar un último elemento a la lista: el silencio. Lo cierto es que el contraste de la luz y la oscuridad fue acompañado en todo momento por el juego de la música y el silencio. La sincronía es de una perfección que da escalofríos. No puedo más que rogarle a cada unx que se tome un té (o lo que prefiera) y se regale un rewatch para apreciar los detalles de la musicalización de todo el capítulo.

Freno sobre el inicio de la batalla, que señalaba antes, por poner un ejemplo: lxs héroes y heroínas se alistan frente al castillo de Winterfell. Recorremos, junto con la cámara, las filas de guerreros, sentimos el terror en sus rostros. El silencio casi absoluto se vuelve insoportable, no podemos escaparnos de ese momento ni alivianar la tensión de modo alguno. Más adelante, el ejército Dothraki, portador de la luz, se lanza a la carga y, mientras, sobre la música épica que lxs acompaña se funde el ritmo inolvidable de la apertura: comienza la batalla. Y nosotrxs corremos detrás de ellxs o lxs observamos como Sansa desde el castillo, con la misma adrenalina esperanzada, enfurecida, del inicio. Avanza la ola de luz sobre la nada, dispuesta a todo. Y, de pronto, cuando todo se choca contra la oscuridad, el silencio. Nada como esa escena multisensorial para representar a la verdadera noche oscura, terrorífica.

La musicalización se encarga de transportarnos emocionalmente al lugar donde se juegan la vida nuestrxs personajes favoritos y de ese modo va gestando todo este trip emocional que culmina en el grito final que nos une a todxs. Gritamos nosotrxs, no ellxs, no grita Arya. Pero bien podría hacerlo, tal es la cercanía que alcanzamos. Irreproducible.

 

El payoff emotivo

Clegane respira en primer plano y, de fondo, la pelea no da respiro. Lo llaman pero no responde. El plano sobre la cara nos deja leerlo todo: está abatido. La escena es desesperante, el panorama es desolador. Confrontado, escuchamos lo peor: «Estamos luchando contra la muerte, no puedes vencer a la muerte.» Resignación. «Decíselo a ella», responde Dondarrion.  En ese momento, The hound levanta su mirada y encuentra a Arya. Todo el crecimiento de Arya y de ambxs juntxs nos atraviesa. Clegane se levanta y pelea.

Los gritos que retumban en la cripta nos paralizan. La peor teoría se vuelve realidad: los muertos antiguos se levantan contra lxs más indefensos. Frente a los gritos, en primer plano, Tyrion y Sansa. Antes, ambxs se habían reconocido inútiles en la batalla. Una melodía de angustia y resignación sofoca los gritos. Sansa, temblando, saca la daga que no sabe usar. Se miran lo que parece una eternidad y Tyrion le besa la mano.

Theon, cansado, apenas de pie, derriba los últimos cuerpos que amenazan a su hermano,  lavando sus culpas. Queda parado solo en medio de todos los que logró derrotar. De fondo, un círculo de caminantes todavía lo rodean y el Night King se abre paso. Sabe, sabemos, que ningún esfuerzo será suficiente.  Bran vuelve a sí para redimirlo: «Theon, eres un buen hombre. Gracias.» La cámara se demora en su cara: vemos, sentimos, su recorrido también. Él corre a enfrentar su muerte en un último gran sacrificio.

¿Qué nos emociona? ¿Cuándo logra la ficción conmovernos?  Es la cercanía emocional con un personaje, el recuerdo de sus cambios en cada viaje. En estos tres momentos, instantes de una belleza brutal, nos movemos junto a esos personajes, nos desarmamos. Y hay una razón que explica que los tengamos tan a flor de piel: es la construcción de los encuentros previos. Dijimos y repetimos que los episodios anteriores funcionaban como preludio a lo que venía, al primer gran cierre. Acá, solo tres ejemplos, quizá los más conmovedores. Nuestra experiencia no sería la misma si no hubiésemos pasado antes por el reencuentro de Arya y Clegane, de Sansa y Tyrion, de Theon con sus hermanos de Winterfell. Lo que se viene construyendo culmina en una eclosión que nos desborda. No solo pasan cosas, sentimos cosas, porque nos preparamos antes.

¿Quiénes son, finalmente, nuestrxs heroínas y héroes? Arya, enorme, la hija desplazada que luchó para ser entrenada, que superó el deseo infantil de la pura venganza. La escena de su victoria es un espejo casi cuadro por cuadro de uno anterior, igual de heróico: el sacrificio sorprendente de Lady Mormont. Y, finalmente, Theon, quien pasó de traidor a héroe y cuyo camino incluyó primero la deconstrucción de toda aspiración de poder tradicional, para ponerse al servicio de sus hermanas. Construimos así una épica con todos los componentes clásicos pero con heroínas y héroes diversxs, con caminos zigzagueantes. Quizá sea por eso que Jon no fue determinante, no debía serlo, para darle lugar a lxs otrxs, menos esperadxs y más reales.

A riesgo de ser repetitiva —todxs lo somos un poco y, en algunos casos, vale la pena— necesito insistir en la idea de que asistimos a un hecho ficcional único en su serie, radicalmente nuevo en su forma de interpelarnos. Por un momento, formamos parte del público espectador quizá más amplio de la historia. Juntxs nos sometemos a las leyes de una ficción que no controlamos: esperamos, sufrimos, nos permitimos reír un segundo y después lloramos, gritamos. Emoción más, emoción menos, todxs nos juntamos en esa experiencia. Es lo que vamos corriendo a buscar o decir a las redes, lo que gritamos en el balcón. Antes de buscar teorías, incluso antes de dejarnos llevar por la crítica, buscamos espejarnos en la reacción del otrx, ese otrx que sentimos más cerca que nunca porque acabamos de vivir lo mismo. En nuestra sociedad hiperfutbolizada, en seguida se compara esta experiencia de encuentro con la vivencia de un mundial. Ahora, escribiendo, recuerdo esa frase que el mito popular le atribuye a Borges sobre los mundiales: “Once jugadores contra otros once, corriendo atrás de una pelota, no son especialmente hermosos”.  ¿Hubiese sido capaz de imaginar Jorge Luis que existiría un fenómeno de reacción similar, pero suscitado por una ficción? ¿Nos lo imaginamos nosotrxs, al menos quienes le dedicamos a la ficción o al arte una buena porción de nuestra vida? Está sucediendo y todavía no ha terminado. Sigamos disfrutando.

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