Luego de un capítulo lleno de acción, volvió la intriga y el tiempo de estrategias. El capítulo dio lugar a varias hipótesis sobre el final de la serie. Algunas parecerían contradecir la dirección que desarrolló la obra a los largo de todos estos años. La locura de Daenerys y la presencia de Jon como el lider carismático que merece el poder porque no lo desea se imponen en el capítulo. ¿Qué sigue? ¿Cuál eserá el final acorde al devenir de la serie? Escribe Belén de los Santos.
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“Quizá los hayamos derrotado, pero todavía tenemos que lidiar con nosotros”.
Barajar y dar de nuevo, sin mucho tiempo para el respiro. En un episodio que volvió a jugar con los cambios de atmósfera y la construcción de tensión, se cumplió el desafío básico de llevarnos de la emoción pasada a la intriga que se viene. Entre las primeras despedidas, un ataque inesperado y dos muertes relevantes, esta hora y veinte nos fuerza a centrarnos en lo que Sansa ya había anticipado en “La larga noche”: “¿Y después qué?”
Dany despide a Jorah, Sansa a Theon. Las escenas se replican en espejo mientras la cámara repasa las muertes que ya conocemos. Jon da un discurso que habla de la unión que les permitió llegar hasta este punto: han peleado y muerto juntxs. La imagen de este gobierno tripartito que encabeza el banquete posterior refuerza una dinámica que ya se ha planteado: Dany y Sansa aparecen como las verdaderas líderes en tensión (el norte vs. el trono de hierro) y Jon como el comodín que intenta mantener ambos intereses unidos. Por primera vez desde la gran revelación, la identidad de Jon queda en el centro de la escena. Hasta acá, en gran parte opacada por el desconocimiento de los protagonistas, primero, y por la urgencia de la batalla contra los caminantes, después, el origen Targaryen de Jon no había tenido grandes consecuencias en la trama. Solo ahora, quizá en el último impasse antes de la batalla final por el futuro de Westeros, la cuestión entra en juego.
Ante la doble identidad de Jon, se abren dos posibilidades claras. Por un lado, Jon puede funcionar como el nexo necesario entre los dos poderes en tensión de Dany y Sansa y garantizar la unión de todxs en contra de Cersei, por el bien de Westeros. Este es el rol que ha cumplido hasta el momento, el que les ha permitido ganar la primera guerra. Por otro lado, como Stark y Targaryen, Jon podría convertirse en el centro que lo nuclee todo, desplazando tanto a Dany como a Sansa de sus lugares de poder. Podría ocupar solo y de forma legítima el espacio que ahora ocupan tres. Entonces, Jon como nexo o como centro: estas son las dos configuraciones posibles para pensar la evolución del triángulo de poder que se ha instalado en la última temporada. “Los últimos Stark” gira entero entorno a esta disyuntiva y, desde un primer momento, el episodio intenta guiar nuestras expectativas hacia la segunda opción.
A partir de la escena del banquete, comienza a alimentarse la teoría de la inminente locura de Dany, teoría ya anticipada por algunos indicios en otros capítulos y sobre todo muy presente en el imaginario de lxs espectadores. Dany, rompedora de cadenas, llegaría a Westeros solo para repetir la historia de su padre, el Mad King. Puesto que la idea de la locura de Dany ya se concebía como posible desenlace de la serie, alcanzaron algunos primeros planos de Dany aislada —el dilema del vasito mediante— y de Varys consternado para que fuera un hecho prácticamente comprobado. De ahí en más, hasta el cierre del episodio con un último primer plano de la madre de dragones completamente enfurecida, casi todas las escenas participan de esta gran construcción concentrada de la inestabilidad mental de la reina. Es Dany pidiéndole a Jon que silencie su verdadera identidad y negándose a posponer la partida de las tropas hacia el sur o, más adelante, a evitar la destrucción de King’s Landing. Es Arya admitiéndole a Jon que no confían en ella y Sansa advirtiendo que Tyrion le teme a su reina. Es Varys, sobre todo Varys, con su conspiración en nombre del pueblo y su afirmación de que, ya que estaban, “cocks matter”, “el pene importa”.
No es la construcción de personaje más sutil que haya hecho la serie y esto puede deberse a las limitaciones de tiempo que impone la temporada, a la necesidad de comprimir el proceso que atraviesan los personajes entre una guerra y otra en un solo episodio o incluso menos. Lo mismo, en un segundo plano, ocurre con el recorrido de Jamie y Brianne. El encuentro sexual entre ellxs, tan anticipado como necesario, funciona en perfecta en sintonía con su reencuentro en el episodio 2. Luego, apuradxs por las circunstancias y la necesidad de llevar a Jamie al otro lado del mapa, la interacción queda desdibujada: el proceso de Jamie al enterarse del ataque de Cersei es un tanto abrupto y desconocemos totalmente a Brianne, llorando en camisón ante su partida. No creo que se trate de una traición a los personajes mismos, sino de falta de tiempo para la construcción de esa situación. De la misma manera en que intentamos comprender el potencial del fenómeno estético nuevo que implica la serie, es necesario reconocer sus limitaciones, tanto de presupuesto como del efecto focus group y la necesidad de apurar batallas.
Lo cierto es que la locura de Dany pareciera ser un hecho, aunque un hecho apresurado, más aún cuando agregamos a la mezcla las muertes de Rhaegal y de Missandei. Es justamente por esto —y ahora llega el momento de sumarme al juego de predicciones, por qué no, si es ahora o nunca— que me inclino a pensar que esto no va a suceder, que Dany tendrá su momento de redención, que llegado el instante adecuado, “tomará la decisión correcta”, como espera, y casi ruega, Tyrion. Aunque esto le cueste el trono o incluso la vida. Yo también espero y casi ruego.
Hasta el momento, sabemos que lo ocurrido en los primeros tres episodios funciona como una secuencia ya cerrada sobre sí misma. Diría, incluso, que esa secuencia termina con el banquete a modo de epílogo o intervalo: encuentros – relatos – batallas – despedidas. Luego, la trama vuelve a ponerse en acción ya en miras a la última guerra. Sabemos también que lo que sucedió en este cuarto episodio cobrará verdadero sentido al finalizar la temporada. Lo que nos queda, por el momento, es intentar entender hacia adonde apunta el recorrido de las tramas que deben aún cerrarse. Y, si miramos atrás hacia la primera temporada, toda la serie se une en la construcción paulatina del camino hacia el poder de Daenerys. El nacimiento y crecimiento de sus dragones, su propia transformación en Khaleesi, la conquista de otros pueblos, la formación de su leal ejército: todo la lleva hacia la búsqueda del trono de hierro. Es su destino, esa palabra que sistemáticamente escuchamos y que en la lógica del relato épico implica el final del recorrido de la heroína. Ese destino, ser reina de los siete reinos, puede cumplirse o no, eso está claro. Pero su participación en la primera guerra fue nula. La idea de que ese destino que se viene forjando en la trama quede trunco, que simplemente se disuelva en una locura oportuna y quede virtualmente en la nada no sabe a plot twist —a la Ned Stark—, sino simplemente a una construcción argumental fallida.
Y esto es solo considerando el personaje de Daenerys. Si ampliamos el análisis al plano del recorrido de todas las mujeres dentro de la serie, este posible rumbo para la trama suena aún más incoherente. El diálogo de Sansa con el perro durante el banquete generó un gran revuelo por su alusión a Joffrey y a Ramsay. Y se entiende la reacción porque, como ya he escrito en otro momento, dentro de los universos ficcionales más populares de los últimos tiempos, el de Game of Thrones es uno donde la reforulación de los espacios de poder de las mujeres ha ocupado un rol central, prácticamente dando vuelta por completo la lógica medieval del planteo inicial. Sin embargo, creo que el posicionamiento ideológico de un hecho artístico no se deduce del diálogo entre los personajes, sino del arco argumental total que propone la ficción en su cierre. Entonces, por más desafortunado que haya sido el comentario de Sansa —que creo debería pensarse en sintonía con la idea de que todo lo ocurrido lxs ha llevado a todxs a este momento final, más que en una insostenible justificación de las violaciones—, mucho peor y más incoherente resultaría que, a horas del final, se decidiera ungir como el elegido al heredero varón porque —Varys nos explica— es lo más conveniente. La cuestión del género no solo ha sobrevolado la serie en su totalidad, sino que es abordada en este último episodio de forma directa tres veces; demasiadas veces, diría, y de forma demasiado obvia como para borrarla de un plumazo sin otra motivación que la locura hereditaria de lxs Targaryen. Podemos perder a Dany, podemos perder el trono mismo, pero no podemos perder la posibilidad de que la reina llegue, aunque sea, a pelear por su trono porque el hecho de que sea mujer resulta inconveniente.
Volvamos al banquete. Minutos antes de ceder a la paranoia en primer plano, Dany muestra otra actitud. Una actitud que con el paso de los minutos queda sepultada entre sus miedos y su preocupación por el vasito de Stark-bucks. La madre de dragones tiene un único gesto político acertado desde su llegada a Westeros: el nombramiento de Gendry. Por un instante, la habilidad diplomática triunfa sobre la imposición de la fuerza tiránica: un instante populista, pero de ese populismo hábil y necesario que nos hace sonreír, del que se construye toda adhesión política.
¿Quizá sea algo de eso lo que prevalezca sobre su tan anunciada locura? ¿Podría suceder que Jon cayera, que en su memoria Dany lograse conquistar la simpatía de Sansa y ambas lucharan contra Cersei? Un instante es todo lo que se necesita, un momento de redención para no dar por tierra con la construcción de todos estos años y, después, el trono le quedará —si queda— a quien la trama diga.