«Todo lo sólido se desvanece en el aire», dijo Marx. Esa frase también fue el título de uno de los libros más conocidos de Marshall Berman. Zygmunt Bauman analizó hasta el final de su vida el devenir «líquido» de todos los aspectos de la sociedad y la cultura. Byung Chul-Han nos presentó el vértigo de la velocidad de la vida contemporánea. Desde hace unas décadas vivimos una hiper-aceleración de la vida cotidiana. No sólo tenemos menos tiempo para todo, también menos paciencia. Las nuevas generaciones, más que las anteriores, buscan velocidad y resolutividad. ¿Cómo resolver los problemas en este contexto? ¿Cómo cumplir con las nuevas demandas de la vida? ¿Es posible pensar, también, un tipo de terapia adaptada a los tiempos que corren y a sus necesidades? En esta oportunidad escribe Marcela Collia, terapeuta cognitivo-conductual y sexóloga.
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Del taxi pasamos al Uber, el delivery dejó de ser una heladera llena de imanes para convertirse en un par de aplicaciones en las que se puede surfear el menú de manera sencilla y poco comprometida. Al parecer, nuestra generación favorece ciertos hábitos existentes con pequeños cambios, algunos centrados en lo que podemos hacer con nuestros teléfonos, sin necesidad de hacer llamadas. Obsoleto también está el buzón de voz, reemplazado por las notas de voz, de las que muchos nos quejamos por ser extensas. La trama de, por ejemplo, ‘El Gran Lebowski’ no existiría sin contestador. Mad Men, en especial el último episodio, no sería nada sin las llamadas al teléfono fijo.
Entonces ¿qué pasa con la terapia? Para empezar, Argentina es un país donde ir al psicólogo o a la psicóloga no es tabú. Personas de todas las edades, estén o no en un momento complicado van a terapia y nadie suele preguntar por qué. De hecho es el país con la mayor cantidad de psicoanalistas por cabeza.
Entonces podemos partir de la base de que las personas de nuestra generación no van a considerar a la terapia como algo problemático y es difícil encontrar gente que nunca haya probado al menos una vez. ¿Qué lleva a nuestra generación a terapia? No sé si podemos dilucidarlo. Yo me especializo en sexualidad, entonces hay un sesgo en las personas que se acercan a mi clínica. Si bien muchas veces la terapia termina tocando otros temas, la demanda inicial suele ser algo relacionado a lo sexual a o a las relaciones sexoafectivas.
Dada la formación en la mayoría de universidades y, especialmente en la universidad pública, la mayoría de terapeutas adhieren a una teoría que involucra terapias a largo plazo, con pocas intervenciones de parte del analista y en muchos casos con una soberbia de que es la única forma de hurgar lo suficientemente profundo para poder resolver los problemas de raíz. Sin ir más lejos, una clienta mía acaba de comunicarme que su psicóloga no le permitía dejar el tratamiento a menos que vaya un mes más y que dedicó la última sesión a tratar este tema. Muchas de las explicaciones a problemas están basadas en textos escritos hace 100 años, de casos únicos o en estructuras que no pueden verificarse como existentes dado que no pueden refutarse.
Ahora bien, como el efecto placebo puede funcionar en muchas personas y, de hecho sería interesante, al menos en mi perspectiva, hallar formas éticas de implementarlo, las pseudo ciencias también pueden tener un potencial sanador, incluso aunque este lleve 10 años o más.
Volviendo a nuestra generación, es importante tener en cuenta que, como necesitábamos, incluso sin darnos cuenta, que algo reemplazara al taxi, incluso al radio taxi, podemos estar necesitando otros tipos de terapia que sean más amigables con todos estos hábitos que hemos ido adquiriendo en los últimos años, especialmente ligados a la tecnología. Por ejemplo, yo trabajo con el cliente como colaboradora o herramienta. Le digo cliente porque viene a obtener un servicio e intento que el proceso sea lo más simétrico posible. Utilizo mis experiencias como ejemplos y para que las personas vean la vulnerabilidad en sus terapeutas. A su vez, diseño un plan de acción supervisado por ellos que voy realizando durante la sesión. El mismo se trata de propuestas accionables y personalizadas, a las que les sumo el material necesario para cumplirlas. Este puede ir desde meditaciones guiadas hasta pornografía no mainstream que es paga y a la que muchas personas no tienen acceso.
Si bien estamos en una época de la tan repetida ‘deconstrucción’, me resulta más interesante, como profesional de la salud mental, pensar en modificar o en construir terapias alternativas cuyos objetivos sigan acercándose a las terapias basadas en evidencia desarrolladas en el siglo pasado y cuyas modalidades pueden utilizarse como cimientos. Entendemos que cualquiera sea el problema que nos aqueje vamos a terapia a cambiar algo. Me atrevería a decir que es el único factor en común detrás de todas las demandas. Incluso cuando vamos a enfrentar una situación difícil, como un duelo, lo que buscamos es modificar la tristeza existente a través de las etapas del duelo, la última de las cuales es la aceptación. Uno puede ir y venir dentro de estas etapas, pero busca finalmente poder cambiar sus sentimientos para aceptar que algo no está más y que la vida puede seguir sin aquello que se fue o murió.
Podemos empezar por cambiar nuestros pensamientos, nuestras conductas o nuestras emociones. Cualquiera de estas tres requiere un cambio de perspectiva. En las últimas terapias que hice, especialmente ya trabajando como terapeuta, sentí que me estaban estafando. Sentí que, en muchos casos, estaba pagando una suma exhorbitante por intervenciones que o no estaban dirigidas a mi subjetividad o simplemente eran inexistentes. Ademas, se me pedían que fuera semanalmente. Es indudable que los procesos de cambio llevan tiempo y quiero aclarar que no esperaba que mis problemas se solucionaran en una sesión ni mucho menos. Pero no sentí que me estaba llevando nada a casa, especialmente cuando una mujer pasó una hora de mi vida asintiendo con la cabeza y diciendo ‘aham’.
Quizás intervenga mi ansiedad, pero siento que las terapias dirigidas a resultados, quizás a corto plazo pero con objetivos claros, podrían llegar a tener más éxito con nuestra generación. Claramente esto depende de lo que se busque en el espacio terapéutico. Es decir, yo leo a Jung porque me da placer entender mejor a la humanidad y la evidencia que él halla sobre la potencial existencia de un ‘inconsciente colectivo’ pareciera certera, pero de todas formas no es irrefutable. Por lo tanto, no podemos hablar de una ciencia. Que nos dé placer indagar sobre nosotros y nosotras a través de personas que indagaron y publicaron acerca de la humanidad o de casos particulares que resaltan por determinadas características no está mal, como tampoco lo está que recurramos a un profesional que nos guíe en este proceso. Ahora bien, debemos saber en lo que nos estamos metiendo.
Si este no fuera el caso, propongo a terapeutas y personas que acuden a terapia una reflexión sobre el proceso terapéutico y en qué consiste el mismo. Además propongo un modelo juvenil si se quiere que resuene con nuestra generación. No toda nuestra generación, pero al menos que esté orientado o informado por las cosas que parecen haber cambiado en los últimos años.
Primero me parece importante que tanto paciente o cliente sepan qué tipo de terapia van a realizar y que exige de ellos y ellas. Mucha gente va al psicólogo o a la psicóloga por recomendación o por la obra social sin saber en qué se está metiendo. Me ha pasado de pedir un tipo de terapia especial en una derivación y que el psiquiatra a cargo me mande a una terapeuta que adhería a otro marco teórico no basado en evidencia, o por lo menos uno cuyos pilares no necesariamente tienen que ver con la evidencia.
Por otra parte, creo que todos y todas los y las terapeutas deben comunicar su método de trabajo a sus clientes y clientas antes de comenzar un tratamiento, ahorrándoles tiempo y dinero. Esto suena obvio, pero no es algo que ocurra. De hecho, no hace tanto, le pregunté la orientación a una psicóloga a la que iba a ir y me dijo que lo charlábamos en sesión. Es decir que yo debía abonar para saber cómo iba a ser mi tratamiento. A su vez, las primeras sesiones suelen ser de reconocimiento. Si bien comprendo que es el momento para conocer a la persona, diseñé un cuestionario de admisión para que cuando la persona llegue a sesión yo tenga una idea, por más superficial que sea, de qué la está aquejando y tenga tiempo de realizar las investigaciones pertinentes, ya sea en material de estudio o en supervisión con otros y otras profesionales de la salud mental.
Siguiendo esta línea, otra cosa que me llama la atención en mi clínica diaria es que mucha gente joven prefiere terapeutas jóvenes aunque se nos crea inexpertos e inexpertas. Tanto mi prolífica experiencia personal como mi ávido interés autodidacta permiten que la teoría y la teoría aplicada se hayan cristalizado en mi cerebro. Por esto también, lamentablemente, tenemos que buscar específicamente terapeutas que tengan experiencia con clientes o clientas LGBT, en vez de confiar en que los y las terapeutas serán capaces de tratar a estas personas. Incontables veces he tenido que perder tiempo de sesión explicando cómo funcionaba una relación abierta para que no se viera como un mecanismo de defensa. Incluso se me ha tildado de temeraria por ser auto experimental.
A qué voy con esto? Creo que la generación de terapeutas que tienen 20 o más años de trayectoria deben adaptarse e informarse, informar a sus clientes y clientas acerca de sus orientaciones e intentar adaptarse a sus tiempos. Pero quizás esto es imposible, y no está mal. Seguramente hay personas que desean tratarse ya sea con terapeutas experimentados o experimentadas y/o realizar terapias a largo plazo que no necesariamente estén basadas en evidencia.
Al resto, les propongo construir distintas formas en las que nos dirigimos hacia el cambio. Por un lado propongo una apertura acerca de cómo se trabaja que esté a mano de los clientes y clientas antes de comenzar un proceso terapéutico. Por otra parte, sugiero basar la terapia en factores que la ciencia ha demostrado funcionan. Además, me parece que la juventud (no necesariamente reflejada en la edad, pero si en lo experimental) es un factor clave para interactuar con más juventud de forma unilateral. Es increíble sentarse frente a alguien que entiende de una forma no paternalista lo que a cada persona le está pasando. Propongo, además, un componente práctico, quizás basado en el uso de la tecnología, en forma de e-mails con pasos accionables; recursos, como sitios web, meditaciones guiadas, etc; y un foco en lo que la persona quiere, puede y debe hacer entre sesiones. He visto, al menos en mi práctica, que clientes y clientas con mayor adherencia a planes de acción son quienes realizan mayor progreso en menos tiempo y pueden realizar el cambio de perspectiva mencionado previamente.
Este artículo no busca postular que una terapia es mejor que otra, sinceramente siento que esto se debe principalmente a factores temperamentales y/o generacionales. Al contrario, intenta, quizás torpemente, observar a la generación joven, su comportamiento y preferencias e intentar responder a sus necesidades de forma elegante y atinada.