Viajar nos obliga a salir de nuestro lugar de comodidad. No sólo nos desplazamos en una geografía, sino también a través de la(s) lengua(s) y de distintos puntos de vista. Viajar es una forma de descentrarse. Ver, oír y no juzgar. Como en un acto zen, hay que vaciarse para que el paisaje y las voces entren. Es así: escribir una crónica de viaje es cualquier cosa salvo soplar y hacer botella. Es por esa razón que, en esta oportunidad, el escritor Javier Sinay nos presenta unos cuantos consejos a tener en cuenta a la hora de hacer una buena crónica.

 * * *

 

El desafío de un escritor que viaja es encontrar su historia… y saber aprovechar el tiempo del viaje para conocerla a fondo y contarla. Nadie te puede enseñar exactamente cómo es eso de encontrar tu historia. A veces es una tarea sencilla; a veces puede ser casi imposible. Depende de la mirada, de tu mirada. Es tu mirada posándose sobre la geografía de ese nuevo territorio en el que vas a estar, y me refiero, especialmente, a la geografía humana. La mirada –invocada una y otra vez por los maestros de la literatura de realidad– es la capacidad de enmarcar una historia, de saber de qué se trata, dónde comienza, dónde termina, cómo avanza, quién es el protagonista, quién el antagonista, ese tipo de cosas. Parece fácil esto de enmarcar una historia, pero creeme: no lo es. Y si estás lejos, en una tierra más o menos desconocida, vas a necesitar afinar tu mirada para hacerle frente a ese “lujo de dejar todas mis creencias y certezas en casa” que describe Pico Iyer, uno de mis escritores viajeros favoritos, en su artículo “Why we travel”.

Lo segundo que tenés que hacer es aprovechar tu tiempo, porque en un viaje el tiempo siempre es breve. Saber usarlo es poseer una extraña mezcla de inteligencia organizacional y sentido de la oportunidad. Sé duro y metódico como para ganar todo lo que puedas ganar, y a la vez sé lo suficientemente maleable como para perseguir una rara avis que se te cruce en el camino.

Al empezar, lo mejor es imaginarte qué vas a ir a buscar. ¿Qué tipo de historia te gustaría contar a la vuelta? Para algunos escritores, leer vorazmente sobre el sitio adonde viajarán es tan importante como armar bien el equipaje: leen crónicas, novelas, un poco de historia, periódicos y hasta guías de turismo. Y así comienzan a delinear su proyecto. Otros prefieren llegar sin nada y entregarse a la sorpresa. Martín Caparrós dijo en una vieja entrevista que, entre el turista (que viaja como un consumidor) y el viajero (que anda como un hippie en Katmandú) está el cronista: ese que viaja para tomar contacto y para entender.

Volviendo a lo anterior, yo estoy más cerca de los primeros, de los que leen sobre su destino. Pienso que el grado de preparación del viaje depende del texto que vayas a escribir. Y también creo que, aunque tengas un plan, deberías dejarle a la improvisación un buen espacio para que ocurra. Los escritores que adoran lo inesperado son muchísimos: de Paul Theroux (“El riesgo es tanto un desafío como una invitación”, escribe en su libro Fresh Air Friend) a Beatriz Sarlo (quien en Viajes: De la Amazonia a las Malvinas incluso elabora una teoría de lo inesperado en un viaje).

Andando ya, mochila al hombro, lo mejor es llevar un diario de viaje. Para escribir Camino al Este: Crónicas de amor y desamor, utilicé cuatro cuadernos para registrar esa historia a lo largo de 15.000 kilómetros. Lo notable de esto es que en esas hojas, al escribir in situ, podés testear la potencia narrativa de tus experiencias. Algo que ocurrió hoy y que te parece que hará una escena increíble en tu crónica puede no llegar a convertirse en ese material tan útil si no lo podés capturar con las palabras justas, si no lográs traducir la vivencia o si, simplemente, no lo sabés escribir bien. Y ésta, justamente, es una de las cosas más difíciles para cualquiera que quiera escribir su crónica de viajes: hay que saber qué hacer al volver.

Sacá fotos, grabá videos y audios, guardá objetos: hacé todo lo que puedas para recordar, en casa, qué sentiste en ese momento especial sobre el que vas a escribir. Lo mejor, como siempre, es respetar la máxima de show-don’t-tell: mostrá todo lo que puedas, no uses palabras de más, y que el lector sienta lo que vos sentiste.

Para contar una historia protagonizada por gente de un lugar ajeno es obvio que tenés que tomar contacto. Aprender el idioma, o al menos cinco palabras de cortesía, no sólo es recomendable, sino obligatorio. Aún en tiempos de globalización y de dominio del idioma inglés, detenernos a conocer algo de una lengua lejana es una cuestión de respeto y de empatía. Saber decir “hola” en la lengua local es dar un primer paso en el largo puente hacia el encuentro con el protagonista de tu historia.

¿Creés que es una obviedad? Yo también lo creía hasta que vi cuán pocos extranjeros eran capaces de decir “Сайн уу” en Mongolia. Contamos historias humanas: viajar es un modo de conocer y de quitarnos algunos velos de ignorancia o de prejuicio. Por eso en un viaje, mientras podemos preguntarnos sobre el mundo y los otros, también podemos preguntarnos mejor sobre nosotros y nuestro hogar. Viajamos y aprendemos, y al aprender surgen más preguntas y queremos seguir aprendiendo, como si fuera un círculo virtuoso. Pero todo esto de achicar las distancias y de acercar las culturas comienza con un saludo sencillo: Сайн уу.

La clave es contar historias locales que nos representen en un nivel global. La historia del señor Liu, que todas las mañanas va a un parque en Pekín con un currículum vitae de su hija, es un ejemplo. El señor Liu es un jubilado de 66 años y busca un novio para su hija en un parque en el que hay otros como él, padres y madres que quieren encontrar novio o novia para sus hijos. El señor Liu vivía en la provincia de Henan, a unos 1.000 kilómetros de Pekín, pero se mudó para ayudar a la chica, que tiene 33 años y es bastante tímida. Cuando le pregunté si le podía tomar una foto, me dijo que no. Lo mismo ocurrió con los otros padres. Nadie quería posar y me advirtieron que hacía poco, en ese mismo parque, le habían roto el teléfono a un periodista. Resulta que tener un hijo soltero o una hija soltera en China es una deshonra. Seguro podés entender la aflicción del señor Liu, aunque, como a mí, te resulte insólito esto de que padres y madres se reúnan en un parque a buscar pareja para sus hijos. Ésta es una historia local que nos representa en un nivel global.

Por eso viajar no se trata sólo de buscar nuevos paisajes, sino, como Proust dijo famosamente, de mirar con nuevos ojos. De renovar nuestra comprensión y, por lo tanto, nuestras historias, lo que tenemos para decir, muchas veces, sobre nosotros mismos.

Sumate a la discusión