El economista Milton Friedman dijo una vez: “Sólo una crisis produce un verdadero cambio. Cuando esa crisis ocurre, las acciones que son emprendidas dependen de las ideas que existen por ahí”. Actualmente estamos en un momento histórico donde la imaginación despega frente a la incertidumbre. ¿Quién ganará en la construcción del modelo que viene? En esta oportunidad, Alan Ojeda nos presenta algunas reflexiones sobre la situación de crisis actual y el rol de creativo que deberá cumplir la política.

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Como señaló Boris Groys, una vez muerto Dios, sólo queda la paranoia. Y es en estos momentos, en los que el liberalismo parece haber sido puesto en cuestión por sus propios límites éticos y morales, esa paranoia se amplifica. La exaltación de las libertades individuales se ve puesta en jaque por las medidas de control que varios líderes se han visto obligados a tomar. Tarde o temprano, hasta los líderes del “mundo libre” tuvieron que desempolvar los botones de esa gran y pesada máquina que llamamos Estado. Nada hay que parezca lo suficientemente sólido para confiar en una imagen de futuro. Sin embargo, para felicidad de Mark Fisher, pareciera que, por primera vez en mucho tiempo, no somos pocos los que estamos imaginando el fin del Capitalismo, al menos del Capitalismo tal y como lo conocemos. Medios de comunicación de todos los colores se preguntan: ¿Qué pasará después? De lo que podemos estar seguros es que, con fin del capitalismo o no, la situación parece habernos agarrado sin un plan. La sociedad globalizada mostró su fragilidad. Todo lo que fue la esencia del orgullo de la “Aldea Global” es hoy parte de la metástasis.  ¿Qué es “lo común” en el siglo XXI? ¿Qué será del mañana si no somos capaces de poner la creatividad función de nuevas formas de socialización, de producción, de comunidad?

Lo que sigue a continuación no puede ser considerado un ensayo. También carece del orden y la sistematicidad propia de un artículo académico. Es difícil escribir en estos momentos en los que el tiempo apremia. Escribimos como en la trinchera. Todo se mueve demasiado rápido. Más que lo usual incluso. No sabemos qué pasará después y todo mapa conceptual es sólo resultado de un cálculo provisorio. Cuando pensamos desde la trinchera, no hay más horizonte que la inminencia del peligro. Si se busca otro horizonte, hay que construirlo, paso a paso.

Algunas posiciones

Las posiciones de los intelectuales en las redes sociales y prensa digital abarcan un abanico de posibilidades. Para el filósofo esloveno Slavoj Zizek, esta parece ser una oportunidad de oro para actualizar el comunismo, y reformular nuestra confianza en los otros y en la ciencia. Para Agamben, estamos viviendo el paroxismo del “Estado de excepción”. Jean-Luc Nancy corrige a su amigo italiano y le pide que considere el verdadero riesgo de un nuevo virus en una sociedad sin las defensas naturales (ni artificiales) para afrontarlo, y la responsabilidad social que eso implica.  Para Bifo el Capistalismo se encuentra en una crisis difícilmente resoluble, porque la causa es extra-sistémica, aunque también advierte que este colapso, propiciado por el mismo neoliberalismo, puede volvernos más «solos, agresivos, competitivos».  Según el nuevo historiador best-seller Yuval Noah Harari, los peligros del futuro post-pandemia son la hipervigilancia y el aislamiento nacionalista. El ensayista coreano-alemán Byung-Chul Han señala la superioridad de la tradición autoritaria asiática y de la big data frente al modelo occidental. El geógrafo marxista David Harvey estima que, si post-pandemia China no puede repetir su papel salvando la economía como lo hizo en el periodo 2007/2008, Estados Unidos se verá en la obligación de hacerlo, lo que irónicamente obligará a Trump a tomar medidas económicas más socialistas que Bernie Sanders, a la vez que puede impulsarlo a cancelar las elecciones y asumir una “presidencia imperial” para encargarse de la crisis. Diego Valeriano, de Lobo suelto, habla del “devenir gorra” y la adopción de la lógica policial por parte de todos los habitantes que dispara esta situación: derechización afectiva.

Podemos ver que el abanico de opiniones puede reducirse a un par de temas: crisis del modelo económico global y crisis de las formas de vida en comunidad. Si aceptamos una de las máximas marxistas, en la que lo económico condiciona lo social -mejor dicho, lo produce-, en verdad el tema es uno solo: la crisis del modelo económico nos revela los efectos perjudiciales que las formas de socialización que produjo el sistema de acumulación de capital en el que vivimos hace casi medio siglo.

Es una obviedad que este modelo de acumulación actual implicó una acelerada atomización de lo social. Como señala Byung-Chul Han, el discurso meritócrata que aísla las victorias o fracasos del contexto social, económico y político, transformándonos en nuestros propios jefes y responsables de nuestra situación económica, ha logrado extraer el máximo de plusvalía de nuestros cuerpos y psiquis. El jefe y su orden eran un límite. Bastaba con obedecer para que la responsabilidad cese. ¿Pero qué sucede cuando la demanda ha sido internalizada? Nadie es el límite de si mismo, uno no puede transformarse en un Otro. ¿Resultado? Trabajo sin límite, burn out. Pero eso no es suficiente. El sistema también ha sembrado una guerra civil hacia adentro de la población. Todos peleamos por una porción mínima de la torta económica. Toda forma-de-vida es una amenaza potencial para el desarrollo, sobre todo si es comunal. Si bien el capitalismo parece “producir riqueza”, actuamos como si supiéramos que cada vez el stock de riqueza disponible fuera más pequeño -y de hecho lo es-.[1] A esto se suma la inimaginable “comunidad globalizada” o “enjambre”, sin mayor identidad que ser usuaria de ciertas tecnologías de comunicación y víctima de un mismo sistema financiero, es decir ser “deudores”. La situación de supervivencia y de fragmentación absoluta deviene en un engorramiento, como llama el colectivo Juguetes Perdidos a la derechización afectiva producida en los barrios marginales, en la que el hombre es el policía del hombre. Todos vigilan desde su ventana para proteger lo suyo. Todo es peligroso: «The Night is Dark and Full of Terrors».

Podemos resumir esta crisis con una respuesta que Negri le realiza a Deleuze en una entrevista de 1990:

En el capitalismo sólo hay una cosa universal, el mercado. No hay Estado universal justamente porque hay un mercado universal del que los Estados son centros o Bolsas. Ahora bien, el mercado no es universalizante, homogeneizante, sino una fantástica fábrica de riqueza y miseria. Los derechos del hombre no nos harán bendecir los “gozos” del capitalismo liberal, del cual participan activamente. No hay Estado democrático que no esté comprometido hasta el fondo en esta producción de miseria humana. La vergüenza es que no tengamos ningún medio para defender y realizar los devenires, comprendiendo ahí aquellos que están dentro de nosotros mismos. Cómo girará un grupo, cómo recaerá en la historia, es algo que impone una perpetua “preocupación”. Ya no disponemos de la imagen del proletario al que le era suficiente tomar conciencia.

Es bajo esta crisis que averiguamos una extraña realidad. No vivíamos en una “aldea global”, no éramos un conjunto de miles de millones de individuos libres interconectados experimentando un momento único de la historia de la humanidad, produciendo riqueza a mansalva y construyendo el futuro codo a codo, camino a una nueva consciencia universal liderada por la objetividad de la tecnología y la inteligencia artificial. Tampoco el Estado era nuestro padre salvador que ponía límites a la amenaza del mercado a nuestros derechos más básicos. No, vivíamos en un gran mercado en el que nosotros éramos el bien de cambio, y papá Estado era el cómplice de nuestra explotación en nombre de la libertad. Sin embargo, esto parece no haberse hecho lo suficientemente visible hasta que los países líderes del proceso de globalización, los gigantes económicos y defensores del libre mercado tuvieron que salir a declarar que las cosas tal y como funcionaban hasta ahora son inviables en esta situación de emergencia mundial. Ahora, los defensores de las estrictas políticas fiscales se verán en necesidad de multiplicar subsidios, imprimir dinero al por mayor, estatizar empresas y deudas, decretar aumentos, congelar tarifas y despidos, suspender los pagos de todos los servicios, etc. Mientras tanto, al sur del mundo, miramos como nuestra vieja “irresponsabilidad fiscal” se transforma en una medida económica globalizada, al mismo ritmo que la riqueza se destruye al ritmo que los bonos de todos los nombres y colores caen en picada en las principales bolsas de valor.

En este contexto, los Estados parecen haber alcanzado un límite material para sus prácticas de alianza con el mercado. La destrucción total de lo común, de una identidad no mercantilizada, de la responsabilidad comunal, de los lazos de solidaridad en favor de ese estado Guerra Civil que llamamos “competencia comercial”, les explotaron en las manos. A toda fuerza se le opone una fuerza igual en dirección opuesta. A la cómplice “Excepción del Estado” se le opuso una necesidad imperiosa de “Estado de excepción”, porque el mercado se lavó las manos, el alcohol en gel y los barbijos cotizan alto y ningún capitalista Avant la lettre piensa renunciar a su riqueza por cuenta propia. La dispersión, la atomización de la vida social, el individualismo a ultranza, el imaginario del self-made man que triunfa sobre las condiciones adversas y se sobrepone a cualquier catástrofe por sus propias capacidades, debe ser contenido, reorganizado, encauzado, quizá violentamente. Sólo el modelo despótico asiático, que se ha construido sobre la base de la preservación de lo común por sobre lo individual ha sido capaz de responder en tiempo y forma a las demandas urgentes de esta pandemia.

Podemos pensar, entonces, que hay una urgencia que atender. La crisis económica será total, pero el modelo autoritario parece no sólo ser compatible con el capitalismo, sino más capaz de resolver problemas urgentes. Entonces, como dijo Deleuze: “Cómo girará un grupo, cómo recaerá en la historia, es algo que impone una perpetua ‘preocupación’”. Eso que llamamos Estado es, ahora más que nunca, un espacio en disputa. ¿Cómo produciremos riqueza? ¿Quiénes tendrán prioridad? ¿Cómo nos organizaremos socialmente frente a despotismo del mercado? ¿Giraremos hacia un modelo de nacionalismo cerrado y autoritario? Como señaló Matías Chiappe, crítico literario especializado en literatura japonesa y traductor:

Los académicos se siguen sorprendiendo (asustando) por la eficacia con la que los estados impusieron orden y disciplina en el contexto del Corona Panic. En cambio, sacaron a relucir su repertorio de citas de Focuault, Agamben y Klein. Es como si quisieran esforzarse en no ver la realidad: los pueblos han elegido vivir bajo el rigor de los líderes, quieren prevenir y no curar, sufrir el remedio antes que la enfermedad. La gran mayoría del mundo tomó esta postura. ¿Nuevo orden mundial? Sea lo que sea, espero que la academia esté a la altura de reconocerlo y no quedar inmersa en paranoias de un mundo y de una década del setenta que ya no existen.

Ahora hay que pensar en estado de emergencia. El presente nos dicta los temas. Hay que pensar el pueblo que falta.

El efecto de la catástrofe: la imaginación del límite

En su ensayo “Experiencia y pobreza”, Walter Benjamin expone cómo todos los saberes que habían sostenido la experiencia de los seres humanos hasta comienzos del siglo XX pierden todo sustento con la llegada de la Primera Guerra Mundial:

Porque jamás ha habido experiencias tan desmentidas como las estratégicas por la guerra de trincheras, las económicas por la inflación, las corporales por el hambre, las morales por el tirano. Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en un paisaje en el que todo, menos las nubes, había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano.

El trauma es el resultado de una inadecuación entre nuestras capacidades perceptivas y de entendimiento y la realidad material del mundo. Cuando el mundo nos supera, cuando la realidad violenta todas nuestras categorías preexistentes, gracias a las cuales el mundo se nos hace aprehensible, el trauma se hace presente. No podemos decir nada, porque no sabemos cómo decirlo. La Gran Guerra refutó a base de bombas, tiros y de velocidades inhumanas, todo lo que el ser humano consideró real y sólido hasta ese momento. Como la vizcacha al salir de su madriguera y ser alumbrada por los faros de un automóvil, no pudimos medir tiempo y distancia. Parálisis absoluta, imposibilidad de narrar. Ahora, este contexto nos obliga a pensar una alternativa a la “cultura del vidrio” que pensó Benjamin como posibilidad de la post-guerra, como la esperanza de esta nueva barbarie sin experiencia.

No son pocos los que, hasta hace unos días, despertaron con una sensación que no recordaban haber tenido nunca, porque quizá nunca la tuvieron. ¿Una forma de esperanza? Por un momento se hizo una grieta en el imaginario social. Algo nuevo vibraba en el aire. Un amigo escribe en Facebook: ¿Soy yo o por primera vez nos resulta más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin del mundo? Esa experiencia de realidad virtual de la Matrix que Fisher llamó Realismo capitalista, que se sostiene en la consigna “No hay alternativa” sufrió un bug, un glitch. La experiencia es similar a la del clásico de Carpenter They live! Una vez que los rebeldes logran romper la base de transmisión que sostenía la imagen ficticia que ocultaba la dominación alienígena, todo se ve claro, explícito, obsceno.

La aparición del Coronavirus en el panorama político y económico mundial produjo un trauma, pero a diferencia de las dos Guerras Mundiales, el mundo no parece haberse acelerado sino todo lo contrario. ¿Por qué? Porque la velocidad del mundo está determinada por los flujos de capital, y estos acaban de frenarse a una velocidad nunca antes vista. Estado de sitio, producción sólo de bienes y servicios indispensables, reducción drástica de las emisiones de CO2 y otros gases nocivos, reducción de la producción de basura y de la contaminación sonora, etc. Es tal el freno del sistema que los animales no han tardado en recobrar espacios públicos: cisnes y peces en los canales ahora transparentes de Venecia, pavos reales en las calles de Madrid, elefantes en cultivos chinos comiendo y descansando en paz frente a los ojos atónitos de la humanidad. Mientras tanto, en Estados Unidos, el vicegobernador de Texas dice que los ancianos tienen que estar “dispuestos a morir” para evitar el enfriamiento de la economía norteamericana. Necropolítica en estado puro. Los cuerpos deben ser lanzados a la caldera para que la locomotora del capital funcione. Si nos quedamos en casa se frena la pandemia y la economía, porque somos potenciales portadores del virus, pero sobre todo somos los únicos productores de riqueza. Esta vieja y gran locomotora monstruosa está llegando al punto muerto, y cuando algo tan grande se frena, reactivarlo es difícil porque ya no hay energía cinética que acompañe: peso muerto.

Los aceleracioncitas (¿Marx también?), sea cual fuere su tendencia ideológica, víctimas del “realismo capitalista”, pensaron que el estado actual sólo podría superarse a través de los mismos mecanismos que ofrecía el sistema capitalista. Nunca pensaron que la máquina financiera y tecnológica del mundo pudiera llegar a frenarse a este nivel y de esta manera. Ahora nos vemos obligados a volver a una palabra que Nietzsche aplicó al pensamiento: estamos en épocas de consideraciones intempestivas. El coronavirus produjo un acontecimiento intempestivo, un corte en el espacio-tiempo del capital. La ficción sólo podría sostenerse con la velocidad de shock. “No se puede hacer más lento”, diría René Lavand.

Me interesaría que pensemos este acontecimiento con las herramientas que nos legó el viejo pero vigente formalismo ruso. Ahora, “El arte como artificio”, de Shklovski, sirve como herramienta para pensar este extrañamiento perceptivo sobre el funcionamiento del Capital. De pronto, nos encontramos en un momento descriptivo que a pura fuerza de sintaxis nos revela el paso a paso del funcionamiento del mercado, de los Estados, de los mecanismos de control, del rol que cumplimos alimentando la máquina infernal ¿Durante los últimos días, no les ha pasado de salir a la calle a comprar y sentir en el cuerpo la ruptura de ese espacio-tiempo cotidiano? Literalmente, vemos en cámara lenta. Vemos en los medios el minuto a minuto de la crisis. Pausa y repetición. Entonces, por un segundo, entendemos: esto también es una ficción.

Imaginar la comunidad que viene

¿Quién escribirá el relato que imagine la comunidad que viene? Hay una habilidad que el mercado ha utilizado para el mal y el marxismo tradicional ha abandonado en favor de una, al menos por ahora, bastante inútil ortodoxia: la imaginación. Por un lado, el mercado se ve obligado a la producción artificial de la diferencia, la reproducción de la novedad. Por el otro, el marxismo más ortodoxo deja todo en manos de una fe indiscutible en las sagradas escrituras de Marx y sus apóstoles. No hay lugar para la imaginación en la palabra divina. Ya todo fue dicho. El resto es todo herejía o, como dicen ellos, posmodernismo. Se olvidan que, en general, los herejes son mejores lectores.

La imaginación cumple un rol clave en la invención de las nuevas formas de vida y comunidad. ¿Qué es la política? ¿Qué debe ser? La creación de mundos posibles. Antes de materializarse, todo proyecto existe en la mente y el corazón de una sociedad. Ese deseo cobra consistencia en un relato, se reproduce, adquiere una categoría teológica/ontológica superior. Deja de ser una narración para transformarse en una realidad colectiva. La épica inventa a las naciones. La vida imita a la literatura.

Es por esta razón que las siguientes palabras de Tiqqun en Llamamiento:

¿Dónde están las palabras, la casa, mis antepasados,
dónde están mis amores, mis amigos?

No existen, mi niño.
Todo está por construir.
Debes construir la lengua que habitarás,
construir la casa donde no vivas solo
y encontrar los antepasados que te hagan más libre.
Y debes construir la educación sentimental
con la que amarás de nuevo.
Y todo esto lo edificarás sobre la hostilidad general,
porque los que despiertan son la pesadilla de los que aún duermen.

Todo está por construir. La carrera actual es por quién imagina antes el mundo que viene, la comunidad que viene. ¿Cuál será nuestro modelo económico? ¿Cuál será nuestro modelo de comunidad? ¿Cuál será la base ética de nuestras relaciones amistosas, sexuales y productivas? ¿Qué será eso que llamaremos amor? ¿Qué será eso que llamaremos “vivir”? No bastan todos los manuales de economía, los manuscritos de Marx o El Capital. La sociedad debe subordinarse a un nuevo tipo de imaginación, intempestiva también, que no esté atada a ninguna limitación, porque todo está por crearse.

En este sentido es importante tener en cuenta la lectura de Marx y Deleuze que hizo el norteamericano Nicholas Thoburn en su libro Marx, Deleuze y la política (Marat 2019) traducido por Juan Salzano. En este libro Thoburn indaga en ese libro virtual que Deleuze decía estar trabajando llamado La grandeza de Marx. En esta lectura, el autor busca rastrear diversas formas de una “política menor” de Marx, sobre todo en los devenires del marxismo italiano como el obrerismo y el autonomismo, que se opusieron y discutieron con las corrientes hegemónicas dentro del pensamiento de izquierda. Estas políticas menores son producto de una imaginación acorralada. ¿Qué quiere decir eso? Pensemos. Estamos frente a un problema y las posibles salidas son A y B. Evaluamos los pros y las contras de esas salidas que, por default son las que permite el mismo sistema. La imaginación acorralada sabe que “no hay alternativa”, por lo que es menester inventarla, leer a contrapelo. La imaginación acorralada excede sus propias condiciones materiales, no se somete a la lógica que la encierra. Las “lecturas menores” de Marx que le interesan a Thoburn se encuentran siempre reformulando qué es el proletariado y cual es su relación con el sistema productivo. Cito un ejemplo:

Para Panzeri las fuerzas técnicas no se desarrollaron según la lógica de progreso científico neutral, sino como medios para consolidar una forma particular de extracción de valor. La racionalidad tecnológica, o la “máquina” (y todo los métodos y técnicas organizativas relacionadas), era la manifestación directa, a la vez que la naturalización, del poder y el control capitalistas. Las fuerzas de producción, así, tenían relaciones capitalistas inmanentes a ellas en una “unidad de momentos técnicos y despóticos”. […] Así, ya sea que el Estado soviético hubiese abolido la propiedad privada o no, la “propiedad colectiva” de producción no tiene ninguna influencia sobre el funcionamiento capitalista continuo de la máquina.

A Thoburn le interesa esa inflexión del pensamiento. Sobre el axioma de la toma de los medios de producción, Panzeri introduce un giro: tomar los medios de producción no es suficiente. Como dijeron Ángela Menchón y Virginia Zuleta en la reseña del libro de Thoburn publicada en esta revista:

[…] si el capitalismo opera a través de todo el campo social –es decir, si estamos frente a un proceso de subsunción real de la vida entera a la producción de valor– entonces la posibilidad de una política que interrumpa el funcionamiento de la máquina capitalista no puede darse sino en el mismo seno de las relaciones de producción. El problema que aparece es cómo producir una política menor involucrada con los procesos inmanentes del capital.

Nos equivocamos. La función de la política no es la tarea burocrática administrativa, es creativa. Y no hace falta pensar solamente en la política con mayúscula, en la macropolítica. Es necesario que esos cambios se concreten desde la práctica micro, desde el mismo ejercicio y experimentación de las nuevas formas de vida, a prueba y error. Quizá, al día de hoy, el movimiento que más violentó las estructuras imaginarias del sistema en el último tiempo haya sido el feminismo. El feminismo poner sobre la mesa algunas cuestiones económicas micro fundamentales sobre las que se cimenta la producción de riqueza, como la del trabajo doméstico. También se ha esforzado en imaginar nuevas formas de socialización y vinculación sexo-afectivas, de cara a la producción de una sociedad que pueda enfrentarse y resistir las prácticas capitalistas en el mismo seno del sistema actual. A diferencia de algunas corrientes intelectuales que descansan sólo en los libros, el feminismo se ha lanzado a la experimentación, poniendo en juego los propios cuerpos, construyendo categorías en base a la experiencia y experimentando las categorias.

En este caos es posible que Argentina posea una ventaja. El año pasado, al cumplirse el aniversario del Primer Congreso Internacional de Filosofía de nuestro país, el pensador ruso Alexander Duguin reivindicó la importancia de la presentación con la que Juan Domingo Perón inaugura el Congreso de Filosofía. Esa presentación es la que hoy conocemos como La Comunidad Organizada. Mal que les pese a muchos, la actualidad del texto en los tiempos que corren es innegable. Alexander Duguin llamó a J.D Perón “el profeta ontológico” por ocuparte de lo que él considera central para pensar la política, es decir la imaginación de una comunidad posible. Esto no implica un juicio de valor. Nadie está afirmando que La Comunidad Organizada sea el modelo a seguir, sino que pone sobre la mesa que la impronta de la política es y debe ser la de la creación de lo común, de las formas de habitar nuestro territorio, de habitarlo. Es necesario entender de qué forma el peronismo ha logrado adentrarse tan profundamente en el imaginario de la sociedad y por qué retorna una y otra vez en el imaginario de los habitantes de nuestra nación, sobre todo en épocas de crisis. ¿Qué herramientas permitieron ese afianzamiento tan sólido en la consciencia nacional? ¿Cómo podrán ser usadas en pos de procesos de desterritorialización que nos favorezcas? ¿Libraremos a la orden del capitalismo la re-territorialización de «las ideas que existen por ahí», como las llama Milton Friedman?

Si la comunidad que viene deriva en una visión nacionalista inclusiva o excluyente, si es autoritaria o no, o es otra cosa totalmente distinta a lo que conocemos ahora, depende de nuestra capacidad de imaginarla y construir las bases materiales e imaginarias que permitan su progreso y faciliten su adopción por las subjetividades actuales, tan en crisis como el mismo sistema. Ningún proyecto nuevo triunfará si no inflama la imaginación de sus participantes.  Imaginemos antes de ser imaginados.

[1] Ver “Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”

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