Nuevamente una crisis ha puesto en evidencia nuestra construcción del «otro». Cuando se habla de oriente, pareciera que el mundo se dividiera en dos y, a partir de un límite imaginario, justificado por una mera convención, todo se volviera ininteligible. Sin embargo no fueron pocos los esfuerzos para nombrar esa otredad que llamamos «oriente». Pero ¿De quién o qué hablan esas categorías? En esta oportunidad, Matias Chiappe nos presenta una reflexión sobre cómo el contexto actual ha revelado también cómo algunas categorías parecen ocultar una incomprensión fundamental .
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Una pregunta retumba en nuestras mentes como un gong: ¿por qué Occidente subestimó el coronavirus? De Estados Unidos nos llegan noticias aterradoras, impensables hasta hace unos meses: 20 mil muertos, millones de desocupados, fosas comunes. En Europa, la situación es igual o peor. Hace unos días se registraron mil muertes en Reino Unido, superado únicamente por Francia, que llegó a 1417 muertes un día antes. Latinoamérica y África están atravesando situaciones terribles, potenciadas por carencias sus institucionales y económicas. La pregunta presupone una falla en Occidente. No obstante, quizás deberíamos empezar por preguntarnos precisamente sobre esa palabra: ‘Occidente’.
Nadie sabe bien qué significa ‘Occidente’. Los estudios poscoloniales nos han instruido sobre aquello que no es Oriente, esa construcción imaginada por el mundo occidental. Pero en ese proceso muchas veces han dado a entender que este último es una entidad sólida, monolítica y homogénea; es decir, muchas veces olvidaron que también ‘Occidente’ es una construcción. Sin ir más lejos, en su archifamosa obra Orientalismo (1978), Edward Said se propuso analizar la mirada occidental, las formas de representar propias de la cultura occidental y los modos de construirse a sí mismos de los occidentales. Bien podríamos decir: Orientalismo es un libro sobre Occidente, sobre un Occidente tan imaginario como Oriente. Y entonces ambos se transforman en un par indisoluble.
Quisiera detenerme en un mecanismo a través del cual Occidente imaginó a su par Oriente y por lo tanto a sí mismo: la asociación del epidemias y enfermedades con la extranjería. A los judíos se acuso de propagar la peste negra; a los árabes, de introducir la sífilis en Europa; a los irlandeses se lo masacró tras responsabilizarlos de diseminar el cólera; a los japoneses y recién-llegados de Asia Pacífico se los acusó de portar la malaria, la viruela y la lepra. En el marco de la actual pandemia, el presidente Donald Trump se sumó a esta larga tradición al ser uno de los primeros en referirse al COVID-19 como un “virus chino”, acompañado luego por otras versiones: “virus Wuhan”, “panda-emia”, “kung-flu”. Así, el coronavirus fue asimilado con un ‘otro’ distante, caracterizado por la suciedad y el comer sopas de murciélago.
En tanto chivos expiatorios, a los chinos se les achacó no sólo atraso y barbarie, sino también despotismo, un tópico recurrente del orientalismo definido por Said. China (a veces ‘el gigante o dragón asiático’, a veces ‘el régimen’) fue presentado como un ‘otro’ autoritario y alejado de los valores occidentales. En un primer momento se llegó a considerar que el brote era prueba del colapso de su sistema antidemocrático. Incluso ante las rápidas medidas que tomaron los chinos para detener el contagio (a saber, el asilamiento), se aseguró que era una práctica “no-humana” (sic) y que restringía las libertades individuales. Esto desembocó en un abuso de la categoría de «biopolítica» y en una obstinada postura anti-cuarentena, cuyo mayor exponente fue el filósofo Giorgio Agamben.
En un segundo momento, sin embargo, el relativo control del brote que ejecutaron diversos países de Asia fue utilizado como un ejemplo de disciplina y orden por aquellos que abogaban por una mayor intervención estatal. Y entonces el gong resonó otra vez en nuestras mentes: ¿cómo pudo Oriente controlar el virus? Los medios de los países occidentales hicieron eco de los logros chinos, coreanos y japoneses, reivindicando: prácticas culturales vinculadas al poco contacto físico, la obediencia ante el estado, la primacía del grupo sobre el individuo. Surgió así una segunda postura que se aferró al filósofo Byung Chul Han y que afirmó que estábamos, no ante el colapso del orden social asiático, sino ante el fin del sistema político occidental. Y que en Asia estaba la salvación.
Esta imagen de una Asia ejemplar ante un Occidente en decadencia tiene también mucho de (auto)representación occidental. Esto es, tiene mucho de discurso orientalista. Positivo hacia Asia, su ataque apuntó en cambio hacia el interior de una entidad supuestamente definida que es ‘Occidente’ (como si Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Latinoamérica y África fueran regiones homologables bajo un mismo nombre). Y así, a la subestimación del virus, sustentada por un racismo orientalista, la acompañó un menosprecio del esfuerzo occidental, sustentado por una idealización igualmente orientalista. En ambos casos se buscó una explicación rápida que nos diera un poco de coherencia ante la incertidumbre absoluta.
Nuestras preguntas iniciales (¿por qué Occidente subestimó el coronavirus? y ¿cómo pudo Oriente controlarlo?) son entones dos caras de la misma moneda. Operó a todo momento una conceptualización dicotómica de la identidad, un ellos/nosotros irreconciliables. Lo que falló excede a la estructura social, que tan expuesta quedó con la pandemia. Falló también nuestra epistemología del ‘otro’. No hubo médicos a quienes se los capacitara sobre lo que ocurría en Wuhan, ni investigadores que pudieran silenciar a los opinólogos de turno, tampoco traductores, menos aún funcionarios que tomaran medidas globales y conjuntas. Ni qué hablar de nuestras organizaciones mundiales de salud y economía, siempre proclives a aplicar las mismas recetas en distintos contextos. La actual pandemia demostró, finalmente, cuán poco comunicados estamos en este rudimentariamente hiperconectado mundo globalizado.
Posdata desde ‘Oriente’:
El 30 de abril a las 18 horas del horario de verano de Reino Unido (11 am de Argentina) se realizará un evento sobre racismo y orientalismo en el contexto del coronavirus: “Racism and Orientalism: An online roundtable on racialised discourse on COVID-19”. Será online, en inglés y contará con representantes del mundo de la medicina y de los estudios sobre China. Quizás sea un buen camino para continuar este debate.