En un contexto de globalización como en el que estamos integrados actualmente, es difícil pensar, incluso en la cultura más lejana, como un Otro. El «Otro» ha sido una categoría recurrente para los estudios sobre Asia y África, lo que ha impulsado, en muchos trabajos, una visión exotizante no muy distinta de tradición imperial del siglo XIX. Para poder mejorar nuestro estudio sobre Asia, Matías Chiappe nos presenta un decálogo para repensar nuestra práctica y reorientar nuestra mirada. 

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En el inicio del nuevo milenio, las universidades latinoamericanas enfrentan grandes desafíos y limitaciones para adecuarse a lo que ha dado a llamarse el Siglo Asiático: falta de programas enfocados en regiones asiáticas, carencia de publicaciones y traducciones locales, difícil acceso a financiamientos para la investigación y el traslado. Asimismo, el estudiante sobre Asia en el contexto latinoamericano tiene opciones limitadas por fuera de los paradigmas establecidos, sean los marcos teóricos eurocéntricos o aquellos fundados circunscriptos a los estudios de la recepción o la migración. Propongo en este texto diez claves para repensar el estudio de Asia desde Latinoamérica. Aunque difícilmente puedan solucionar la falta de recursos, si pueden re-orientar nuestra mirada epistemológica y (con suerte) tener incidencia práctica.

  • 1.Dejar de creer que estamos estudiando al «Otro»

Conviene asumir desde el vamos que son muchas más las coincidencias que las diferencias entre países latinoamericanos y países como India o Vietnam (elijo otros dos que son panaceas para inversores neoliberales) o países como Malasia y Filipinas (otros dos cuya historia estuvo determinada por las misiones europeas de los siglos XV y XVI). De más está repetir que toda diferencia es inevitable, pero que transformarlas en otredad sólo busca reafirmar una posición de poder de quien pueda aprovecharse de la distinción. A lo que voy con todo esto es: estudiar Asia implica convencernos que estamos estudiándonos a nosotros mismos, al grupo humano, a un complejo entramado de particularidades, pero entramado al fin.

En términos prácticos, esto se traduce a desconfiar de cualquier libro, paper o conferencia que brinde explicaciones culturalistas (“los japoneses son todos así”, “los palestinos son todos asá”) que borran el punto de vista del enunciante y proponen una ‘cultura sin sociedad’. Diría que también conviene usar con cautela categorías como multiculturalismo e interculturalismo, que a veces se tornan (con el perdón de la cacofonía) en eufemismos del culturalismo a secas. Y si me permiten más, diría que es incluso necesario sospechar de la mismísima categoría de «Cultura», que la mayoría de las veces no refiere a nada o a casi nada.

  • 2.No oponer tampoco «Global» y «Local»

De lo anterior se desprende que no existe un adentro y un afuera, ni un allá y un acá, sino que hay un mundo en el que nos desplazamos y nos conectamos. Asia no es, por lo tanto, una región remota ni exótica, quizás sólo un poco más… inconveniente. De más está agregar que uno de cada tres objetos que se fabrican en el mundo es Made en China y que gracias a Google Maps es hoy posible visualizar cualquier barrio de cualquier cuidad asiática (salvo las de Corea del Norte, desde ya). ¡Y que todos vivimos hoy en lo que se ha dado a llamar el Siglo Asiático! Estudiar Asia implica abordar un mundo que es simultáneamente global y local.

En términos prácticos esto se traduce en alejarnos de los programas de estudio sostenidos por el modelo del estado-nación para adoptar en cambio formas globalizadas, transnacionales o, más específicamente, transpacíficas de ver el mundo.

  • 3.Cuestionar todos los estereotipos (sobre todos los propios)

La hermenéutica de la sospecha nos ha llevado a dudar de todo, pero no siempre a dudar de nosotros mismos. Somos seres convencidísimos de nuestras dudas, fanáticos idealistas de un canon que dice que todo puede ser deconstruido, si bien Derrida afirmó en algún momento que “lo primero que debería deconstruirse es la deconstrucción” (lo cito de memoria). En los estudios asiáticos, por ejemplo, es común cierta tendencia a desmontar estereotipos vigentes, pero suele pasarse por algo que otros se generan con igual facilidad. Ejemplo de estereotipo: los japoneses son seres buenos y amables que sacrificarían sus vidas por salvar a una luciérnaga con tal de que ésta brille una vez más en el manto oscuro de la noche. Ejemplo de contra-estereotipo: los japoneses son todos perversos y sacrificarían su vida por un imperio malvado que asesinó a millones de personas e hizo experimentos genéticos. Ser honestos con nuestras exageraciones nos va ayudar no exponer una y otra vez nuestro desconocimiento.

En términos prácticos, quizás sea productivo pensar que todo lo que afirmamos sobre Asia parte de un estereotipo. Esto nos va a llevar a rastrear los orígenes teóricos e ideológicos de lo que pensamos y (con un sabor agridulce) a descubrir que hay muchos estereotipos en nuestros tan-deconstruidas ideas.

  • 4.Informarse sobre los programas sobre Asia que existen en Latinoamérica

Es muy difícil ‘hacer la nuestra’. No tenemos las herramientas materiales o conceptuales para hacerlo. Recomiendo entonces contactarse con los profesores existentes, saber cuáles son sus investigaciones, intentar seguirlas y sólo ulteriormente refutarlas. Trabajar en conjunto es el único modo en que podemos producir con velocidad y efectividad los conocimientos sobre distintas regiones. Asimismo, ¿quiénes va a evaluar nuestros artículos sino esos profesores? ¿Quiénes van a ser los jurados de nuestras tesis de doctorado? O, más explícitamente, ¿a qué latinoamericano podría interesarle más lo que decimos sobre la geografía de Kazajistán o las conquistas mongolas que a un especialista latinoamericano en la región?

En términos prácticos recomiendo chequear una lista extensa de programas como la que ofrece el sitio de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África, en este link. Eso y preguntarles a especialistas de otras áreas que puedan en esta en contacto con especialistas sobre Asia.

  • 5.Cuidarse de abusar de marcos teóricos

El estar en contacto profesores de otras universidades o centros de investigación también sirve para ver los vicios de nuestra formación. La Universidad de Buenos Aires es, por ejemplo, una devota seguidora de las teorías (sobre todo si vienen de Francia), sean literarias, filosóficas o culturales. Al estudiar Asia desde Latinoamérica, sin embargo, nos encontramos más veces ante necesidades materiales que teóricas: necesitamos datos, encuestas, trabajos de campo, etnografías y traducciones. Y por muy aburrido que pueda sonarnos, si uno realmente quiere ser un especialista con impacto, hará bien en suplir esas necesidades. La teoría llegará después. Esto implica (de nuevo) ser honestos con nuestro desconocimiento y también desinteresarnos de lo que queremos decir sobre Asia, en pos de lo que el discurso latinoamericano sobre Asia podría decir mediante nuestro aporte.

En términos prácticos, el alejarse de la teoría presupone darles una prioridad a los métodos cuantitativos, sea para realizarlos uno mismo o para sustentarnos en ellos. En caso de querer realizar un análisis cuantitativo, lo ideal es visitar la región, incluso pasar una temporada larga allí. Dada la dificultad de esto último, lo siguiente mejor es empaparse de datos sobre un país, sea tanto a través de las comunidades locales o de gente que uno conozca mediante Internet. Los profesores especializados nos ayudarán también a entender la historia, economía y política de las regiones en cuestión.

  • 6.Estudiar la lengua

Mucho se dijo (con mayor o menor sustento en Edward Sapir y Benjamin Whorf) que una lengua determina a las correspondientes comunidades lingüísticas, puesto que da estructura al pensamiento de sus individuos. Quienes aprueben esta hipótesis sabrán cuán necesario es entonces el estudio de una lengua para entender a sus hablantes. Sin proponerme argumentar a favor de aquellos, me retrotraigo a una cuestión pragmática: manejar una lengua asiática nos va a permitir leer artículos que nadie en el contexto local leyó, además de establecer contactos directos con profesores y especialistas. ¡Y traducir! Es por eso que las universidades harían muy bien en promover el estudio de lenguas no occidentales en sus programas. Cuanto menos, estar en contacto con instituciones que enseñen esas lenguas.

En términos prácticos esto significa sentarse a estudiar una lengua. Por mínimo que sea, cualquier conocimiento de la misma va a ser sumamente útil. Short the boch.

  • 7.No creer que el estudio de la lengua es suficiente

Pero cómo… ¿una vez que uno aprende los miles de ideogramas del chino o la retorcida variación tonal del tailandés, resulta que hay más? Hay infinitamente más. Saber una lengua es apenas una puerta de acceso. O también: saber una lengua no nos hace especialistas en las comunidades que la hablan. Un nikkei argentino criado para aprender japonés no será necesariamente un experto en Japón, de igual modo que un argentino que no estudió su historia y territorio difícilmente pueda dar una conferencia sobre un tema cualquiera. Manejar una la lengua, entonces, permite entender la ‘literalidad’, pero es necesario también aprender a decodificar los bagajes culturales de cada una de las regiones que se busca poner en interacción.

En términos prácticos esto podría mejorarse si nos apoyamos en bibliografía en terceras lenguas. Hay, por ejemplo, muchísimo más escrito sobre Medio Oriente en francés que en español (y lo mismo sucede con las traducciones). También, hoy en día los mejores programas sobre Asia están en Estados Unidos y reciben muchísimos (y, sobre todo) estudiantes asiáticos. La idea de recurrir a una (como suele denominarse) “cultura central” para acceder a Asia puede sonar eurocéntrica, pero haríamos bien en soltar ese prejuicio y usar nuestro propio conocimiento de la lengua para juzgar la bibliografía de terceras regiones. Recordar también la clave ②.

  • 8.Ser (en un primer momento) divulgadores y traductores en el campo latinoamericano

Al asumir el rol de especialistas sobre Asia, los latinoamericanos inevitablemente nos convertimos comunicadores, divulgadores e incluso pedagogos. Primero, porque debemos estar siempre al tanto del conocimiento que tiene el público latinoamericano de los contenidos sobre regiones asiáticas. Segundo, porque en un contexto con limitados conocimientos sobre otras regiones necesitamos ser claros al exponer nuestras investigaciones. “Pero entonces… ¿qué significa ‘ser japonés’?”, me preguntaron una vez en una conferencia que di sobre los diferentes tipos de actores del teatro kabuki. Entender (concebir) nuestro público target va a permitirnos solventar mejor las dudas y erradicar muchas preguntas a futuro.

En términos prácticos esto implica pensar la actividad académica más como comunicación y menos como descubrimiento. Construir un público atento nos va a permitir avanzar y sólo eventualmente aportar granitos de arena más complejos. Esto conlleva asumir que nuestros… eh… exuberantes conocimientos sobre una región desconocida en Latinoamérica no pueden ser comunicados de un día para otro.

  • 9.Ser (en un segundo momento) divulgadores y traductores en el campo internacional

Desarrollado el público y la red académica locales nos queda presentarlas, con el mismo ánimo comunicativo, en otros contextos. Esto implica colaborar con centros de investigación y/o publicaciones extranjeras, no sólo por el feedback que uno recibirá, sino también porque es el modo más efectivo para divulgar qué se está produciendo a nivel local. En este sentido es importantísimo saber qué centros de estudios y qué universidades del campo internacional nos ofrecen más posibilidades. Eso y conocer también cuanta beca de movilidad, subsidio de investigación y financiamiento para publicaciones exista a fin de potencias nuestra tarea.

En términos prácticos, entonces, ser un especialista latinoamericano en estudios de Asia implica también ser un buen administrador y financista, por no decir directamente un hábil cazador de recompensas.

  • 10.Esperar críticas (y que no les importe)

En Latinoamérica todo discurso globalizador, internacionalista o transnacional es mirado con cautela por investigadores que lo consideran una posible amenaza. Y con razones más que suficientes para ello. En primer lugar, porque la mayoría de los modelos internacionalistas en Latinoamérica estuvieron básicamente sustentados en el saqueo y en el neoliberalismo rapaz. En segundo lugar, porque si Latinoamérica no prioriza la investigación de fenómenos locales, nadie lo hará por ella. Lamentablemente, esto tilda a los estudios sobre Asia de anecdóticos y prescindibles. El investigador latinoamericano sobre Asia deberá incluso soportar que muchas personas, quizás las más formadas de sus propios países, los consideren cipayos, vendepatrias y malinchistas.

En términos prácticos… ¡que no les importe! Que ese prejuicio exista es la condición ideal para demostrar que la interacción entre el ámbito local y el global es siempre dialéctica, que hoy se han refuncionalizado las ideas de estado, nación y cultura, y sobre todo, que el estudio de otras regiones aparentemente disímiles puede servir a la propia.

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