Los tiempos cambian, por suerte o por desgracia, y poder apropiarse de la potencia del porvernir es un trabajo a desarrollar. Todo, salvo conformarse, está permitido. Entonces, ¿qué esperar del Heavy Metal? ¿para qué metaleros en tiempos de penurias? Leonardo Sai nos presenta una reflexión sobre las memorias de las primeras jornadas de Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino, la articulación entre el Heavy y la academia, y la necesidad de un plan de acción. 

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A la memoria del Pato Larralde, Palo Pandolfo, Piltrafa
Al aguante de las tribus, en el horror y la desolación

Ven aquí junto al mar
Contemplando la niebla
Ven aquí donde más
Cuando llegue la guerra
Ven aquí o sufrirás
Después de la epidemia

«Contemplando la niebla», Los Natas

La universidad de los tugurios—. Al Heavy Metal no lo hacen solo los músicos. Que quede bien claro: sin ellos no hay nada. Ahora bien, solo con ellos no alcanza. Esto nada tiene que ver con la famosa frase de campaña de Alberto Fernández —lo primero que piensa el infecto de ideología— sino con aquella enseñanza que extraemos de Immanuel Kant: que las condiciones que hacen posible la experiencia, van más allá de la experiencia, siempre que volvamos de nuevo a la experiencia. Dicho sociológicamente: la experiencia de escuchar Heavy Metal no se funda en lo que le pasa al oído, sino en la constitución de una escucha en un contexto determinado. Carolina Cifuentes Cubillos así lo entiende: “Es en la música donde se construye una vinculación personal con lo que se escucha, pero también una vinculación con los espacios donde esta se disfruta, las personas que allí se encuentran y las dinámicas que allí se generan en el caso del heavy metal constituyen “la escena metalera”[1]. ¿Quién puede separar los riffs de la guitarra de Iommi “del domingo aquél donde se intercambiaban discos de vinilo[2]”? ¿Quién puede olvidar ese fervor previo con el cual nos presentaba novedades musicales el Ruso Verea en la mítica Heavy Rock & Pop?

Las condiciones de la escucha se funden a la escucha apropiándose de ella como experiencia. De esto se deriva que, aunque técnicamente se identifiquen robos de robos en las escalas y en las progresiones musicales: la canción nunca permanezca la misma. Ella es siempre diferente, porque siempre es diferente y único lo que le pasa a una sensibilidad. AC/DC no está vigente porque repita con astucia una fórmula sino porque a cada generación le pega de un modo distinto. Por eso los mejores covers son los traidores, aquellos que expresan una distinción generacional, y no una ejecución fiel. ¿Cómo escuchamos?

El asunto de la crítica de las artes es el cómo de la sensibilidad: ¿cómo leemos? ¿cómo miramos? ¿cómo escuchamos? No equivale a afirmar la primacía, ridícula y soberbia, del crítico cultural: “nosotros, los especialistas, somos los verdaderos dadores de sentido”. Aquí, en este grupo de investigación, en estas Primeras jornadas de debate por una nueva cultura pesada en el metal argentino y latinoamericano, no hablan “críticos especializados”. Discurren fans autocríticos: identidades mediadas por el pensamiento; intervenciones de unas pasiones razonadas. Voluntad de transformar la pertenencia en pogo de las ideas. Se discuten formas de escuchar heavy metal, es decir, modos de la experiencia del heavy metal en América Latina. Para reconocer esa experiencia como experiencia colectiva: para reproducirla en ideas, para transformarla, prácticamente, y bajo una orientación deseada. 

Efectivamente, en estas memorias publicadas, aparecen tanto unas intersecciones inesperadas —entre teatro y metal, entre derechos humanos y cultura andina, entre existencialismo, teología y black metal— como precisos debates políticos, estéticos e ideológicos, tan urgentes como necesarios: el problema de la autogestión; la relación con los medios; el feminismo y la misoginia; la cuestión nacional y popular, las izquierdas; los derechos humanos, la conciencia de clase y la responsabilidad ante los escenarios, el consumo problemático de sustancias, la presencia de la muerte como letra, fotografía, cuerpo y violencia urbana… Los tugurios[3] argentinos y latinoamericanos tocaron la Universidad.

Vieja Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, sede Marcelo T. Alvear, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Este acceso modificó el habitar de los tugurios, esos bellos espacios de mítica suciedad. Reemplazó la “pose anti-intelectual” por la conversación birrera con los clásicos. Nietzsche con cheddar mientras suena Judas Priest; Halperín Dongui entre stouts, maní, y Soldati. Es que el traslado de capital cultural a la escena metalera resultó en un verdadero recambio generacional: una exigencia de inteligencia, de voluntad de ironía para el metal. Mostrarse en IG o Facebook con un vino, sin poder formar una oración digna de un fantasmagórico polimodal, causa vergüenza ajena, ganas de tramitarle una jubilación a ciertos ídolos en moratoria. Nada volvió a ser igual desde el momento en que Ricardo Iorio cruzó “Historia de la Confederación” de Adolfo Saldías con Motorhëad. Ése cruce con la biblioteca popular y el nacionalismo no se ha detenido, desde luego, en el fundador del metal argentino. A su pesar, se nutre, actualmente, del feminismo, de la investigación universitaria, de la ciencia ficción, de las sinfónicas, de la electrónica y sus algoritmos, de las pantallas y la comunicación mundial: es Virgine Despentes con la remera de Lemmy, son los conservatorios del mundo combinando Wagner con Therion, es la locura de Slipknot a cappella en las geniales Hellscore. ¿Nuevas sociabilidades?

Sin duda, el fasito de las esquinas con la radio de fondo ha sido sustituido por el podcast para el momento oportuno: del barrio a la hermandad de una filosofía decolonial, unas raíces sangrientas raíces, compartidas, en esta ocasión pandémica, durante tres días: a puro streaming[4].

II. El dilema del origen—. No creo que el Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre Heavy Metal Argentino (G.I.I.H.M.A) busque ocupar el lugar vacío de una práctica periodística —la que en los 90s, apoyada en la carencia de información y medios de comunicación, monopolizaba esa pobreza con exclusividad corporativa: los privilegios de pertenecer a la MTV o a Rock & Pop— sino de restituir, en el presente del movimiento metalero, el sentido de lo seminal: un estar atentos, abiertos, a las venas creativas del presente; un lugar, un espacio y tiempo, y, digámoslo sin miedos: para la encarnación de una vanguardia para el heavy metal de nuestras tierras. El asunto no es tanto “escuchar lo último”. No se trata de “llegar primero”; el heavy metal no es mercancía de bagalleros, importadores o turistas que deslumbran con sus contactos y poder de compra: la Internet democratiza las gemas musicales y los archivos. Ya no se trata de encontrar la rareza sino de reconocerla, hacerla posible, producirla como tal. ¿De qué rareza hablamos? De la nuestra, nuestra rareza latinoamericana.

Estas primeras Jornadas abordaron abiertamente la diferencia latinoamericana, esta existencia bastarda que solicita nuestra interpretación. El Heavy Metal resulta en un medio maravilloso para pensar esta diferencia y su sentido: ¿de qué otra cosa podríamos hablar sino de la presencia de la muerte?, se pregunta, desde México, Iris Fabiola Mojica Ávila[5]; ¿qué quiere decir ser llamada putithrasher[6] en México?, se pregunta Ea-Ilse Valverde Montoya; ¿cuál es la relación con del Heavy Metal con figuras tópicas que narran el origen de una pertenencia nacional (la patria, la heroicidad, lo oriental)?, se pregunta Yanina Vidal, a propósito de Cuchilla Grande, Pecho E’ Fierro y Libertad y Muerte[7] desde Montevideo; la pregunta por lo originario se prolonga en la indagación de Guillermo Sergio Torraga sobre el rescate de la cultura andina[8].

¿A qué se debe la obsesión del Heavy Metal por tramas de sentido tan complejas como la muerte, la enfermedad, la humillación, lo auténtico, lo originario, lo propio? ¿Qué pasa cuando percibimos que aquella modernidad eurocéntrica que alguna vez creímos universal se disuelve ante los ojos de una cultura que no resignamos en querer hacer nuestra para superarla?

Aparece la textura de nuestros días, los nervios de nuestra desesperación exceden el realismo de todas las líricas: anidamos ruinas sobre ruinas. Aparecen lo infernal y lo demoníaco, el espiritismo y sus intuiciones cíclicas, el retorno de los brujos: la decadencia de Occidente. ¿Acaso esta decadencia no nos revela ya la disipación del cono de sombra que recaía sobre nosotros cuando Europa se pensaba a sí misma como luz? De una materia deleznable fuimos concebidos: desarraigados, implantados, mestizos. Allí, justamente, en la bastardía, nosotros los latinoamericanos, clavamos una sentencia ante el destino:

Que la verdad trágica del bastardo no es otra cosa que el carácter universal de toda cultura.

III. La organización de los grupos: el deseo de programa—. Hay grupos, musicales y reflexivos. Están los bares, los escenarios supervivientes, están los fans; todavía existe el negocio, es decir, los grandes recitales que, cada tanto, convocan a miles de personas, hay merchandising, hay buenos discos, comunicación, encuentros… Pero todos sentimos que falta algo. Eso que falta lo sabemos, pero no lo queremos decir en voz alta. Y no lo queremos decir porque nos pesan los ideales de la cultura independiente y autogestiva. Idealizaciones fundidas a un habitus de militancia de base. No lo queremos decir porque una cultura de izquierdas también contiene unos sentidos comunes capaces de silenciar y despreciar ciertos puntos de vista. Eso que falta es una obviedad: falta inversión de capital.

La “escena metalera”, efectivamente, funciona hoy como “cooperativa”. Es una gran productora artesanal de valores de uso y no faltan, en su interior, los que claman por el subsidio del Estado; el favor de la política cultural. La escena metalera, en este momento, no produce mercancías en América Latina. Es una feria de valores de usos mercantiles sin división del trabajo. Lo que señala Taranto en el panel de Gito: el músico lo hace todo. No tiene tiempo en concentrarse en hacer buenas canciones: debe hacerlo todo. Cuando el “derecho de piso” es infinito: no hay “derecho de piso”. Se está siempre en el piso. No hay acumulación. La “escena metalera” repone, con sacrificio asalariado, lo que dispone y “hace el aguante”. Mientras se forjan hijos, familias, responsabilidades. No se puede hacer la crítica de la industria cultural que no existe. El rock carece de empresarios. En Argentina, no nos hemos recuperado de Omar Chabán. Se habla de Cemento; no de Omar Chabán. Ni se lo nombra. Su espectro duele. No por sus pecados, sino, fundamentalmente, por los nuestros: porque ha resultado el perfecto chivo expiatorio de un profundo dolor colectivo. ¿Hace falta empresarios, es decir, dinero? ¿O con todxs nosotrxs alcanza?

Minore lo afirma con claridad: “Lo autogestión por un lado, el mainstream por el otro, han generado a lo largo de los años una suerte de disyuntiva de hierro donde o bien se estaba en una trinchera o en la otra. Ser de verdad o de mentira, tranzar, fracasar, venderse, fueron términos que se sumaron a una grieta generada más por la falta de oportunidades que por convicciones reales. Pero es probable que no sean calles enfrentadas. Para nada. Sino dos posibilidades que incluso pueden retroalimentarse[9]”.

De ahí, la necesidad de las jornadas de planificar, esto es: desear un programa.

Y nadie mejor que Emiliano Scaricaciottoli para sintetizarlo:

“¿De qué hablamos cuando pensamos un “programa de acción”? Continuar el linaje de acción desreguladora, aceptar la renovación (actualización) y levantar nuevos discursos sociales y políticos que dinamizan las matrices discursivas del metal en Nuestramérica[10]”.

Como dice Metallica: So be it (que así sea)[11].

Salón Pueyrredón, Plaza Italia, Ciudad Autónoma de Buenos Aires



[1] Carolina Cifuentes Cubillos, La “escena metalera” bogotana como lugar de representaciones de género. Aproximación a las trayectorias y representaciones de género de las mujeres aficionadas al heavy metal durante dos décadas (2000 – 2020), páginas 42-47.

[2] Almafuerte, A vos amigo, A fondo blanco, 1999.

[3] Tugurio es una imagen que suele usar el maestro Norberto “El Ruso” Verea para designar aquellas “alcantarillas” donde nosotros crecemos.

[4] Las “Primeras jornadas de debate por una nueva cultura pesada en el metal argentino y latinoamericano” se llevaron adelante los días 4, 5 y 6 de septiembre del año 2020, por motivos de público conocimiento, tuvieron lugar en formato online, fueron abiertas y gratuitas.

[5] Iris Fabiola Mojica Ávila, Las presencias de la muerte: ficciones de lo real, página 11.

[6] Ea-Ilse Valverde Montoya, Las palabras dicen mucho más: el caso de putithrasher en el habla metalera mexicana, páginas 36-41.

[7] Yanina Vidal, Repensar y refundar la P(M)atria: los tópicos del siglo XIX en el metal oriental en Cuchillagrande, Pecho E´ Fierro y Libertad o Muerte, páginas 90-98.

[8] Guillermo Sergio Torraga, Rescate de la cultura andina en bandas de metal, páginas 106-1112.

[9] Gito Minore, Producir metal. Autogestión, independencia, mainstream, Página 29.

[10] Emiliano Scaricaciottoli, El metal argentino a escala continental. Pensarnos en Nuestramérica, Página 66, énfasis añadido.

[11] Metallica, don’t tread on me, Black Album, 1991.

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