Plegaria como sutura, plegaria como eterno presente, como recuerdo memoria y justicia, como palabras dirigidas a Dios o a la madre, como invocación, como diálogo y como condición de posibilidad de establecer una comunidad. Facundo Milman, especialista en pensamiento judío y estudiante avanzado de la carrera de Letras nos acerca a las múltiples dimensiones de este acto humano que excede los límites del dogma de cualquier religión y atraviesa la cultura en su totalidad.
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Florencia Angilletta me aconsejó tratar escribir sobre algo que no tenga que ver con los judaísmos, entonces intenté hacer algo con el olvido, con la historia, con la justicia. Pero volví con un tema que suscita mi atención, es decir, volví a las religiones, al mundo secular y a la palabra desde los judaísmos. Este texto surge también de un comentario que me hizo: escribir sobre religión y la cultura popular. Gustavo Cerati, en Zona de promesas, canta: “No está mal ser mi dueño otra/ ni temer que el río sangre y calme/ al contarle mis plegarias”. Escogí este tema por una doble razón: primero porque es el título del libro de Angilletta, Zona de promesas: cinco discusiones fundamentales entre los feminismos y la política (2021), y segundo porque también aloja la posibilidad de cantar el rezo (religioso o laico y dogmático o asimilado). Quizás, y solo quizás, me interese este intersticio entre la cultura popular, las religiosidades -instituidas o no- y lo personal: una forma de atravesar la sociedad, la política y el pensamiento.
La plegaria
“Antes de que fueses concebido en el vientre
de tu madre, yo ya te conocía. Antes de que
salieses de su vientre, yo ya te había consagrado”.
Jeremías 1:5.
Franz Rosenzweig, el mayor filósofo judío de la primera mitad del siglo XX, dice que ante la muerte, comienza el conocimiento del Todo. Errancia primera: la tragedia. Erramos en un mundo que nos impone la vida. No somos libres ni estamos condenados, estamos obligados a vivir esta experiencia terrenal. Errancia segunda: la vida. Rosenzweig dice, en La estrella de la redención (1921), que vivir es estar en un entre, en una encrucijada, en un intersticio: entre el comienzo y el final. Pero entre uno y otro, entre existir y vivir, hay un mundo que se abre, que se predispone, una dimensión abismal del infierno en esta vida. Este sería el mundo de la plegaria, el espacio de la sutura. En este sentido, pienso la plegaria como un continuo presente, un presente que nunca se acaba, un eterno-presente. La pandemia nos arrojaría al eterno-presente que no deja movernos al futuro debido a su imprevisibilidad. Estar alojados entre la existencia y la vida bajo el concepto de una pandemia que irrumpe en su propia imprevisibilidad es lo que habilita a la plegaria en su aparición.
Planteadas las determinaciones y contextos de producción, la plegaria acontece como el discurso del hombre frente a Dios que, aunque pida cosas imposibles de cumplir, demanda en última instancia la manifestación de la Presencia Divina para que puedan dialogar. El hombre busca dialogar con su Madre, con su Creador y con su Fuente (Dios: Madre –Shejiná o Divina Presencia- y Padre). Si bien hay métodos teúrgicos para alcanzar la ascensión cercana con Dios -siempre espiritual- como ocurre con los escritos por Abraham Abulafia, el hombre mantiene su relación con el Uno a través de la plegaria y su insistencia en el Deseo. La plegaria sería el otro nombre de la relación materna. Pero también la madre terrenal, la madre a la que le canta Gustavo Cerati, es a quien se le dedican las plegarias. A la madre se le dicen las plegarias para mantener el diálogo, un diálogo primerizo que la madre inicia en el momento que el niño responde con gorgojos. Ese diálogo simboliza no solo la relación amorosa, sino también el suelo afectivo. Los gorgojos-respuesta no son otra cosa que la plegaria de un niño. Por lo tanto, la relación con una madre podría ser solo una historia de la plegaria colmada de lágrimas. Entonces ellas nos dicen que los ojos no son creados para ver, sino para llorar. El lloriqueo irrumpe en el lugar de las palabras. Nos hemos quedado mudos. El habla y, más detallado, el lenguaje queda aplastado por el acontecimiento del llorar. Paul Celan escribió Conjunto de entenebrecido y dice: “No te escribas /entre los mundos, /mantente contra la pluralidad de significaciones /confía en la huella de las lágrimas/ y aprender a vivir”. El acontecimiento de las lágrimas que irrumpen en el llanto mientras firman un camino, un tránsito y una errancia a través del sollozo que crea el cuerpo. Así como decimos que leemos con el cuerpo, también lloramos con el cuerpo. Porque las lágrimas son otro tipo de lenguaje: se suspende un lenguaje por otro. Y sin embargo, confiar en la huella, confiar en el camino que se traza, confiar en la errancia que se escribe en un cuerpo que aprende vivir con el dolor. Sin el dolor no se puede, pero solo con el dolor no alcanza. Walter Benjamin, en sus Tesis sobre el concepto de historia (1940), dice que la Torá y la plegaria instruyen a los judíos a rememorar. La plegaria se transmuta no solo en la forma de recordar, sino también en la educación. Se nos instruye en la recordación a través de la educación. Este es el sentido que produce la educación contrapuesta al olvido. El triunfo de la memoria, del recuerdo y de la educación es la Justicia. La Justicia es lo contrario al olvido. Justicia, Justicia Perseguirás – Tzedek, Tzedek Tirdof (Deuteronomio 16:20). Me gustaría concluirlo así: perseguir la Justicia es resistirse a olvidar, es recordar en la eternidad y es un llamamiento al Nunca Más.
La plegaria constituye un modo de abordar al recuerdo a través de la memoria, la justicia y la educación. Pero estos tópicos no son tales si no se plantean detrás de su horizonte en común. ¿Cuál es el horizonte en común entre la plegaria, la memoria, la justicia y la educación? Rezar.
Rezar
Y curé mis heridas
y me encendí de amor
y quemé las cortinas
y me encendí de amor, de amor sagrado.
Charly García y Luis Alberto Spinetta, Rezo por vos.
La plegaria es el diálogo con otro (otra persona, el otro como mundo o el otro como Dios), aunque siempre hay terceridades que median. Como, por ejemplo, en el diálogo con otro ya que intercede Dios entre ambos u otra persona. Si en la plegaria hay terceridades, en el rezo, hay una comunidad que respalda a todos. Esa es la diferencia entre la plegaria y el rezo: la comunidad. El rezo comprende a la comunidad, la comunidad terrenal. El rezo se enciende de amor sagrado por y para la comunidad. Porque lo sagrado no es otra cosa que el reconocimiento del gran Otro en este plano terrenal, esto es, el re-conocimiento del más próximo. Encuentro, en tal lectura, las palabras de Simone Weil como guía y maestra: “Lo que es sagrado, de ningún modo es la persona, sino aquello que en un ser humano es impersonal”. Weil viene a decir que lo sagrado es lo que se encuentra entre nosotros, no en nosotros; lo que está en el intersticio, no lo que está en la persona; lo que atraviesa y no en el sujeto. La enunciación de Weil es enriquecedora porque piensa en lo impersonal, en lo que va más allá del sujeto, en lo conforma comunidad. En tal dirección, recupero una frase que fue pronunciada por el rabino Abraham Joshua Heschel en apoyo a Martin Luther King Jr: “Cuando marcho con el Reverendo King, siento que rezo con los pies”. Marshall Meyer, discípulo de Heschel y con respecto a la última dictadura militar, dijo: “Marchar es como rezar con los pies”. Entonces ocurre algo: marchar como rezar tienen su similitud. Marchar como rezar es una forma de pedir que determina un Deseo en comunidad. El Deseo puede ser religioso o laico, dogmático o asimilado, encerrado o emancipado.
De la plegaria al rezo y del rezo a la comunidad. La comunidad de valores, de ideas y de pensamiento confluye de forma indefectible hacia un encuentro. Porque cuando uno ha reflexionado sobre ciertas cosas, la posibilidad de alcanzar una comunidad de ideas con alguien respetuoso y fecundo es siempre y, en cualquier caso, algo sublime. Por lo tanto, reflexionar sobre la noción de comunidad es lo que nos ayuda a diluir las totalidades: lo total y lo totalizante. Lo que trastoca la totalidad es la condición para la relación con el otro, ese es el engranaje permite el encuentro con el otro. El engranaje que permite la caída de lo uno hace (a)parecerlo como comunidad, aunque también otro elemental: la otredad en tanto otra que no forma parte de mi comunidad de sentido, ese otro encuentro es el que permite pactar una comunidad.
La comunidad
“El milagro es una “acción política” de los poderes
trascendentales, que se manifiestan en la
misma comunidad humana”.
Jacob Taubes, Del culto a la cultura (2007).
Uno de los pensadores y filósofos judíos del siglo XX, uno de los más importantes, fue Martin Buber. Buber planteaba una idea: cuando una persona lo escuchaba, él lo acompañaba hacia una ventana, señalaba un camino y empezaba a dialogar sobre las decisiones tomadas. Buber quería decir a través de esta pequeña historia que no solo es necesario establecer un diálogo con el otro, sino también que el otro tiene que ser absolutamente otro. El otro tiene que ser una alteridad radical.
Estas son las condiciones para establecer una comunidad. Gustav Landauer, pensador alemán del anarquismo y –a veces– catalogado como místico, sostiene que el objetivo era crear una estructura elemental para una sociedad nueva, real, socialista, libre y, en lo fundamental, una comunidad. La comunidad romántica de Landauer se ubicaría en un nuevo intersticio: entre el campo y la ciudad, esa es la aspiración. Pero para ello, la comunidad debe salir a la esfera pública. En otras palabras, la comunidad tiene que exponerse a la política. Sin política, no hay comunidad que perdure.
La memoria vuelve porque la comunidad hace uso de ella. La comunidad sería el otro nombre de la memoria activa. La comunidad está instruida en rememorar y esa rememoración es activa. La memoria activa es la única forma de traer justicia a este mundo terrenal. León Gieco canta: “La memoria despierta para herir/ a los pueblos dormidos/ que no la dejan vivir”. La memoria trae los dolores del parto de la Justicia. La memoria duele, aunque también aspira a la recomposición y vencer al olvido. Si la amnesia y el olvido pasa de ser instituyente a instituida, el recuerdo y la memoria tienen su responsabilidad. Memoria con dolor, pero siempre haciéndose cargo de su cargar a través del tiempo. La responsabilidad es un llamado a la memoria. Responsable memoria.