La universidad esconde joyas con historias fascinantes. Algunas, como si fueran «la carta robada», se mantienen ocultas incluso a la vista de todos. Una de esas joyas es la cátedra de Sánscrito. El estudio de las lenguas y culturas del pasado no se limita al griego y al latín. En esta oportunidad, Martín Emilio Rosana, investigador dedicado a la lengua sánscrita y a las filosofías de la India, nos introduce a la historia de la cátedra, sus proyectos y el valor que implica la existencia de un espacio para esta clase de estudios.
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Saṃskṛtam es la palabra que designa al idioma sánscrito justamente en dicha lengua. Es un vocablo formado por la raíz verbal √KṚ (“hacer”) más el preverbio -sam (que indica los matices de “composición”, “completitud”) junto con el infijo -ta, que es la marca de participio, declinado en esta oportunidad en nominativo singular neutro, como indica la terminación -m. Una traducción completamente literal sería “lo hecho por completo”, en el sentido de aquello que está perfeccionado, refinado, pulido, terminado. Esta nomenclatura cobra especial relevancia cuando pensamos al sánscrito en oposición a las llamadas lenguas prā-kṛta, familia de lenguas “naturales” a la cual pertenecen incluso la mayoría de las lenguas indias contemporáneas. Como vemos, desde su nombre, el sánscrito indica una “estandarización”, y no estaríamos demasiado lejos de la verdad si lo pensamos como originariamente una lengua de las elites ilustradas, principalmente de los estamentos políticos y clericales pero también los técnico-científicos.
De este breve análisis morfo-gramatical de la palabra Saṃskṛtam podemos también adelantar algunas características formales de esta lengua, como el hecho de ser flexiva, es decir que su sistema nominal presenta un número de flexiones según el caso, el número y el género, al igual que el griego o el latín pero con la diferencia de que mientras que el griego presenta cinco casos, dos números (singular y plural) y tres géneros (masculino, femenino y neutro), y el latín seis casos, tres géneros y dos números; el sánscrito atestigua nueve casos[1], tres géneros y tres números (singular, dual y plural).
Otra característica que salta a la luz a partir de lo ya dicho es que el sánscrito es una lengua sintética, es decir que sus palabras tienden a agrupar varios morfemas e incluso más allá de esto presenta un copioso sistema de composición nominal en el cual la agrupación de lexemas en una sola palabra llega a cobrar dimensiones insospechadas, especialmente en el caso de la poesía. Podríamos en este punto decir algo del complejísimo sistema de conjugación verbal, el cual presenta conjugaciones simples (sistemas de presente, futuro, aoristo y perfecto), derivadas (pasiva, causativa, desiderativa, intensiva, denominativa), perifrásticas (de perfecto y de futuro) y nominalizaciones de los verbos (infinitivos, gerundios, gerundivos y participios); pero basta con señalar para dar cuenta de su tamaño y complejidad que por ejemplo dentro de la conjugación simple, ubicándonos en el sistema de presente (el cual agrupa al presente, a su participio, al imperativo, al optativo e incluso al pretérito imperfecto) el sánscrito evidencia no una ni dos sino diez clases o formas de construir la conjugación del presente del indicativo, cada verbo por lo general pertenece a sólo una de estas diez clases.
El sánscrito, cualquiera sea su antigüedad, tiene una estructura maravillosa; es más perfecto que el griego, más copioso que el latín, y supera a ambos en refinamiento exquisito. Y, sin embargo, revela tanto en las raíces verbales como en las formas gramaticales, una afinidad demasiado grande con esas lenguas para que pueda ser producto del azar; la afinidad es tanta que ningún investigador puede estudiar las tres sin llegar a la persuasión de que estas lenguas derivan de una fuente común que tal vez ya no existe.
Con estas palabras, quizás las más citadas en la historia de la lingüística comparativa, William Jones (1746-1794 e.c.) comenzó su tercer discurso en la Sociedad Asiática de Bengala el 2 de febrero de 1776 dando inicio, según el concurso de numerosos especialistas[2], a los estudios de filología comparativa de las que luego serían las lenguas indo-europeas, y en un sentido más general: dando inicio a la lingüística moderna.
Hoy, dos siglos y medio después, podemos decir que el sánscrito, que no sin problemas se ha categorizado como una lengua “indo-aria”, pertenece a la rama indo-irania de la familia de lenguas indoeuropeas. De hecho, en su primer estadío documentado, el “sánscrito védico”, al cual pertenecen los himnos del Ṛgveda (ca. 1500 a.e.c.), es sólo superado en antigüedad por las inscripciones cuneiformes en hitita[3]. Sin embargo estas inscripciones se cuentan por decenas mientras que sólo el Ṛgveda es una colección de más de mil himnos. Es probablemente esta vastedad lo que hizo del sánscrito un baluarte para la reconstrucción de la hipotética lengua proto-indoeuropea, y también una fuente y testimonio para intentar acercarse a entender cómo era el pensamiento, la ciencia, la religión, en síntesis la “alta cultura” de estos pueblos que habitaron en un pasado extremadamente difícil de fechar con precisión, no sólo parte la península índica, sino el territorio que hoy ocupan principalmente Afganistán, Pakistán, la India y muy probablemente el oeste de Nepal. Con la difusión del budismo y el hinduismo (ca. s.V a s.XV e.c.) El sánscrito se extendió por el Sudeste asiático, Asia del este y Asia central.
En este punto cabe aclarar que al hablar de sánscrito podemos hacerlo en un sentido amplio, es decir haciendo alusión a los diversos estadíos y variantes documentados de esta lengua (de los cuales el védico es el más antiguo), o en un sentido restringido referenciando únicamente al estadío llamado “clásico”, el cual fue codificado por Pāṇini (ca. s.IV a.e.c.) en su Aṣṭādhyāyī, quizás la más antigua obra de gramática y lingüística que conservamos en su totalidad.
Esto nos lleva a preguntarnos cómo es que llegó hasta nosotros la inmensa cantidad de textos sánscritos que poseemos y la respuesta probablemente se relaciona con el principal soporte de preservación de los mismos, el cual no fue ni la piedra ni el papiro sino la memoria humana. Durante la gran mayoría de su historia el sánscrito fue una lengua de transmisión exclusivamente oral, cuyas composiciones eran aprendidas de memoria y enseñadas de maestro a discípulo, de padre a hijo y no fueron puestas por escrito hasta probablemente bien entrada la primera mitad del primer milenio de la Era Común, utilizando para ello una diversidad de sistemas de escritura, algunos emparentados con el alfabeto fenicio, otros más cercanos al arameo.
La presencia del sánscrito en nuestra casa de estudios se remonta al año 1970, cuando el ya legendario sanscritista autodidáctica y doctor en letras[4] por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, Fernando Tola (1915-2017 e.c.), se asienta en Buenos Aires y es nombrado profesor titular de la cátedra “Filosofía de la India”, materia cuyo segundo nivel, a modo de lo que hoy conocemos como “Problemas de…” no era otra cosa que el estudio del idioma sánscrito, un proceso que todos los que hemos asomado nuestras cabezas en el inmenso, por momentos insondable, universo que constituye la literatura india antigua, terminamos reconociendo como indispensable para tener un acceso fructífero a la misma.
Fue esta materia optativa la que cursó Rosalía Vofchuk, por aquel entonces graduada de la carrera de letras clásicas, motivada por el conocimiento de la existencia de encuentros y diálogos interculturales entre el mundo greco-latino y la india antigua. Esto la llevó a convertirse en discípula del profesor Tola y a doctorarse en 1991 bajo su dirección con una tésis que lleva por nombre “Las doctrinas Brahmánicas a través de las fuentes griegas y latinas”. Un año más tarde, en 1992, sería nombrada profesora adjunta a cargo de cátedra de la materia Sánscrito, materia optativa perteneciente a la orientación en clásicas de la carrera de Letras que la Dra. Vofchuk sigue dictando hasta el día de la fecha.
El principal interés que hace gravitar a los alumnos de la orientación de clásicas hacia la materia es esencialmente lingüístico: completar su formación con esta tercer lengua “clásica”, sin embargo son numerosos los alumnos que se acercan a la materia desde la carrera de letras sin pertenecer a la orientación de clásicas, o bien de las carreras de antropología, historia y filosofía movidos por el interés de conocer, acceder a la vasta obra literaria/filosófica/religiosa sánscrita en su idioma original.
Ejemplo de esto es la Dra. Gabriela Müller, quien nos cuenta que llegando al tramo final de la carrera de Filosofía, tras haber cursado los niveles de lengua y cultura griega antigua y latina, decidió anotar la materia como optativa para completar su formación en clásicas pero también “un poco por ganas de conocer un poco una lengua tan lejana”. Cuando le preguntamos qué le aportó a su formación el estudio del sánscrito nos respondió que “el aporte más inmediato es la posibilidad de interpretar textos indios antiguos a partir de su lectura en la lengua en la que fueron compuestos. Esto me permitió, a su vez, acercarme a un mundo que me era en gran medida desconocido e implicó un gran enriquecimiento en mi formación filosófica y cultural. Pero también, de manera más vivencial, me obligó y me obliga todo el tiempo a repensar las categorías que uso y a desarticular los prejuicios heredados y propios. En definitiva, a partir del estudio del sánscrito se abrió un camino de indagación que, de otra manera, no sé si hubiera transitado”. La Dra.Gabriela Muller hoy es la jefa de trabajos prácticos de la materia y la coordinadora del “Taller de Lectura de Textos en Sánscrito” en la Facultad.
Sostiene que “la labor docente en la materia “Sánscrito” y en diversos seminarios sobre temas del área de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires me permite no solo seguir aprendiendo día a día sobre esta hermosa lengua y sobre la inagotable cultura india, sino también compartir reflexiones sobre las maneras en las que históricamente nos hemos relacionado con lo diverso y lejano y buscar modos superadores para entendernos y vincularnos dentro y fuera del ámbito estrictamente académico.”.
Siendo autorreferencial, yo tuve la suerte de tenerla como profesora de práctico, la mayoría de las veces que curse la materia. La primera vez que lo hice, hace ya más de una década, la regularice si mal no recuerdo con un nueve, pero en ese momento me di cuenta que el sánscrito no iba a ser una materia más en el analítico, sino algo cuyo estudio me iba a acompañar, espero, para siempre. Fue recién la tercera vez que curse la materia por completo (hubo un par de intentos en el medio) cuando decidí rendir el final, incluso luego de haber finalizado mi carrera, no porque el sánscrito sea algo imposible, doy fé de que no lo es, ya que toda la complejidad que presenta su gramática se ve balanceada con la simplicidad de su sintaxis, y la ayuda del abordaje de la cátedra, que se lanza a la tarea de entender a la lengua a partir de tres dimensiones principales: la fonética, la gramática y la sintáctica; hace que, sin duda con un esfuerzo de estudio no menor, al cabo de relativamente poco tiempo, uno tenga las competencias para transliterar, entender la compleja fonética de la lengua y analizar morfosintácticamente las oraciones al punto de poder traducirlas, con diccionario y fichas de estudio mediantes.
Otro exalumno de esta materia es Pedro Cimoli, quien es profesor de Historia, también egresado de Puán, se dedica al estudio de la historia de la India, pero más específicamente a la India del s.XX. Sin embargo nos cuenta que el haber estudiado sánscrito le permitió acceder a la visión de la cultura de la India antigua y que le fue muy útil conocer sobre las grandes epopeyas indias o los vedas, sin duda por la influencia que siguen teniendo estas composiciones en la actual sociedad India.
En una de mis múltiples cursadas tuve como compañera a Natalia Gaitán que me cuenta cómo inició su interés por este idioma: “Me acerqué al sánscrito en el año 2016, ya habiendo decidido dedicarme a las Letras Clásicas. Me parecía sumamente importante incorporar una tercera lengua clásica (además del Latín y el Griego), especialmente teniendo en cuenta que la UBA es una de las pocas universidades en el mundo que imparten la disciplina dentro de una carrera de grado. Además de complementar mi conocimiento de las lenguas clásicas en general, me resultó interesante la riqueza de la lengua, así como el corpus de obras en lengua original trabajado durante la cursada. Después cursé una segunda materia, «Lectura y análisis de textos en Sánscrito», en el año de su creación, el 2021, lo que me permitió profundizar los contenidos adquiridos hasta ese momento. En el año 2019, Natalia participó como transliteradora y traductora de términos en lengua sánscrita en Vocabulario de las Filosofías Occidentales. Diccionario de los intraducibles (Siglo XXI, México).
Justo la vez que cursé con Natalia, tuve como profesor de práctico al Dr. Gabriel Martino, cuya relación con el sánscrito ha signado sin duda su historia académica. Gabriel, proveniente de la carrera de Filosofía, nos cuenta que desde los 19 años se sintió interesado por la antigua literatura sánscrita, sin embargo no fue hasta que terminó la licenciatura que se dio la oportunidad de cursar la materia. Nos comenta que el aprendizaje del sánscrito fue fundamental para poder dedicarse a la investigación en temas de filosofía de la India, para obtener las herramientas necesarias para abordar los textos antiguos en su lengua original e incluso para interpretar fenómenos contemporáneos como el yoga a la luz de la tradición milenaria desde sus orígenes.
Sostiene que : “Gracias a haber cursado y aprobado la materia pude incorporar temas de filosofía de la India en mis investigaciones doctorales y posdoctorales, pude realizar una estancia de investigación (2021) en Rutgers University USA con una beca Fulbright bajo la supervisión de Edwin Bryant, un reconocido especialista en sánscrito e indología, y logré ingresar a la carrera de investigador en CONICET para desarrollar un proyecto de investigación en filosofía comparada. También contribuyó a que actualmente pueda desempeñarme como Visiting Research Associate del Department of Religion de Rutgers University, USA. Mi conocimiento de sánscrito también me abrió las puertas a centros de investigación regionales, como el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México y el Centro de Estudios Orientales de la Pontificia Universidad Católica del Perú: visité ambas instituciones en dos oportunidades y pude establecer conexiones académicas con las instituciones y sus investigadores. En la actualidad, también participo de actividades de investigación colaborativas tanto con El Centro de Estudios de Asia y África (COLMEX) como con el Centro de Estudios Orientales (PUCP), y ambas instituciones me han convocado en varias oportunidades para conferencias, evaluaciones y talleres”.
Tras haber realizado una adscripción de 6 años a la materia, en el 2017 ingresó a la cátedra en la cual se desempeña como profesor de prácticos además de también enseñar la lengua por fuera del ámbito académico.
En la actualidad se dictan en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires la materia Sánscrito y lo que sería su segundo nivel: “Lectura y análisis de textos en sánscrito”. Asimismo, la Dra.Muller coordina el “Taller de Lectura de Textos en Sánscrito” (dependiente del Instituto de Filología Clásica) dirigido principalmente a quienes hayan cursado la materia y deseen profundizar en la lectura de textos en su idioma original.
[1] Nominativo, acusativo, instrumental, dativo, ablativo, genitivo, locativo, vocativo.
[2]Cfr. Burrow, T. (1955); Szemerényi, O. (1987).
[3] Lengua perteneciente a la rama anatolia de la familia indoeuropea.
[4] Además de Licenciado en Humanidades, Abogado y Profesor Eémerito de la misma casa de estudios.