La secretaria de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, entre otras cosas, cumple una función clave en la reglamentación de actividades científicas y financiación de proyectos de investigación. Código y Frontera se reunió con el ingeniero Sebastián Vivallero, secretario de Ciencia y Técnica de la UBA, para hablar sobre los desafíos y expectativas de la universidad en el camino para afianzar el vínculo entre la investigación, entramado productivo y sociedad civil.
* * *
¿Cuál es la función de las actividades de Ciencia y Técnica en la universidad?
La secretaría de Ciencia y Técnica es un órgano del Rectorado de la Universidad. Entre nuestras funciones se encuentran financiar proyectos de investigación, sostener los institutos UBA (que al día de la fecha son 72) y reglamentar muchas actividades científicas en la Universidad. Una de las acciones más relevantes es la histórica convocatoria a Becas de Maestría y Doctorado. Por ejemplo, durante octubre incorporamos 100 becarios de posgrado nuevos, continuando con lo que probablemente sea la línea de becas más grande del país. Además, tenemos 160 becarias y becarios estímulo, que son estudiantes que están terminando su carrera de grado y dando sus primeros pasos en el mundo científico.
¿La secretaría de Ciencia y Técnica es la encargada de llevar el diálogo institucional con el CONICET?
Exactamente. Uno de los principales roles de esta secretaría es ser interlocutor con los distintos organismos públicos y privados que impulsan políticas e investigaciones científicas con la universidad: el CONICET, el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación, la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Innovación, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial o el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual, por nombrar algunos de los más conocidos. De hecho, es esta secretaría la encargada de gestionar la propiedad intelectual y por ende avanzar los contratos de licencia de tecnología con contrapartes externas.
¿Y trabajan con actores fuera de la Argentina?
Por supuesto y, de hecho, es una de nuestras prioridades porque la innovación científica y tecnológica es una de las misiones de la universidad que más diálogo global requieren. Si nuestros investigadores no están en diálogo con el mundo difícilmente lleguen a estar en la frontera tecnológica. Para lograr esto tenemos tres líneas de trabajo muy fuertes. En primer lugar, financiar viajes de investigadores para presentar resultados de la investigación; en segundo lugar, financiar los viajes de expertos internacionales a la Argentina para que den clases en nuestra universidad; por último, financiar reuniones científicas en nuestro país. Esto último es algo que empezó en la gestión anterior y que nosotros mantenemos como prioridad. Y, además de estas tres políticas ya consolidadas, estamos desarrollando una línea de financiamiento para promover que jóvenes investigadores y becarios participen en jornadas y congresos nacionales, entendiendo que este es uno de los primeros escalones para que sus líneas de investigación lleguen a ser discutidas en escenarios internacionales.
¿Y en qué hay que hacer más esfuerzos?
Hay un salto madurativo pendiente para poder vincularnos más con el entramado productivo de la Argentina y, también, con la sociedad civil. Porque, si bien lo hacemos, todavía hay tanto por hacer que merece que redoblemos esfuerzos. Este tema es complejo, el sistema científico argentino sigue evaluando a los y las investigadoras por productividad académica, cuando otros países han asumido la creación de la carrera del investigador tecnólogo. Excede esta entrevista, pero uno de mis desafíos de gestión es avanzar en ese sentido.
¿No lo hace formando profesionales? ¿Qué esfuerzo extra debería hacer la universidad?
Aunque, sin duda, es el primer y principal impacto de la universidad, como reformista te digo que eso no alcanza. La formación de profesionales de primer nivel ha sido el modo en que, desde su fundación, la UBA ha aportado al desarrollo económico de la Argentina. Sin embargo, hay mucho para ganar, por ejemplo, dialogando con el entramado social, capitalizando esas experiencias en forma de conocimiento y articulando iniciativas desde la universidad que permitan aprovechar más los saberes populares. Ahí los trabajos de extensión marcan el camino no sólo para dar conocimiento, sino también, para recibirlo. Para esto, también tenemos que estar atentos a lo que pasa fuera de la universidad y fuera de la Ciudad de Buenos Aires, para identificar otros ámbitos o necesidades en las que la universidad pueda aportar.
Ahora bien, lo específico de la investigación es que estar en la frontera tecnológica, entonces, el aporte de la vinculación a la producción puede agregar muchísimo valor. Es un aporte que permite dar saltos de calidad y de escala.
¿Y cómo se logra ese impacto?
No hay doscientas formas, sino tres o cuatro. Una forma es cambiar la evaluación de la carrera científica cómo dije antes, ahí aparece un incentivo y desaparece un freno. Otra es fortalecer la cantidad de vinculadores tecnológicos, que funcionan de interfaz entre el entramado productivo y el académico. Otro formato de mayor escala es el que se conoce Open Innovation que permite que una empresa, para la que sería muy caro montar un laboratorio, no sólo por la tecnología sino también por los profesionales, pueda asociarse con la universidad para hacer investigación y desarrollo. Durante mucho tiempo, este tipo de vinculaciones tuvo mala prensa en nuestra universidad, pero la experiencia internacional mostró que la colaboración es beneficiosa para todas las partes. Uno de los beneficios, por ejemplo, es que las patentes son compartidas y eso puede generar más ingresos para la universidad.
¿Creés que se pueden aplicar estos formatos en ciencias sociales o humanidades?
Tenemos más de 17.000 investigadores y no todos son de ciencias duras. Las ciencias sociales y humanas tienen una estrecha vinculación con el trabajo social productivo, económico. Hacen investigaciones históricas, de mercado, arman manuales, encuestas, estrategias de formación. Y todo eso metodología científica aplicada, que apenas llegás a vislumbrar en el grado y que se gana en el trabajo de investigación que da un montón de herramientas científicas que más tarde son aplicables en contextos fuera de la universidad. Hay mucha investigación en ciencias sociales y humanas, hay formas de transferencia, pero estamos más entrenados para ver esto en las ciencias duras.
¿Podés nombrar algún caso concreto?
Claro. El Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea es un programa del Ministerio de Ciencia y Tecnología que promueve que las ciencias sociales humanas hagan investigaciones 100% adoptables fuera del mundo científico. En este marco, hubo desarrollos vinculados a la educación, a la nutrición desde el punto de vista sociológico -mostrando el impacto del capital cultural, la información, los patrones de consumo y los incentivos. El PISAC generó modelos que son aplicables en políticas públicas.
¿En qué campos ves avances más prometedores?
El campo aeroespacial va a crecer mucho en la UBA. Nos encontramos trabajando en temas de telecomunicaciones y en temas de micro y nano electrónica, y también en temas de materiales complejos. Estamos empezando a hablar con actores nacionales y globales, líderes de esa agenda, desde NASA y la embajada de Estados Unidos, a la CONAE y el Instituto Balseiro. Ahí hay mucha potencia. Especialmente ahora que la UBA se presenta unificadamente y coordinando diferentes áreas de trabajo.
La biotecnología no es ninguna novedad para la UBA, pero es otra área en la que vamos a ver desarrollos importantes, desde vacunas hasta bioplásticos para trasplantes. En este campo, la potencia viene de articular el trabajo de la facultad de Ciencias Médicas, la Farmacia y Bioquímica, la de Ciencias Exactas y Naturales, la de Agronomía, la de Veterinaria y la Ingeniería. Firmamos contratos con inversores que pueden volverse grandes fuentes de financiamiento para la universidad y esto sólo fue posible articulando el conocimiento producido en distintas facultades.
También quiero destacar el trabajo con cannabis y cáñamo, que también está ganando espacio, porque había trabajos que no dialogaban mucho entre las diferentes unidades académicas. Ahora contamos con un convenio con el organismo que regula su producción y venta de cannabis en Argentina estamos dinamizando la agenda de cannabis en la UBA. Lo medicinal está al tope de esa agenda en la que también hay investigaciones sobre materiales en base al uso del cáñamo.
Por último, inteligencia artificial. La gran novedad es la nueva carrera de ciencia de datos en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales y la modificación del plan de estudios de la carrera de Informática de la facultad de Ingeniería. También hay investigadores en la facultad de Derecho, en Medicina y en la carrera de Filosofía. Estas agendas de investigación todavía están madurando, pero veo que tenemos mucho potencial para pasar de la investigación de base a desarrollos aplicados.
Este año fuiste invitado al Massachusetts Institute of Technology ¿Qué conclusiones te quedaron de ese viaje?
Viajé en representación del rector. El MIT invitó a veinte universidades referentes de Latinoamérica. Desde Argentina fuimos el ITBA, la UCA y la UBA. Nos invitaron para contarnos cómo creen que podemos afianzar nuestro vínculo académico y científico. El MIT ve a la UBA como una universidad con mucho potencial en desarrollo de tecnología, además es barato vincularse con nosotros y nos ven también como una puerta de entrada para hacer más proyectos en Argentina. Entonces, mi primera conclusión es que tenemos que aprovechar el interés de universidades de Estados Unidos de estrechar lazos con instituciones de América Latina. Así también te comento que la semana pasada estuvimos dialogando en la embajada de China. Es un momento de entender la complejidad geopolítica y realizar acuerdos estratégicos.
Volviendo al MIT, hace años que trabajan con agendas multidisciplinarias, algo en lo que nosotros vamos trabajando, como conté, pero en lo que todavía estamos muy lejos de las formas de trabajo integradas como existen allá. Caminando sus edificios podes encontrar un laboratorio con científicos formados en economía, en comunicación, en ciencia de datos, en física y en electrónica. Ese nivel de integración permite producir tecnología que se transfiere al mundo fuera de la universidad, porque con ese nivel de integración estás muy cerca desarrollar tecnología que se puede aplicar en una empresa que, a su vez, también tiene esos niveles de integración, más organizada por objetivos y no por fronteras entre saberes.
¿Viste formatos que permiten reproducir esto en la UBA?
Sí. La estrategia que ellos tienen para lograr estos trabajos multidisciplinarios es vincularse con actores externos que tienen demandas concretas. Esto en la UBA lo sabemos hacer, solo hay que incentivar que suceda más.
Pero hay algo que allí sucede mucho y acá, hoy es una prioridad: la creación de Empresas de Base Tecnológica (EBT). Cuando salga esta entrevista, espero que nuestra institución tenga aprobada la primera normativa en la historia de promoción y regulación de EBT. La valorización de resultados de investigación, la creación de spin off universitarios o empresas público privadas de base tecnológica y científica tiene que volverse nuestro nuevo norte.
Hay jóvenes que no se ven científicos toda la vida, pero que en el marco de una EBT pueden realizar grandes cosas. A su vez, es una estrategia de ingresar recursos económicos a nuestros laboratorios. Esto da para otra entrevista, pero sin duda es un tema a profundizar.