El vasto territorio (Caja Negra, 2023), de Simón López Trujillo es una novela breve y compleja que aborda los problemas actuales y no tan actuales respecto al vínculo entre el ser humano y la naturaleza. Con motivo de su publicación en Argentina, conversamos con el autor sobre la composición de la novela y las discusiones políticas y filosóficas alrededor del extractivismo. 

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De el documental Fantastic Fungi hasta Last of Us, el reino de los hongos ha colonizado el imaginario social rápidamente en los últimos años. Los hongos pueden ser todo, alimento, cura, material de construcción, pero también plaga, enfermedad y muerte. La obsesión popular revela un zeitgeist. Algo hay en el hongo, en su reproducción y su forma de supervivencia en red, en su existencia casi alienígena, que resulta fascinante para la subjetividad actual. Mientras algunos ven en el reino fungi una posible amenaza para la humanidad, la novela de Simón Lopez Trujillo atisba una salida, un futuro posible para el día después del fin del mundo.


-Tu novela tiene elementos místicos, filosóficos y algunos que podríamos rastrear en algunos autores de ciencia ficción. ¿Cómo te llevás con el género? ¿Hay algún autor en particular que haya servido para pensar tu proceso de escritura?
Todas las derivas fantásticas que tiene la novela se alimentan material y especulativamente de Spinosa. Yo nunca he sido muy buen lector en ciencia ficción. No he leído mucho. El cine sí, un poco, pero nunca me inspira mucho. Yo me formé particularmente como poeta. Nunca he dejado necesitar una experiencia con el lenguaje con cierta opacidad, aprovechar esa resistencia, para cautivarme tanto con la escritura como con la lectura. Al hongo lo pienso como un símbolo o una metáfora. En una charla con Daniela Tarazona y Michel Nieva hablamos del tema. Pienso el símbolo como una forma rota, una forma abierta que hace que el lector esté muy presente porque es imposible una comprensión cerrada. Después está el hongo como intertextualidad, que está citando a Rulfo, a Rojas, a un montón de autores.

-El reino fungi está gozando de cierta fama actualmente. Desde documentales en Netflix hasta series y video juegos. En tu caso, ¿de dónde salió la idea?
Esta novela empezó cuando estaba viendo un documental de hongos, y encontré este que se llama Cryptococcus gattii, que está entre los pocos hongos patógenos que infectan a personas y les pueden causar la muerte. A finales de los noventa pasó eso en Canadá, donde murieron varios trabajadores forestales y animales. El caso sale mencionado en la novela. Y lo curioso es que ese hongo infecta el eucalipto, entonces pensé: “Uy, si esto pasara en Chile donde hay cerca de 4 millones de hectáreas de plantaciones de monocultivo de la mayoría son pinos y eucalipto…”. A partir de ahí nunca dejé alimentar la idea, de darle a la idea lo que la idea no tiene: cuerpo y tiempo. Así se fue alimentando de mí, y me fue llevando como comprensiones parciales sobre hacia dónde iba todo. A mí me gusta mucho esas escrituras a ciegas, que también es un poco una metáfora del hongo: avanzar en todas direcciones sin un objetivo claro. Después, uno adquiere una visión del tránsito, pero no es una visión a priori, sino que es lo que sucede en la exploración de la idea, ocurre en la escritura. Las diferentes resistencias que van emergiendo ahí.

-A su manera, tu libro participa de la tradición de la «novela social». Sin embargo, hay un juego con el lenguaje, con el ritmo de la narración, con la forma de organizar la historia, que la corren de lo que uno espera cuando se invoca ese tipo de literatura. ¿Cuál es tu vínculo con la tradición del realismo social?
En ese proceso de escritura empecé a revisar varias cosas. Por un lado, leer un montón sobre forestales, sobre Espinosa y sobre hongo, que son los tres ejes principales. Por otro, también empecé a revisitar la tradición de la novela social en Chile. El realismo social en Chile tiene diversas variantes y fue una de las tradiciones predominantes de la narrativa el siglo XX. Podemos pensar en autores como Nicomedes Guzman, Baldomero Lillo, Manuel Rojas, Carlos Droguett y Marta Brunet. Este tipo de trabajos quedaron un poco fuera de las narrativas de los 90-2000. Particularmente la realidad obrera y más específicamente dentro del caso forestal no encontré nada. Ya sea sobre la violencia forestal contra el pueblo mapuche, contra los mismos chilenos o los campesinos, no había nada. Entonces pensé: «¿De qué me agarro?». Ahí es donde revisitando los trabajos de los autores como Manuel Rojas y Brunet encontré también un trabajo con el lenguaje, y especialmente con la consciencia de los personajes, muy valioso. Por un lado, cuestiona tensiona la idea de la claridad, que está tan naturalizada hoy en día, y por otro cuestionan cierto reparto de lo sensible.

Hay novelas, por ejemplo, que a mi no me gustan, esas que se pueden resumir en la contratapa y que trabajan con el estereotipo de un homosexual, de un trabajador o de un migrante, y dice lo que se espera que esos personajes digan. Es una literatura identitaria muy distinta a lo que pasa con, por ejemplo, personajes de Marta Brunet donde aparecen peones con una capacidad de pensar mundo tremendo. Ese fue mi modelo para Patricio en la novela. En la novela podemos ver que él piensa sobre una naturaleza con afectos que se devoran entre sí, que se afectan positiva y negativamente, sin ningún tipo de teleología. Eso es un espinosismo, pero lo está pensando el hijo de un trabajador forestal. Ahí, la gran inspiración para mi es Rulfo.

-Hay algo de eso que se ve de forma bastante clara en las experiencias de mundo de Giovanna y los trabajadores forestales.
Lo que más me gusta ahora, incluso como lector, aproximándome a la novela con ojos nuevos, es esa diferencia de clase súper fuerte entre el mundo de Giovanna y el mundo de Patricio y de Pedro. Por ejemplo, en el caso de Giovanna, ella ve a la naturaleza básicamente como un objeto de estudio global. Ella es una académica chilena que hizo toda la ruta que debe hacerse: estudias en la Universidad de Chile, luego te vas becado por el estado y cuando se termina la beca, después de diez o quince años tiene que volver para devolverle al estado lo que te dio, pero no encuentras trabajo porque los cargos siguen ocupados por tus profesores. Ahí comienza la crisis de lo que es investigar, ir al primer mundo y después tener que volver a Chile.

Volviendo a lo que mencionabas antes, en tu novela está muy presente el problema de la conciencia de los personajes y su capacidad de actuar en el mundo. Giovanna está en medio de una crisis, incluso dentro de su comodidad burguesa. Patricio, por otro lado, en un contexto de crisis material muy concreta, acciona. Hay dos formas de abstracción muy distintas: la académica y la que surge a través de la interacción directa con la materia.
A mi me interesa mucho la idea de “abstracción real”. Me interesa la forma en la que lo abstracto opera sobre lo material, sobre la materia. Giovanna se ve muy restringida por su clase. Su capacidad de agencia es mucho menor a la que termina teniendo Patricio. Por ejemplo, pienso en la épica que tuvimos recientemente con la nueva constitución, donde se habla de extractivismo y de la naturaleza, donde se hace una defensa de la naturaleza en abstracto y del planeta como un sistema global, como si fuera la misma naturaleza para todos, y si se acaba se acaba para todos por igual.  ¿Y las soluciones prácticas? ¿Cuáles son las soluciones prácticas para Latinoamérica, para paises como Argentina y Chile cuya historia está marcada por el extractivismo? Por ejemplo, la economía chilena, que no puede ser más precaria, que dependía del cobre y eso era todo. Oponer humanidad y naturaleza, es el ambientalismo de los paises ricos, pero es muy difícil hacerlo acá. Desde una visión más ingenua, más complaciente, Pedro, Patricio y Catalina deberían estar sumidos por esta violencia y no podrían tener ninguna capacidad de agencia y ninguna capacidad de pensar lo que les está pasando. Quien debería ser capaz de pensar todo esto debería ser la académica, pero no es así.

-¿Este mismo trabajo que hiciste con la consciencia de los personajes tiene un correlato en las formas de pensar la naturaleza y ciertos discursos ambientalistas?
A mi me interesaba complejizar esa visión idealizada de la naturaleza, porque es la cara visible del discurso extractivista. Por ejemplo, la reserva forestal Arauco, que está implicada en la muerte de Rodrigo Cisterna. Si uno se mete a Instagram, en Arauco renovable, se puede ver que tienen un parque nacional al sur de Valdivia, donde dan discursos charlas sobre los hongos y un montón de cosas, pero es una naturaleza privada separada del humano, que uno va a visitar, separada de la historia. A mi me interesa el caso forestal, porque en la historia de Chile, entre 1970 y 1973 hay un proyecto como COFOMAP, el complejo forestal y maderero Panguipulli, que era un enorme forestal 350.000 hectáreas bajo el control de los trabajadores. Después de un proceso largo de reivindicación de la tierra y lucha obrera, fue conducido por el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y lograron un proyecto precioso que de hecho se adelantan muchas ideas sobre sustentabilidad que circulan hoy día. Ese proyecto se desmanteló a punta de pistola. Los milicos mataron a decenas de militantes y campesinos en Neltume, una pequeña comuna que está ubicada en uno de los parques nacionales más grandes de Chile, que se llama Reserva Biológica Huilo Huilo, que es propiedad de la familia millonaria Petermann. Los Petermann compraron todo y armaron un complejo turístico que cuesta trecientos dólares la noche. Lo único que no pudo comprar es la comuna de Neltume, donde está el pequeño museo que cuenta la historia de las matanzas que se perpetraron allí.

-En este contexto apocalíptico, donde se vive hablando del fin del mundo, la novela parece sugerir otra cosa. ¿Es el hongo una forma de disputar la idea de «fin del mundo»?
Está super naturalizado pensar que estamos a punto de caernos de la cornisa, que se viene el fin del mundo en 2050, y que el colapso es irreversible. Pertenecemos a esa realidad. Pero hay algo que me parece super interesante, que no se si es algo que dijo literalmente Viveiros de Castro, y es que con la colonización de América también se acabó un mundo. Fue el fin del mundo como lo conocían los indígenas hasta entonces, pero quinientos años después siguen acá. Es importante disputar ese sentido del «fin del mundo» distintas ficciones más potentes. Por ejemplo, en la novela, en una nota al pie, aparece una entrevista que se le hace a ciertas personas que fueron infectadas por el hongo, hay algo similar a comunidades campesinas, donde los infectados viven juntos. Me gustaba que lo que sucediera en la narración fuera un futuro posible donde no es la crisis y la distopía total lo que ocurre finalmente, sino que una posibilidad de futuro siempre vive en el día después del fin del mundo.

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