El libro de Nicholas Thoburn, traducido por Juan Salzano y editado por la editorial Marat, viene a presentar un camino posible frente a una aparente grieta teórica. Epígonos y seguidores de Marx y Deleuze parecen haberse encargado, a lo largo de los años, de abrir una brecha irreconciliable entre ambos autores y sus teorías. Mientras los marxistas acusan a los deleuzianos de postmodernos o de haber dejado de lado las «grandes luchas», los deleuzianos hacen lo suyo señalando la rigidez y el mecanicismo de algunos análisis marxistas, que dejan de lado otras formas de articular la lucha en el capitalismo. Frente a esta discusión es que Nicholas Thonburn nos presenta de qué forma el marxismo se articula como un eslabón fundamental de la lógica deleuziana. En esta oportunidad, Ángela Menchón y Virginia Zuleta nos presentan una reseña-ensayo sobre la potente articulación del pensamiento que nos impulsa a tener en mente este nuevo libro.

“La historia no es la experimentación; ella es solamente
el conjunto de condiciones casi negativas que hacen posible
la experimentación de algo que escapa a la historia.”
Deleuze
“Existen todas clases de comunas, que no esperan ni la fama,
ni a los medios, ni todavía menos al ‘buen momento’
que nunca llega para organizarse”
Comité Invisible

 

Deleuze, Marx and Politics de Nicholas Thoburn es publicado por primera vez en inglés en el año 2003 por la editorial Routledge. Recientemente fue traducido a nuestra lengua por Juan Salzano y editado por Marat. Un período de dieciséis años separa ambas ediciones, esta distancia hace pertinente reponer brevemente el contexto de producción y diálogo de Deleuze, Marx and Politics como así también el de Deleuze, Marx y la política. Si partimos del presupuesto de que toda traducción y edición es política nos preguntamos: ¿qué significa este libro en nuestra lengua, en nuestro territorio argentino y latinoamericano? ¿Qué problemas teóricos/prácticos nos invita desde nuestro horizonte a pensar y actualizar?

Tal como el título deja entrever se trata de un libro que indaga cómo y desde qué potencias la producción de Gilles Deleuze es atravesada por los problemas de Marx –principalmente los que se formulan en El Manifiesto Comunista, El dieciocho  Brumario y El Capital. Como señala el autor “si estamos interesados en maximizar el potencial de una resonancia productiva entre Deleuze y Marx el problema de la política debe ser central” (2019: 28). Dicho de modo interrogativo: ¿cuáles son las fuerzas que convocan y conjuran la filosofía deleuziana para inventar una “política” en resonancia con Marx? La intersección entre estos dos grandes nombres propios a su vez se enmarca en uno de los primeros intentos de hacer una “lectura menor” de Marx. Es decir, en la interpretación del obrerismo y del autonomismo italiano de las décadas del ‘60 y ‘70. Estas indagaciones tienen como horizonte la creación de una “política menor y comunista” en el escenario asfixiante del capitalismo contemporáneo.

Para arribar a esta política menor y comunista Thoburn reconstruye ese libro que Deleuze habría estado escribiendo antes de morir y que los rumores sostienen que se titularía La grandeza de Marx. El autor rastrea ese libro virtual tanto desde la producción del filósofo francés como desde fragmentos más autobiográficos. Pero con esto no pretende reconstruir el libro que “falta” sino explorar una de sus tantas versiones posibles y virtuales –algo así como “el Marx de Deleuze por Thoburn”. El encuentro entre ambos, como señalamos, es el de la política menor, que tiene como punto de partida una concepción no identitaria del proletariado.

El esfuerzo que hace Thoburn es releer a estos autores en contra de su imagen dominante. Lectura a contrapelo que lo conduce a recuperar la interpretación menor de Marx que hacen el obrerismo y autonomismo.  Ésta le permite discutir con  el marxismo ortodoxo y con el posmarxismo neogramsciano. Con los primeros, por reducir la política comunista a la forma-Partido basada en una concepción identitaria y teleológica del proletariado. Con los segundos, porque omitieron enfocarse en las relaciones de producción como escenario de la explotación y de la lucha de clases, poniendo el foco de la política en las disputas parlamentarias y postulando a la vez la “autonomía de lo político”. En este debate Negri toma en el libro una relevancia central, porque por un lado se erige como un amigo, en tanto toman distancia de las mismas “ortodoxias”; pero también como un enemigo, dado que Thoburn considera que el cruce que realiza el italiano entre Marx y Deleuze recae en una lectura en clave “mayor”.

Leer en clave menor a Marx y a Deleuze produce resonancias mutuas que (nos) ofrecen una perspectiva filosófica y política que permite imaginar formas posibles de desarmar la máquina capitalista en pos de la configuración de modos de vida comunistas, que quedan aún por inventar. Pero esa nueva mirada está ya en las prácticas efectivas de numerosos colectivos que se encuentran creando desde “espacios acorralados” (concepto central del libro) diversos modos posibles de la “política menor”.

En línea con los debates que se dan a fines de los ‘90 y al principio del nuevo milenio el autor presenta el concepto de “política menor” –armado a partir de la noción deleuzoguattariana de “literatura menor”– que se irá hilvanando capítulo a capítulo con ideas de Marx y de Deleuze, tamizadas por el obrerismo y el autonomismo. Minuciosamente Thoburn irá señalando tendencias mayores y menores en los abordajes de estos autores y de estos movimientos, apostando a la lectura menor como postura no solo política sino epistemológica.

Las discusiones que atraviesan el libro nos hacen recapitular el contexto de la primera publicación. Esta investigación, como señala su autor, comenzó a fines de los ‘90 y vio luz en el 2003, es decir solo unos años después de la publicación de Imperio (2000), famoso libro de Antonio Negri y Michael Hardt. En este contexto, como ya mencionamos, Negri constituye un interlocutor clave en el texto de Thoburn, principalmente en la reconstrucción que realiza del Marx virtual de Deleuze y en torno a al concepto de “multitud” que elabora desde su autonomismo.

La salida del viejo milenio y la entrada al nuevo estuvieron atravesadas por movimientos “antiglobalización” y diferentes estallidos sociales que abren y actualizan aquellos debates italianos de los ‘60 y ’70 principalmente, en torno a los modos de organización política. La manifestación contra la cumbre de la OMC en Seattle –durante los meses de noviembre y diciembre en 1999– en la que miles de personas convocadas por sindicatos y organizaciones de distintos tipos pero también muchas autoconvocadas se movilizaron por la calle en contra de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En este mismo año en Bangkok se trasladaron miles de manifestantes a esta ciudad para protestar contra la política de desarrollo promovida por la ONU, coincidiendo con la décima asamblea de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo. En Washington treinta mil personas intentaron irrumpir en la cumbre del Banco Mundial y el Fondo Monetario.

En el 2000 la contracumbre de Praga que impidió la reunión del Fondo y el Banco Mundial. En el 2001 la contracumbre de Génova en la que se organizaron diferentes actividades en respuesta a la cumbre del G8 –que se producía en la ciudad italiana– y en la que hubo grandes enfrentamientos entre la policía y la fuerza militar contra miles de manifestantes. En este mismo año en la ciudad de Suecia la protesta antiglobalización fue descrita por los medios como la más violenta ya que la policía abrió fuego e hirió gravemente a varios manifestantes. También en el 2001 en la ciudad de Barcelona grandes movilizaciones, bajo el lema “contra la Europa de la guerra y el capital”, se llevaron a cabo contra el Banco Mundial. En Salzburgo el gobierno de Austria suspende el Tratado de Schengen para evitar la entrada masiva de manifestantes contra las jornadas del Foro Económico Mundial, pero lo mismo miles de personas consiguieron participar en la protesta y terminaron en enfrentamiento con la policía.

En el caso de la Argentina el 2001 está signado por la insurrección social producto de una  crisis económica, política e institucional que se gestaba desde fines de los ‘90. La medida económica llamada mediáticamente “corralito”, a principios de diciembre de ese año, desencadenó huelgas generales y estallidos en diferentes ciudades del país. Bajo el lema “¡que se vayan todos!” a lo largo del territorio argentino hubieron cientos de movilizaciones, cacelorazos de las clases medias, cortes de calles por lxs piqueterxs, asambleas barriales, saqueos, etc., movimientos que se intensificaron cuando se instauró el estado de sitio. Esta insurrección del pueblo fue respondida por el gobierno con una radical represión a través de las fuerzas armadas que dejó cientos de muertxs y que llevó finalmente a la renuncia del presidente Fernando De la Rúa. Al mismo tiempo, se produjeron organizaciones autogestivas de trabajadorxs, por ejemplo las fábricas recuperadas, cooperativas, asambleas barriales, redes de economía solidaria, etc., que constituyeron nuevas configuraciones de los movimientos sociales.

Este breve contexto internacional y nacional nos permite destacar que gran parte de las personas que “salieron a la calle” fueron autoconvocadas –con esto queremos decir que muchas no respondían directamente a partidos políticos o a sindicatos, más allá de que estos también participaron de las revueltas–. La no especificidad de estos “nuevos” agentes políticos reactualiza la pregunta entorno a la organización política y abre un extenso período en el cual se revitalizaron las discusiones del autonomismo[1] (con toda la complejidad y diversidad que el concepto abraza). En esta atmósfera de revuelta social se anclan las principales problemáticas que el libro de Nicholas Thoburn recorre.

En este escenario de reconfiguración de lxs sujetxs políticxs se debate y busca una alternativa a una democracia institucional y a un aparato estatal que lejos de escuchar la demanda de los diferentes movimientos y dar soluciones aumenta la represión y, en el caso particular de la Argentina, políticas que conducen a profundizar el hambre. Así, ante la certeza de que la política de partidos no ofrecía una vía potente para “escapar” a los modos de vida precarios y endeudados que produce el capitalismo, los movimientos sociales aparecieron fuertemente en escena y con ellos otra manera de entender la política y la militancia por fuera de las formas tradicionales (como el partido y el sindicato).[2]

Dentro de los debates teóricos conceptuales –si bien no hay una referencia directa en el libro de Thoburn– no podemos dejar de mencionar la relación que es posible trazar entre el problema que este se propone abordar y los planteos del aceleracionismo[3]. Este movimiento tiene como puntapié inicial los trabajos de Nick Land –el uso que hace en ellos del concepto “hipersticiones” (Hyperstition), la ficción de futuros posibles a partir de la emancipación de la tecnología y el capital– y termina de consolidarse en el 2013 con la publicación del “Manifiesto por una política aceleracionista” de Alex Williams y Nick Srnicek –el que tiene como idea central que si no hay un afuera del capital es necesario superarlo haciendo uso de las herramientas proporcionadas por la modernidad y la tecnología–. Nos resulta interesante señalar, sin mencionar todos los presupuestos teóricos de este movimiento ni detenernos en las diferentes deriva que tiene el mismo, que el problema que tensiona tanto el aceleracionismo (en sus múltiples variables) y el libro de Thoburn es la invención de un política inmanente al capitalismo frente a aquellos posicionamientos para los cuales la política se juega en un afuera de éste –principalmente los de una izquierda partidaria “melancólica”. Dicho de modo interrogativo el punto de partida es ¿qué rol cumple la política, entendida como práctica de creación de mundos posibles, en el escenario de un capitalismo neoliberal?

En el complejo marco de la reciente publicación de Deleuze, Marx y la política nos preguntamos por el involucramiento que el mismo puede establecer con nuestras problemáticas ¿Cómo es posible atravesar desde el concepto de política menor nuestras prácticas militantes y nuestros activismos? ¿Cómo interpelan, complejizan y renuevan los planteos del libro las experiencias que estamos atravesando hoy en Latinoamérica?

Preguntas que insisten y se renuevan en un contexto en el que se configuran gobiernos democráticos de derecha con políticas “fascistas” (como es el caso de Brasil), gobiernos democráticos que se sostienen por el uso de las fuerzas armadas reprimiendo, persiguiendo y aniquilando a la propia población (como en Chile) y en, el caso extremo, la instauración de un “gobierno” por las fuerzas armadas y la apelación a la verdadera fe (como es el reciente golpe de Estado a la República de Bolivia). Tanto la insurrección social en Chile –que quiebra la imagen prístina del país que había servido de modo adoctrinador respecto de las supuestas bondades del neoliberalismo– como el golpe de Estado en Bolivia, ponen en evidencia el íntimo acoplamiento entre el modelo del capitalismo neoliberal y los fascismos más recalcitrantes y represivos. Al mismo tiempo revela la potencia colectiva de una población organizada, tanto en la resistencia como en la construcción de otros modos de habitar lo social y lo político.

En Argentina el libro llega en un contexto de discusión respecto del rol de los modelos más progresistas e intervencionistas del Estado que dividen aguas en torno a sus potencias y limitaciones estructurales para desafiar los cruces y las tensiones que emergen entre la democracia, el neoliberalismo y el “fascismo”. Es ineludible la pregunta acerca del lugar que toma la política menor cuando la política mayor, en su figura más explícita: el Estado, se presenta como el único agente capaz de dar cauce a las demandas que producen las minorías desde los espacios acorralados.

Tampoco es menor la apuesta de traducción y edición por parte de la editorial Marat si recordamos las publicaciones nombradas de la editorial Caja Negra y no podemos dejar de mencionar, en diálogo también, las recientes ediciones por Tinta Limón, de los libros de la filósofa feminista italiana Silvia Federici. No solo el ya best seller Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2015) –en el que encontramos una revisión crítica al marxismo– sino también el El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (2018) y la recopilación Salario para el trabajo doméstico Comité de Nueva York. Historia, teoría y documentos (1972-1977) (2019) en coautoría con Arlen Austin. El movimiento de “Salario para el trabajo doméstico”, es una las experiencias que trae el libro de Thoburn, de la cual formaron parte Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Selma James, entre otras. Es destacable esta experiencia nombrada en el libro dado que aquí no solo vemos cómo la esfera de la reproducción de las relaciones sociales es inmanente a la maquinaria capitalista sino que también introduce la variable-molar-patriarcal, no tan presente en el resto del texto. Es decir, la máquina que produce las relaciones sociales se ancla de manera particular en los cuerpos de las mujeres que son quienes permiten su reproducción. Esta vuelta a un Marx deleuziano, tamizado por el autonomismo, que realiza el texto de Thoburn, podría tener también como interlocutor la vuelta crítica que hace el feminismo a los textos de Marx pero también a las lecturas clásicas de estos.

De la misma editorial en clave de un marxismo autonomista de reciente publicación podemos nombrar la recopilación de los textos de George Caffentzis bajo el título: Los límites del capital. Deuda, moneda y lucha de clases (2019). Tampoco podemos dejar de mencionar las ediciones de los escritos de Antonio Negri bajo el nombre: Marx y Foucault. Ensayos 1 y de Félix Guattari: Escritos para el Anti-Edipo (2019) publicados por Cactus, reconocida editorial en la difusión de textos y las clases de Deleuze.

*

Para reponer algunas de las apuestas centrales del libro de Thoburn seguiremos las pistas del mismo autor quien destaca que cada capítulo es la lectura menor de un acontecimiento ¿Cuál es la lectura que cada capítulo abre? ¿Qué es “lo menor” en ellas? ¿Qué miradas o abordajes molares se propone desterritorializar?

En el capítulo 2[4], “Política menor: los estilos de la creación acorralada”, Thoburn construye, siguiendo los rastros de la literatura menor y sus resonancias kafkianas, el concepto de “política menor”. Lo menor se retoma aquí como una figura potente para pensar lo político en tanto que implica un movimiento de variación y devenir que se desvía de todo estándar o axioma mayor, a saber, de la política mayor, identitaria, pero siempre se da en el seno de esta. En toda configuración mayor o molar se producen devenires minoritarios, la clave de la política consiste en encontrar esos movimientos e inventar otros modos de vivir a partir de estos.

La política menor es una praxis creativa que comienza con la condición fundante de un “pueblo que falta”, tal como dice Deleuze. Que el pueblo falte no refiere a una ontología de la carencia sino más bien a la apuesta a la invención y a la negativa a plantear que existe un sujeto revolucionario autónomo, configurado de antemano, definido en torno a una identidad fuerte (como por ejemplo, el trabajador fabril varón asalariado o el militante del Partido).

En vez de un “pueblo” que espera liberarse lo que encontramos son minorías atravesadas por existencias asfixiantes y precarias que a partir de lo que se caracteriza como “espacios acorralados”[5], se involucran con las líneas de fuga objetivas de la máquina e inventan prácticas que se desvían de lo molar. Thoburn insiste en recordar que la política menor no es un conjunto de recetas a aplicar ni una propuesta programática, sino una serie de procesos de experimentación activa, no teleológicos, porque nadie puede saber de antemano cuáles son los devenires que pueden darse a partir de una línea de fuga.

La principal apuesta del capítulo 3, “El lumpenproletariado y lo innombrable proletario”, se encuentra en la particular inversión que hace Thoburn respecto de las caracterizaciones ortodoxas del “proletariado” y del “lumpenproletariado”, así como de las consecuencias políticas que se han extraído de éstas. Leyendo a Marx postulará al proletariado como una figura menor e “innombrable” la cual no aparece delimitada y definida claramente en su configuración ontológica/política. Por el contrario, en la noción de lumpenproletariado Thoburn señala una saturación de descripciones (como puede verse en El dieciocho Brumario) y por ende encuentra allí una categoría que tiende más a la identidad y a definirse por fuera de las relaciones de producción.

Las resonancias entre el proletariado y lo menor, entendido como figura política de diferenciación y desterritorialización, anida en la enigmática frase: “La potencia de la minoría, de particularidad, encuentra su figura o su conciencia universal en el proletariado” (Thoburn, 2019: 38; Deleuze y Guattari, 2002: 475). Afirmación que le permite romper con la noción tan instalada en el imaginario político de que el comunismo es enemigo de las diferencias. La estrategia teórica de leer a Marx desde Deleuze le permite quebrar con esa imagen gris, estereotipada y teleológica del comunismo que instaló el marxismo ortodoxo. Citando a Marx y Engels sostiene que “el comunismo no es un estado que debe implantarse un ideal al que ha de sujetarse la realidad” (1974: 56-7 en Thoburn, 2019: 31), sino el movimiento de invención de formas de vida no capitalistas a partir de la misma lógica inmanente del capitalismo.

El capítulo 4, “La fábrica social: máquinas, trabajo, control”, trae a escena los ya mencionados aportes del marxismo italiano en las corrientes del operaísmo y el autonomismo de los años 60 y 70 (en las que resuenan los nombres de Raniero Panzieri y Mario Tronti, por citar algunos) para postular que estas fueron las primeras en hacer una lectura menor de los textos de Marx, en tensión tanto con el marxismo ortodoxo como con el posmarxismo neogramsciano.

La relevancia de estas lecturas menores es la vuelta al análisis intrínseco de las relaciones de producción como escenario tanto de las tensiones como de las luchas. Así, una de las primeras afirmaciones rotundas que nos trae este capítulo es que si el capitalismo opera a través de todo el campo social –es decir, si estamos frente a un proceso de subsunción real de la vida entera a la producción de valor–  entonces la posibilidad de una política que interrumpa el funcionamiento de la máquina capitalista no puede darse sino en el mismo seno de las relaciones de producción. El problema que aparece es cómo producir una política menor involucrada con los procesos inmanentes del capital.

A través de los conceptos de “subsunción real”, de “fábrica social” y de “obrero socializado” en cruce con los conceptos deleuzianos de “diagrama”, “máquina abstracta” y “plusvalía maquínica”, el capítulo presenta una descripción minuciosa del modo de operar de la dinámica capitalista a medida que muestra la imposibilidad de plantear un afuera de las relaciones de producción y de explotación.

Thoburn señala cómo para Deleuze, en línea con el autonomismo en clave minoritaria, lo social es visto cada vez más como subordinado a los regímenes capitalistas de la producción. Por eso, caracteriza al filósofo francés de “hipermarxista”: la producción es el plano de todos los procesos y flujos de la política, la economía, las ideas, la cultura, incluso y sobre todo, del deseo (el Anti-Edipo no es más que la constatación de esto último). Nuestra vida se ha transformado en tiempo de trabajo a disposición del capital, todo el tiempo nos encontramos produciendo en, desde y para la máquina. A decir de Guattari: “todos somos adictos maquínicos”. Es por esto que no se puede hacer política, como señala el autor, desde un afuera de las relaciones de producción, ni desde un exceso o desborde de las mismas y mucho menos desde un sujeto autónomo y autodefinido que constituya a priori la clase revolucionaria.

Algunas preguntas que nos hacemos a partir de este capítulo pero también en el marco general de la inmanencia del capital neoliberal son: ¿cómo dejar entonces de producir para la máquina? ¿Cómo evitar fortalecerla al mismo tiempo que intentamos desarmarla? ¿De qué maneras impensadas el sistema vuelve a capitalizar los afectos, los deseos, los proyectos alternativos, los afanes contraculturales? ¿Qué dificultades se desprenden al postular que la misma máquina capitalista produce las subjetividades de aquellxs que podrían ser sus propixs sepulturerxs? Si cada aspecto de la subjetividad produce valor, ¿el fantasma del emprendedorismo y la autoexplotación amenaza con extraer valor incluso de nuestras rebeldías?

En línea con estos interrogantes, el capítulo 5 “El rechazo del trabajo” nos presenta una serie de prácticas de experimentación política (Radio Alice, los Indios Metropolitanos, el movimiento por el Salario para el trabajo doméstico y los emarginatti) que Thoburn considera aportan a pensar de manera concreta y situada los alcances y posibilidades de una “política menor”. El autor destaca que ninguna de estas experiencias se pensaron a sí mismas por fuera de las relaciones de producción, es decir, no buscaron: “(…) un afuera independiente, sino una expansión y desterritorialización de la composición colectiva al interior de la fábrica social” (2019: 320). Es por esto a su entender y en base a lo ya señalado sobre el capítulo 2 pertenecen al “innombrable proletariado”.

Podemos señalar el “rechazo del trabajo” y la “inversión de perspectiva” como dos conceptos centrales, que utiliza el autor, para leer en clave “minoritaria” las experiencias nombradas.  Por un lado, se trata de la negativa a que la vida entera sea subsumida a la producción incansable de plusvalor y, por el otro, esto puede hacerse solo desde el involucramiento con las mismas líneas de fuga que el capitalismo abre, para inventar a partir de ellas nuevas desterritorializaciones del régimen de trabajo y de explotación, desde nuestros “espacios acorralados”. Todas las experiencias y prácticas que se nombran en el libro confluyen en modos de intervención que pueden pensarse como pistas posibles para el trazado, siempre abierto, de políticas menores que logren tornar la “fábrica social” (hoy devenida empresa) cada más “ingobernable”.

Entre algunos aspectos transversales a estas prácticas podemos destacar un uso desterritorializado y desterritorializante del lenguaje. El activismo mediante prácticas artísticas y performáticas que apuntan a reconfigurar la sensibilidad, los afectos y los modos de comunicación (articulación entre el arte, la vida cotidiana y las luchas). La negativa de estos grupos a configurarse identitariamente en torno al trabajo (defender el “derecho a la pereza” y rechazar la autoexplotación aun en las formas más solapadas de la autogestión). Así mismo, es destacable la articulación de demandas tradicionalmente no asociadas a la militancia política, es decir, la composición colectiva para articular demandas disímiles de distintos sectores sociales (resumida en la consigna autonomista “lo queremos todo”). En esta línea, se insertan la demanda por el “salario social” (que apunta a romper la conexión entre productividad y salario) y por el reconocimiento del trabajo doméstico como trabajo. Por último, podemos nombrar, la expansión de la constitución del proletariado (en tanto categoría vinculada a la multiplicidad y a la diferencia en donde entran todas las subjetividades acorraladas). Estos son algunos de los aspectos, entre otros posibles, que hemos extraído de las experiencia nombradas, dado que el mismo carácter experimental e inventivo de la “política menor” hace del capítulo 5 un capítulo en construcción, abierto a la reescritura en función de nuestras coyunturas particulares.

A modo de cierre

El libro produce una especie de estado de alerta en relación a nuestras prácticas y militancias: nos invita a preguntarnos por las tendencias mayores y menores que atraviesan a los movimientos sociales, por las relaciones de identidad que desterritorializan y por las que pueden fijar, por sus líneas duras y por sus líneas de fuga objetivas. Estas preguntas nos interpelan principalmente en relación a los feminismos (en los cuales encontramos todos los rasgos que Thoburn reconstruye en las experiencias prácticas visitadas en el capítulo 5) cuya potencia menor se encuentra a menudo asediada por los peligros de la captura molar.

En este sentido, el libro no se detiene en cómo prevenir las capturas ni tampoco en debatir con aquellxs que consideran que la praxis de una “política menor” no supone el “verdadero” terreno de las disputas por lo político. Más bien parte del presupuesto de que esta máquina capitalista neoliberal, que atraviesa y produce todas las relaciones sociales, tracciona en la estructura de una política mayor, y de que es en este plano en el que se despliega el combate.

A su vez esta máquina aparece en relación íntima con la democracia via cita explícita a los textos de Deleuze y Guattari. Si bien Thoburn trae los fragmentos en los cuales los autores atacan la democracia es cierto que no lleva las cita más allá del propio contexto de producción pero parafraseando sus palabras “la política comunista” implica una crítica de la democracia en la medida en que parte de que la democracia es inherente al desarrollo del capital; la política de Deleuze, al igual que la de Marx desafía el modelo democrático liberal de la política (Cfr. 2019: 331). Es decir, el libro cierra con una invitación crítica a pensar nuestras democracias actuales y a enfrentarnos a la dura imagen que su alianza con el capitalismo nos devuelve.

Referencias bibliográficas

A.A.V.V. (2017) Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo. Buenos Aires: Caja Negra.

Deleuze, G. y Guattari, F. (2002) Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos.

Cocco, G. y Negri, A.: “El trabajo de la multitud y el éxodo constituyente, o el quilombo argentino” (2003) en Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina/coord. por Antonio Negri, 2003, ISBN 950-12-6535-8, págs. 51-70

Hardt, M. y Negri, A. (2000) Imperio. Buenos Aires: Paidós.

Sztulwark, D.  (2019) La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo sensible. Buenos Aires: Caja Negra.

Thoburn, N. (2019) Deleuze, Marx y la Política. Buenos Aires: Marat.

[1] Recordemos que en el 2003, Antonio Negri visita la Argentina y se encuentra fascinado con las experiencias de las fábricas recuperadas, las cooperativas, lxs movimietxs piqueterxs, etc. Un claro ejemplo de cómo el fenómeno argentino le interesaba particularmente podemos reconstruirlo a partir de diferentes entrevistas y notas que dio el filósofo italiano en su vista pero también desde el artículo que escribe con Giuseppe Cocco: “El trabajo de la multitud y el éxodo constituyente, o el quilombo argentino” (2003). El filósofo italiano señala que es en la Argentina donde se observó más significativamente la potencia de la “multitud”, concepto clave en el análisis que Negri ubica como principal oposición al implacable avance del “imperio”.

[2] Este escenario, visto retrospectivamente, ha llevado a la discusión, reactualizada en este libro, en torno a si estas formas de organización configuraron otros modos de hacer y pensar la política, que marcaron fuertemente a las militancias posteriores, o si consisten en prácticas pre-políticas, es decir, formas de resistir a la crisis pero impotentes a la hora de producir alternativas al modelo neoliberal (ver la reciente publicación de Diego Sztulwark: La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo sensible (2019), Buenos Aires, Ed. Caja Negra).

[3] Algunos de los debates y artículos que convergen bajo este nombre son compilados en nuestra lengua por Armen Avanessian y Mauro Reis en el libro: Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo (2017), editado por Caja Negra.

[4] Comenzamos por el capítulo 2 dado que el 1 es una presentación titulada “Introducción: la grandeza de Marx” que da cuenta de los problemas y la estructura general del libro.

[5] El concepto de “espacio acorralado” es una decisión de traducción por parte de Juan Salzano; dado que en el libro sobre Kafka, en inglés, aparece el concepto de “cramped space” y suele traducirse como “espacio reducido”. La apuesta a traducirlo como “espacio acorralado” expresa mejor la asfixia que produce la inmanencia del capitalismo y la necesidad de otro espacio que en el original de Thoburn  aparece bajo el nombre “cramped creation” (“espacio de creación”).

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