En esta nueva entrega de taller permanente, Gloria V. Casañas nos presenta una reflexión sobre los límites entre la ficción y la realidad en géneros como la novela histórica.

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Si te gusta escribir, algo que considero un impulso natural en quien lee mucho, y a la vez te atrapa el devenir de los sucesos históricos, es probable que te tiente la idea de unir ficción y realidad en lo que se suele llamar “novela histórica”.

Se ofrecen variantes en esta labor, si bien existe libertad para mezclarlas o combinarlas. Podemos describir tal o cual episodio de la historia nacional o universal en forma de relato fiel a los sucesos y a los nombres de los protagonistas, logrando que actúen como personajes de novela, es decir, haciendo pasar por ficción la realidad histórica (“historia novelada” se le dice); o bien intentar incluir dichos episodios y protagonistas adentro de una novela que, además, contenga personajes y sucesos que sean de pura ficción.

Por citar sólo dos ejemplos de la primera variante, encontrarás historia novelada en “Las batallas secretas de Belgrano” de María Esther de Miguel, o en “Cuyano alborotador”, donde el historiador Ignacio García Hamilton nos cuenta la vida y la lucha de Domingo Faustino Sarmiento para imponer sus ideas en la República Argentina de aquel entonces.

Si ya te apasionaba la historia, con estas falsas ficciones te convertirás en un devorador de libros de historia novelada.

De la segunda variante, puedo mencionarte a Cristina Bajo, la autora cordobesa que nos ilustra sobre las sangrientas luchas civiles argentinas a través de la inolvidable saga de los Osorio, que comienza con el libro “Como vivido cien veces” y se prolonga en cuatro libros más; y también a Santiago Castellanos, que construye una trama ambientada en la antigua Roma en “Barbarus”. Tanto una como otro pintan la época sobre la que escriben con mano maestra: costumbres, vestimenta, comidas y, por supuesto, los hechos reales, pero encarnados en sus personajes, vividos como drama personal.

Tanto los autores que escriben historia novelada como los que optan por la ficción histórica, aman por igual la literatura y la historia, quieren contar algo con visos de realidad tangible. Y todos logran el mismo fin, uno que yo valoro mucho: divulgar la historia de modo ameno, en tramas donde el lector aprende sin esfuerzo, sin darse cuenta apenas. Esto fue así desde Walter Scott hasta hoy. Es muy valioso. Y si es lo que te gusta hacer… ¡Adelante!  

Lo primero es atreverse, porque abordar la historia infunde miedo a veces. Es larga, es intrincada, hay distintos enfoques de un mismo proceso. Y también intimidan los académicos, que se dedican con ahínco a la búsqueda documental y juzgan a la novela histórica, en cualquiera de sus formas, como una tergiversación de la verdadera historia, o bien la catapultan al estigma de género menor.

Yo sugiero no pensar en ninguno de estos obstáculos, porque mientras uno escribe, no hay nadie mirando por encima de nuestro hombro, ni tampoco están leyendo nuestro primer manuscrito a escondidas, amparados por la noche. Estamos solos con nuestra escritura, podemos hacer lo que queramos. Equivocarnos, borrar todo, cambiar lo que teníamos pensado, inventar algo nuevo, lo que sea. El que escribe está solo aunque se halle rodeado de gente en un bar, ante un bochinchero cruce de calles. Esto es lo mejor de todo, ser conscientes de que somos dueños de nuestra escritura mientras nosotros decidamos.

Y si lo que queremos es abordar la historia en nuestra trama, en cualquiera de sus variantes, lo segundo es estudiar. Leer mucha bibliografía de la época que estemos retratando. Conocer en profundidad el pensamiento del personaje real, que hablará y se moverá a sus anchas en nuestra novela. Que todo lo que diga sea lo que podría haber dicho, y que su presencia nos dé clara idea de la magnitud de su papel en el devenir de los sucesos. Hay que olvidar quiénes somos, para convertirnos en nuestro personaje. Él habla por nosotros, seamos fieles a su espíritu. Esto sólo se logra empapándose de la historia. No es difícil, requiere concentración y tiempo. Escribir siempre será, sobre todo, un oficio, y los oficios se aprenden ejerciéndolos. Cuanto más escribamos, mejor lo haremos.

Y hay que aceptar que, de toda esa bibliografía estudiada, será muy poco lo que podamos incluir en la novela, puesto que la narración debe ser fluida, sin dar la impresión de que estamos dictando cátedra o dando información. Los sucesos históricos se saben por lo que los personajes viven o sufren, lo que dicen o se les cuenta. El lector debe aprender historia sin quererlo, sin saberlo. Que no nos aflija haber leído tanto para introducir tan poco, siempre tendremos ocasión de aplicar lo estudiado en otra historia.

Sugiero tomar un episodio pequeño para tejer la trama en torno a él. Si vamos a contar la caída de Roma, será una obra muy larga que requerirá demasiados personajes y nos hará perdernos en el hilo conductor de nuestra novela. Siempre es mejor restringir el cuadro para enriquecerlo con detalles. Elijamos determinados personajes interesantes y lancémonos a darles viva voz para que nuestro lector se sienta tan atrapado, que le cueste apagar la luz de su velador por las noches.

Todo está por contarse, siempre hay un enfoque nuevo, que puede ser original hasta en un asunto trillado y mil veces abordado. Tu novela histórica puede ser la que llame la atención entre todo lo que se haya escrito sobre el tema. Y no olvides que, en cualquier caso, lo que escribes es una novela, que esa magia no se pierda.

¡Suerte y adelante!

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