¿Qué dice la música de los nuevos cuerpos? En los últimos cuatro años, pandemia de por medio, el proceso de digitalización de la vida sufrió una aceleración nunca antes vista. Si los celulares inteligentes y las computadoras portátiles produjeron un cambio imposible de dimensionar, el filtro obligatorio de la digitalidad durante el periodo ASPO no hizo sino profundizar el vector hasta límites inimaginables. En esta oportunidad, Martín Lapietra, integrante del SPERAC, nos presenta una reflexión sobre el vinculo entre cuérpo y digitalidad en los discos 2030, de Louta y OSNIS, de Kamada. 

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Brillo de pantalla: suena la alarma. La pospongo una, tres, cinco veces. Despierto. Salgo al patio del barrio Kennedy, mi casa, en Liniers. Al ritmo de un paso, dos, tres me descalzo, ritual que aprendí en viajes de mochila, recibir el primer sol de la mañana en contacto con el suelo terroso. Composé de pasto, limones podridos que nadie se percató de levantar y seguramente caca de gato que mis ojos no se dan cuenta de su existencia. Pero la imagino, porque está ahí, el compost natural se hace y deshace para continuar vida. Vida hecha de mierda y podredumbre. Muerte en descomposición que da lugar a algo nuevo, ciclo vital, no hay laberintos, la fórmula es directa. Siento la vibración del celular, una notificación. Mensaje del grupo del SPERAC. La maquinaria neuronal se enciende con el recuerdo, en la última reunión que compartimos nos preguntamos sobre el futuro ¿apocalipsis o esperanzas? ¿Quiénes imaginan nuevos mundos? ¿hay propuestas en la escena musical actual? Me propongo mapear con los beats futuristas de OSNIS, de Saje Kamada, y el sonido sintético de 2030, de Louta, poéticas de experiencia en el mundo digital. Mundos entrelazados entre lo real y lo imaginario, entre el absurdo y lo tecnológico.

0101 Apocalipsis pandémico 010

Hubo una pandemia, hubo un tiempo donde el contacto cuerpo a cuerpo estaba mal visto. Evitar los encuentros se hizo norma y quienes tenían la posibilidad material, pudieron mantener vínculos gracias a un aparato (computadora o celular) electrónico e internet. En ese dos mil veinte anómalo, Louta publicó 2030, su tercer disco de estudio. Curioso título que obliga a pensar en una referencia, o guiño, a una futuridad ¿Propuesta sobre el que vendrá o anticipación del mañana? Ninguna de las dos. 2030 no propone una temporalidad lejana, no ensaya sobre lo que podría ser en dicho año, no hay tecnologías futuristas, ni imaginarios que sobrepasen el plano real del hoy. Al contrario, el disco viaja sobre los tiempos presentes, e indaga en las relaciones humanas por medio de internet, en una (des)conexión con un todo absurdo, sin sentido, hipervinculeable con lo que sea. La norma plantea el no-cuerpo y sobre eso hay respuestas, Louta juega en este mundo digital, y el lenguaje está al servicio del código binario memético y virtual: “si le das un sentimiento / lo llenan de nafta super / saquenle el nombre a las cosas / ponele etiqueta y tirale perfume” (“Poco”, 2030, Louta, 2020).

La tapa, a cargo del fotógrafo Kyle Berger, muestra el espejo de un auto recién chocado, con un efecto holográfico y cromado, el paisaje que se ve de fondo por medio del espejo está roto, fragmentado. Un amanecer en medio de la ruta: “y ya no sé si el cielo está arriba / abajo, o dentro de mí / Y aunque el paisaje sea tan extraño / creo haber estado aquí / ¿Dónde voy, dónde estoy, quién soy yo, qué hora es, dónde estaré?” (“Amanece en la ruta”, Lluvia de gallinas, Suéter, 1984). Cantaba Miguel Zavaleta sobre un accidente en la ruta, el protagonista luego de un choque se despierta y desconoce el mundo donde está, algo de ese escenario es familiar pero no logra entender qué. La poética en 2030 conoce y desconoce el plano de lo real, y no a través de escenarios o recursos fantásticos, sino que lo hace por medio del absurdo. Registro discursivo que se caracteriza por desarrollar sentido carente de un significado “lógico”, en el absurdo los límites entre lo real y lo onírico son difusos, no se termina de comprender si estas dentro de lo posible o lo imposible. En la canción citada de Suéter el punto de quiebre es la muerte, donde acaba la vida comienza una forma de experiencia que la añora —pienso al mismo tiempo en “Fantasma” de Árbol, que propone un sentido similar—. La narrativa en 2030 tiene ese quiebre con lo real, pero no hay muerte, hay pos-experiencia digital, es una experiencia rarificada por los vínculos volátiles de internet. Y desde allí se teje el universo Louta.

Puro juego al servicio de la rítmica que hoy es tendencia, la superposición de diferentes estéticas, una mezcla de influencias del trap, reggaeton, pop, funk brasilero, tango, como si fuese una búsqueda aleatoria en el algo-ritmo. El fraseo marca el tiempo en las letras “Nadie sabe lo que siente y qué le pasa / Apenas le hablan ya se pone la coraza / Mmm, mmm ¿Qué le pasa?” / Sus ojos negros giran como una medalla”. “Media Hora” abre el disco e instala el motivo que se va retorciendo a medida que pasan las canciones. Poética de lo incómodo, del decir absurdo, un balbuceo que a priori parece carecer de sentido, y es que la propuesta te obliga —siempre y cuando te surja la curiosidad— de indagar de qué carajo se trata esto. En época de encierro, donde los recitales parecían una utopía lejana de volver a retomar, 2030 baila sobre el universo inmaterial de internet, y es en el video de Amame (quizás el corte más “radial” del disco) donde podes ver una animación en 3D de un mini Louta danzando sobre el mapa del google earth:

Una generación pierde cierto contacto con lo real, y explora nuevas formas de sentir el mundo a través de los códigos binarios de internet: “Ya no siento los dedos cuando toco tu pelo / Me enredaste en tu juego, quiero salir de esto” (“Amame”, 2030). ¿Cómo escapar de los estímulos de la vida celular? ¿Hay que escapar? “No quiero ver el celular / prefiero la versión normal” (“No me estas haciendo un favor”). La normalidad en el amplio universo de internet se transforma, corre límites de lo posible, y en el lenguaje se hace explícito. Donde la sintáctica se limita por su orden causal-coherente, el universo memético abre puertas de entendimiento con solo enunciarlo “No me quedo en la cama y sopa / Rivotril yo no quiero, Snorlax”. Enuncia en “Waisi”, donde la referencia a snorlax se conecta con un personaje de pokemon, un doble uso: el metafórico para abrir el sentido hacia otras vías, y un uso plástico del lenguaje. Como si se tratase de una elección sonora, de “que queda bien así”. Un lenguaje que abre pestañas de sentido y se transforma en la enunciación.

La poética se rompe como si se tratase de una exposición virtual intervenida por miles de hipervínculos. Al mejor estilo de quien entra a un sitio web y al primer click se abren diversas páginas spam, publicidades y cookies que intervienen la indagación “normal” de quien quiere ir en búsqueda de algo puntual. Y es que internet te copta la atención, te desvía del objetivo, hay que tener resistencia para no claudicar en la primera subtrama que te obliga a entrar “si los besos son por celular / y tu boca no se acuerda tu forma de hablar / no te quedes con sabor a poco / si lo nuevo te parece poco / sangra la vida / y en este intento ¿Dónde vas?” (“Poco”).

Pirata digital

Al universo absurdo y digital de Louta, Saje, integrante del grupo Kamada, parte también de la conexión tecnológica de la experiencia humana pero navega en otro escenario. En el 2022 publicó su segundo disco solista OSNIS acrónimo que hace referencia a “Objetos Sumergibles No IdentificadoS” lo que se refiere a un avistamiento de un objeto desconocido que emerge o se sumerge en el agua: “vi la jaula y ahora cuesta restaurar la fe / ¿Ves que el agua no da cuartel?” (“Furor”, OSNIS, Kamada, 2022). Como si fuese Neo, el personaje principal de Matrix, quien logra reconocer el mundo real del virtual, la voz poética en las letras de OSNIS narra la (des)conexion del humano a la máquina:  “veo el quiebre del transhumanismo / mi ADN en las manos de Rockefeller viene con el mismo / el futuro se cierne en un click (puro filtro) / de viernes en la plaza y free a sufrir por bitcoins” (idem). Una máquina al servicio de los monopolios y sus perversos intereses. La creación del metaverso está a merced del consumo y la alienación del humano. El soporte visual del disco, creado por Lucas Rosas, refuerza el mensaje al mostrar diferentes escenas de androides humanos conectados a cables, computadoras, pantallas, estímulos eléctricos en la oscuridad del encierro ¿pandémico? no, del mundo —¿real?—.

Lejos del tiempo donde las batallas de rap tenían un lugar central, de punto de encuentro para personas con sed de manifestar sus expresiones en rimas, el disco abre el motivo crítico que estará presente en las ocho canciones ¿de qué se trata este presente distópico? ¿Hay algún escape posible? Un viaje por el ciberespacio —no puedo evitar pensar en la tapa de Ultimo bondi a finisterre de Los Redondos— que conduce a interpretaciones pesimistas del presente-futuro “subir a pie gastar saliva en escupir al tren, / todo es mentira y sé” (“Osnis”:idem). El humano está preso de las tecnologías al servicio del consumo digital. Pero el concepto del disco no se queda ahí, no se trata únicamente de un desglose crítico de los avances del capitalismo y sus tecnologías de control.

La publicación de OSNIS se hizo a través de un sitio web interactivo creado por Matias Minevitz. La propuesta consistió en una página para que el público interactúe ingresando links y códigos de acceso, y así revelar misterios del disco (tapa, beats, partes de canciones, frases). Meterse a internet para usar sus herramientas y develar el laberinto digital. El yo lírico habla en primera persona, describe impotencia por el presente y se posiciona contestatario “Garcas autócratas, que se jactan de que somos libres / prefiero ser un pirata y gritar fuck the system” (Interfaz:idem). Atrapados en la distorsión de la posverdad, envueltas por el circo capital, se enuncia en la paradoja “¿Cómo es posible que explique el CPU si soy un pixel?” (idem). No hay respuesta hacia fuera “el futuro está en peligro / el presente es este líquido”; pero si hacia adentro “no tengo dioses ni ídolos / el profe que sigo yo / es el cofre de mi dolor” (“Requiem”). Línea que se hace presente en diferentes composiciones del rapero, mirar hacia adentro, descubrir tus sombras para iluminar tu identidad. Eso es ganar. Hacia afuera insistir y resistir, tomar las riendas que permite la música y generar conciencia de la máquina.

Mantener el anonimato de la cara, gesto que mantiene el grupo (Kamada) desde sus comienzos, se vuelve a presentar en el arte de tapa donde se ve la máscara de Saje en el suelo, y una iluminación azul, cual pantalla, la revela. En las sombras del under hay potencia identitaria, forjar discursos de resistencia, líneas fuga que escapen al control. Pero me es inevitable un interrogante ¿y con eso qué? Porque el mensaje llega, es claro, y lo comparto, pero ante tanta incertidumbre de los tiempos presentes, iluminar el laberinto del sistema genera parálisis. Sensacion que aparece en la ultima cancion de 2030 “Yo estoy seguro que existe otra manera / yo tambien estuve siempre en el mismo dilema / ¿quien tiene la culpa del hambre en este país?” (“Argentina”). Entre tanto desglose del sin sentido, el disco cierra con la voz sobre una base con caja y bombo. Exposición de la parálisis, incertidumbre en cómo ganarle al sistema de clases. Si tomar las armas no es una opción ¿cuál es la alternativa?  A la respuesta de resistencia y crítica en OSNIS, en 2030 figura otra diferente.  Hay reivindicación del baile, el festejo como punto de encuentro. Mensaje de alegria de fiesta bresh donde suspendemos las quejas y el dolor por escuchar unos temaikenes “baila, baila, baila, llegó la revolución”.

Algo similar discutimos en la Primera jornada de investigadorxs de rock argentino y latinoamericano contemporáneos, en la mesa que compartimos con Julieta Biscay, quien trajo a Las fin del mundo, y con Alan Ojeda que analizó parte del movimiento indie argentino. Con las primeras figura una potencia en la unión, si el mundo se comiese a sí mismo, si el apocalipsis es inminente por lo menos que haya una experiencia propia. No impuesta, conectar vincularmente desde lo sensible, buscar las líneas de fuga. Los segundos, llamados indiegentes hay pereza, experiencia de quienes tienen paja de levantarse de la cama. Propuesta del perdedor y del maso menos bien, si ya no hay mundo bueno qué sé yo hagamos una banda de rocanrol.

En conexión con la tierra, desconozco lo que sucede hacia abajo. La atención está dirigida al celular, tantos estímulos, tanta información. Respondo mensajes, interactúe con ¿el mundo? ¿la vida?. Las melodías de 2030 o las barras de OSNIS se hacen presente en loop fragmentado. De a partes se superponen. Compost de recuerdos. Hay en ambos imaginarios experiencia virtual, desde el sin sentido, el juego, con la teatralidad de Louta; y desde la crítica filosófica, de un mañana distópico, de androides y cables, con Saje. ¿Aceptar el absurdo o resistir el control? ¿Se pueden ambas?

Links:

 Louta, “Amame”, 2030, Buenos Aires 2020. https://youtu.be/Hdyi07F4WCo?si=f1IRlro7Cr_H8Rf

Saje Kamada, OSNIS, Buenos Aires 2022. https://youtu.be/HdCpzDSzY3Y?si=LRD-egUsHJHl3aK4

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