¿Qué implicó el metal para la juventud rebelde de los años noventa? Más qué sonidos, sin lugar a dudas. Una disposición a la afectación, podríamos decir (afectar/dejarse afectar). El heavy de inflexión nacional fue asimismo motivo de reunión, canal de expresión y vector de politización para toda una generación. Escribe Mariano Pacheco, integrante del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino
(GIIHMA) y coautor del libro Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo.
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El metal, como el punk rock (y en menor medida pero también el hardcore), implicaron a inicios de los años noventa del siglo pasado, para muchos, un verdadero grito de guerra contra el sistema, una suerte de contracultura suburbana contra la Cultura Careta que proponía el menemismo. Una cultura Anti-rebaño que, a la vez que congregaba y gestaba comunión entre pares, combatía los modos de homogeneización cultural que proponía el Nuevo Orden Mundial. Las distintas variantes del ácido rock argentino –como lo hemos calificado en otra oportunidad– fueron voz amplificada, pero también, lugar de escucha de la clase trabajadora: a través de sus canciones se expresaron las broncas y anhelos, los dolores y alegrías, las desorientaciones generales y las pequeñas certezas de toda una generación.
Si la economía y la política se globalizaba en medio de un avance atroz del neoliberalismo, ¿por qué no lo iban a hacer los ritmos musicales y las formas de vestirse? Fueron, los años noventa, tiempos de proliferación de juntadas en garajes vacíos, porque ni autos para estacionar había ya en muchas casas de familias trabajadoras (ahora sin trabajo) y de clase media (ahora venidas abajo), y esos sitios se caracterizaban –en general– por acumular cajas, y –a veces– por servir de cueva de pibes y pibas –en la mayor parte de los casos pibes– que comenzábamos a formar nuestras bandas.
El metal, entonces (como el punk y el hardcore), permitía hacer manada, reunir (a través de una pasión, una serie de ritmos y una forma determinada de vestirse) a los parias del modelo neoliberal, esas juventudes hijas de las calles, que nos amuchábamos en esquinas y plazas, y que hacíamos del vagar por ahí una forma de expresión, un modo de tratar de ejercitar cierta libertad.
El caso de Darío Santillán es emblemático en este sentido. En casi todas las fotos de ese período de inicio de la militancia (1998/1999) se lo ve a Darío con remeras o buzos de Iorio, pero también de Ernesto Guevara (sí, andaba che-guevariando mientras escuchaba Hermética) y de Malón. La imagen con la que se ilustra la segunda edición de su biografía, “El militante que puso el cuerpo” (Sudestada, 2022) ha sido revisitada en más de una oportunidad, y no es para menos, teniendo en cuenta la escasez de fotos de una era aún analógica y la fuerza de esa postal en la que puede verse a un jovensísimo Darío en la calle 844 de San Francisco Solano, con su remera negra de Hermética y su jean gastado y su campera negra también de jean (“Se nos ve de negro vestidos”, se dice desde el GIIMHA, el Grupo de Investigación Interdisciplinario del Heavy Metal Argentino).
Posición contestataria, intuición esquinera. Iorio y el metal como puerta de entrada a la militancia de izquierda. Y como ventana hacia la historia nacional y la revalorización de la propia tradición en el contexto de la globalización. Las tribus juveniles amuchándose en una esquina para combatir el desamparo económico, político y afectivo de la Argentina neoliberal cuando los sindicatos ya no albergan al conjunto de los trabajadores porque ya no hay trabajo asalariado para todos. Y porque en la fiesta privatizadora del menemato muchos decidieron ser parte beneficiosa del vaciamiento que entonces se está efectuando. Pero en los bordes se resiste al imperio de la devastación. Y todo eso se encuentra más en la equina, el recital y los casetes piratas que circulan con canciones que son crónica del malestar e incitación a la revuelta, que en los partidos o los sindicatos.
Es que las esquinas fueron las unidades básicas de la resistencia y los recitales las primeras movilizaciones para una juventud que se encuentra con un peronismo que, por arriba, ha devenido partido de gestión del orden neoliberal, y por abajo, se encuentra fragmentado, atomizado, desorientado. Así y todo, la perspectiva popular de lo nacional prolifera en una multiplicidad caótica de pequeños agrupamientos que asumen, sobre todo desde lo social y lo cultural, que la salida política pasa por comprender a fondo que no hay más para elegir: la disyuntiva es oxidarse o resistir.
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Como en una suerte de antropóloga urbana, Hermética expresa una poética suburbana, de las orillas, que en temas como “Desde el Oeste” logra desarrollar una descripción descarnada del Conurbano bonaerense del entre-décadas: “Caída la noche en la ciudad, / con mi cuerpo en soledad, / caminando por los barrios del oeste”; canción en la que se remata: “La gente ya fue, / duerme junto a la TV”. Cabe destacar que en su momento la televisión comienza a jugar un papel muy relevante en la vida social, parecido de algún modo al que las redes sociales virtuales van a ocupar en estos últimos años. Es que ya cada casa cuenta prácticamente con un aparato de TV (y luego con más de uno) y la televisión “por cable” comienza a extenderse cada vez más, e incluso las bandas de rock (en sentido amplio, incluyendo al punk y al heavy) se ven atravesadas por esa dinámica comercial televisiva, y ya no sólo por los sellos discográficos y sus promociones en determinadas radios. Y sin embargo, es preciso “resistirse al sucio poder”, lo que implica “vivir sin temer” –como puede escucharse en “Para que no caigas”–, pero para ello hay que estar dispuesto a “salirse del molde oficial”, que puede llevar tanto a ganar como a perder. Como puede apreciarse, el mensaje de Hermética es claro: ante el avance del neoliberalismo no caben las medias tintas.
Darío vive, estudia, se junta con amigos a tomar cerveza y empieza a militar en la zona sur. Pero más allá de matices, la realidad de conurbano oeste y sur no distan demasiado. Los films de aquella década de Raúl Perrone son emblemáticos en ese sentido, sobre todo la “trilogía del Oeste”: Labios de churrasco (1994), Graciadió (1997) y 5 pal peso (1998), filmaos por entero en Ituzaingó. No difieren demasiado de la realidad de Wilde o, Claypole, Quilmes o Burzaco, Villa Domínico o Témperley.
Incluso cuando desde los suburbios se arriba a la Gran Ciudad Capital, se lo hace generalmente para asistir tugurios que son injertos de la periferia en el centro, como Cemento. “Nosotros crecíamos en los agujeros; traspirábamos en los agujeros dice el Ruso Verea en el film documental “Sucio y desprolijo. El heavy metal en Argentina” (https://www.youtube.com/watch?v=Nk1eenitRGw). Y refiere a esos sitios como reductos de sociabilidad, de formación, de educación sentimental, donde no sólo se puede escuchar música, sino como lugar de encuentro, en el que alguien te podía recomendar otras bandas, o avisar de otros recitales en los que muchas veces se montaban ferias de libros, revistas y fanzines. “Un caldo de cultivo que molesta”, insiste el Ruso, quien entonces fue un gran referente de la movida a través de su programa “La heavy rock and pop”.
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Ese mismo año de la postal en San Francisco Solano (1998), Darío comenzó su militancia: conformando primero la “Lista Roja” para presentarse a las elecciones del Centro de Estudiantes de la escuela a la que asiste (Piedrabuena); acompañando conflictos de otros colegios que protestan contra la Ley Federal de Educación que impulsa el menemato junto con la Ley Superior de Educación; participando de movilizaciones convocadas por SUTEBA, el sindicato docente, entonces con fuerte apoyo del movimiento estudiantil; y más tarde, pero ese mismo año, como parte de la Agrupación 11 de Julio, un ámbito de jóvenes vinculado a los intentos de reorganizar el espacio del Nacionalismo Popular Revolucionario, impulsado por el Movimiento La Patria Vencerá, organización de cuadros a la que tiempo más tarde Darío también se incorporará.
La obra de Hermética está en el centro de la escena en este pasaje de la Lista Roja a La Patria Vencerá, porque la poética y la figura de Iorio de aquellos años logra conjugar una rebeldía muy similar a la del anarco-punk, pero con elementos más identificados con cierta tradición nacional, en especial, en su versión revisionista (donde destacan las claves antiimperialistas y anticolonialistas). En canciones como “Cráneo candente”, puede escucharse por ejemplo: “Vivo el destierro del hombre nativo / Bajo las grises magias conquistantes. Que aun prosiguen traficando el miedo / Como ayer gauchos al desierto. / Despierto en los caminos/ De la tierra muerta. / Me observo junto a mis hermanos / Harto de miserias / despojados de todo derecho / Por el blanco imperio”.
Hermética (al igual que otras bandas de heavy como su antecesora V8 pero también otras del punk rock) tiene la característica de ser una banda que es expresión de los sectores populares, sobre todo de sus franjas más proletarias. Como puede seguirse con atención en los distintos testimonios que aparecen en el film “La H no murió”, un documental de INCAA TV (https://www.youtube.com/watch?v=4vAih3Axnsk), la procedencia social de los músicos es muy similar a la de su público. En el caso de Hermética, las anécdotas dan cuenta de pibes que caminan varias cuadras (incluso kilómetros) para ir a ensayar, cargando los instrumentos luego de cargar bolsas en el Mercado central, o muebles para un flete, o lo que sea en una extensa y dura jornada laboral. Algo similar conceptualiza Gustavo Torreiro en “El heavy en la Argentina como subcultura: identidad y resistencia” (texto que aparece incluido en el libro Se nos ve de negro vestidos. Siete enfoques sobre el heavy metal argentino, publicado por Ediciones La parte Maldita por iniciativa del GIIHMA) cuando se refiere a la resistencia del metal como una experiencia surgida del interior mismo de la clase trabajadora. “Cuando hablamos de resistir, hablamos de resistir a la ideología dominante desde un lugar particular: las clases subordinadas o populares. El heavy en Argentina, como se afirmaba anteriormente, surge de estas clases y es desde ellas que se va a desarrollar una resistencia a esa ideología dominante”.
En ese proceso la figura de Iorio cobra una centralidad. Su voz expresa la de un conjunto de rock pesado, pero a su vez es una voz de denuncia, como la de los antiguos cantores de protesta. Esa narrativa de clase, en medio de una revancha clasista, logran conectar con lo nacional a través de la reafirmación de una tradición popular erosionada por el contexto de globalización. Tradición popular que incorporan asimismo el “hedor americano” frente a la blanquitud típica de las clases dominantes que renegaron siempre del componente indígena de nuestro pueblo sometido a la colonización por la conquista, y –para decirlo con David Viñas— su “fase superior”, la etapa de cerco y aniquilamiento llevada adelante durante la autodenominada “Campaña del desierto”.
También Malón, la banda conformada por el resto de la formación de Hermética con excepción de Iorio (el Tano Romano en guitarra, Claudio O’Connor en voz y Claudio Strunz en batería) combinan combatividad frente a la nueva realidad neoliberal con un fuerte anclaje en la realidad nacional y, particularmente, con la de los pueblos originarios que preexisten a las naciones modernas.
Teniendo en cuenta estos elementos, podemos afirmar que el tránsito por aquella experiencia militante que llevó a Darío a entrelazar las actividades estudiantiles con otras de tipo cultural (edición de revistas-fanzines; realización de Radio Abiertas; organización de festivales) y a establecer vínculos con experiencias territoriales (así sea dando apoyo escolar en un asentamiento), no pueden ser pensadas de manera separada a ese devenir por las esquinas, recitales y movidas metaleras. Obviamente, ese proceso implicó sumar elementos estrictamente políticos a su práctica cotidiana: lectura de textos para la discusión; películas y documentales vistos tomando nota; incorporación de rutinas que implican una disciplina (citas frecuentes; insistencia en la puntualidad); realización de pintadas y pegatinadas en paredones; elaboración de textos para la discusión militante. Pero todas esas tareas no fueron ajenas a los sonidos, las vestimentas, las poéticas y las contraseñas generaciones que tienen en el metal una fuente de inspiración para la vida rebelde.