Las formas de organización social se adaptan a sus tiempos. Desde su creación a fines del los 90, TECHO inauguró una nueva forma de gestionar demandas sociales. ¿Cuáles son sus particularidades? ¿Qué la diferencia de otras organizaciones que buscan responder a las mismas demandas? Ana Natalucci analiza de qué manera se construye el accionar de esta organización.
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¿Qué es hoy un movimiento social? ¿Qué tipos de organizaciones pueden considerarse como un movimiento social? Según la perspectiva clásica, sin dudas el movimiento de derechos humanos, el estudiantil. Pero ¿cómo pensar la organización de los trabajadores informales, como la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), o de los que lucha por la vivienda, sea la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat o Techo? Tal vez sobre la CTEP encontremos mayor consenso dado que ha sido construida según la lógica de una organización social, cuyos mayores recursos han sido la movilización y el despliegue territorial. En el caso de Techo el consenso no sería unánime, en principio debido a que sus modalidades de participación, de presencia en el espacio público así como los horizontes a los que apelan se alejan de los modos clásicos de hacer política. Veamos un poco estas diferencias.
Perspectivas en disputa
Durante mucho tiempo tuvimos una visión restringida de los movimientos sociales. En principio, y por autodefinición, esos movimientos sociales en plural eran todo lo que no era el movimiento obrero en singular. Es decir, algo en su propio nombre indicaba algo del orden de lo diverso; de la multiplicidad que se abría al calor de la desestructuración de la sociedad salarial; de lo que difícilmente “encajaba” en las categorías ya existentes, principalmente la de clase.
Aún con estas particularidades, este nombre fue apropiado por sociólogos europeos como Alain Touraine o Alberto Melucci; bajo la forma de “marcador identitario” fue convertido en una nominación sobre las que se establecían atribuciones y propiedades respecto de los actores colectivos. Asimismo, esta operación analítica fue reforzada cuando emergieron a mediados de los noventa, también en Europa, los movimientos “sin…” sean sin papeles, sin
casa o sin trabajo.
Aquel nombre propio con el cual se auto designaban los actores colectivos que no se habían organizado a partir de su pertenencia de clase se volvía entonces un concepto substancializado. Desde entonces, para “ser un movimiento social” era necesario cumplir con ciertas características, a saber: una continuidad en un conjunto relativamente homogéneo de acciones colectivas, que pudiera reconstruir a través de sus sucesivas emergencias y ocultamientos, una identidad común a todas ellas y que esta se manifestara de modo continuo a través del tiempo y del espacio.
Sin detenernos en las críticas epistemológicas que podrían formularse a semejante substancialización, hay otra cuestión para considerar: la emergencia en los años recientes de una serie de experiencias colectivas que no encajaban en ninguna de esas premisas. Los “piqueteros” por ejemplo. Largo y extenso debate sobre si se trataba de un movimiento social. Finalmente, y siempre en el campo académico, se acordó que no, que más bien podíamos llamarlo “movimiento de movimientos”. En pocas palabras, todas las organizaciones que confluían en ese rótulo no tenían una única identidad ni todas entendían lo mismo por esa identificación; la variedad de sus estrategias no resistía un intento de homogeneización, sus acciones eran volátiles y no podía preverse cierta continuidad y estabilidad en el tiempo como finalmente ocurrió. También podríamos ejemplificar estas ideas con la experiencia del #NiUnaMenos donde hay organizaciones pero también acciones, manifestaciones, cuyo principal efecto no es la conformación de un actor colectivo.
Esta novedad en las experiencias organizativas llevó irremediablemente a repensar los modos, los conceptos y categorías con las que estábamos pensando en el campo. Porque en definitiva, lo que llamamos movimientos sociales no son acaso movilizaciones parciales, fragmentadas, locales y con serios problemas de coordinación, que suelen alternar con relaciones de competencia. ¿Es posible reducir la dimensión plural de los movimientos sociales a una entidad homogénea? Entonces, si acordamos con esta premisa, ¿por qué le atribuiríamos una esencia a las experiencias colectivas? ¿No tendría más eficacia analítica reconstruir sus acciones, lo que dicen, lo que dicen y no hacen, lo que hacen y no dicen, sus horizontes y el modo en que resuelven sus dilemas? Ciertamente, este corrimiento no hubiera sido posible sin un desplazamiento mayor, este es el giro pragmático en ciencias sociales a partir del cual se repensó la relación entre acción y estructura. Este cambio permitió dejar de enfocar a los movimientos como actores subtancializados y priorizar sus contextos de experiencia focalizando en situaciones problemáticas, que van configurando diferentes arenas públicas.
Sobre esas situaciones problemáticas actúan los colectivos, se movilizan, establecen relaciones de cooperación y de competencia, generan consensos y desafíos parciales o totales sobre el orden instituido. Esos colectivos no necesariamente comparten modos de organización interna, horizontes de expectativas o intervenciones sobre lo público y en este punto radica precisamente la potencialidad de lo político. Esas situaciones problemáticas se configuran a partir de problemas públicos, entendidos como procesos de asociación, de comunicación y de cooperación, posibilitados a su vez por diferentes vocabularios de motivos de los que hacen uso los actores para disputar los sentidos de lo que creen justo.
Techo como experiencia colectiva
Según indica su página web, la organización “Techo para mi País”, con fuertes vinculaciones con la Iglesia Católica, se constituyó en 1997 cuando un grupo de jóvenes decidió organizarse en torno al problema público de la pobreza. En esta dirección, uno de sus lineamientos fundacionales ha sido la construcción de viviendas de emergencia en diferentes asentamientos. Desde su Chile natal fue extendiéndose al resto del subcontinente. Con una lógica de ONG, el trabajo suele distribuirse en tres etapas: una primera donde se identifican los asentamientos y se caracterizan sus condiciones; una segunda donde se planifican diferentes programas, construcción de viviendas de emergencia, de eduación, de oficios y de emprendedores. Y una tercera donde se intenta establecer relaciones entre los vecinos organizados e institucionales gubernamentales para viabilizar la definición e implementación de políticas públicas. En este marco de acción desde 2009, Techo Argentina ha realizado una serie anual de relevamientos sobre asentamientos informales; cuyo informes son presentados en el Congreso de la Nación. Cada informe supone la cuantificación de esos asentamientos, la cantidad de familias que los habitan y las condiciones en que lo hacen, especificando los servicios básicos a los cuales tienen acceso.
A partir de 2010, la organización decidió cambiar su enfoque de trabajo, reorientando su acción hacia tres ejes: el modelo de intervención, la gestión social de proyectos y la estructura organizacional. Desde entonces, el nombre de Techo para mi País fue reemplazado por el de Techo a secas.
Y acá nos encontramos con dos principales características de la organización, que la diferencian de otras que también intervienen sobre el problema de la vivienda, y en algún sentido que nos remite a que tipo de experiencia colectiva puede considerarse dentro del campo de los movimientos sociales. La primera característica es que se trata de una organización apartidaria, es decir no tiene vínculos orgánicos con los partidos políticos. La segunda remite a sus formas de financiamiento, estas no responden al aporte de sus integrantes ni a subsidios estatales, sino que se consiguen vía alianzas con empresas, proyectos de cooperación internacional o individuos que realizan aportes a través de campañas y eventos de recaudación. Dicha actividad implica el compromiso y movilización de los integrantes, que comparten con otras en su dinámica cotidiana.
Ahora bien, volviendo a la pregunta sobre el estatuto de los movimientos sociales ¿cuál sería la característica singular de Techo que la diferencia de otras organizaciones que también han trabajado por el problema de la vivienda, por ejemplo como la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV)?
Al respecto, podrían señalarse dos cuestiones diferenciales. Una de ellas remite a cómo construyen los fundamentos de sus acciones. Es decir, Techo o sus militantes no pertenecen a los mismos territorios sobre los que intervienen, sino que se acercan a partir de inquietudes compartidas, realizan un relevamiento y desde allí despliegan una serie de acciones en pos de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida. En este sentido, la construcción de determinado tipo de información y la capacidad de instalar agenda, tender redes y activar contactos con instancias estatales resultan tareas fundamentales. Por parte de la FTV, la situación es diferente en tanto implica la organización de sectores que habitaban esos territorios y que se fueron nucleando en torno a varias demandas relativas a la reproducción, el trabajo, alimentos, vivienda, entre otras. Y el principal recurso recreado por la organización para instalarlos en la agenda pública ha sido el de la movilización callejera, desde cortes de ruta a marchas, teniendo siempre como interlocutor al gobierno nacional. Los resultados de esta estrategia en general han sido la obtención de ciertos beneficios sociales o subsidios individuales que han permitido cierta contención en el deterioro de la vida de sus integrantes como de las periferias a las que interpelan.
La segunda diferencia alude a la cuestión de la representación. Es decir, la FTV pretende construir una representación sobre aquellos sectores que ha ido organizando en un doble sentido. Por un lado, respecto de cierta identificación interna que refuerce los lazos entre dirigentes y bases y, por otro lado, que esto le permita consolidar su estrategia política. Mientras que para Techo ésta no pareciera ser una preocupación toda vez que no hay construido un reconocimiento de bases y dirigentes ni un intento de hablar en nombre de otros.
Aún con estas diferencias, y cada una con sus particularidades, tanto la FTV, como Techo o como otras organizaciones realizan su propio aporte para pensar e intervenir sobre el problema público de la tierra y la vivienda, de cómo se garantizan condiciones mínimas y ciertos derechos. Y esto es posible porque el potencial de las experiencias colectivas no radica únicamente en si se constituyen como movimientos sociales al cumplir con determinadas prescripciones organizativas. Más bien en las contribuciones a los problemas públicos que co-ayudan a construir en ciertas coyunturas histórico-espaciales que permiten ampliar los márgenes de como piensan los modos de estar en común. En este sentido, pareciera que más que homogeneidades organizativas, nos vamos a encontrar con experiencias, como Techo, la FTV u otras, compartiendo esos espacios donde se construyen los problemas públicos y los modos en que se interviene socialmente. La proyección de cada organización, incluso la de Techo, entonces no deberemos medirla por ciertas propiedades internas, sino por como logran interpelar a otros, que pueden ser desde militantes o activistas a incorporarse o funcionarios relacionados con esos temas, e instalarse como parte de las soluciones a esas situaciones problemáticas.