Estudiantes de secundario se organizan para cambiar el plan de estudios de su colegio. Se reúnen, discuten, negocian con las autoridades, comienzan un camino de expectativas y desilusiones. Octavio Zerdá relata la crónica de cómo él y sus compañeros quisieron cambiar su colegio.
“Repensando la educación, transformamos la sociedad”
—Lema de la campaña por la Actualización Educativa.
La siguiente es una crónica atípica, en tanto es la crónica de algo atípico. Se trata de la reconstrucción de la reforma del plan de estudios de un colegio secundario: un proceso vivo, que al momento de la publicación de este texto todavía se estará llevando a cabo. Y es que en verdad se trata de algo más grande que de la reforma de un plan. Es la crónica de cómo estudiantes y docentes nos animamos a cuestionar la educación y, más importante aún, a proponer alternativas; de cómo aprendimos (o, más bien, estamos aprendiendo) a trabajar en conjunto, rompiendo con nuestra relación verticalista; de cómo dimos nuestros primeros pasos en la política y en la gestión. Es la crónica, en fin, de cómo cientos de sensaciones de insatisfacción dieron paso a la introspección y a la reflexión y de cómo éstas originaron ideas y propuestas que, progresivamente, estamos intentando hacer realidad. En el fondo, se trata de la materialización de una utopía educativa y colectiva.
La “Actualización del Plan de Estudios”, como decidimos llamarla en su momento, es la síntesis de un proceso histórico de tensiones entre presente y pasado, entre vivos y muertos, estudiantes y docentes, teorías y experiencias… Un proceso que si bien empezó formalmente hace más de un año, acarrea las críticas y las propuestas de todos los alumnos, profesores y autoridades que alguna vez transitaron los mismos claustros que nosotros y la voz de especialistas y funcionarios que, a lo largo de la historia, se han preocupado por y ocupado del estado y del futuro de la educación, tanto en la Argentina como en el mundo. Esta es nuestra historia, que sigue transcurriendo y que sentará las bases de la educación para futuros estudiantes y docentes.
Septiembre de 2016.
El debate que originó todo.
Todo comenzó… en Facebook. Era de noche, se avecinaban las jornadas de reflexión institucional en conmemoración de la Noche de los Lápices y el grupo de debate de nuestro centro de estudiantes vibraba y hacía vibrar mi celular con los preparativos. Entre las diferentes publicaciones, vi que un compañero proponía una serie encuentros interclaustro (es decir, con los docentes) para debatir diversos temas, entre ellos, los programas de las asignaturas y las formas de evaluación. De inmediato me interesé por esto (estaba en 5º año, había experimentado todo lo bueno y lo malo del colegio) y me sumé a la organización.
Llegado el día, nos encontramos por la tarde en un aula del colegio, al lado de la cual se debatía sobre la Ley de Educación Sexual Integral. Todavía estaba vacía, y por alguna razón que desconocemos, los estudiantes que habíamos llegado primero decidimos sentarnos en la tarima del profesor. Y por otra razón que seguimos sin conocer, nuestros docentes y algunas autoridades optaron por acomodarse en los bancos foucaultianos. Y sin darnos cuenta, invertimos los roles. Y empezamos a hablar… más de tres horas.
Conforme cambiaban las tonalidades del cielo, e íbamos escuchando las opiniones de los presentes y los testimonios de los ausentes, nos empezamos a mirar, con esos ojos de complicidad que dicen todo. Nos estábamos dando cuenta de que la solución real a los numerosos problemas educativos que identificábamos no yacía ya en la elaboración de proyectos que los abordaran aisladamente, sino en algo mucho más grande: una actualización curricular y didáctica integral. Y la entendíamos como una actualización y no una reforma en tanto discursivamente sentíamos que la primera representaba mejor el espíritu de lo que queríamos hacer: mejorar la situación en la que nos encontrábamos. En este sentido, y tras mucho énfasis en la valoración de ese primer encuentro sin perder de vista la necesidad de seguir adelante, se generó un consenso implícito alrededor de la posibilidad de repensar el currículum del colegio. Cruzando miradas de optimismo, algunas más ingenuas, otras más cautas, e intercambiando los datos, contactos y aportes que cada uno podía ofrecer, nos fuimos con con mucha motivación y ansias de comenzar a imaginar cómo podíamos mejorar(nos).
Octubre, noviembre y diciembre.
Organizar el 2017.
Durante los meses que sucedieron a ese primer encuentro, los recién elegidos consejeros estudiantiles comenzamos a recolectar actas y registros de debates anteriores. Y es que en los últimos tres años se habían realizado numerosos y dispersos encuentros y charlas sobre aspectos puntuales de nuestra educación. Navegando entre los grupos de Facebook del centro de estudiantes, encontramos todos los testimonios. Y en simultáneo, delineamos un posible calendario de debates para el 2017.
Con ambos elementos juntos, les acercamos a las autoridades del colegio la intención de los estudiantes de realizar una actualización educativa, que involucraría cambios curriculares y didácticos. La acogida fue ciertamente muy positiva, y despedimos el año con un mensaje del rector a los jefes de departamento, en el que los ponía al tanto de la posibilidad que se estaba generando.
Enero y febrero de 2017.
Meses de trabajo.
El caluroso verano de 2017 nos encontró en Buenos Aires, entrando y saliendo por la puerta del colegio como nunca antes lo habíamos hecho en vacaciones. Cada semana teníamos reuniones con el rector, la asesora pedagógica y los jefes de los departamentos académicos. El objetivo era iniciar un diálogo constante, intercambiando informalmente críticas y propuestas de los estudiantes y autocríticas y propuestas de los propios docentes. Notable, y sorprendentemente, los diferentes jefes no solo coincidían en la mayoría de lo que les comentábamos sino que ellos mismos nos manifestaban ideas mucho más ambiciosas de las que habíamos pensado habrían estado dispuestos a considerar.
Entre reuniones, nos dedicamos a estudiar. Desde lo más técnico hasta lo más pedagógico: internet nos ofrecía todo. Planes de estudio, ensayos sobre educación, textos sobre didáctica, leyes, lineamientos y resoluciones. A partir de este material, de esos encuentros y de las actas mencionadas, pudimos elaborar un documento con algunos objetivos generales y propuestas pormenorizadas por disciplina. Ese documento se fue convirtiendo, a través de más de 30 versiones, en el actual Proyecto de Actualización Curricular.
Marzo.
Más expectativas que certezas (como todos los años).
Comenzando el año escolar y abriendo el proyecto a toda la comunidad educativa, empezamos a vislumbrar —muy superficialmente— los grandes desafíos que teníamos por delante. En un principio teníamos la vocación y la responsabilidad de garantizar una participación democrática lo más amplia y propositiva entre los estudiantes. Luego, comprendíamos que sería difícil trabajar con los docentes, puesto que la mayoría estaba o bien en contra de una actualización curricular, o bien en contra del nivel de participación que estábamos teniendo (y pretendíamos mantener) los estudiantes. Por último, reconocíamos que lo que nos estábamos proponiendo era una discusión que excedía a la academia, y que estaba atravesada por muchos —y contrapuestos— intereses políticos.
Conscientes, entonces, de la dificultad de la tarea —aunque quizá no tanto—, emprendimos el primer cuatrimestre, y obtuvimos notables avances. ¿El precio? Un lamentable distanciamiento interclaustro.
Abril y mayo. Junio y julio.
Nos sentimos parte de House of Cards.
Los primeros cuatro meses cuasi completos de clases se caracterizaron por la mayor participación —tanto docente como estudiantil— en la elaboración del proyecto. En abril intercambiamos numerosos cafés con docentes, mayoritariamente de los departamos artísticos, en los que nos aportaron muchísima información y nos ayudaron a coescribir el documento. Simultáneamente, con autoridades y la asesora pedagógica, exploramos las posibilidades materiales de cambios de horas y de oferta de cursos nuevos.
En mayo tuvimos una de las experiencias más enriquecedoras del proceso: los módulos de debate. Fue un período de dos semanas en el cual los miembros de la recién creada Comisión Actualización coordinamos más de 70 debates (1 por curso) en torno a la actualización curricular. Fueron días locos: entrábamos a las 7:30 y salíamos a las 22:10. En el medio, la política. Comentarles a todos los estudiantes y docentes que estuvieran sobre el proyecto y escuchar sus opiniones, críticas y propuestas al estado actual del colegio y a lo que veníamos elaborando desde la comisión. Haciéndolo, descubrimos que las voces de generaciones pasadas seguían siendo, en su gran mayoría, voces actuales. Y así, entre pocas horas de sueño y muchas tazas de café, nuevos miembros y nuevas ideas, y a partir de la participación de nuestros compañeros y junto a nuestros docentes, delineamos los ejes centrales del proyecto: la transversalidad y la flexibilidad curriculares.
Entre junio y julio mantuvimos importantes encuentros dentro y fuera de la institución con especialistas en educación. Con su asesoramiento dotamos de mayor precisión técnica al documento y llegamos a nuevas ideas y propuestas para alcanzar y ampliar nuestras metas. De esta forma, llamamos la atención de la institución que, luego de reuniones y presentaciones, decidió reconocer oficialmente el proceso que se estaba llevando a cabo. Aún más, decidió apoyar la iniciativa de una actualización generando las condiciones materiales necesarias para llevarla a cabo. En ese momento, la Actualización parecía imparable.
Hasta este punto he narrado, siendo franco, solo hechos positivos. Y la realidad es que el primer cuatrimestre tuvo un aspecto sumamente negativo, que atisbé a esbozar al comienzo. Se trata de la enemistad creciente entre estudiantes y docentes, que puede resumirse en una frase que se nos dijo en una reunión. “Ningún alumno me va a venir a decir a mí que me tengo que capacitar”.
Desde un primer momento nosotros sabíamos que una actualización curricular iba a desestabilizar, a generar inquietud e incluso miedo. No obstante, el hecho de que todo hubiese comenzado en un encuentro interclaustro y el haber recibido tan buenas acogidas en el verano nos habian hecho creer que la comunidad educativa sería más permeable a la iniciativa; que de hecho lo acompañarían. Pero la realidad es que encontramos mucha resistencia. Y en retrospectiva —y parcialmente— la entendemos. Era más fácil, cómodo y seguro dejar las cosas como estaban (siempre lo es). Seguir haciendo todo de la forma en que se venía haciendo. Hablar de una actualización educativa implicaba, necesariamente, cuestionar los contenidos, la didáctica y el diseño curricular del colegio. Implicaba, por lo tanto, hablar de capacitaciones docentes y cambios de horas. Nosotros entendíamos eso y nunca habríamos acompañado un proyecto que perjudicara a nadie, docentes incluidos. Ya demasiado los perjudica el Estado.
Pero el miedo genera desconfianza y sin confianza es imposible construir algo en conjunto. En ese sentido, lamentamos profundamente no haber sido capaces de construir un diálogo con todos nuestros pares educativos. Especialmente, porque con aquellos que sí lo hicimos no solo desarrollamos propuestas muy interesantes: descubrimos nuevas formas de relacionarnos y de aprender: mutua, constructiva y horizontalmente.
Agosto, septiembre y octubre.
Convalecencia…
Mediando el aniversario del inicio formal del proceso de actualización, el documento se estancó. Una serie de eventos desafortunados que excedían a la Comisión interrumpieron en tal forma los meses que se dificultó mucho mantener la continuidad de reuniones, debates y demás actividades. No obstante, para comprender bien qué había sucedido, fue necesario hacer una autocrítica entre quienes habíamos adquirido responsabilidad en el proceso. La realidad es que el entusiasmo desmedido nos llevó a concentrar el proceso en pocas manos y, si bien no tomamos decisiones, sí aportamos a la reducción de la participación. Así, nos encontramos frente al monitor, sin nada nuevo que escribir.
Considerando esa situación, junto a la tensión con el claustro docente, nos propusimos trabajar de forma distinta. Básicamente, difundiendo más las actividades y rotando la asistencia a las reuniones. Con respecto a los docentes, acercándonos en forma más personal, recuperando aquello que —esperamos— nos une y que nos motivó a trabajar en esto en un comienzo: la voluntad y el compromiso de construir una mejor educación.
Cabe mencionar que en esos meses se formó un comité institucional encargado de ordenar y llevar a cabo el debate en el seno del claustro docente y, eventualmente, de elaborar una propuesta para ser presentada oficialmente.
Noviembre y diciembre.
Esperanza.
Los últimos dos meses del 2017 significaron una leve pero importante reactivación del proyecto. Analizando los lineamientos generales fruto de los módulos de debate y de los intercambios interclaustro, por un lado, y las posibilidades materiales ofrecidas por la institución, por el otro, llegamos a un borrador de diseño curricular. Y, por lo que venimos constatando con docentes y estudiantes, posee la solidez y el apoyo de haber sido obra del consenso de los dos claustros y de la comunión de los dos ejes principales: la transversalidad y la flexibilidad curriculares. A partir de la definición de ese borrador, podremos pensar los contenidos mínimos. Ya hemos hablado con varios jefes de departamento para que inicien el proceso de analizarlos y nos comprometimos a acercarles propuestas de los estudiantes.
Enero y febrero de 2018.
El Centenario de la Reforma Universitaria nos encuentra motivados.
Sabemos que aún queda mucho por delante: definir dicho diseño curricular, pensar los consecuentes contenidos mínimos, la didáctica específica y los programas de cada curso. Luego, llevar a cabo el proceso de implementación. Al día de hoy nos hemos reorganizado. Hemos retomado las reuniones y el panorama —a nivel institucional— parece favorable. Y es que, además, estamos convencidos de que al ser una iniciativa que surge de la propia comunidad, a través del tiempo y con más diálogo, aquellos que desconfían y se resisten, comprenderán el valor de este proyecto. Que yace en que docentes y estudiantes se han sentado a pensar, ellos mismos, qué educación quieren dar y recibir; qué tipo de ciudadanos quieren formar y, en definitiva, qué sociedad quieren conformar.
A todos los que quieren transformar las instituciones y no solo transitarlas, mírense. Mírense mutuamente y reconózcanse capaces. No esperen a que las reformas y actualizaciones les sean impuestas desde arriba. Sepan cuándo pedir ayuda, pero dense cuenta también de que son ustedes quienes experimentan la realidad en el día a día. Anímense a cuestionar el estado de las cosas y anímense a pensar más allá de lo dado. Sean críticos y sean soñadores. Imaginen cómo podría ser la vida y dediquen sus días a hacer reales sus utopías.