De la mano de la editorial Rara Avis y con una edición bilingüe y anotada a cargo de Matias Ignacio Pizzi hizo su aparición en castellano vernáculo Contra la verdad, el libro de ensayos tempranos del joven Nietzsche. En esta oportunidad, José González Ríos, Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Docente de Historia de la Filosofía Moderna en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) nos presenta su reseña para Código y Frontera.
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Como pensador nómade Nietzsche se aficionó desde temprano a las caminatas. A finales de 1865, caminando la ciudad de Leipzig entró en la librería de usados de Rohm. Revisando los anaqueles dio por azar con la obra principal de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación (1819), un filósofo de quien -como lo afirma- lo ignoraba casi todo. En una de sus innumerables notas autobiográficas cuenta que, contra su costumbre de no precipitarse en la compra de libros, decidió llevar la obra consigo, y dice: “una vez en casa, me acomodé con el tesoro recién adquirido en el ángulo del sofá y dejé que aquel genio enérgico y sombrío comenzase a ejercer su efecto sobre mí. Ahí, en cada línea, clamaba la renuncia, la negación, la resignación; allí veía yo un espejo en el que, con terrible magnificencia, contemplaba a la vez el mundo, la vida y mi propia intimidad. Desde aquellas páginas me miraba el ojo solar del arte, con su completo desinterés; allí veía yo la enfermedad y la salud, el exilio y el refugio, el infierno y el paraíso. Me asaltó un violento deseo de conocerme, de socavarme a mí mismo.”[1]
Desde entonces el influjo de la filosofía schopenhaueriana resultó decisivo, al menos en el primer tiempo de su pensamiento. Con todo, no se trató de una adhesión acrítica. Su asimilación fue rumeada hasta el punto de evacuarla casi por completo en sus escritos de madurez. Pero al practicar en sus primeras obras una filología filosófica, uno de los heterónimos de la genealogía, Nietzsche encontró en la filosofía de Schopenhauer motivos éticos y estéticos que le resultaron útiles para afrontar, de un modo intempestivo, el malestar que percibía en la cultura alemana de su tiempo. Escritos como “Sobre Schopenhauer” (1867-69), El nacimiento de la tragedia (1872) y la tercera de sus consideraciones intempestivas Schopenhauer como educador (1874), ponen de manifiesto la pregnancia de aquella filosofía pesimista.
En aquella serie de textos no podemos dejar de mencionar el escrito “La relación de la filosofía schopenhaueriana con la cultura alemana” (1872). En él Nietzsche advierte que la cultura alemana ha caído en el ensueño de los ideales civilizatorios, en los cuales la instrucción domina la educación, lo mecánico, lo orgánico y lo artificioso, lo natural. A su entender, aquellos ideales componen una telaraña en la que se encuentra enredada la cultura de su tiempo. En las notas que acompañan su traducción del texto, Matías Pizzi afirma que esta imagen, que Nietzsche retomará en el apartado “De las tarántulas” de Así habló Zaratustra (1883), refiere: “al orden burocrático e intrincado de una cultura corrompida por la distribución agobiante de tareas ‘pragmáticas’, que genera una masificación de la cual no puede surgir ningún individuo genial, es decir, una nivelación anclada en una falsa igualdad” (p. 137 n.6). Frente a este ensueño, la filosofía schopenhaueriana auspicia un auténtico y franco despertar.
Otra de las grandes influencias por entonces la ejerció el drama musical de Wagner, a quien Nietzche dedicó El nacimiento de la tragedia y la cuarta de sus consideraciones intempestivas Richard Wagner en Bayreuth (1876). Sin embargo, un filósofo que piensa contra sí y contra los otros, se volvió también progresivamente contra Wagner en escritos como El caso Wagner (1888) y Nietzsche contra Wagner (1895). Entre aquellos escritos tempranos en los que se percibe su influjo se encuentra el ensayo “Sobre el pathos de la verdad” (1872), dedicado a Cosima Wagner. Ahí Nietzsche se vuelve contra otro de aquellos ideales civilizatorios, un “exquisito bocado de nuestro egoísmo”, a saber: el afán de gloria. Afirma Nietzsche allí: “Este es el pensamiento fundamental de la cultura: que los grandes momentos formen una cadena, que estos, al modo de una cordillera, aúnen, a la humanidad a través de los milenios, que lo más grande de un tiempo pasado sea grande también para mí, y que se cumpla la creencia colmada por el ansia de gloria” (pp.95-97). Así espolonea como lo hará luego en la segunda de las intempestivas Sobre la utilidad y el perjuicio de los estudios históricos para la vida (1874), contra el espectro de una “historia universal”, que busca disolver el carácter azaroso, efímero y contingente de lo viviente. Paradigmáticamente, entre aquellos individuos que se afanan por la gloria en el proceso progresivo de la historia universal, Nietzsche sitúa a los filósofos. Sostiene en esto que “el menosprecio por lo presente y por lo instantáneo caracteriza el modo de la contemplación filosófica. Él posee la verdad: que la rueda del tiempo gire hacia donde quiera, pues esta nunca podrá escapar a la verdad” (p.101).
Este pathos de la verdad, el postulado de una verdad antepredicativa, anterior al ámbito del lenguaje, es el prejuicio que Nietzsche aborda en su fragmento póstumo “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873). Realiza allí una genealogía del lenguaje, que encuentra sus fuentes en la concepción del lenguaje que presenta Schopenhauer en diversos pasajes de su obra y en los Ensayos de Emerson, que Nietzsche subraya y anota en su ejemplar de la traducción al alemán. Según aquella teoría, el entendimiento humano, motor del arte de fingir, olvida la génesis arbitraria y convencional de las expresiones del lenguaje. Olvida, sobre todo, el carácter metafórico de todo lenguaje. Olvida que toda expresión lingüística procede de una metáfora intuitiva. Sin embargo, fruto del olvido de aquel origen, las metáforas se vuelven conceptos, y con ello fósiles. Ahí mismo se pregunta Nietzsche: “¿Qué es entonces la verdad? Un ejército en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en suma, un cúmulo de relaciones humanas que han sido realzadas, trasladadas y adornadas, poética y retóricamente, y que, después de un uso prolongado, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son pues ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas gastadas que han perdido su fuerza sensual, monedas que han perdido su troquelado y que ya no pueden ser consideradas como monedas, sino como mero metal.” (p.49).
Estos tres escritos a los que nos hemos referido brevemente se encuentran reunidos en el volumen Contra la verdad. Ensayos tempranos de Friedrich Nietzsche, que la editorial Rara Avis en su Colección “Ensayo” publicó este año. Uno de los aciertos del volumen es la edición bilingüe de los escritos de Nietzsche, que sigue el texto fijado en el Tomo I de la Kritische Studienausgabe (KSA): “Nachgelassene Schriften (“Escritos póstumos 1870-1873”). La traducción directa del alemán, que estuvo a cargo de Matías Pizzi, cuida el estilo de la escritura nietzscheana en giros muchas veces de difícil traducción. Acompaña su traducción un compendio de notas elaboradas para cada uno de los ensayos. En estas notas Pizzi aclara aspectos filológicos, vinculados tanto con opciones de traducción como con referencias explícitas e implícitas a figuras retóricas, personajes y escritos de la tradición. Pero también aborda en ellas nudos temáticos de los textos nietzscheanos. La Introducción al volumen estuvo a cargo de Virginia Cano, que con la fuerza de su escritura y pensamiento ubica estos escritos en el horizonte del corpus nietzscheano. De aquí que no podamos más que celebrar la publicación de Contra la verdad. Ensayos tempranos de Friedrich Nietzsche y augurar que el libro produzca ese efecto narcotizante y transformador en el lector que dé con él, quizás por azar, en el anaquel de una librería.
[1] Janz, C.P., Friedrich Nietzsche. 1: Infancia y juventud, trad. Jacobo Muñoz, Alianza Editorial, Madrid, pp. 158.