En los últimos años la discusión sobre las formas de amar y relacionarse ha ocupado un espacio privilegiado en las discuciones mediáticas y, sobre todo, en las discusiones teóricas del ambito de los estudios de género, el feminismo, la psicología y hasta la política. Sin embargo, lo que parece enseñarnos esta nueva experiencia es la imposibilidad de construir un manual sobre «cómo llevar una relación». En esta oportunidad, Agustina Pederiva nos presenta una reflexión para poder empezar a discutir con consciencia y abandonar lo que muchas veces llamamos «sentido común» cuando hablamos de amor.
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¿Cuántos somos los que nos replanteamos las maneras de vivir el amor? ¿Somos sólo aquellos cuyas relaciones amorosas fallaron, o realmente hay personas que pueden controlar los celos y los sentimientos posesivos lo suficiente para poder así gozar de experiencias con otros? Es importante comenzar esta reflexión marcando algunas diferencias, y definiendo algunos aspectos. Usualmente, cuando el común de la gente escucha alguna crítica hacia la monogamia, lo primero que se le viene a la cabeza es el término “relación abierta”. A decir verdad, el asunto es mucho más amplio.
Comencemos por diferenciar los términos “amor romántico” y “amor libre”. El amor romántico es el que nos vende el sistema junto con todos sus mitos, entre los cuales están la idea de la eternidad del amor verdadero; la posesión de la persona; la monogamia impuesta y dada por hecha; la idea del amor omnipotente que si no puede superarlo todo y termina, no fue puro; el perdón absoluto en nombre del amor; y la influencia y presión social de que encontrar a una persona a quien amar y que te ame recíprocamente es una meta en la vida y en consecuencia, al no encontrarlo, estás fracasando. El fin de ir en contra de este amor romántico está en evadir la posibilidad de llegar a un vínculo viciado que termine condenando nuestra individualidad. El amor libre, por otro lado, busca la posibilidad de poder desarrollarnos como seres individuales para poder compartir de manera sana la vida con cuantas personas queramos. No quiere significar necesariamente abrir la relación, sino estar abiertos al diálogo y a la oportunidad de la que la relación tome el rumbo que la/s pareja/s decida/n sin prejuzgar ninguna de las opciones.
Sin embargo, ¿cómo entonces, si comprendemos la condena que nos espera al caer en una relación de amor romántico, seguimos tan alienados a otras formas de relacionarnos? Encontramos la respuesta tanto en la naturaleza egoísta del ser humano, como en su necesidad de comodidad. Cuando al enamorarnos caemos en la fantasía de estar con la misma persona por el resto de nuestras vidas, nos desborda una sensación de seguridad y confort. Es allí cuando deseamos que ese sujeto nos corresponda para siempre, porque de la misma manera que uno siempre quiere volver a los lugares donde amó la vida, también lo hace a las personas que lo hicieron sentir acogido.
Claro está que no podemos entender ni experimentar lo que percibimos como nuevo o distinto, si no comprendemos el origen de lo que conocemos. De acuerdo con una investigación llevada a cabo por la Universidad de Waterloo (Canadá), los humanos, durante la época prehistórica, cuando predominaba la poligamia, pudieron haber desarrollado normas sociales que castigasen estas prácticas y favoreciesen la monogamia, debido a la presencia de infecciones de transmisión sexual. Así, como casi como resultado de la selección natural, se fue transmitiendo de generación en generación este vínculo entre amor y monogamia. Nos queda aún el resto de la historia para evidenciar dicha transferencia, tanto con los matrimonios arreglados para fortalecer a los reinos, como con el prejuicio con el que se ha vivido hasta el siglo pasado hacia los desposorios quebrantados.
Si bien, como mencionamos anteriormente, la monogamia no es lo único que diferencia a estas maneras de vivir el amor, sí es verdad que parecería ser esta la regla tácita que todos aceptamos y más cuestionamos. Es acá cuando llegamos al punto de preguntarnos, ¿es esta ley de oro lo que nos lleva a sentir que nuestra pareja nos pertenece? O, metiéndonos en un análisis un poco más profundo, ¿es la imposibilidad de estar con más personas y en consecuencia, existencia de la infidelidad, el verdadero problema?
Las respuestas a estas preguntas las conseguí al meterme de lleno en el tema e investigar más sobre qué implica estar en una relación de amor libre. Algunas de las principales características de este tipo de vínculos sexoafectivos son la confianza y la comunicación, pero su esencia es la responsabilidad afectiva. Las personas tienden a sorprenderse cuando se enteran de que las relaciones amorosas son contratos sociales como los otros tantos que realizamos día a día. En el caso de los vínculos de amor romántico son contratos implícitos, cuyas reglas dadas por sentado son marcadas por la sociedad y su cultura tradicional que nunca antes nos atrevimos a cuestionar. En cambio, las relaciones de amor libre tienen reglas explícitas. Es decir, el rumbo de la pareja se va moldeando de acuerdo a las necesidades y deseos de ambas partes a partir de un acuerdo común. Esta es la clave de su dificultad, ya que implica estar abiertos al eventual replanteo de los términos de la relación y, por lo tanto, a nuestra constante adaptación.
Existen distintos modelos de relaciones que pueden caer dentro de la clasificación de amor libre. Debe tenerse en claro el hecho de que todas las personas que formen parte de estas relaciones, para que pueda funcionar, deben hacerlo de manera consciente, consensuada y sin presiones internas o externas. Dentro de estos ejemplos encontramos la anarquía relacional, la cual sostiene que cada relación es un vínculo particular y existe la necesidad de meterlo dentro de una categoría establecida por las normas sociales. Deb Barreiro, activista en Amor Libre Argentina (ALA) explica: “La anarquía relacional no hace jerarquías, tampoco le da poder a las etiquetas, si no le sirve no las usa y si las necesita para comunicarse las usa, pero no le da poder a diferenciar un novio de un amigo, son simplemente relaciones”. También podemos hablar del poliamor, el cual ALA define como “mantener más de una relación íntima, amorosa, que puede o no ser sexual, y duradera de manera simultánea con varias personas, con el pleno consentimiento y conocimiento de todos los involucrados.”. Incluso las relaciones monogámicas se incluyen en el amor libre, siempre y cuando se lleven a cabo sin ceder a ningún tipo de presiones y sus partes estén abiertas al diálogo con respecto al sentido que pueda tomar la relación.
Luego de haber tratado el tema con un cierto número de jóvenes, me sorprendí al escuchar tantas devoluciones negativas. Un joven llamado Adrián, de dieciocho años de edad, que conocí en un modelo de las Naciones Unidas, me contó su experiencia:
Adrián: Tuve una relación oficial libre y dos amigos con derechos, en tiempos separados. Creo que habrían funcionado perfectamente si no hubiera habido problemas de comunicación en los tres casos. Nunca hubo drama con los celos, pero a veces parecía que estábamos juntos sólo por miedo a estar solos y no por querernos en serio.
Agustina: ¿Vos arrancaste esas relaciones como un escape al estilo romántico monogámico? ¿Te pareció desde cero que de otra manera no iba a funcionar, o estaban en una relación cerrada y quisieron tomar otro rumbo?
Adrián: El primer caso fue con una chica que vivía en Paisandú, que queda a cinco horas de donde vivo yo en Montevideo. Es por esta razón que decidimos que no fuera nada cerrado, ya que no podíamos vernos seguido. En relación a los otros dos casos, sí podría decirse que fue por una cuestión de escape, ya que ambas veces ninguna de las partes estaba dispuesta a la monogamia.
Agustina: ¿Volverías a estar en una relación de amor libre hoy? ¿En ese caso, qué cambiarías para que funcione?
Adrián: Estoy en un momento de mi vida en el que no estoy dispuesto a comprometerme con otra persona. Lo que si haría sería un arreglo como amigos con derechos, o simplemente gente con la que casualmente estar. Igualmente, el cambio principal sería la comunicación. Soy muy de decir todo, pero me di cuenta con mis anteriores relaciones que capaz faltó un poco de su lado, o no hice las preguntas correctas. Las cosas tienen que estar claras, y ante la duda no hacerse la cabeza y preguntar a la primera.
Otro fue el caso de Jessica, 22 años, alumna de Artes Dramáticas:
Jessica: Nos enamoramos con una amiga y decidimos llevarlo a algo más. Ella nunca quiso algo exclusivo por alguna razón, yo sí quería porque ya no me interesaba estar con otras personas.
Agustina: ¿Y cómo salieron, o cómo fueron las cosas a lo largo de esa relación?
Jessica: Andábamos en una relación bastante liberal, y yo la pasaba mal porque me generaba ansiedad saber que ella estaba con más personas y que encima me lo contara.
Agustina: ¿Pensás que esa es la razón por la cual no funcionó?
Jessica: No me funcionó a mí porque me di cuenta de que prefiero manejarme en relaciones monogámicas si estoy enamorada. Si no lo estoy, me da igual. Creo que fue por eso.
Agustina: ¿Y por qué decidiste meterte en esa relación? ¿Sentías que era la única manera de estar con ella, o te convenciste de que querías probar algo distinto?
Jessica: Sí, era la única forma de estar con esa persona, acepté porque no tenía otra opción. Pero no lo volvería a hacer.
Agustina: En las relaciones de amor libre, la clave es la responsabilidad afectiva de todos los involucrados. ¿Sentís que eso es lo que faltó de la otra parte?
Jessica: Exacto, eso mismo. Como era una relación libre, ella sentía que no tenía que cuidarme.
Si tenemos en cuenta que las personas entrevistadas tuvieron respuestas negativas, y además le sumamos que el único caso que conozco de una relación libre que funcionó exitosamente me llegó a través de una revista, hace tiempo, ¿tendría que llegar a la conclusión de que, en realidad, la mayoría de nosotros no podemos escapar de las relaciones tradicionales? La respuesta es un rotundo no. Nosotros somos esclavos de nuestros propios prejuicios, y aunque caigamos en la correcta curiosidad de probar nuevos vínculos, los seguimos tiñendo con comportamientos que nada tienen que ver con el amor libre. Por ejemplo, en el caso de Jessica, si bien ella relata que experimentó esta clase de amor y que no cree poder implementarlo estando enamorada, ¿tuvo la oportunidad de experimentarlo de manera genuina si la causa de su malestar fue la falta de responsabilidad afectiva de su pareja, sumado a la presión inicial con la que se involucró en la relación?
Luego de haber transcurrido todo este análisis, podemos llegar a la conclusión de que el enfoque no está en el autocontrol de los celos o en la cantidad de personas que forman parte de una relación. La razón por la cual tienden a fallar las relaciones de amor romántico es porque nos han convencido de que seremos felices si seguimos su patrón. En definitiva, el principal obstáculo para poder llegar al “amor ideal” con el que tanto fantaseamos lo ponemos nosotros mismos. Construimos esa muralla desde el momento en el que cargamos de tabúes y desvalor a esta nueva manera de amar, y sólo la relacionamos con la falta de compromiso y la promiscuidad, en lugar de rescatar sus principios básicos y aprender de ellos. Es este el momento en el que nuestro título cobra importancia y la palabra “deconstrucción” se carga de valor para nuestro análisis. Es por la venda que tenemos en los ojos que a veces nos negamos a aceptar que casi todo lo que nos enseñaron está cargado de micromachismo, o que no hay razón válida para sentir rechazo por que dos mujeres se enamoren. Por esta venda no nos permitimos ver que para el relacionarse socialmente no hay un camino de un solo carril. Al fin y al cabo, somos seres que sienten y no todos podemos seguir las reglas de un manual invisible para amar.