Cristina Reigadas piensa los mecanismos de gobierno en China a la luz de las preocupaciones de la democracia deliberativa: contrato social, libertades, participación y crítica, entre otros temas.
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¿China es una dictadura?
Cuando se habla de China en particular, pero también de otras culturas no occidentales en general, puede darse una respuesta corta y seguramente falsa, o una respuesta más larga, que aportaría matices más interesantes y más cercanos a la realidad. Yo creo que las respuestas cortas suelen desconocer las diferencias culturales y aun con las mejores intenciones, suelen recaer en posiciones eurologocéntricas. En cualquier caso, y aun medida con el rasero del pensamiento político occidental moderno y liberal, China no es una dictadura, es un régimen autocrático, con elementos democráticos y no democráticos.
¿Y qué pasa con la democracia allá?
Suele creerse -e incluyo en esto a buena parte del mundo académico- que la democracia y China son dos conceptos y dos realidades que nunca se juntan. Y no es así. En primer lugar, en China hay una larga historia de prácticas democráticas, de argumentaciones deliberativas en torno a cuestiones públicas y de experiencias consultivas. Y en las últimas décadas, incluso, de voto local. No se trata, claro, de la democracia liberal. Pero sería temerario circunscribir la democracia a Occidente y negar la existencia de prácticas democráticas en otros espacios culturales. Amartya Sen ha mostrado en su hermoso libro La democracia de los otros, que la democracia no es privativa de Occidente. Menos aún, podemos negar -como se ha hecho- la capacidad de China para desarrollar una cultura política democrática. Eso es señal de un grave prejuicio cultural.
En segundo lugar, en la China contemporánea hay una larga tradición de debates sobre la democracia. Desde mediados del siglo XIX en China se discuten las ideas liberales y marxistas sobre democracia y se recuperan discusiones sobre la democracia en el cuerpo de ideas políticas de la tradición confuciana y neoconfuciana. Así que de ningún modo la democracia es una idea ajena al pensamiento chino, ni puede sostenerse que sea una ‘imposición occidental’. Todo esto es de un simplismo excesivo. Por ejemplo, durante la “Reforma y Apertura” de Deng la democracia fue considerada la “quinta modernización” y en la época de Hu Jintao, intelectuales como Yu Keping, sostuvieron que “la democracia es una cosa buena”, que no hay posibilidad de sostener al Partido en el camino al socialismo sin democracia, en particular sin democracia política intrapartidaria.
En tercer lugar, no obstante, también hay que subrayar que, a diferencia de lo que sucede en el occidente moderno y contemporáneo, la democracia no es el valor político fundamental en China. Es un valor político, sí, pero hay otros tanto o más preciados, como la virtud, el nacionalismo y el bienestar.
En síntesis, el camino chino hacia la democracia no replica la experiencia occidental, aun cuando tiene muchos puntos en común. Cuándo hablamos de democracia hay que preguntarse siempre “cuál democracia”. En este sentido, las innumerables prácticas de participación, de deliberación y de voto local existentes en China pueden ser experiencias muy importantes para pensar el futuro de la democracia global, que sabemos está en crisis en muchas partes del mundo.
¿Por qué?
Primero, sería arrogante pensar que la resolución de la crisis de la democracia liberal, que no sólo es abrazada por la mayoría de los sistemas políticos nacionales sino que también rige las instituciones políticas internacionales y globales, pueda provenir de algunas voces privilegiadas del sistema mundial. Más aun cuando China es una superpotencia mundial con vocación de liderazgo.
¿Por qué?
Porque muchos sostienen que China es un verdadero experimento político en el que confluyen distintas tradiciones chinas y no chinas, el confucianismo, el socialismo, el liberalismo. Esta reunión de tradiciones es un verdadero desafío para la producción de un sistema exitoso. Discusiones entre neoconfucianos, liberales y Nueva Izquierda, por nombrar sólo algunas de las corrientes más visibles
Les digo más: hay autores que sostienen que la política deliberativa es un invento chino y que dado que China aventaja en este rubro notablemente a Occidente, éste debería aprender de la experiencia de China
¿Qué podríamos aprender?
Prácticas de participación deliberativa mediante audiencias públicas, consultas populares, encuestas, focus groups, distintos tipos de representaciones por vecindario y familiares, en las que se discuten cuestiones de nivel local en general y referidas a cuestiones de vivienda, reparto de tierras, salud, ambientales, infraestructura. Experiencias en gran escala, que incluyen grandes cantidades de personas y municipios, Como comenté, hay modelos propuestos de democracia confuciana que incluyen elementos de las distintas tradiciones políticas chinas y que otorgan distinto peso al poder decisorio de los gobernantes, de los sabios y virtuosos, y del pueblo. Estos modelos son propuestos no solo para China, sino también para el mundo, como aportes para la reconstrucción democrática global, dado que asumen la complejidad de los asuntos mundiales y los límites de una democracia concebida sólo en base a la representación en términos de una persona, un voto. Entre ellos, los aportes del neoconfucianismo bostoniano de Tu Weiming y de Daniel A. Bell, con su modelo de democracia china.
¿Y el voto?
En China no hay voto directo para elegir los estamentos de gobierno medios y superiores, pero sí se vota en el 75% de las pequeñas localidades. Ahora bien, hay un interesante debate en torno a la complementariedad entre deliberación y voto. Hay autores como He Baogang que han liderado importantes experiencias deliberativas y que han pasado de sostener la tesis del reemplazo a la de la complementación. Al respecto es importante la evaluación popular que apunta a valorar la complementación: en las experiencias locales la gente se siente más segura y confiada cuando después de deliberar, vota.
Hay zonas de deliberación y hay zonas de voto ¿Y la crítica cómo se tramita?
Y zonas mixtas, que son las más interesantes. Nuevamente esta pregunta requiere algunas aclaraciones de orden histórico y epistemológico. Simplificando mucho, el pensamiento chino no pasó por la experiencia de la Ilustración Moderna, basada en el escepticismo crítico. El pensamiento chino confía en el conocimiento científico y en que es posible conocer la verdad. Hay confianza epistemológica y lingüística. Esta confianza cognitiva sintoniza con las representaciones de la tradición confuciana sobre el peso de lo colectivo y el valor de la autoridad y se traduce en la confianza política en el gobernante. En China la crítica se despliega en este espacio de confianza basado en lazos filiales y jerárquicos con la autoridad.
En suma, en China la confianza ocupa el lugar que en Occidente tiene la crítica. Metzger denomina a esta característica -un verdadero paradigma epistemológico y cultural- de “optimismo intramundano”. Esto, por cierto, no debe confundirse con los prejuicios del orientalismo acerca del “mandarín sonámbulo” y de la incapacidad china para reflexionar críticamente. Justamente se incurre en este error cuando no se puede captar la diferencia cultural y se reduce la experiencia del otro a la propia.
Pero la confianza no evita que haya insatisfacciones y rechazos ¿Cómo se tramita eso políticamente?
¡Desde luego los hay! Y hay reclamos y demandas que seguramente se incrementarán a medida que aumente el nivel de vida de la población. Puede pensarse que a las demandas económicas seguirán las sociales -ya está ocurriendo en relación a cuestiones religiosas, étnicas, de género, de educación, de organización familiar- y a éstas, las políticas. Desde luego, también hay zonas “calientes”, originadas en especificidades étnicas y religiosas, o sectores que buscan libertad de opinión y de expresión, en especial los jóvenes, y también que hay protesta política en algunos lugares como Hong Kong. Pero en términos mayoritarios la población se encolumna detrás del Partido, garante del bienestar, que sabe lo que el pueblo necesita y que es exitoso en la satisfacción de demandas. La mayoría de la gente no cree que el gobierno intervenga en sus asuntos privados y no se siente privado de libertades. Lo que gobernantes y gobernados valoran en primer lugar es el orden: vivir en paz y armonía.
En este sentido, no hay nada que el Partido tema más que el desorden. Mantener el orden es el objetivo primero de la autoridad, y no alterarlo la primera responsabilidad de la gente. Así funciona el modelo familiar sobre el cual se organiza el modelo político chino. Para mantener el orden hay que mantener satisfecha a la gente. Porque si la gente está insatisfecha es muy probable que el desorden suceda. Y es dentro de estas premisas y límites que se puede disentir. El límite es un sistema político basado en la unidad, centralidad y fortaleza del Partido Comunista.
Hay crítica siempre y cuando no genere desorden ¿Hay control de la opinión o, incluso, censura?
Sí. Pensando en esto, hay que señalar que la Reforma Política de Xi, de 2017, marca un cambio importante en las políticas de liberalización y democratización anteriores. La posibilidad de la reelección indefinida, la concentración del poder en una persona, en vez del sistema de gobierno colegiado de Deng, el nombrar a Xi líder del pensamiento chino y corazón de la República, título que desde Mao no se utilizaba, la suspensión de las reformas jurídicas orientadas a un mayor constitucionalismo, y el notable incremento de la utilización de tecnologías de disciplinamiento y control son algunos ejemplos de un giro en China en relación a la cuestión democrática. Con las reformas, hay mayor censura en los medios de comunicación, en especial en las redes sociales, y aparecen sistemas como el 5G que tienen la capacidad de controlar a los que controlan. Sistemas como el del crédito social pueden intervenir en la vida pública y privada, rompiendo con la distinción entre una y otra esfera, hasta amenazar con convertir en realidad las distopías de la ciencia ficción. Por supuesto que podría decirse que algo similar ocurre en Occidente. Pero el punto no es ese, sino si ése es el mundo en el que queremos vivir.
¿Cómo impacta esto en la producción de conocimiento?
El control y la censura se hacen sentir obviamente en la academia, aun cuando allí adquieren caracteres ambiguos, imprecisos. Hay que tener en cuenta que en China el mundo académico intelectual no goza de la autonomía que tiene en Occidente. La función del sabio y experto siempre ha estado asociada históricamente al poder gubernamental y aún con los cambios de la modernidad, los intelectuales siguen estando, de un modo u otro, vinculados al Estado y siguen sintiéndose responsables frente a él. En pocas palabras: aún sin practicar la autocensura, le caben las generales de la ley en materia de críticas. No es que no haya crítica, pero se enmarcan en la necesidad de aportar propositivamente dentro del marco establecido por el Partido. Mantenerse dentro del sistema o, en su defecto, pasar al campo de la disidencia, con las consecuencias del caso.
¿Hay una opinión pública subterránea?
La idea misma de opinión pública contradice la posibilidad de que sea invisible o subterránea. Podemos hablar de rumores, de malestares poco estructurados, grupos de disenso informal. Pero no podría afirmarse que existe una suerte de opinión pública articulada que circule por catacumbas. Aunque no niego que hay cenáculos conspirativos, pero posiblemente más adentro que afuera del Partido.
Por otra parte, sabemos de voces disidentes que, aún publicadas fuera de China, fueron rápidamente censuradas bajo fuerte presión y amenazas por medios tan poderosos como Google o Amazon. Inclusive cuando se trataba de voces aisladas y no de movimientos de opinión. Hay académicos, activistas y artistas disidentes, algunos en el borde de la legalidad y otros caídos en desgracia, como fue el caso de Bo Chilai, sobre cuya suerte sabemos bastante. Hay grupos como el Falung Gong, está la cuestión tibetana, los uigures y las recientes protestas de Hong Kong. Pero nada de ello es “opinión pública subterránea”. Y si la hubiera, sería difícil sondearla y conocerla. Las dificultades para realizar investigaciones y estudios de opinión son grandes y, por el momento, creo que nada amerita pensar que una opinión pública crítica al gobierno se esté gestando en China.
¿Existe una política más allá del Partido Comunista, por fuera del Partido?
No institucionalmente. Puede haber ideas políticas fuera del Partido, pero no políticas por fuera de él. Como dije, hay otros pequeños partidos además del Partido Comunista en el sistema de gobierno chino, pero no hacen política. La política, en China, es monopolio del Partido Comunista Chino. Y dentro de él, obviamente, hay líneas internas, luchas feroces por el poder y la hegemonía. Y también debates. Pero dadas las características y prioridades de la Reforma Política liderada por Xi, cabe pensar que los debates sobre democratización partidaria deben haberse silenciado bastante.
Las democracias también se caracterizan por su manera de ordenar la relación entre libertades individuales y necesidades colectivas ¿Cómo se imagina esta relación en China?
La armonía es un concepto central en el pensamiento político chino y en el pensamiento chino en general. Es un concepto confuciano que hoy se busca relegitimar como pivote de la organización política. A diferencia de Occidente, al menos desde la modernidad, cuando el conflicto se vuelve la piedra de toque de lo político y de la política, en China se busca la armonía. Desde la armonía entre el ying y el yang a la armonía entre lo individual y lo colectivo, la familia y el Estado, el hombre y la mujer, el padre y el hijo, entre lo propio y singular y lo universal que es de todos. Ése es el sentido de ‘todo bajo el cielo’, lema que hoy guía la política interna e internacional china.
¿El individuo se subordina a lo colectivo?
No. La armonía busca conciliar lo individual y lo colectivo, aún cuando hay un ordenamiento jerárquico de lo social que, en última instancia, prioriza lo colectivo. Pero ello no autoriza a simplificar las visiones según las cuales en China no hay idea de individuo, o que la jerarquía se entiende como subordinación o directamente sumisión. Es ahí cuando se producen los ideologemas del “despotismo oriental” que tanto mal han hecho a la comprensión de China por parte de Occidente. El sistema confuciano culmina en la idea del hombre virtuoso -y sabio-, que es aquél que muestra a los demás el camino. Se trata de un individuo ejemplar que contribuye a la formación y a la redención de los demás. Desde luego, la historia de China y de su pensamiento es muy larga y sobre esto hay muchos matices.
A la luz de esta interpretación armónica entre lo individual y lo colectivo ¿Cómo pensar una idea como la de contrato social?
La armonía es tanto un presupuesto cosmológico como un desiderátum. Es el fin de la política en su encuentro con la ética. En este sentido, la vida social no es entendida en China en términos de contrato, como sucede en Occidente desde el iusnaturalismo. Sino en términos de relación moral. Lo moral enlaza al individuo con la familia, con la sociedad, con el mercado, con el gobierno, con el Partido y con el Estado. La figura china para pensar la sociedad no es el contrato, es la familia. Por eso el fundamento de la autoridad no es el consentimiento, ni la delegación, sino la piedad filial y la confianza.
¿Qué rol juega, entonces, la idea de pueblo?
El pueblo es una de las tres vías de legitimación política que históricamente se reconocen en China. En Le confucianisme de la “Voie Royale”, S. Billioud afirma que mientras que la democracia occidental se legitima por una sola fuente (la soberanía popular, el contrato ahistórico), en China la política lo hace por la ´vía real´, que es un proceso que se funda en la realidad histórica de que existen reyes, en la cultura, que sería el lugar del pueblo y, finalmente, en el ideal arquetípico, lo que nosotros diríamos, la virtud. El pueblo y la soberanía popular no son las únicas claves para comprender la política china: está el peso de la historia, que se encarna en el gobernante, y el peso de la virtud que se expresa en el ideal arquetípico.
Por otra parte, para la legitimación política la cuestión de la confianza es clave. Los chinos confían en que el gobierno sabe lo que el pueblo necesita y que, en caso de error, es capaz de rectificar el rumbo. Y el gobierno “sabe” lo que el pueblo necesita porque cuenta con dos herramientas básicas que contribuyen a la gobernabilidad: la planificación basada en el conocimiento experto y las encuestas mediante las cuales se efectúan sondeos permanentes de la opinión pública, en relación a los niveles de satisfacción con las acciones de gobierno. En este modelo político no hay mesianismo alguno, sino expertise y pragmatismo.
Pero, a diferencia de Occidente, este modelo se construye de “arriba hacia abajo” y se funda, confucianismo mediante, en la devoción filial a la autoridad que sintetiza la experiencia de los tiempos y el conocimiento de los sabios, y en el “optimismo intramundano” chino que ya mencioné, creencia según la cual todo va moverse siempre en dirección a algo mejor.
A la luz de todo esto ¿Hay rastros de nuestra sociedad civil?
El concepto mismo de sociedad civil es controversial en China. Como la idea de democracia y de derechos humanos, y tantos otros que forman nuestro repertorio de ideas políticas. El mundo académico chino está dividido tanto en el uso del nombre como en su caracterización. Aunque el pragmatismo chino no haga del tema una cuestión nominal y se acepte el uso del concepto, incluso en sus variantes más liberales. En cuanto a la vida societal, hay una extrema riqueza y diversidad. Hay asociaciones voluntarias, grupos vecinales, clubes, ong´s que configuran una sociedad civil todavía muy dependiente del Estado. El Estado define los objetivos de las organizaciones, como la planificación, organización, ejecución y evaluación de sus actividades. Las asociaciones chinas no son autónomas, pero luchan por serlo. Por su parte, el Estado otorga cada vez más libertades a las organizaciones que realizan actividades de interés estratégico. Otra diferencia importante con las asociaciones voluntarias en Occidente reside en que no pretenden empoderarse como sujetos políticos. Las asociaciones de la sociedad civil en China no son, por el momento, “cuna de democracia”.
Pero, bien, aquí es oportuno recordar que en Occidente, por ejemplo en América Latina, “sociedad civil” también es un concepto controversial. La disputa entre sociedad civil versus comunidad tiene larga historia entre nosotros, y a fines del siglo pasado precisamente la disputa entre liberales y comunitaristas en los EEUU y en Europa reavivó el interés por la filosofía política.
¿Diría que hay un modelo de democracia china?
Creo que en China hay un gran experimento político que enlaza economía socialista y mercado capitalista, ideas marxistas de igualdad y justicia social, ideas liberales de derechos y organización jurídica, ideas neoconfucianas de relación entre ética y política y de organización sociopolítica. Hay debates viejos y nuevos sobre democracia que dan lugar a propuestas concretas de un modelo de democracia “a la china”. Hay discusiones entre distintas tradiciones propias y ajenas en torno a la democracia. Hay prácticas de democracia local muy extendidas y exitosas. Asique, no tengo duda, lo que pasa en China no es una réplica de los modelos occidentales. Pero ello no habilita a sostener que la democracia es una idea y una práctica inexistentes, innecesarias o imposibles para la cultura política china.
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Cristina Reigadas es Dra. en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es Profesora Titular Consulta e Investigadora del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales “Gino Germani” de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en Filosofía Política y Ética y ha trabajado sobre las relaciones entre modernidad, posmodernidad y globalización, democracia y modernidad en América Latina, India y China, asociaciones voluntarias en Argentina, ética del discurso y democracia deliberativa. Es autora de numerosas publicaciones, actualmente está escribiendo: China: un experimento político. Debates sobre ideas y prácticas democráticas en China contemporánea.