Recientemente se cumplieron 30 años de una de las series televisivas que cambió la forma de pensar la ficción. Con su regreso en 2017, 25 años después del último capítulo de la segunda temporada en 1992, Twin Peaks conmovió a sus viejos fans y le abrió las puertas a una nueva generación de espectadores. En esta oportunidad, Alan Ojeda nos presenta una reflexión sobre algunos elementos que aseguran la permanencia de esta historia en el corazón de sus espectadores por muchos años más.
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Lo que sigue a continuación es más un ejercicio de amor que un análisis crítico. Como con todo lo que se ama, es difícil tomar distancia para ver con perspectiva. Es por eso que hablo, como lo hago muy pocas veces, desde un sentimiento de admiración y agradecimiento que me permite entender, aunque sea ligeramente, a cualquier fanático del deporte. Se cumplieron treinta años de una serie que cambió la idea que el mundo tenía sobre lo que podía ser una ficción televisiva. Se cumplieron treinta años del estreno de Twin Peaks, de la primera vez que sonó en televisión la hipnótica introducción de Angelo Baladamenti, de la primera vez que nos dimos cuenta que una serie podía ser “otra cosa”, la primera vez que no nos focalizamos en resolver el trágico asesinato de una adolescente para adentrarnos en como esa muerte conmueve a toda una comunidad, la primera vez que pudimos ver al agente del FBI más querible y querido de todo el mundo ficcional: el Agente Especial Dale Cooper. Hace treinta años el público fue invitado a experimentar el suspenso de una forma que iba contra todas las leyes del ritmo televisivo y aun así logró hacer explotar el rating, uniendo frente a la misma pantalla a los estetas del cine y los que disfrutan de las novelas ligeras.
Desde el ¿cierre? de la historia de Twin Peaks en 2017, con su tercera, veo toda la serie al menos una vez al año, intercalando entre la segunda y la tercera temporada la película Fire walk with me, que nos permite ver los sucesos previos al asesinato de Laura Palmer y entender un poco más de la historia de la investigación del FBI. También vi el fan edit de tres horas y media que ordena escenas de la película con otro contenido extra: Twin Peaks: The Missing Pieces (escenas que quedaron fuera de Fire walk with me). A comienzos de este año vi, por recomendación de un amigo, “Twin Peaks ACTUALLY EXPLAINED (No, Really)” (link), un video de youtube de 4 horas, 35 minutos y 38 segundos en el que un chico rubio, con anteojitos y traje realiza una exposición de lo que, él cree, es la explicación más perfecta del verdadero significado detrás de la serie. Pero hay más material: mientras veía la tercera temporada con mi ex en 2017, ella escuchaba el podcast llamado Damn fine podcast! (https://www.damnfinepodcast.com/) cuyos integrantes analizaban los nuevos capítulos de la serie semana a semana, conforme iban saliendo. Esto es solo una parte: faltan los foros, los grupos de discusión en páginas de internet y dentro de las redes sociales, etc. Las especulaciones sobre Twin Peaks, si Lynch se estaba riendo de nosotros o nos quiere decir algo, son infinitas. Recientemente, y espero poder tener acceso a ellos algún día, se publicaron en versión digital los 75 ejemplares de Wrapped in plastic, el fanzine editado entre 1993 y 2005, dedicado exclusivamente a reflexionar y pensar la serie. ¿Qué quiero decir con esto? Que desde que vi Twin Peaks, de la misma forma que muchos otros espectadores, no puedo dejar de ordenar ideas, interpretar escenas, buscar posibles conexiones entre eventos que, a priori, parecen ser puro delirio surrealista. Yo, al igual que todos sus fans, vivo capturado por ese hermoso aparato lynchiano que nos obliga a leer y leer, a reflexionar en un saludable estado de paranoia y compromiso. Pero no sólo eso, no es un policial clásico compuesto con rigor de ajedrecista que expone una maquinaria de estructura lógico matemática perfecta. Todo lo contrario: nos encontramos en una ficción llena de humanidad, donde podemos ver el sufrimiento y la tragedia de cada personaje, pero también los momentos felices y utópicos que a más de uno nos ha hecho pensar que el paraíso, si existe, algo debe de tener que ver con el “Double R Diner” de Norma, los “cherry pie” y el café.
A continuación, los invito a leer y reflexionar algunos ejes que elegí para pensar las razones que hicieron que Twin Peaks se transforme en un hito de la ficción televisiva, un consumo cultural de culto y, sobre todo, que recordemos a sus personajes y escenas con un afecto tan intimo como el de un amigo.
Estética: lo inocente y lo siniestro
Hay dos caras de Twin Peaks, dos caras de todos sus habitantes, que conviven a lo largo de toda la narración y nos llevan de un momento de felicidad idílica a la intuición de una inminente amenaza desconocida. Hay una versión del pueblo que es luminosa, que está cargada de amor y amistad, con una pureza digna de la familia Ingals, en la que todos los personajes representan la mejor versión de si mismos. Todos exponen una felicidad y amabilidad que roza lo idiota. Las actuaciones manejan un registro que a veces resulta atemporal, como si los actores retomaran gestos y expresiones propias del cine de la época dorada de Hollywood. ¿Hay algo más representativo de la figura mitológica de la felicidad norteamericana que el café y el pie de cerezas? Una especie de memoria arquetípica forjada a fuego por la industria cultural norteamericana nos hace sentir que al entrar al “Double R” de Norma nada puede salir mal. Ese es un aire que se mantiene en otros lugares, como en la sede de la policía local, donde vemos la interacción del Andy y Lucy, dos personajes que representan la el nivel de inocencia más pura. Estos momentos, sobre todo durante el día, son el escenario de los chistes y las reflexiones felices. El mismo Dale Cooper percibe eso al llegar e interactuar con los habitantes. Poco a poco es conquistado por esa calidez y nosotros nos olvidamos que él está ahí para investigar la muerte de una adolescente. Nuestra atención descansa en la idea de que en medio de un mundo violento y oscuro sobreviva ese espacio colmado de bondad y calidez. La muerte de Laura Palmer no es un evento más en la vida de todos, es una excepción. Algo oscuro acaba de romper la esfera perfecta de la comunidad, algo exterior, pero aun así Twin Peaks busca perdurar en su esencia. Al parecer el efecto de esa ficción ha sido tan fuerte que muchos de sus actores nunca terminaron de salir, como Kyle Maclachlan, que todos los días hace chistes referidos a la serie y a su personaje, o Mädchen Amick, que en un reciente live con Kyle, con motivo de los 30 años de la serie, confesó haberse puesto a llorar al usar de nuevo su ropa del “Double R Diner”. Algo de ese mundo trascendió la pantalla y nos incluyó a todos. Añoramos la existencia de ese lugar donde “Every life has a meaning”.
Sin embargo, no podría haber suspenso si no hubiera también una perturbación. Como en todo policial, un orden fue roto y es necesario reestablecerlo. Un agente, interno o externo al grupo, produjo un desequilibrio. El género policial ha sido históricamente conservador, un sucedáneo de la crisis que produjo la modernidad en nuestro imaginario. Se produce un crimen, el Estado (la policía) intenta resolverlo para devolver la paz y el orden. Casi siempre la policía falla y nos muestra la inoperancia del Estado para mantener la seguridad de sus habitantes. Como en las novelas de Agatha Christie, todos somos sospechosos, todos somos potencialmente un peligro. Ya no es necesario que el enemigo sea un extranjero que busca derribar nuestras murallas. El mal está en nosotros.
Ahora, el problema está en cómo todo esto se combina con ese pequeño paraíso diurno que es el pueblo. Como en un cuento infantil, este reverso es más siniestro cuanto más luminosa es su cara visible. Basta una pregunta, un gesto, un cambio de plano y de luz para que la música irrumpa nuevamente. No nos dimos cuenta, pero de un momento al otro el ambiente se vuelve más plomizo. Los personajes ya no sonríen. Los espacios donde se desarrolla la historia también son otros. Al brillo del “Double R” y la estación de policía del sheriff Truman se oponen el casino y prostíbulo “One eyed Jack”, la casa de la familia Palmer, el bar “Roadhouse” y el bosque, donde habitan los búhos. También hay lugares intermedios, umbrales, como el aserradero de Josie Packard y “The Great Northern Hotel”, que funcionan más como lugares de circulación de secretos y conspiración que como lugares donde el mal se despliega. De una manera bastante particular, pero los lugares donde el mal amenaza son lugares que están signados también por una relativa exterioridad: los bosques y la ruta son “las afueras”, el “Roadhouse” es un lugar de circulación de motociclistas y camioneros dirigido por unos hermanos canadienses apellidados Renault, el “One eyed Jack” está más allá de las fronteras norteamericanas. Pero todo este mal es una pista falsa, una pista que nos lleva a explorar los clichés formales del dispositivo ideológico del policial. Pensamos que encontraremos el responsable, que la investigación va bien encaminada si indaga en las miserias personales de los habitantes del pueblo, pero no. Eso es el mal en su manifestación más básica: el egoísmo, la codicia, la lujuria. Pero esos son “estados transitorios”. Todos esos personajes aún pueden redimirse y conocer la luz, como Benjamin Horne, el padre de Audrey. El Mal, lo que se dice El Mal, es otra cosa. De hecho, es tan distinto de lo que conocemos, que proviene de una dimensión paralela y tiene dos nombres: Judy y Bob. La gente sólo es el medio o vehículo del mal, mejor cuando más inocente parezca.
Algo de la estructura sobrevive en la tercera temporada. Fuera de Twin Peaks hay lugares con una lógica similar. La casa de Dougie Jones es un espacio seguro cargado de amor que acoge a esta versión de Cooper que parece tener un severo daño neurológico durante el 90% de los capítulos. Hay distintos lugares alrededor del mundo que parecen responder a esa lógica: la casa de Douguie y el edificio de la aseguradora “Lucky 7” son espacios que remiten a la experiencia reconfortante de Twin Peaks, los lugares del más están relacionados con que los recorridos que realiza Bad Cooper desde el sur de Estado Unidos, sobre todo durante la noche. El bien se asienta en lugares, mientras que el mal viaja, asecha.
Lejos de las representaciones clásicas, el verdadero mal en Twin Peaks es totalmente impersonal. Carece de una intención racional, es una energía de pura destrucción. Es una fuerza cuyo único fin es corromper y destruir los espacios donde habita el bien. Pero el bien, el bien está representado por un frágil grupo de humanos y la voluntad de preservar el amor. No sólo eso, el amor triunfa. Después de 25 años, el sacrificio de Cooper y la muerte de Laura cumplen su meta de desterrar el mal. Hay una esperanza. Por 25 años nos mantuvo esa esperanza.
Un policial esotérico
Una de las primeras cosas que atraen de Dale Cooper es su heterodoxia. No sólo parece estar libre de toda maldad, sino que se muestra en un continuo estado de iluminación. Detecta cosas en el aire, como el romance entre Norma y Ed Hurley o el del sheriff Truman y Josie Packard, con la información que ofrece la más mínima interacción humana. Su conocimiento no es racional. En un principio no sabemos de dónde viene. Nos cuesta imaginar que el FBI tenga algún entrenamiento especial de ese tipo, pero rápidamente nos encontramos con “Zen, or the Skill to Catch a Killer” el capítulo 3 de la primera temporada, en el que Cooper nos explica su forma de encontrar sospechosos tirando una piedra a una botella, método que fue recibido en sueños. Ese es el mismo capítulo en el que sueña con Laura en el paradigmático waiting room de cortinas rojas y pisos en blanco y negro. En ese momento el policial termina de dar un giro hacia lo metafísico, llevándonos a la tradición fundada por escritores como William Hope Hodgson y H.P Lovecraft. A este nuevo modelo policial le debemos la posterior aparición de X-Files y detectives como «Rust» Cohle, de True Detective.
A partir del momento que hace su aparición la experiencia espiritual/metafísica, nos vemos obligados a abandonar la razón. Nada de lo que antes podía ser considerado una pista lo será ahora. Algo nos obliga a tratar de sostener la atención. Experimentamos la percepción de Cooper. Nosotros también somos partícipes de la investigación, tratando de decodificar símbolos, sueños, señales y apariciones espectrales. Por primera vez, la resolución del crimen no depende de la inteligencia lógico matemática, lo que elimina totalmente la competencia por la resolución del crimen. No se trata de quién es más inteligente. Incluso Andy, sin duda el más idiota de los policías, es fundamental para la resolución del caso. El misterio de Laura Palmer, al ser un crimen cuyo origen es enteramente paranormal, democratiza la experiencia del no saber y, por lo tanto, el de la búsqueda. Todos estamos perdidos frente a este exceso de información surrealista, pero estamos juntos. Buscamos parecernos más y más a Cooper, y ser capaces de entregarnos a la experiencia sin preguntas previas. Primero viene la experiencia, después la pregunta. La historia avanza y vemos como todos los personajes que rodean a Cooper no hacen otra cosa que des-aprender su forma de entender el mundo. Como en El libro de los cinco anillos, de Musashi Miyamoto: “El guerrero pule su corazón y mente, al punto de no caer en la oscuridad de un corazón confundido. También el guerrero ejercita en la vida diaria la vista y percepción sin que se nublen, y cuando el cielo de la incertidumbre se le aclara, ahí está el Vacío verdadero”.
Sin dudas, al menos en este sentido, Twin Peaks funciona como la antítesis del policial tradicional y, sobre todo, como la antítesis total del policial científico contemporáneo, donde lo que prima es, más que el pensamiento lógico matemático, el simple testeo de pruebas. En los policiales actuales como CSI o Bones, por poner ejemplos, sólo se llega al culpable gracias a la información que otorgan los avanzados equipamientos tecnológicos del aparato policial. Ya no es necesario que haya un policía super inteligente capaz de generar constelaciones en base a testimonios y pequeños datos. Ahora, un cuerpo muerto es escaneado en una máquina que brinda toda la información sobre los golpes posibles y rápidamente se deduce el arma homicida, cantidad de fuerza aplicada, dirección del golpe, etc. No es muy distinto averiguar sobre la muerte de un cuerpo ahora que la de un faraón de hace más de 3000 años. La inteligencia deficiente de la policía fue reemplazada por la del ojo absoluto la de la técnica.
Ahora, si bien toda resolución en Twin Peaks escapa a la razón, en ningún momento nos resignamos a la búsqueda de sentido. Sentimos que nada es azaroso, que la proliferación de símbolos y señales están milimétricamente pensadas. Suele ser una línea muy fina la que divide el delirio absoluto de un sueño profético, una visión. Lynch nos obliga a ver la serie de la misma forma que Borges dice que leemos y experimentamos los textos sagrados, como si fuera “impenetrable a la contingencia, un mecanismo de infinitos propósitos, de variaciones infalibles, de revelaciones que acechan, de superposiciones de luz […]”. Somos invitados al mundo de la interpretación, pero no la dogmática, sino a la oscura luz de la mística, ahí donde todos nos igualamos en la incertidumbre.
Personas, no personajes
Cooper, Log Lady, Sheriff Truman, Lucy, Audrey, Andy, Hawk, Norma, Ed, Benjamin Horne, Shelly, Bobby, Albert, Gordon, Major Brigs, etc. Es imposible no recordar a cada uno de ellos, pero como algo más que un personaje chato y predecible. Cada uno de ellos es una vida. Así como la muerte de Laura no cualquier muerte, así como “every life has a meaning”, cada un de ellos posea una densidad humana que escapa a la simple composición estereotípica de las series de soap opera. No lo vemos sólo en la complejidad de los personajes, en su mundo emocional siempre en desarrollo, sino que somos capaces de verlos en el regreso, 25 años después, donde, efectivamente, esos personajes siguieron viviendo, envejecieron y lo hicieron de forma coherente. Es decir, no están ahí para “jugar a ser” lo mismo que estábamos esperando, sino para ser lisa y llanamente “una vida”. ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro? La experiencia. Todos parecen contemplar el mundo con ojos nuevos, ojos que no son los de ayer, los de la primera vez que los vimos. No vienen a reproducir una frase pegadiza o un chiste que ya hicieron, a ser la repetición de si mismos. No, el tiempo no pasó solo en sus caras y en sus cuerpos.
El compromiso de los actores con la serie se vuelve notable en la tercera temporada. ¿Qué podemos decir de Log Lady, que entregó sus últimos momentos de vida para interpretar por última vez al personaje que la hizo pasar a la historia? El mensaje telefónico a Hawk en el capítulo 10 es, quizá, uno de los más memorables y hermosos. En su boca, un poema místico: “Hawk, electricity is humming. You hear it in the mountains and rivers. You see it dance among the seas and stars and glowing around the moon. But in these days, the glow is dying. What will be in the darkness that remains? The Truman brothers are both ‘true men.’ They are your brothers, and the others, the good ones who have been with you, now the circle is almost complete. Watch and listen to the dream of time and space. It all comes out now, flowing like a river. That which is and is not. Hawk, Laura is the one”. A lo largo de los llamados de Margaret percibimos en el ambiente esa relación particular con Hawk, que se ha mantenido a lo largo de los años, pero que nosotros sólo podemos conocer a través de la fragilidad de esos mensajes telefónicos que concluyen con el anuncio de su muerte.
Es difícil negar que algo de los personajes de esta ficción es tan fuerte que atravesó la dimensión televisiva para acceder al mundo real y ocupar el cuerpo de sus actores. Es inexplicable si no pensamos que esos personajes desarrollaron un tipo existencia superior a la del mundo de la ficción, que sus motivaciones, emociones y pensamientos son tan humanos que no podemos hacer otra cosa que aceptarlos como tales. Son tan humanos que muchos de nosotros hemos pensado en la posibilidad de conocerlos, de ir al “Double R Diner” a comer cherry pie y tomar café para hablar con ellos o simplemente verlos interactuar. Entonces nos damos cuenta de algo: no hubiéramos sido capaces de amar a los personajes si ellos no hubieran tenido corazón, si no hubiéramos comprado totalmente esa ficción y esas vidas, si no las hubiésemos deseado, al menos, una vez.
Un regreso, no una repetición
Cuando se anunció la tercera temporada de Twin Peaks, muchos no sabían que esperar. ¿Sería puro fan service? ¿Lynch se habrá vendido a la moda de revivir muertos por dinero? Como siempre en Lynch, después de 25 años no faltaban los cabos sueltos. La conclusión de la segunda temporada de la serie dejó muchas preguntas. ¿Qué pasó con el Bad Cooper suelto? ¿Y con el Cooper encerrado en el waiting room? ¿Qué o quién es Bob? ¿Cómo llegó a la tierra? ¿Qué son el White y el Black Lodge? ¿Quién es el gigante? ¿Por qué Laura? ¿Por qué el tronco de Log Lady manda mensajes? ¿Qué pasó con Audrey? Y no podemos negar que Lynch satisfizo nuestra necesidad de respuesta, pero a su manera. Cada “respuesta” introdujo una nueva serie de especulaciones.
Comparto algo de la hipótesis del freak que hizo el video de cuatro horas y media: Lynch nos presentó una historia que, de alguna manera, implicaba una crítica a la lógica televisiva tradicional, en la que la víctima no importaba, sino el crimen. El proceso de investigación es totalmente despersonalizado. ¿Alguien se acuerda de los nombres de las víctimas en CSI? En comparación a eso, Twin Peaks nos invitó a experimentar el dolor de una población, y como la historia de una adolescente atravesaba la de cada uno en la comunidad. A treinta años del primer capítulo de la serie, aun no podemos olvidar a Laura Palmer. De hecho, la precuela de la serie, la película Fire walk with me no hizo sino reforzar eso, reforzar en nuestra mente el sufrimiento de la víctima, ver más dimensiones de ese complejo personaje que sólo podríamos conocer gracias a las voces y memorias de otros. Es posible abordar todo lo necesario sin repetirse, sin recurrir al refrito. El recuerdo de la serie era mucho más que la suma de momentos memorables, era un mundo, y como todo mundo bien construido había sobrevivido al paso del tiempo. Sólo era necesario reencontrarse con esa potencia.
Del viejo Twin Peaks no quedaron sino momentos. El despliegue artístico de Lynch fue total y el fan service ocupó un lugar mínimo: el baile de Audrey, la concreción de la pareja de Norma y Ed, la empalagosa canción de James Hurley, “Falling” de Julee Cruise. Incluso el retorno del querido Cooper tal y como lo conocemos se demoró hasta el capítulo 16. La vuelta después de un cliffhanger de 25 años debía ser épica, y lo fue, una épica en cámara lenta, como un truco de cartas de René Lavand. Lynch no paró de traicionar nuestras expectativas. Desde el primer capítulo fuimos introducidos en una realidad que no es la que esperábamos. No estábamos en el pueblo, tampoco el tono de la historia y los personajes es el mismo. Todo era más sórdido y oscuro. Recién en el tercer capítulo presenciamos la salida de Cooper del waiting room a través de un extenso viaje surrealista por dimensiones desconocidas que termina en un enchufe. Si, un enchufe. A partir de ese momento, a lo largo de 16 capítulos, no pudimos volver a presenciar un enchufe sin pensar que algo iba a suceder. En el octavo capítulo nos encontramos con el Lynch de Erarserhead: filmación en blanco y negro, imágenes oníricas, pura narración visual y asociación de imágenes. La sorpresa fue total. Capitulo a capítulo nos dormimos con más preguntas, nos despertamos con ganas de más, discutimos como conspiranóicos y gritamos cuando Cooper finalmente dijo: «I´m the FBI». La tercera temporada hace más inabarcable y complejo el mundo que ya conocíamos. Expandió y dibujó un nuevo mapa, incluyó nuevos personajes que también aprendimos a querer en muy poco tiempo y en los que encontramos la satisfacción nostálgica de esa casa que era Twin Peaks, aunque fueran otros. Nos llenamos de preguntas hasta el final, que nos dejó con la boca abierta, sin entender absolutamente nada, pero con una sensación de conclusión atípica, difícil para las pocas respuestas que teníamos a mano, si es que teníamos alguna.
¿Algo más?
Podría extenderme infinitamente. Podría haberme extendido sobre lo que implicó volver a ver la serie de nuevo, lo que experimenté cada vez: la inminencia de una revelación; el éxtasis del disfrute de una ficción que nunca acaba, como el libro que amamos y releemos urgidos por diversas razones, con previo fervor y con una misteriosa lealtad; las risas que aparecen una vez que la ansiedad ya no está presente y nos dejamos llevar por el humor surrealista; de las tradiciones y referencias esotéricas presentes a lo largo de toda la serie; de la continua fe en de que la serie no dejará de hablar nos nunca; la percepción que encuentra siempre nuevos detalles; la capacidad curatorial de Lynch en su selección de bandas para los recitales del “Roadhouse”; la actuación del mismo Lynch en la piel de Gordon Cole; la perfecta complementación de la música y las escenas, que las hacen más memorable y perturbadoras; la épica tarea de Mark Frost de hacer vivir el mundo más allá de la pantalla con los libros, etc.
Twin Peaks es, repito, un mundo. Ahora, recordamos y festejamos eso: hace treinta años que un nuevo mundo existe entre nosotros, que mueve nuestra imaginación, nuestro deseo y que afirmó el poder de la ficción de calarnos hasta los huesos de forma tan real como el cuchillo más filoso.