La semana pasada fue la «Semana de la lactancia». Para muchas personas eso sólo remitirá a la escena de una madre amamantando, sin embargo es mucho más complejo que eso. En el backstage de esa escena hay una serie de mujeres profesionales que no han sido reconocidas legalmente y que son las responsables de que muchas madres puedan «dar la teta» a sus hijxs o programar un destete: las puericultoras. En esta oportunidad, María Inés Grecco, madre y puericultora, nos explica los avatares de su profesión y por qué es necesaria una «Ley Nacional de Puericultura».

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A menos que se haya pasado por la experiencia propia o cercana de un embarazo o nacimiento de un niño, el común de la gente desconoce qué es o qué hace una puericultora. Será por eso que la mayoría de nosotras (y diré “nosotras” porque es una labor feminizada) llegamos a esta profesión después de ser madres. Cuando alguien que desconoce de este mundo me pregunta a qué me dedico, no falta la cara de desconcierto y la infaltable pregunta tímida: «¿Y eso qué es?»

La palabra «Puericultura» tiene su origen etimológico en el latín: El sustantivo “puer” puede traducirse como “niño”, y la palabra “cultura” es sinónimo de “cultivo”. Resumidamente, la disciplina se ocupa de la crianza y el desarrollo saludable de los niños en los primeros años de vida. Pero por regla general, las puericultoras nos dedicamos casi exclusivamente a la lactancia materna.

Como agentes de salud brindamos información y apoyo vinculado a ésta desde el embarazo e intervenimos luego del nacimiento si es necesario para lograr que las díadas a las que asistimos consigan que sea una experiencia exitosa. A veces estamos en salas de parto, o dando vueltas por las habitaciones de maternidades ayudando con las primeras prendidas al pecho de los recién nacidos y sus madres. También nos pueden ver en neonatologías acompañando a las familias que tienen a sus hijos internados.  En consultorios y domicilios solucionamos problemas con el acople, detectamos y tratamos afecciones vinculadas al amamantamiento y si es necesario derivamos a especialistas lo que está por fuera de nuestro alcance profesional. Trabajamos interdisciplinariamente con pediatras cuando, por ejemplo, un niño presenta problemas en la succión o un aumento deficitario de peso. Ayudamos a las familias a planificar sus destetes, relactaciones y retornos al trabajo remunerado, entre muchas otras cosas.

La situación de las puericultoras en nuestro país es precaria, al igual que todas las políticas que conciernen a la lactancia materna en la Argentina. Las licencias por maternidad y paternidad son irrisorias: Desde el estado se nos anima a mantener la lactancia exclusiva hasta los seis meses pero se obliga a las mujeres a reincorporarse a sus puestos de trabajo a los 45 días después del parto, dónde seguramente no habrá un lugar seguro ni higiénico para extraerse leche. No hay lactarios en empresas ni en organismos públicos, y muchas veces no se respeta la hora de lactancia de la que gozamos por ley. Los jardines maternales en su mayoría no están preparados para recibir a niños lactantes y ni hablar de que los profesionales de salud que nos atienden, en general tienen poca o nula formación en lactancia y muchas veces no solo la obstaculizan sino que la arruinan. A veces también estamos ahí, tratando de arreglar lo que otros rompen. Mientras tanto nuestros títulos son no oficiales, y si bien nuestro rol está cada vez más presente en la sociedad y en los ámbitos de la salud, para la ley no existimos.

Esto por supuesto va en detrimento de nuestro trabajo, pero más aún, de quienes necesitan de la asistencia que brindamos. La necesitan ahora, no mañana ni dentro de un año o dos, porque los niños siguen naciendo y con ellos madres y familias nuevas.

Lo lamentable es que aunque somos muchas, y el público al que está destinado nuestro servicio es enorme, quiénes pueden acceder a este son pocos. Y este acceso, tal como está la situación actualmente, depende principalmente de dos variantes: privilegio o suerte.

Las mujeres más privilegiadas quizás cuenten con una puericultora que las asista en dónde dieron a luz: Estas son en general instituciones que ofrecen nuestro servicio como un «plus» entre todas las comodidades que otorgan las clínicas y sanatorios de elite, a las que solo se accede a través de prestadores de salud con cuotas altísimas.  También pueden contratarnos de forma particular, ya sea haciendo visitas a domicilio o en un consultorio, pero otra vez es un gasto que no todas las familias pueden afrontar, e incluso muchas veces no saben que existe. Dado que nuestra profesión no está reconocida legalmente, no se nos considera personal de salud, no aparecemos en las pesadas cartillas de las obras sociales y no estamos matriculadas, tampoco es posible para la paciente pedir un reintegro por la atención.

La otra posibilidad es tener suerte: En algunos hospitales (que son pocos a lo largo del país) existen servicios de puericultura que trabajan interdisciplinariamente con médicos, pediatras, obstétricas y neonatólogos. Pero estos servicios, que en general son de los que nos nutrimos para formarnos, se sostienen gracias al trabajo ad honorem de pasantes y practicantes. El resto del amplio universo de clínicas, sanatorios, hospitales y centros de salud dónde todos los días nacen bebés y se atienden sus madres, nos está vedado.

La cuestión de privilegio no termina ahí.  Personalmente he encarado mi profesión con la premisa de que al igual que la maternidad, la experiencia de amamantar a un hijo debe ser deseada. Quizás porque he acompañado a esas mismas mujeres que han tenido todas las herramientas a disposición y la posibilidad de decidir si la lactancia era o no para ellas. Pensé que más allá de que la lactancia materna es el alimento ideal y perfecto para un bebé (por múltiples y diversas razones que no voy a citar ahora), hoy las leches infantiles son seguras y le aportan una correcta nutrición a los niños que las consumen. «Madre feliz, niño feliz» dicen, y si la madre no es feliz amamantando, pues bien.

Poco tiempo tarde en darme cuenta de que esto no podría aplicar a todos los casos. Una mujer que a duras penas logra  llegar a fin de mes, que está desempleada o con un trabajo precarizado, con otros hijos que alimentar, o en cualquier situación económica o socialmente vulnerable, no puede darse el lujo de desear.

Porque si el acceso a un acompañamiento adecuado para amamantar es un privilegio, sostener la alimentación de un niño en base a una lactancia artificial lo es aún más: La leche de fórmula es cara, las mamaderas son caras, el acceso a agua potable y segura para prepararlas o esterilizar los recipientes no está asegurado en muchísimos casos, y en muchos otros, comprar una lata de leche para un bebé es la diferencia entre que el resto de su familia cene o no ese día.

Ni hablar de que es una práctica común la preparación de estas fórmulas con más líquido del que lleva «para que rinda», o mezclada con otras leches no aptas. En situaciones más desfavorables muchos padres optan por preparar leche entera diluida en una proporción de agua más otra de azúcar para economizar (de esto surge que a las leches para bebés se las llame «fórmula», pues ese era en la antigüedad el preparado que consumían los bebés no amamantados). Estos supuestos ponen en peligro la nutrición y salud actual y futura de los niños. Entonces aquí no hay lugar para el deseo: La lactancia tiene que funcionar. Si o si. Y el estado es el responsable de que eso ocurra.

El esfuerzo es mucho y no alcanza. Aún los profesionales de la salud, léase pediatras u obstétricas, por más formados y actualizados que estén, no tienen el tiempo de sentarse a mirar a un niño mamar, a acomodarlo en el pecho de su madre, a observar por minutos u horas y actuar en consecuencia. A escuchar a esa mujer, a oírla llorar su puerperio ni a darle palabras de aliento. Son las políticas públicas las herramientas superadoras que deben dar solución a las necesidades de nuestros pacientes, y estás políticas deben incluir a todos los que pueden ayudar. Nosotras podemos y sabemos cómo hacerlo.

Afortunadamente este año se presentó el proyecto de ley del Ejercicio Profesional de la Puericultura. En este se detalla la creación de un «registro de puericultores» y su incorporación dentro de las prestaciones obligatorias previstas en la ley de Parto Respetado, sancionada en 2004 y reglamentada en 2015. De ser aprobado sería un avance enorme. No solo para nuestro reconocimiento y posibilidad de desempeñarnos en trabajos formales, sino para garantizar el acceso universal a la atención necesaria para embarazadas, madres, niños y sus familias, en un país dónde las estadísticas de lactancia materna nos muestran muy por debajo de los niveles deseados.

Será un largo camino y esperamos que nuestros representantes estén a la altura de nuestras necesidades. Mientras tanto seguiremos trabajando.

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