Tiempo atrás Matias Chiappe nos introdujo a los estudios sobre Japón acercándonos los primeros pasos que puede realizar cualquier interesado en la materia para empezar su investigación. En esta oportunidad Pablo Arraigada nos introduce a los estudios sobre la cultura eslava, más precisamente sobre las naciones que alguna vez integraron la ex Yugoslavia.

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“Todos esos extraños cordons sanitaires de la civilización, como Yugoslavia, Java, la corte de Bucarest, están/destinados a los bichos”
(Šalamun 1999, p. 51)

Corría el año 2011, planeaba cómo terminar la carrera. Un seminario tranquilo junto a una materia ese segundo cuatrimestre, y sólo me iba a restar cursar una materia más en 2012, la última. Así encontré entre los programas que se ofrecían el seminario “Literaturas Eslavas Meridionales”, a cargo de la profesora Mojca Jesenovec.

   La primera novela de un esloveno que leí fue esa vez, fue Necrópolis. Incluso, me fue difícil conseguirla. Agotada, la encargué y dejé paga en un lugar y me trajeron otro libro con el mismo nombre. Pero bueno, finalmente pude encontrarla, leí a Pahor, y también conocí algo de la poesía eslovena. Me gustaron varios autores, dos me marcaron: Srečko Kosovel y Tomaž Šalamun . En esa época no tenía trabajo, decidí renunciar a una oficina para dedicarme a terminar la carrera. No sabía de libros –el saber verdadero, que se aprende en el diario, en trabajar en una librería, en conocer sobre el mercado editorial y lo que conlleva publicar, los lectores promedio y no ese lector ideal bastante snob que somos en la Universidad, los libros en Puan vienen de lugares mágicos y sus alumnos nunca van a entender la idea de algo agotado o descatalogado-, pero tenía en claro que quería seguir vinculado a lo académico, de alguna manera, sin por eso seguir el molde estricto de ese mundillo. Mi opción pasaba por la literatura francesa, aunque debía aprender mejor el idioma, ya tenía 26 años y medio, había gente mejor preparada.

   A veces, uno debe analizar qué le gusta y qué ventaja puede tener en eso. Cuál es la mejor opción. Así, me enteré de los cursos gratuitos de esloveno como parte de los cursos de extensión. En general, lo tomaban gente con descendencia, con algún lazo familiar, con una pareja de allá, personas ligadas al país. Pero no lo solían tomar estudiantes, o lo abandonaban al poco tiempo, queda como anécdota de algo particular que hicieron, como un curso más de algo ‘exótico’. Yo me planteé, allá por fines de 2011, tomar el curso y buscar una oportunidad con eso. Tenía un largo camino por delante. Como le oí decir a un poeta, Yugoslavia es un lugar destinado a los bichos. Yo la conocía por alguna referencia de películas, porque tenía un vecino que siempre lo conocí como Don Luka y era ‘yugoslavo’, porque fui a un colegio católico con un cura croata católico que enseñaba francés y les daba cachetazos a los alumnos cuando se confesaban. Así empezó todo.

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   Desde que empecé a trabajar con la literatura y cultura de los eslavos del sur, me encontré ante preguntas como “¿dónde queda Eslovenia?”, “¿Eso era Checoslovaquia?” o “Entonces hablás eslovaco”. Tras más de ocho años en esto, ya estoy preparado para salir sin problema de esas situaciones. Ahora bien, pienso en algo que leí en un texto sobre la idea de identidad en los Balcanes: “Además, no existe una definición precisa de dónde comienzan y terminan los Balcanes. Es una inusual zona geográfica, sin fronteras claras. Por ejemplo, ciertos geógrafos marcan el río Sava como su límite norte, pero según ellos, el aeropuerto de Zagreb pertenecería a los Balcanes mientras que Zagreb no” (Palacios Cruz, 2008, p. 15). Es difícil pensar en cómo definir este espacio geográfico, geopolítico. Los eslovenos no se sienten parte. Hablar de ex Yugoslavia implica alguna problemática entre quienes reniegan y atacan la época comunista, que la tildan de dictadura, de persecución, de un horror. Podemos decir eslavos del sur, con la aclaración que también están los búlgaros, pero ya es otro idioma, otra identidad, otro mundo (tuve un mínimo acercamiento, revisé una traducción y estuve a cargo de la publicación en Argentina de un poemario de Geo Milev, pero decidí quedarme en esloveno y serbio como idiomas de momento). Hay que hilar fino. Aclarar, no herir la susceptibilidad. Yo soy externo, yo no tengo un apellido, una familia, no tengo un pasado con la región. Los clubes eslovenos me miran raro, los descendientes me tienen una distancia cuando me brillan los ojos al hablar de Tito.

   No se sabe dónde comienzan y dónde terminan los Balcanes. Tras un par de años tomando el curso de idiomas, decidí cursar como oyente el seminario de grado otra vez. Así, llegué a Vladimir Bartol, a la narrativa más contemporánea eslovena y a otros nombres a tener en cuenta del país. Y también, empecé a notar que no podía estar con la cabeza en Eslovenia, que mi búsqueda iba hacia el mapa que integraban junto a los demás eslavos del sur. Me decidí a viajar, a conocer esto que venía aprendiendo y a abrirme a los demás pueblos vecinos a Eslovenia. Conocí a otra profesora en 2013, Meta Klinar, lo que me dio otra comprensión del idioma. Siempre me ayudó aprender con distintas personas, con cada una sacaba algo nuevo. Me decidí, desde Eslovenia existe un interés por la difusión de su cultura y varios programas de becas para estudiantes. Había que probar.

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“El nacionalismo esloveno era fuerte desde el principio, pero era más normal, por decirlo así. Históricamente no era excluyente. De hecho, se pretendía llegar a un acuerdo pacífico. Y ahora tampoco hay un odio contra nadie, porque no tenemos minorías étnicas, ni razones históricas para ese odio. Además, compartíamos muchas cosas con la antigua Yugoslavia, incluyendo el ámbito intelectual y de la cultura”

(Blatnik, 2008, 150)

   En junio de 2014 llegué por primera vez a Eslovenia. A un pueblo donde estuve de paso, almorcé, vi jardines llenos de árboles frutales, de quintas, de todo lo que imaginen. “En esta casa se planta lo que se pueda comer, no flores para decorar”. Todo se come, o se hace alcohol, una máxima que aprendí entre la gente de allá.

   En 2014 conocí a otra de mis profesoras de esloveno y de mis grandes amigas, Tjaša Lorbek. Es una amistad y una gran ayuda mutua, donde ella se acomodó en seis años a la vida en Buenos Aires y yo, tuve a alguien que me ayude para conseguir libros, información y demás cosas de allá. Una pausa: como ya dije, estudié el idioma esloveno en la Facultad de Filosofía y Letras, como parte del SEUBE. No se suele estar al tanto de los acuerdos entre universidades, y la de Buenos Aires tiene uno con la de Ljubljana. Es más, el Dr. Juan Carlos Radovich tiene un proyecto en común en el área de antropología. Pero, desde ya, como suele darse, no es de público conocimiento estas relaciones para quienes puedan tener interés en participar de algo así.

   Así que, como parte del curso de idioma esloveno, apliqué y obtuve la beca del Seminario de Lengua, Literatura y Cultura eslovena, en su edición número 50, cuyo programa fue “El futuro en la lengua, literatura y cultura eslovena”. Se dictó en la Facultad de Filosofía de Ljubljana, entre el 30 de junio y el 11 de julio, dos semanas de actividades varias en las que iba de conversación, gramática, fonética hasta eventos varios ligados a conocer la cultura local. Algunas excursiones, charlas con estudiantes post adolescente que me llevaban de cinco a más años (para los europeos, estudiar un idioma son puntos extras en su CV, y pasar dos semanas así eran unas mini-vacaciones con fines pedagógicos incluidos), recorrer Ljubljana y conocer algún lugar donde te lleven. Ljubljana es pequeña, se recorre a pie, es de fácil referencia, podés encontrarte fácilmente con gente que parece impensado. Dos casos: Vlado Kreslin, uno de los músicos más importantes del país. Alguien de Argentina me dijo “si lo ves, mandale saludos míos”. En mi cabeza, era improbable conocer a una persona que ha grabado discos y tocado por distintos lugares del mundo. Y me lo encontré en un café, tomando una cerveza con un profesor. Charlamos un rato. Otro ejemplo es el de Marko Uršič, a quien contacté porque sabía que escribió novelas de ciencia ficción y quería saber un poco más del tema. Quedamos en reunirnos en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Ljubljana, hablamos por teléfono, fui a la reunión y ahí estaba. Porque era…el director de la carrera de filosofía. Fuimos a tomar un café, me recomendó poetas para leer, me contó de sus años de estudiante junto a Slavoj Žižek y Mladen Dollar. Así fueron esas dos semanas, en las que aprendí un poco más y pude practicar el idioma, supe de algunas tradiciones, de la vida diaria. Todo eso me ayudo a entender las palabras del editor Andrej Blatnik que había leído en una entrevista con Isabel Nuñez: los eslovenos no tienen un odio contra nadie, aceptan, y su postura debe entenderse en el contexto. Ellos como pueblo, para Europa y para sus vecinos del sur. La identidad eslovena, algo en boga desde hace muchísimos años, que han trabajado muchos intelectuales del país. Las diferencias que llevaron a la separación yugoslava, a la desintegración, ese congreso de 1990 que puso la barrera entre Kučan, futuro primer presidente de Eslovenia, y el poder en Serbia, la noción de distancia que, desde la década del ’80 (puede remontarse décadas atrás, inclusive) existía en muchos corazones eslovenos.

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“Yugoslavia era una torre de babel gigante. Llegó a tener seis naciones reconocidas (narodi): serbios, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos, y musulmanes (a partir de 1971) y diversas nacionalidades (narodnosti) entre albaneses, húngaros, turcos, eslovacos, italianos, rumanos, alemanes, rusos, búlgaros, ucranianos, además de otros grupos étnicos denominados minorías (manjine), tales como los romaníes o los valacos. La pluralidad de pueblos implicaba también la pluralidad de religiones. Hubo tres que eran mayoritarias: católica, ortodoxa y musulmana”

(Rodríguez Andreu, 2012, p. 33)

   El regreso ya no podía ser igual. Tenía en claro ahora que eso era lo que quería dedicarme por completo, pero no podía abordarlo desde una perspectiva parcial y eslovena. Me acuerdo del cine y las series de los ’90, como construyeron un enemigo de películas de acción: Yugoslavia y los serbios. The peacemaker (Mimi Leder, 1997), Behind enemy lines (John Moore, 2001), Sniper 2 (Craig Baxley, 2002), o esa primera temporada de 24 donde Jack Bauer debía enfrentar a la familia Drazen, viejos vestigios de su paso por la Guerra de Bosnia. Hollywood (EEUU, occidente, como quieran decirle) configuraba a los serbios como los nuevos enemigos. Desde ya, no es tan simple, y no puede pensarse en buenos y malos durante las guerras de los ’90 en la península balcánica.

   Miguel Rodríguez Andreu es sin duda una de las personas que mejor conoce muchos de los aspectos de los Balcanes y lo ha volcado a la lengua castellana. Por eso, su reflexión me parece esencial. Yugoslavia era un espacio heterogénico, incluso puede tildárselo de heteróclito. Un país multicultural, familias mixtas, gran variedad de lenguas y dialectos, distintas religiones, posiciones políticas enfrentadas y un pasado diverso, pero todo mancomunado bajo un ideal socialista, cooperativista y federal. Ante esto, me quedó claro que no podía quedarme en el idioma esloveno solamente, debía ver algo más. Opté por el serbio. Razones: lo dicho antes, quería saber más de la cultura serbia, que me parecía en ese momento mucho más distante para los eslovenos que la croata, ya que estos últimos son sus vecinos, hay un mayor vínculo. Además, con el serbio aprendía también el cirílico, era una apuesta más que me acercaba a otras lenguas eslavas. Y también, me permitía entender el croata, muy similar al idioma serbio en su versión latina.

   Apenas regresé de Eslovenia, averigüé cómo estudiar serbio en Buenos Aires, y así terminé en la Iglesia Ortodoxa Serbia tomando clases particulares con Ivana. Eso me abrió a otro mundo, uno distinto. Otra cultura, otra religión, otros valores, el por qué de ese nacionalismo tan marcado en el pueblo serbio. Fueron un par de años de estudiar y aprender sobre esto, que luego continué de manera autodidacta. Pero me permitió un mayor acercamiento a la cultura de los eslavos del sur, sobre todo a su literatura. Ahora tenía ante mí a Ivo Andrić, a Meša Selimović, Desanka Maksimović, y también Aco šopov de Macedonia o a Miroslav Krleža, de Croacia. Estaba ante la torre de babel gigante yugoslava. Esto me lleva a pensar en el novelista croata Velibor Čolić, quien escribe en un apartado de su libro Los bosnios lo siguiente:

SOLDADO DESCONOCIDO

Durante uno de los violentos bombardeos que cayeron sobre los pueblos croatas de la Posavina bosnia, los soldados del HVO (Consejo Nacional de Defensa Croata) descubrieron un obús que no había estallado.

Sobre la bomba, alguien había escrito en cirílico, con una letra torpe y visiblemente apresurada: <<NO TODOS LOS SERBIOS SOMOS IGUALES>> (Čolić: 2013, p. 44)

  El peso de la escritura, de la lengua y de lo que dice. Creo que Čolić da una brillante reflexión sobre esta idea del estereotipo, de poner al todo por la parte. El pueblo serbio no es Slobodan Milošević (¿o vamos a defender el discurso de la OTAN que avalaba los bombardeos sobre Belgrado de gente inocente porque ‘habían votado por Slobodan y eran también responsables de la guerra’?), así como los croatas no son Tuđman ni Pavelić. Muchas veces, ponemos nuestro sesgo occidental sobre un pueblo que no sigue con está ‘lógica’.

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“Para la “izquierda democrática”, la Yugoslavia de Tito era el espejismo de la “tercera posición” de la autogestión más allá del capitalismo y el socialismo de Estado; para los delicados hombres de la cultura, era la tierra exótica de la renovadora diversidad folclórica (los filmes de Makavejev y Kusturica); para Milán Kundera, el lugar donde el idilio de Mitteleuropa se funde con el barbarismo oriental; para la Realpolitik occidental de fines de la década de 1980, la desintegración de Yugoslavia funcionó como una metáfora de lo que podía suceder con la Unión Soviética; para Francia y Gran Bretaña, resucitó el fantasma del cuarto Reich alemán que perturbaba el delicado equilibrio de la política europea”

(Žižek, 2003, p.312)

  Era obvio que si se nombra a Eslovenia más de tres veces se va a invocar a Slavoj Žižek. Pero es un punto acertado traerlo aquí. Yugoslavia fue vista de tantas maneras distintas desde afuera, y ella misma construyó esa imagen. Una nación socialista que osciló en la época de la Guerra Fría entre la URSS y Occidente, con amistades por momentos hacia un lado, por momentos hacia el otro. Josip Bros Tito fue trascendental para mantener unido un país que surgió con tantas diferencias, y la falta de un líder nato tras su fallecimiento explica el aumento de los nacionalismos en la zona y sus terribles consecuencias. No se puede negar para nada la validez de los deseos autonomista y los procesos independentistas, pero la violencia, crímenes y consecuencias que trajo aparejadas dejaron huellas imborrables en el territorio.

   Trabajar sobre la ex Yugoslavia, sobre este territorio de los Balcanes con foco en los eslavos del sur –con excepción de los ya mencionados búlgaros-, nos lleva a la necesidad de una visión pluralista de la zona. Aunque se pueda o no estar de acuerdo con ciertas decisiones, no se pueden obviar puntos de vista. De ahí que mi decisión fue siempre un foco que contrapusiese aspectos de Eslovenia con Serbia, pensando las similitudes y diferencias de estos pueblos. Pensar la vieja nación yugoslava, tratar de recuperar y traer para otras personas eso, el recuerdo. Un trabajo de yugonostalgia, y pienso en la autora que más me ha marcado y con quien suelo trabajar muchas veces, la escritora croata Dubravka Ugrešić. Ella habla en su libro de ensayos No hay nadie en casa sobre el monstruo que era Yugoslavia. Sobre una bestia de muchas cabezas, y cómo cada vez que se le cortaba una, crecía otra. Su visión de la desintegración es eso, ver el pasado y lo que le sobrevino. Lo que era, pero ya no tenía más posibilidades de ser.

   Ugrešić fue una de las cinco intelectuales mujeres que fueron acusadas de “brujas” y de oponerse a su país, de estar ligada al marxismo, corriente que iba de la mano a las ‘ideas feministas’. Sus datos personales, teléfono y dirección fueron publicados en medios de comunicación, y debió optar por un exilio forzado. Su voz sobre un país que ya no existía; su voz como mujer, acallada; su voz como ciudadana de un país que ya no estaba más; la voz entre estos nuevos idiomas que tenían lugar, que florecían con las independencias de los ’90. En sus palabras, la autora croata suma una visión más de lo que era Yugoslavia para una ex yugoslava en otros países, que sufría al regresar a su tierra, al ver a su familia y amigos que quedaron, al ver lo que ya no estaba.

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¿Cómo se expresa hoy en día el vínculo con Europa y los Balcanes? Hasta cierto punto, el examen de cómo se utiliza la palabra «balcanes” en las distintas lenguas balcánicas muestra el rango de evaluaciones y el grado de tolerancia sobre las presuntas falta de balcanidad.

(Todorova, 1997, p. 43)

   Sin dudas, uno de los textos centrales para comprender el mundo de los Balcanes es el texto publicado por Maria Todorova Imagining the Balkans. Es ahí donde nos encontramos ante una de las teóricas más lúcidas y con los mejores análisis de esta región. Un texto con un eco al trabajo de Edward Said, cuando habla de la capacidad que se debe tener para abandonar nuestra patria cultural y así lograr un mejor juicio sobre la misma y sobre el mundo entero. Ese distanciamiento, esa comprensión es esencial. Todorova dice algo tan simple que no muchos llegan a poder llevarlo a cabo: debe pensarse a los Balcanes por fuera de nuestra órbita occidental.

   Esto define un poco cómo me siento al escribir sobre Balcanes, cuando digo que trabajo sobre Balcanes. Ahora bien, como todos, es difícil definir un trabajo de investigación con tal amplitud. Debo redefinir mi foco, eso me dije años atrás, y a pesar de seguir leyendo casi todo lo que caiga en mi mano sobre la zona –y sobre cultura eslava, para pensarlo en contexto-, comencé a tener ciertos recortes al momento de escribir sobre la zona. Es más, recuerdo que la primera vez que expuse en una conferencia, era cuando estaba fascinado con el modernismo esloveno y su contraparte serbia. Dejé eso de un lado hace tiempo, cuando me di cuenta lo mucho que me cuesta traducir esa poesía tan rica, musical y llena de contenido. A su vez, ante la pérdida de mucho de su sentido, ante el recorte que debo hacer para plantear eso en español. Así que dejé el siglo XIX y me enfoqué en el siglo XX, lo que me llevó, de manera obvia, a posarme casi exclusivamente sobre Yugoslavia. Desde Eslovenia hasta Macedonia, pasando por la patria grande y cada una de estas patrias pequeñas. Con focos en Eslovenia y Serbia, y Croacia como un nexo. El norte y el sur, el sentimiento europeo esloveno frente al corazón eslavo balcánico serbio.

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“Ay, mi Vladane… en aquella época todos éramos yugoslavos. Y todos habíamos sido comunistas. ¡Y que les den por culo a todos esos hijos de puta nacionalistas! ¿Sabes?, esa guerra no fue una guerra como nosotros nos la habíamos imaginado… pero finalmente no pudo ser de otro modo, dado que en la misma fila avanzábamos, hombro contra hombro, llevando el mismo uniforme, los que defendíamos a Yugoslavia y los que la derrumbaban. Cantábamos el mismo himno, llevábamos el mismo escudo en la frente. Pero aquello que yo consideraba mío, ellos no lo consideraban suyo. Y así fue… ahora lo puedo afirmar… en ningún sitio hubo nacionalistas peores que dentro del Partido Comunista. El comunismo se acabó para siempre porque lo propugnaron campesinos incultos que veían en él una nueva iglesia con sus sacerdotes. Y al Estado lo perdimos porque a nadie le importaba nada que no fuera su entorno más inmediato. Todos esos grandes yugoslavos solo se dejaban matar en nombre de su propio pueblucho y nada más. De manera que al final se unieron los partisanos y los chetniks y los ustashe y los muyahidines, los creyentes y los no creyentes, y se sublevaron con el objetivo de jodernos a todos. Los yugoslavos se extinguieron de hoy para mañana, como si nunca hubiesen existido. Parece ser que Slobo les metió el miedo en el cuerpo y se dispersaron por todo el planeta. Los que se quedaron, se convirtieron en imbéciles. Y nosotros éramos los que intentábamos salvar el Estado. ¿Y para quién lo debíamos salvar?, me cago en su puta madre, ¿para todos esos eslovenos y croatas y serbios y palestinos? Durante treinta años me había estado formando para defender a mi país del enemigo interior y exterior, pero de pronto no había nadie por quien defenderlo. Que me expliquen para qué coño iba yo a defender mi patria. ¡Que les jodan a todos! Y a todos nosotros, que tuvimos fe en aquel Estado.”

(Vojnović, 2016, p. 113-114)

   En Eslovenia se ha tratado de dejar el pasado comunista atrás. En gran parte de la ex Yugoslavia es así. Hay detractores, pero es mucho más común que simplemente se evite el tema. Cuando yo decía las primeras veces que hablé con gente de allá algo sobre Tito, sobre la resistencia partisana, sobre el desarrollo del sistema cooperativista, fui notando como buscaban cambiar de tema o no opinar tanto al respecto. Goran Vojnović reflexiona y da voz al desencanto que sufrieron mucho ante la caída de Yugoslavia, ante la falla del ideal socialista y su inevitable final.

   Hacia 2016 hice mi segundo viaje a la zona, esta vez con un proyecto ligado a nuestra editorial entre manos –o literalmente, en una mochila en mi espalda-y ya no sólo a Eslovenia, sino bajando al sur. Pasé el mes de julio entre Eslovenia, Croacia y Serbia, entre reuniones y turismo. Tuve ayuda, gente que me dio donde hospedarme y ayuda para el viaje, lo que me permitió un mes recorriendo de esta manera. No es económico, tampoco tan caro (sobre todo se nota en Serbia, país por fuera de la Unión Europea), pero no es fácil un viaje así sin determinada ayuda desde allá.

   La publicación de una colección de poesía eslovena traducida al español en Buenos aires me ayudó a establecer mayor contacto con el poeta Brane Mozetič. Ya nos habíamos visto en Buenos Aires brevemente, pero con la mediación de mi amiga y colega, la doctora Julia Sarachu, se hizo posible esto. Julia investigó y escribió su tesis acerca de la tradición en la poesía eslovena, un trabajo colosal que no se había llevado a cabo en español. Ella me planteó traducir a Josip Murn al español como parte de su tesis, y posteriormente me propuso la publicación junto a dos de sus traducciones: la de Anton Aškerc y Karel Destovnik-Kajuh. De esta manera, obtuvimos la beca de la fundación Trubar para la publicación de estos libros. Tres autores que no habían sido publicado en lengua española hasta ese momento. A eso, le sumamos la antología de poemas de Kosovel, que estuve traduciendo y corrigiendo a lo largo de más de tres años.

   Croacia me dejó dos anécdotas al llegar: chicos que pedían alguna moneda, y como les dije que no hablaba croata, pasar a un inglés muy correcto para seguir con el pedido. Después, un rato más tarde ese mismo día, sentarme en un bar para comer algo y que me aclaren que en los bares se bebe, no se come, para agregar si por mi acento “soy de Serbia”. Pasé a hablar inglés durante toda esa semana en Zagreb. Serbia, por su parte, era un lugar donde conocía –de manera indirecta- más personas, y me fue más fácil la ayuda. También me pasó en un bar que dos serbios se pusieran a hablar conmigo, uno de ellos había vivido en EEUU, cerca de México, y completaba las frases diciendo ‘manito’. Me invitaron algunas cervezas y el que vivió en EEUU, de repente, dice: “bueno, mañana trabajo, debemos irnos”. Se agarra de la mesa y se esfuerza en pararse, la cara colorada, los ojos vidriosos, y busca las llaves del auto. Veo al amigo y dice: “Yo también me voy, es él quien maneja y debe llevarme”.

   Serbia tiene una cercanía y un trato que nos recuerda mucho más a la camaradería argentina, aunque algo innegable en todos estos países es una buena predisposición. Siempre sos su invitado cuando estás allá, no te permiten siquiera sacar la billetera. Hay algo que los une, determinadas tradiciones, lazos históricos. Con ese viaje me convencí que mi interés por Yugoslavia debía enfocarse en algún tema. Y poco a poco, los partisanos se volvieron una figura central para esto.

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“Matías soy yo,
Matías sos vos,
nosotros somos y ustedes son,
es nuestra humildad, de gente oprimida”.

(Kajuh, 2017, p. 29)  

   Tras leer la tesis doctoral de Julia Sarachu y su traducción de La canción eslovena, una selección de poemas de Kajuh, me di cuenta que hacía falta un mayor análisis sobre la producción literaria que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial y la resistencia. En general, mis focos estuvieron en esos períodos, en lo que una guerra genera en la vida cultural, artística y literaria en el territorio de lo que hoy es la ex Yugoslavia. Así, he trabajado con los movimientos de avant-garde que se dieron tras la Primera Guerra Mundial y el surgimiento del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, y también tomé el período de la producción partisana ligada a la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la Yugoslavia socialista, así como la guerra de Bosnia en los ’90 y la figura del exilio entre los intelectuales de la disuelta Yugoslavia.

   El conflicto y lo que deriva en la literatura, sobre todo si se toma esa idea de muchos autores acerca de los Balcanes como un polvorín donde siempre estalla un nuevo problema. Las guerras han recorrido la región por siempre, y por eso me he detenido y mucho con lo que generó la Segunda Guerra Mundial y la formación de la Yugoslavia socialista, para lo que me propuse traducir y analizar autores partisanos de origen esloveno, serbio y croata. Eso es mi propuesta doctoral que espero iniciar en breve, y que tiene posibilidades de completar en parte en Universidades de la zona, además del trabajo desde la UBA.

   A la fecha, no hay un trabajo integral sobre la producción partisana entre los escritores y poetas de la ex Yugoslavia, un análisis sobre los escritos que se dan desde la época de la Segunda Guerra hasta fines de la década del ’40. Es eso sobre lo que voy a detenerme e investigar, una propuesta, para lo que voy a emplear al ya mencionado Kajuh, de la mano de Matej Bor y Milena Mohorič para el panorama inicial a abordar desde Eslovenia, a la vez que pienso en France Balantič para contraponerlo y otra perspectiva en cuanto a producción literaria durante la Segunda Guerra Mundial en el territorio. Por el lado serbio, pienso en escritores como Oskar Davičo, Desanka Maksimović, Mira Alečković y Branko Ćopić, que han pasado de una producción muy cercana a la causa y al ideal comunista a textos que le valieron alejarse del Partido. Por último, hay casos centrales en la resistencia croata como el de Ivan Goran Kovačić y Vladimir Nazor, ambos combatientes, poetas y figuras centrales para el comunismo de su nación. Desde este punto, me propongo abrir otra visión sobre las ideas del socialismo yugoslavo, lo idílico y la creación literaria de esos primeros años de independencia, que lleven a reflexionar sobre la literatura partisana como un género literario en sí.

   Pensar a ya 75 años del surgimiento de la ex Yugoslavia y a 40 años de la muerte de su líder y artífice principal, Josip Bros Tito, es una propuesta difícil pero tentadora. El hecho de volcarlo al español también es un desafío a afrontar, porque el análisis lleva a la traducción como una parte intrínseca del trabajo.  Pero el punto es trabajar desde la distancia y lo objetivo en una situación tan compleja como lo que fue Yugoslavia.

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“El Partido engendra cachorros por los besos,
los cachorros caminan por Ljubljana y lamen
las manos al pueblo y el pueblo los acaricia
y está alegre y se pasea por las calles
y Ljubljana se va de paseo y hay fiesta
Maruška, toda Ljubljana se va de paseo y hay fiesta”.

(Šalamun, 1999, p. 51)

   Vuelvo a los versos de Tomaž Šalamun porque su poesía fue un ejemplo de la ruptura que se da en el territorio esloveno. A pesar que no se engloba en lo que nombré anteriormente, sirve de ejemplo para ver y comprender determinados puntos. Yugoslavia no ha sido como otros países comunistas, a pesar que se ha sufrido censuras y que hubo arrestos políticos, existía la chance de irse del país, las fronteras no estaban cerradas.

   El proceso del comunismo en la ex Yugoslavia debe abordarse con cuidado, porque es obvio que hay quienes lo han sufrido. No se puede negar hechos como la masacre de Bleiburg, terminada la guerra, o la existencia de Goli Otok, la cárcel para los opositores políticos durante la era socialista. También hubo censura, hubo imposibilidad de publicar para los detractores, pero eso no quita un sistema cooperativista y un desarrollo en la industria, la técnica, la educación y otras áreas durante el gobierno titoísta.  Un hecho no avala otro, pero uno de los principales puntos para analizar la zona es no negar ningún hecho ni obviarlo. En el caso esloveno, tenemos una migración eslovena hacia Argentina en distintos períodos, cada uno llego acá por sus motivos y tiene su punto de vista particular sobre la realidad de su nación. No es posible plantear un blanco o negro, es una región pintada de grises.

   Mi último viaje fue el año pasado, invitado por la ciudad de Smederevo como parte de su Festival de Otoño de Poesía que tuvo lugar en Serbia. Cinco años desde mi primera vez por la zona, esta vez fue muy diferente, pude ver las cosas desde otra manera. Pude comprender y ser parte den muchas de las tradiciones de estos países. A su vez, mi participación en conferencias y eventos, las cosas que he traducido, mis contactos con varias personas de allá por temas diversos me permitieron un acercamiento distinto. Así como existe un interés personal por los Balcanes, hay gente allí que trabaja con estudios latinoamericanos. Este cruce enriquece la labor, me ha permitido dar charlas en universidades como la de Ljubljana (Eslovenia) y la de Zadar (Croacia), así como con centros hispanistas en estos países y en Serbia. Es un espacio para establecer vínculos, con un deseo de afianzar los lazos (yo he recibido respuestas positivas desde el ámbito académico y el de embajadas para traducir artículos o para organizar eventos en Argentina, como fue el caso de la Jornada del Centenario del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos). A su vez, en el plano de la traducción hay muchísimas posibilidades, ya que los autores desean ver su obra en otro idioma y son muchos los organismos que apoyan tanto la labor de quien traduce como de las editoriales, para costear gastos de la publicación de estos libros. La cultura es central en toda la zona, y lo resalto, por ejemplo, en el caso esloveno. Las calles y los monumentos están dedicados a poetas, a escritores, a pintores. Es la cultura la que le da identidad como espacio geográfico, es la identidad que adoptaron como nación. De ahí el interés por su promoción en el mundo, sus proyectos académicos, como el Lectorado de Esloveno por el mundo y demás.

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“en junio de 2001 no me dejaron entrar en un local porque

era marica. me sentí como un perro. sucio. me calumniaron

en la prensa y en las cadenas de televisión y me dejaron

claro que me lo había ganado. eran el poder.”

(Mozetič, 2017, p. 24)

   No sé el tono que acabó teniendo esto, es un racconto de mis últimos nueve años, de mi decisión en lo académico y profesional y del mundo de los Balcanes. Pensé en escribir algo que sea más impersonal, pero no pude. Traté de reflexionar hasta donde me fue posible, a la vez que aporté puntos de partida si alguien que se tome el tiempo de leer esto siente el deseo de iniciar algo similar. Brane Mozetič es otro autor que motivó uno de los temas que trabajo mucho además de los ya mencionados, y es la producción actual del colectivo LGBT+ esloveno. Tuve oportunidad de reunirme con él varías veces, entrevistarlo, y siempre fue muy amable y me aportó información y libros de su editorial para que siga conociendo sobre el tema. Es así que conocí al poeta Uroš Prah, a quien estoy traduciendo en la actualidad para que se publique uno de sus libros por primera vez en lengua castellana. Creo que uno de los puntos más fuerte de toda la zona de los Balcanes es la lucha, la lucha constante, de ahí que siempre leo, releo e investigo los movimientos que implicaron una acción y un espíritu combativo: las vanguardias, los partisanos, los escritores exiliados por el nacionalismo de los ’90 y, ahora, los colectivos LGBT+. la construcción de una voz propia, particular, de resistencia que esté ligada al espacio en que se produce, eso es mi búsqueda en esta zona.

   Voy a tratar de dar una ayuda si quieren iniciarse en este mundo. Sepan que en la página de la Secretaria de Extensión de la Facultad de Filosofía y Letras tienen la información de los cursos gratuitos de esloveno y de croata, que se dictan en Puán desde hace muchos años. A su vez, existen publicaciones a nivel local, como el caso de la revista Eslavia, y también publicaciones extranjeras como las de Balkania, en España, así como la de Serbian Studies y Primerjalna književnost (estas últimas dos, en lengua original e inglés, generalmente). Son los puntos de partida más útiles, de la mano a la cultura general que se pueda consumir, como música, libros o películas. Yo empecé de esa manera. Al día de hoy, colaboré en el dictado de dos seminarios de grado de la carrera de Letras y también di un seminario de extensión, he dado charlas y conferencias tanto en Argentina como en el extranjero sobre el tema, publiqué traducciones desde el esloveno, el serbio y el croata e, incluso, corregí una desde el búlgaro. Algo que me parecía impensado apenas empezaba esta aventura.

   Estudiar sobre eslavos del sur implica tomar la decisión, pensar en relación a la órbita de los Balcanes, como un espacio oriental en muchos aspectos. Es comprender que hay europeístas, hay eslavófilos, yugonostálgicos, nacionalistas, religiosos, fanáticos, es un espacio, un lugar de pasiones fuertes. Hay que tener en cuenta que es una cultura otra para la mayoría de nosotros, de ahí que deba ir con cuidado, sin herir susceptibilidades, sin hurgar heridas. Es un territorio geopolítico que se ha modificado desde su primera fundación, hace más de cien años, y que ya tenía antecedentes previos. Es un lugar que tiene en claro la máxima de que “tenían el poder”, pero también sabe que eso se escurre de la mano. Que los nombres propios y los pasaportes se modificaron, que no hay absolutos, y que la identidad es un tema más complejo. Es un viaje donde siempre se va a abrir algún camino, donde siempre va a cambiar en algo el panorama cuando lo recorremos nuevamente.      

   Como último apartado, les dejo la info de los libros y las citas que fui mencionando a lo largo de este artículo, que pueden conseguirse en librerías o en la web.

_ ČOLIĆ, Velibor (2013). Los bosnios. Madrid: Periférica.

_ DESTOVNIK-KAJUH, Karel (2017). La canción eslovena. Quilmes: A Pasitos del Fin de Este Mundo.

_ Mozetič, Brane (2017). Esbozos inacabados de una revolución. Tenerife: Baile del Sol. 

_ NUÑEZ, Isabel (2008). Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Barcelona: Alba.

_ RODRÍGUEZ ANDREU, Miguel (2012). Anatomía serbia. Belgrado: Embajada de España.

_ Šalamun, Tomaž (1999). Selección de poemas 1968-1998. Madrid: Visor.

_ TODOROVA, Maria (2009). Imagining the Balkans. New York: Oxford University Press.

_ UGREŠIĆ, Dubravka (2009). No hay nadie en casa. Barcelona: Anagrama.

_ VOJNOVIĆ, Goran (2017). Yugoslavia, mi tierra. Madrid: Libros del Asteroide.

_ Žižek, Slavoj (2003). Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad. Buenos Aires: Paidós.

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