Hace siglos, más precisamente desde el origen del Iluminismo, que el progreso parece ser una flecha que viaja en línea recta y el tiempo uno solo para todos. Como resultado de esa concepción, todo lo que no entrara en los parámetros de la cultura dominante (blanca y occidenta), fue considerado atrasado. Algo similar pasa con la tecnología. ¿Seremos capaces de romper con la visión monolítica de la tecnología? En este ensayo-reseña, Laurato Colautti investiga las posibles lineas de fuga que el filósofo Yuk Hui propone en su libro editado por Caja Negra: Fragmentar el futuro: ensayos sobre tecnodiversidad.

 *  *  *

A modo de presentación de este pensador que hasta entonces permanecía inédito a nuestro idioma podemos decir que Yuk Hui es un filósofo nacido en China y que estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en el Goldsmiths College en Londres, especializándose en el área de filosofía de la tecnología. Actualmente enseña en la Universidad Bauhaus en Weimar y en la Escuela de Medios Creativos de la Universidad de Hong Kong. Fragmentar el Futuro: ensayos sobre tecnodiversidad, publicado por la editorial Caja Negra, es su primer libro traducido al castellano y está compuesto por una serie de artículos que pueden ser leídos por separado (al menos así fueron publicados originalmente en la revista Fluxus) pero que funcionan como un conjunto unificado en la medida de que el libro está atravesado transversalmente por una serie de problemáticas y conceptos tales como la Cosmotécnica, la tecnodiversidad, la cultura monotecnológica, la herencia de la Ilustración, la relación entre Occidente y Oriente, la geopolítica y la inteligencia artificial.

El problemático legado de la Ilustración

En el primer artículo que compone el libro, Yuk Hui comienza polemizando con  Neorreaccionarios, es decir, aquellos que adscriben a la Dark Enlightenment (Ilustración Oscura) y que se oponen a las ideas igualitaristas y democráticas que componen la herencia de la Ilustración. Hui va reconstruyendo esta posición partiendo de textos de Peter Thiel, Nick Land y Mencius Moldbug (el seudónimo del informático y teórico Curtis Yarvin) donde estos pensadores diagnostican la actual  “decadencia de Occidente” a partir de la incompatibilidad entre la Democracia, entendida como un mero mito de la Ilustración, y la Libertad. El sistema democrático y su costo económico son caracterizados por estos autores como el obstáculo principal del desarrollo social y técnico de la sociedad, de ahí que parte del programa de los neorreaccionarios consista en la restauración de las formas políticas monárquicas. Land, a su vez, es el padre de la corriente de pensamiento conocida como aceleracionismo[1] y un pensador que desde su viraje a la derecha, por decirlo en criollo, ha atacado al progresismo de izquierda o socialdemocrata en la medida en que son parte de, como la  bautiza Moldbug, La Catedral, esta no es otra cosa que cierta ortodoxia progresista que nosotros entendemos como corrección política. Para estos autores el hecho de que China se haya consolidado como la economía más grande a nivel global y que haya podido exportar ciencia y tecnología se basa principalmente en el hecho de que no debe soportar un sistema democrático regido por los caprichos y los costos de la política, a su vez que no cae en el dogmatismo de la corrección política enarbolada por La Catedral:

Para los neorreaccionarios, la igualdad, la democracia y la libertad propuestas por la Ilustración y su universalización llevaron a una política improductiva que se cifra en la corrección política. Por eso es necesario “tomar la píldora roja” y abjurar de estas causas para buscar una nueva configuración, ya sea esta veladamente política o esencialmente apolítica.[2]

La fantasía sinofuturista[3] que acecha a estos autores va a coincidir con lo que Hegel entiende como conciencia desventurada (o desdichada en algunas traducciones): Esta es una de las fases históricas que atraviesa el Espíritu subjetivo en el proceso dialéctico de la transformación, con el que, a lo largo de la historia de la humanidad, la conciencia natural se convierte en conciencia filosófica, o científica, tal como aparece expuesto en la Fenomenología del Espíritu. Esta remisión hegeliana apunta a sugerir que el pensamiento neorreaccionario es un escepticismo que no puede salir de sí mismo en la medida en que la Ilustración y la democracia se presentan como un otro alienado de sí mismo, la conciencia de dicha contradicción no puede ser sino experimentada como un sentimiento, de ahí el lenguaje afectivo que emplea Hegel, que tiende a un camino patológico para desembocar en el abismo ilusorio de la exaltación (Schwärmerei) especulativa. La crítica de Hui consiste en mostrar que el movimiento neorreaccionario y la “alt rigth” son fundamentalmente reacciones emotivas en tanto expresiones de una angustia acerca del hecho de que Occidente es incapaz de superar la fase actual de la globalización manteniendo el privilegio del que ha gozado durante los últimos siglos. Y es partir de esta crítica donde aparece la unidad de las contradicciones que propone el autor al sentar su posición de revalorizar las distintas tradiciones culturales sin caer en el tradicionalismo conservador: “Hoy la cuestión no es renunciar a la tradición o defenderla, sino cómo desustancializar la tradición y cómo apropiarse del mundo moderno desde el punto de vista de una tradición desustancializada en términos de episteme y epistemología”[4]. En primer lugar, la desustancialización de la tradición debe ser entendida como lo opuesto a sustancializarla en un nacionalismo reaccionario y xenófobo, por otro lado, la recuperación del concepto foucaultiano de episteme tiene la función de poner en relación el sistema técnico con la cuestión de las formas de vida.

Algunas claves para pensar el brote epidemiológico

En el segundo artículo Hui presenta su concepto clave, la cosmotécnica, como una ampliación o un ir más allá de la cosmogonía. En primer lugar, este concepto supone una ruptura de la técnica entendida como un Universal que excluye las tradiciones culturales -como la cultura de los Mayas o las culturas antiguas de China y Japón- del concepto de técnica, lo que este autor sostiene es que no hay una cultura técnica única sino que existe una concepción monotecnológica[5] que supone que solo hay un uso y un desarrollo de la tecnología. En una entrevista, Hui ilustra la producción monolítica del desarrollo tecnológico en los siguientes términos:

Las ciudades inteligentes están pensadas para ahorrar tiempo y consumir. En Corea del Sur, cuando uno está esperando el subterráneo puede interactuar con pantallas gigantes desde el celular para hacer compras y encontrarlas al llegar a su casa. Uno ahorra tiempo y no va al supermercado. Lo que le falta a esta visión de los desarrollos tecnológicos es la idea de comunidad. ¿Este tipo de progreso es necesario? O, ¿es necesariamente bueno? [6]

Como vemos, solo ciertos criterios de productividad y consumo entran en juego a la hora de pensar los desarrollos tecnológicos y el desafío que tenemos enfrente requiere recuperar una variedad de tecnologías –con sus correspondientes concepciones de la naturaleza, esto es el eje central del concepto de Cosmotécnica– que nos permitan reimaginar nuestra concepción tecnológica y, al mismo tiempo, reformular el proyecto de modernización en el que nos encontramos avanzando hacia el apocalipsis.

Por otro lado, Hui dista de tener una visión romántica de la cosmotécnica indígena u oriental a la manera de ciertas (im)posturas intelectuales o artísticas. La apuesta por una tecnodiversidad encuentra su rumbo en el cruce y la mixtura y no en la sustancialización de una tradición olvidada. Pero tal vez, la pregunta que podemos hacernos en este punto es la siguiente: ¿Estamos frente a un planteo utópico? Hui es consciente de las dificultades de su propuesta  en tanto que la competencia económica y tecnológica es el campo de batalla de la geopolítica actual. Por otro lado, existen indicios tales como el calentamiento global o el brote epidémico del COVID19 qué darían la pauta de que es necesario replantear algunas cosas. A este diagnóstico, se suma la evaluación del reciente programa de exploración de Marte:

Nosotros, los modernos, los herederos de ese Hamlet europeo que en “La crisis del espíritu” de Valéry resume como el legado intelectual europeo sosteniendo los cráneos de Leibniz, Kant, Hegel y Marx, cien años después de su escrito aún creemos y queremos seguir creyendo que nos volveremos inmortales, que seremos capaces de equipar nuestros sistemas inmunológicos contra todos los virus, o simplemente huiremos a Marte cuando se presente el peor escenario. Pero en plena pandemia de la enfermedad por coronavirus, la exploración de Marte parece irrelevante a los fines de detener su propagación y salvar vidas. Los mortales que todavía habitamos este planeta Tierra posiblemente no tengamos la oportunidad de esperar hasta volvernos inmortales, como promocionan los transhumanistas en sus eslóganes corporativos. Todavía está por escribirse una farmacología del nihilismo después de Nietzsche, pero la toxina ya ha penetrado el cuerpo global y causado una crisis en su sistema inmunológico.[7]

Uno de los puntos momentos más interesantes del libro es su nivel de intervención en los debates contemporáneos en la medida en que nos acerca una reflexión crítica acerca del brote epidémico producido por el COVID-19, donde se realiza una lectura del “retorno al Estado-Nación” tomando las posiciones de los filósofos europeos Peter Sloterdijk y Roberto Esposito en torno a la crisis de refugiados del 2016. Tomando al racismo como posicionamiento fundamentalmente inmunológico[8]  y que en definitiva, termina siendo el fundamento que, siguiendo a Carl Schmitt, rige la política: la distinción entre amigos y enemigos.

            Siguiendo la argumentación de Hui, la OMS se ha mostrado como un organismo incompetente, no solo porque su “apoliticidad” no ha podido evitar las guerras sino darle nuevos marcos o porque se encuentra sometida por las potencias mundiales y el capital trasnacional, tampoco ha sido un organismo que pueda potenciar la tecnodiversidad, sino que por el contrario, resulta un obstáculo. Veamos la diferencia:

Diferentes países que producen la misma tecnología (monotecnología) con distinto branding y caracteristicas ligeramente diferentes no son sinónimo de tecnodiversidad. Esta se refiere, por el contrario, a una multiplicidad de cosmotécnicas que difieren entre sí en términos de valores, epistemologías y modos de existencia.[9] (Hui, 95).

Mientras que las crisis del coronavirus puso de manifiesto las carencias de la infraestructura general –tomemos como ejemplo al zoom, que es una plataforma pensada para el mundo empresarial que pasó a convertirse en una de las principales herramientas pedagógicas disponibles en la práctica docente durante la cuarentena– en el campo de las batallas informáticas que los países y las potencias mantienen entre sí, la guerra contra el coronavirus pasó a ser una guerra de información errónea y desinformación. 

Naturaleza y Técnica: un aire simondoneano

Siguiendo las concepciones convencionales, las máquinas y la ecología pertenecen a órdenes delimitadamente diferentes: las máquinas son artificiales y mecánicas mientras que la ecología es natural y orgánica. La apuesta de Hui es la de superar este dualismo en vías de construir una ecología de las máquinas, para dicha tarea se encarga de discutir la concepción tradicional de máquina que, hasta la aparición de la cibernética, excluye la organicidad. Su concepto nodal de Cosmotécnica implica un cruce esencial entre estas dos dimensiones que Hui denomina como complejo tecnológico ambiental. Para esto Hui retoma la noción de medio técnico elaborada por el paleoantropólogo francés Leroi-Gourham, quien propone una noción que vincula biología y tecnología a partir de ciertas funciones de filtración y tamización que se encuentran en las células. Por otro lado, un autor que Hui trae a colación en varios momentos cruciales del libro es Gilbert Simondon  quien explica en su libro El modo de existencia de los objetos técnicos a partir de mostrar como la turbina de Guimbal logra funcionalizar el agua del río como fuerza propulsora y refrigerante de un generador que posee el cárter de aceite, de esta manera, quedan señaladas las condiciones mixtas, técnicas y geográficas, que sirven de condición de existencia de algunos objetos técnicos, cabe aclarar que dicha funcionalidad de la turbina no supone necesariamente una explotación de las fuerzas del río sino una reciprocidad entre los tecnológico y lo natural.

            Esta superación del dualismo entre naturaleza y cultura, sirve como cimiento para equiparar la tecnodiversidad a la biodiversidad que el planeta parece necesitar. Lejos de relegar el desarrollo tecnológico al fenómeno de la Globalización, Hui reclama la particularidad de cada ambiente y de cada cultura tiene que estar integrada en el desarrollo técnico, como ejemplifica: un mismo pesticida pensado para eliminar un tipo específico de plaga puede producir distintas consecuencias medioambientales si se dejan estas dimensiones de lado.

Una filosofía posteuropea

Sobre el final del libro aparece el intento más marcado de pensar una filosofía posteuropea, que lejos está de querer ser anti-europea, sino que esta filosofía se caracterizaría por el diálogo filosófico y la diplomacia epistémica entre Asia, África, Latinoamérica y Europa. Hui es directo a la hora de plantear su diagnóstico sobre este punto:

Hablando como asiático, tengo la impresión de que después de cientos de años de modernización en Asia Oriental, no obstante los tremendos esfuerzos por preservar el pensamiento confuciano, taoísta y budista y por comparar Oriente y Occidente, aún no hemos logrado avanzar en dirección a esa filosofía posteuropea. No pudieron hacerlo ni la Escuela de Kioto en Japón, ni el neoconfucianismo en China. Las razones de su fracaso fueron varias, pero tienen algo en común: todos estos pensamientos se descubren inefectivos de cara al mundo tecnológico, porque la transformación material y tecnológica aliena al espíritu de sus propias creaciones.[10]

Siguiendo este diagnóstico y siempre recordando que la tradición no es tradicionalismo, Hui ensaya una comparación entre el razonamiento analítico europeo desarrollado por los filósofos de la Ilustración y las funciones de la inteligencia artificial preguntándose si, el desarrollo de una inteligencia artificial que tenga como base epistémica y gnoseológica al pensamiento Chino no podría dar como resultado una máquina que pueda producir a partir de la intuición. A modo de balance general, el libro es un desafío a repensar nuestros conceptos y encarar un proyecto de renovación filosófica y epistémica que esté a la altura de la crisis planetaria abierta por el modo de producción monotecnológico. Estos matices teóricos que nos aporta Hui son herramientas valiosas para conceptualizar la técnica y la tecnología sin caer en posiciones reaccionarias angustiantes o en infantilismos revolucionarios. Nos queda a nosotros, en nuestra condición de latinoamericanos o sudacas, levantar el guante.


[1] El aceleracionismo es una teoría política y social que sostiene que hay deseos, tecnologías y fuerzas productivas que el capitalismo hace surgir y de los que se alimenta, pero que no puede contener; y debido a esto último, se piensa necesario acelerar el desarrollo de estos procesos para empujar al sistema más allá de sus límites. Los aceleracionistas se basan en fragmentos de Marx y Nietzsche y en los desarrollos de Deleuze y Guattari en los volumenes de Capitalismo y Esquizofrenia. Dentro del aceleracionismo hay posiciones que se asumen de derecha, como la de Nick Land, y otras de izquierda, como la de Mark Fisher o Nick Srnicek. 

[2] Hui, Yuk, Fragmentar el futuro: ensayos sobre la tecnodiversidad, Buenos Aires, Caja Negra, 2020, p. 20.

[3] Esta fantasía tiene su correlato con lo que los pensadores neoliberales como Milton Friedman y John Coperthwaite consideran “The Hong Kong Experiment”.

[4] Ibíd., p. 34.

[5] Es importante aclarar que la crítica a la técnica en la época moderna realizada por Martin Heidegger es un valioso antecedente que Hui toma como punto de partida en su análisis pero que también resulta insuficiente para caracterizar la variedad de cosmotécnicas que el autor plantea recuperar. 

[6] Link de la entrevista: http://philosophyandtechnology.network/4321/entrevista-yuk-hui-vivimos-tiempos-inquietantes-de-falsedad-normalizada/#:~:text=noticias-,Entrevista%3A%20Yuk%20Hui%3A%20%E2%80%9CVivimos,tiempos%20inquietantes%2C%20de%20falsedad%20normalizada%E2%80%9D&text=%C2%BFC%C3%B3mo%20se%20forma%20una%20estructura,Respuesta%3A%20con%20contradicciones.&text=As%C3%AD%20parece%20funcionar%20la%20l%C3%B3gica,%2C%20Londres%2C%20Par%C3%ADs%20y%20Berl%C3%ADn

[7]  Hui, Yuk, Op. Cit., pp. 87-88.

[8] Hui cuenta una anécdota muy interesante sobre como en Hong Kong, que está pegado a Shenzhen, en la provincia de Guangdong, uno de los principales focos de contagio del covid19, se buscó cerrar la frontera con el resto de China, y al no lograrlo, varios locales colgaron letreros en sus puertas advirtiendo que los chinos del continente no eran bienvenidos.

[9] Ibíd., p. 95.

[10] Ibíd., p. 137.

Sumate a la discusión