Desde donde llamo


¿Qué dice de nosotros y nuestras relaciones el giro que implicó el paso del teléfono fijo al teléfono movil?. O, mejor dicho, ¿qué ha hecho de nosotros y la forma en la que experimentamos el mundo? Quién y dónde no son equivalentes. Las preguntas cambian, y lo fijo da lugar a lo dinámico y transitorio. En esta oportunidad, Lucas Adur nos presenta una reflexión sobre el fin de una experiencia, una época y una subjetivdad.

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Así se titula un cuento excelente de Raymond Carver, pero la referencia se limita aquí a tomar prestado el título. De lo que quiero hablar es de los medios para hablar. De los teléfonos, concretamente.

Antes, quizás ustedes, jóvenes, no lo recuerden había algo que se llamaba simplemente teléfono y que hoy, oh paradojas de la denominación retrospectiva, denominamos “teléfono fijo” (o, simplemente, “fijo”, ¿tenés un fijo?). En efecto, en determinado momento, los teléfonos empezaron a moverse. Al principio, denominamos a esos teléfonos móviles como “móvil”. Cuando crecieron hasta cubrirlo todo, pululando por ahí, en busca de señal, fueron los otros los que pasaron a denominarse “fijos”.  Pero tampoco es de eso de lo que quiero hablar.

Es apenas una idea, pero que no me deja tranquilo. Hay un maravilloso ensayo de John Berger que señala que, cuando uno habla por celular, es casi inevitable preguntarle al otro dónde está. Berger decía que tenía que ver con la necesidad de visualizar, de hacer una composición de lugar, de espacializar esa comunicación desterritorializada. Él no aparece. Pasan cinco minutos. Diez. Habían quedado a las ocho. Y ya son casi y media. Ella lo llama, ¿dónde estás?

Cuando atendíamos el teléfono fijo –que hoy parece un receptáculo destinado exclusivamente a madres, padres o encuestas- no preguntábamos por el lugar, la primera pregunta, casi inmediata al saludo era por la identidad: ¿quién es? Una pregunta a la que el interpelado solía responder rápidamente, con un nombre identificable, o alguna breve descripción –un amigo de Lali, ¿está ella?, lo llamo desde Banco Galicia, usted no me conoce pero…-, evitando los insondables abismos metafísicos en los que podría sumergirlo semejante interrogación ontológica –nosce te ipsum, etc.-

No estoy seguro qué es lo que quieren decir estas líneas –telefónicas-. El celular es existencialista, en él la existencia –el contexto, el lugar- precede a la esencia –la identidad de quien llama-. Los teléfonos fijos eran modernos: todavía creían en la importancia del sujeto. Los celulares son posmo: pura superficie, no importa quién es, sino dónde está, el lugar que ocupa -¿estructuralistas?-.  Un signo más de esta época superficial, de la muerte del hombre. O incluso: el hecho de que los celulares tienen un identificador de llamada vuelve redundante la pregunta por la identidad. (¿Y si fuera así, y si la identidad no es ahora un vacío sino una certeza vacua, algo por lo que ya no vale la pena interrogarse?). O ya no hay una respuesta a quién habla, esta varía dependiendo de desde dónde llamo: soy un padre de familia, un empresario, alguien que quiere reservar una cancha, el pibe que conociste anoche…

Por supuesto, enuncio sin seriedad todas estas reflexiones. Lo único cierto (creo) es que las tecnologías dan también la forma de una época. Este ligero desplazamiento que aquí registro, del “quién habla” al “dónde estás” algo querrá decir sobre los tiempos en que vivimos.

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