Crímenes del futuro  fue un retorno a la altura de lo que la gente esperaba del Cronenberg clásico. Sin embargo, la película fue todo menos un fan service. Lejos de eso, el film nos invita a discutir y observar desde otro prisma los problemas filosóficos contemporáneos relacionados con la estética, la tecnología, el cuerpo y la biología. En esta oportunidad, Alan Ojeda nos presenta una reflexión sobre los ejes pricipales de la última película del director canadiense. 

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Un cuerpo, dos caminos posibles. En el primero, se disuelve poco a poco. Pierde su utilidad y se transforma en el tumor extirpable de una consciencia que puja por deshacerse de él. En el segundo, lo contrario: todo surge del cuerpo o va hacia él. Ni las máquinas ni la consciencia se sienten algo ajeno a la carne, sino que son una prolongación. El límite es algo difuso: las máquinas sienten, construyen afinidad, se adaptan al organismo y se internalizan, mientras el cuerpo se abre, se expone y se vuelve algo sobre lo que se puede operar, como un puzzle. Pornografía abstracta vs pornografía materialista. En ambos casos, la obscenidad de lo ilimitado. Pero en esta oportunidad, no nos interesa pensar los dos caminos, sino uno, el que elige Cronenberg: “Body is reality”.

Después de veintitrés años, el director canadiense David Cronenberg volvió a servirnos -y el verbo no es inocente- el futuro que nos interesa. Crímenes del futuro no sólo nos dice que todo lo que vimos en sus películas entre los 70s y finales de los 90s no se agotó, sino que todo está por profundizar. Parecía que, en los últimos años, con la aceleración del proceso de digitalización de la información, el cuerpo había adquirido una condición vaporosa: datos, algoritmos, información y metaverso. Todo viraba hacia horror abstracto, flatline gibsoniana, cyberpunk de consciencias sintéticas y singularidad. Esa línea de especulación no carece de fundamento, pero es posible pensar que aquellos que caen presos de esa pesadilla son víctimas de una ilusión organizada, de una distracción. En ese contexto, Cronenberg viene a correr nuevamente el eje hacia lo importante. No importa lo que digan, los datos que tengan, cómo los calculen o cuántas conexiones haya: al final de todo hay un cuerpo. Un cuerpo conectado, un cuerpo transformado en una serie de datos, un cuerpo modificado estética o genéticamente, un cuerpo cansado o en reposo, uno negado, uno superado en alianza tecnológica, uno que envejece o se mantiene eterno, uno viejo o uno nuevo, primitivo o evolucionado: “Body is reality”. Es realidad, pero también es una exposición absurda y pornográfica: un reality. Es un escenario de operaciones, tanto físicas como espectaculares.

La revolución del cuerpo

No sólo sigue ahí, presente, sino que es aquello que está “en construcción”. “Nadie hasta ahora ha determinado lo que puede un cuerpo”, dice Spinoza. “[…] siempre el cuerpo que intenta escapar por uno de sus órganos […]”, dice Deleuze sobre Bacon en La lógica de la sensación. Es lo que intentamos dominar, subsumir, organizar, modificar o trascender, pero se presenta una y otra vez como punto de partida o de llegada. La vía de la carne.

Hay alguien que parece enfermo. Saul Tenser sufre. No puede comer bien, tampoco descansar bien. Su cuerpo es una fábrica fuera de control, un laboratorio anárquico. Nuevas hormonas se desparraman por su organismo. Su sistema biológico produce, continuamente, un órgano rebelde que desorganiza el funcionamiento general. Aparece un dolor del que no se tenía registro, sensaciones nuevas. Pero Tenser no se resigna, ahí está su obra: exponer el exceso, darle un marco al desborde biológico. El órgano inútil deviene joya de la performance.

El dolor fue abolido, al igual que todo tipo de infección. La carne es sometida a intervenciones extremas por motivos totalmente hedonistas y espectaculares (operaciones públicas, mutilaciones en vivo y modificaciones estéticas extremas). Pero todo eso es decisión humana. Nada parece natural sino resultado de un devenir que, al menos en la película, observamos sólo de manera oblicua. Sin embargo, no es difícil reponer la pasión que ha tenido el siglo XX por el cuerpo. No en términos positivos, spinozianos o nietzscheanos, sino todo lo contrario. El camino principal ha sido atacar todo lo que al cuerpo lo caracteriza: dolor, envejecimiento, fecha de caducidad. Cuerpo: máquina vetusta, máquina fallada, límite innecesario. Todo lo que nos recuerda que somos humanos, está ahí. Cada vez más lejos del famoso verso de Hölderlin: “Donde hay peligro, crece también lo que nos salva”. Justamente es esa anulación de las características fundamentales de lo vivo la que suele alimentar el mito de la descorporeización. Sin embargo, no sucede. Se busca penetrar más profundo. Abrir la carne para una exploración anatómico-lúdica, algo así como en La carne de René, la muerte de todo discurso metafísico sobre el cuerpo deriva en la erotización pura de la carne expuesta, incluso bajo la imagen del cuerpo de los libros de biología.

Pero una cosa es el cuerpo y otra la mente. O al menos eso pareciera. Tenser no controla lo que le pasa, sólo puede darle un marco a la experiencia, volviendo su mutación digna de admiración del público fetichista. Sin embargo, algo sucede en el mientras tanto. El proceso se acelera. El intervalo entre órgano y órgano es cada vez menor, y los efectos son cada vez más visibles. Para entender esto es necesario atender una cuestión importante: el cuerpo piensa. La consciencia, lo que consideramos aprendizaje -la sistematización de una experiencia- no es otra cosa que el registro perdurable de lo que el cuerpo hace o produce. Él aprende sin nosotros, incluso sin que registremos qué sucede, como sucede con los artistas marciales que, al lograr cierto nivel de maestría en sus movimientos, pueden tener reacciones musculares que son más rápidas que lo que implica el proceso de percibir un movimiento y mandar la orden al cerebro para que responda. El cuerpo se nos escapa una y otra vez, e incluso hay veces que se subvierte, que se desconfigura y produce su propia aniquilación. 

El cuerpo ya no es un proyecto de Tenser sino lo contrario. Tenser es un proyecto del cuerpo. El Tenser por venir es el del cuerpo que dice “vos sos mío”, que dice “aceptá o sufrí”. No se trata de acceder a una nueva experiencia mediante el “desarreglo razonado de los sentidos”, como alguna vez lo pensó Rimbaud. Lejos de eso, la posibilidad está en la especulación interna, en el uso del espéculo que mantenga abierta la carne y sus transformaciones al ojo de cada uno. No se trata de imponerle una forma, sino de seguir los vectores de transformación que propone el cuerpo, que experimenta y comprende antes que nosotros la materialidad del mundo que nos rodea. ¿Qué es un órgano inútil? ¿Uno que aún no ha construido un sistema? Lo único que parece detener a toda la materia viva en su devenir monstruoso es nuestra ilusión. Nosotros somos parte de esa monstruosidad. Nuestro cuerpo acompaña al mundo en su transformación, porque somos en-con-el-mundo. ¿Es una herejía pensar que la materia nos adelanta en la comprensión de su entorno? Sólo unos pocos pueden entender lo que pasa: intervenir para acelerar. Sólo algunos saben que, si se profundiza lo suficiente, quizá se alcance el futuro. Pero no se interviene para “optimizar”, como si el proceso fuera meramente una intervención exógena, una actualización de software y hardware, lo que se busca es seguir la veta, la línea de fuga de un cuerpo que busca escaparse para encontrar nuevas formas de expresión en un mundo que ya no es el mismo. Si no somos capaces de generar una revolución, la carne lo hará por nosotros: the new flesh.

El último gesto de la performance

El dolor es un límite o un camino. Es ambos: un límite y un camino. Las intervenciones performáticas sobre el cuerpo caminan ese sendero al costado de la muralla. La transgresión del límite: tortura o suicidio. Cronenberg nos presenta un mundo donde esa muralla parece más baja y traspasable, y la suspensión corporal o las escarificaciones son algo infantil.

Hay, en la película, dos posiciones sobre la performance. La primera está representada por Tenser. Su obra es conceptual, no estética. Su belleza reside en la exhibición pornográfica de su interior, de su cuerpo proliferante y sus órganos. Cada nuevo apéndice “inútil” produce una contemplación extática. No solo eso, el buceo entre los órganos, la herida y la penetración, son formas nuevas de erotismo y sexualidad. Indagar las entrañas del otro y ofrecerse como cuerpo en mesa de disección son formas del amor. La belleza del proyecto de Tenser es su gesto, su reapropiación de un padecimiento, su forma de manejar lo incontrolable y volverlo experiencia. La segunda opción es la del hombre de las múltiples orejas con boca y ojos cocidos. La performance se presenta de un modo estereotipado: “Es tiempo de dejar de ver. Es tiempo de dejar de hablar. Es tiempo de escuchar”. La música empieza y el artista baila como lo haría una persona de danza contemporánea. Una “crítica de arte” interpela a Tenser y le dice que las múltiples orejas no son un “buen diseño”, que siquiera son funcionales. La intervención corporal puede parecer extrema, pero no deja de ser superficial. ¿Un guiño a Sterlac y su tercera oreja?[1] Modificar la superficie no es suficiente, es un gesto banal, pan y circo. ¿Por qué? Porque el cuerpo se mantiene organizado. No hay una experiencia nueva, solo una reorganización estética que carece de una visión real sobre el asunto de la carne. El cuerpo es, sustancialmente, el mismo. Sus funciones no varían de manera drástica.  ¿Qué relación tiene ese cuerpo con su devenir con-en-el-mundo?

 Una política de la carne

Rechazar la modificación en pos de una visión naif, humanista, orgánica y esencialista o abrazar la evolución, los pos-humano, la monstruosidad y la desorganización. El ser humano es un “entre”. Siglos, y por qué no milenios, tratando de diferenciarse del animal. El humano como una definición negativa. Ahora, sin haber terminado de resolver eso, nos dirigimos hacia otros puentes, el del cyborg o el mutante. Algo que nunca terminó de ser, ya casi no es, será otra cosa.  En la película una división policial especial se dedica a vigilar y reprimir las conductas relacionadas con un devenir post-humano, la de aquellos que hacen un show de su carne. Tenser, el mismo artista exitoso del underground corporal, es un espía encubierto. El no está de acuerdo con lo que le pasa a su cuerpo, con esa insubordinación biológica. Su caos celular es una excusa que le permite ver cómo la carne se abre en la penumbra. A duras penas puede comer y digerir, por lo que necesita una silla que permita la digestión; tampoco puede dormir bien y sus centros del dolor están descontrolados por la producción de órganos y hormonas, por lo que necesita una cama que lo ayude a conciliar el sueño. Es un cyborg deficiente. Sus agenciamientos con esas máquinas biológicas sólo sirven para mantenerse a flote y sostener su negación frente al vector mutante que se manifiesta como imperativo. Otorgan una débil resistencia, un acompañamiento paliativo. Ese camino, podríamos pensar, apoyado en una técnica que busca sostener el cuerpo, complementarlo, no es lo suficientemente fuerte. Pero también podemos pensar la técnica como aceleradora de un vector mutante.

Planteada como una comunidad de “resistencia”, una asociación de revolucionarios post-humanistas, encontramos un grupo de personas que modificó su cuerpo para ser capaz de digerir los deshechos humanos, pero no cualquier deshecho, basura sintética. El hijo de uno de ellos es el primero en haber nacido con la mutación de forma natural, heredada como resultado de la modificación artificial que se había hecho su padre. Lograron acelerar el proceso adaptativo. Quieren llevar ese mensaje al mundo. El mundo debe ser testigo del salto cualitativo y del círculo virtuoso (no vicioso) que implica: un posthumanismo ecológico, un mutante capaz de digerir materia contaminante.

El final de la película deja pocas dudas. Tenser prueba una barra de basura sintética procesada. Después del sufrimiento que implicaba comer con la ayuda de una silla de acompañamiento digestivo, que lo hacía parecer un proyecto de Stephen Hawkins, su cara se llena de éxtasis por primera vez. Su cuerpo estaba esperando, llegó antes.

Una sola pregunta me queda flotando: ¿Cuánto tiempo se puede negar un cuerpo?


[1] https://elpais.com/diario/2007/12/17/catalunya/1197857250_850215.html#:~:text=El%20artista%20australiano%20Stelarc%20lleva,s%C3%B3lo%20reciba%2C%20sino%20tambi%C3%A9n%20transmita.

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