En Argentina la cultura árabe parece estar atravesada o por los medios masivos de comunicación o por el exotismo de un imaginario que parece no despegarse de lo que hace siglos nos acercó la novelística europea y, tiempo después, el cine norteamericano. En este artículo, Daniel Ismael Gómez nos acerca la literatura árabe del siglo XX y nos ofrece un par de razones para pensar que esas distancias imaginarias entre occidente y oriente se han borrado con el pasar del los años.
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La geografía de la novela nos dice que nuestra humanidad
no vive en la helada abstracción de lo separado,
sino en el pulso cálido de una variedad infernal
que nos dice: no somos aún. Estamos siendo. (…)
El novelista ha extendido los límites de lo real,
creando más realidad con la imaginación,
dándonos a entender que no habrá más realidad
humana si no la crea, también, la imaginación humana.
Nunca ha sido más cierto lo que digo.
Si no queremos sucumbir ante un solo modelo tiránico
de existencia, deberemos incrementar la realidad
ofreciendo modelos alternativos.
Geografía de la novela, Carlos Fuentes
Si bien justificados, muchos comienzos son arbitrarios, puntos iniciales de una constelación donde prima la negociación: “elegí este punto, lector, y procederé a explicar mi elección”. ¿Hay otras formas de comenzar? Por supuesto, es algo que consume las energías de todo arabista que quiere escribir sobre la literatura árabe en general, sea en España con la obra de Juan Vernet, La literatura árabe, Italia con la canónica Literatura árabe de Francesco Gabrieli o el mismo Egipto, donde se publicaron los 6 volúmenes de The Arabic Novel de Hamdi Sakutt.
El inicio propuesto aquí es el siguiente: un instante que revela un amor ilícito entre dos hombres. El lugar: un país árabe ficticio aplastado por una dictadura, imaginado por Saleem Haddad. El protagonista de la novela, Rasa, se encuentra en su cuarto con su amante, Taymour. Por un descuido, la abuela de Rasa los descubre en pleno acto, estallido mínimo y privado que repercutirá a través de la novela Guapa: a lo largo de veinticuatro horas, seguiremos a Rasa desenmascarado, expuesto como homosexual en una ciudad asediada y en plena guerra civil. Tópicos que un lector por fuera de Medio Oriente conoce desfilan por las páginas: la manipulación de la palabra democracia, las tensiones alrededor de los derechos humanos[1], la identidad como proceso subjetivo y no como algo fijado en mayor o menor medida (¿qué es ser árabe? ¿un hombre? ¿un ciudadano? ¿estoy politizado o soy apolítico?), los éxitos y los fracasos de discursos feministas y las tentativas de empoderamiento, la militancia religiosa con sus matices hacia el extremismo como movimiento contrahegemónico capaz de desplazar el peso del sistema capitalista; en suma, las tensiones entre estado, sociedad y sujeto vividas en los últimos dos siglos.
Algunos puntos nos son especialmente próximos: las dictaduras, las representaciones del aparato policial y el combate que lleva a cabo la militancia feminista. Precisamente en esto descansa el objetivo primordial de este artículo: la literatura árabe presenta un entramado de voces que nos interpela de una manera bastante cercana. Es una alteridad que, pese a las diferencias que contiene, solo en apariencias es distante.
Los abordajes sobre Medio Oriente que predominan en relación con Argentina suelen estar relacionados con nuestra lengua, la arquitectura y distintas partes de lo cotidiano (un ejemplo clásico: se nos cuenta que pasan desapercibidas las inscripciones árabes que hay en la estación Independencia de la Línea C, al igual que muchas palabras y expresiones que utilizamos en el español); de igual manera, se estudia el pasado de Al-Andalus y el importante legado árabe medieval (desde las áreas de la filosofía, poesía matemáticas y filología). Sin embargo, la actualidad literaria de los países árabes (salvo algunas excepciones atadas a las tensiones geopolíticas, como el caso de Mahmud Darwish, Kanafani o Hassan Blasim), desde aquellos del maghreb hasta los de la península arábiga, está descuidada, a pesar de lo que nos pueda hablar y los puntos en común que tengamos con ellos. No sabemos muy bien qué se escribe, aunque abundan crónicas, análisis históricos y políticos sobre los conflictos de la región (en particular auge tras los atentados del 11 de Septiembre). El comediante libanés Karl Sharro bromea con frecuencia al respecto, aludiendo a que gracias a Medio Oriente los medios de comunicación y específicamente los especialistas tienen de qué comer. No se trata de arremeter contra estos tópicos (el conflicto palestino-israelí, el terrorismo, las guerras civiles y las declaraciones de Arabia Saudita, entre otros, son claves); más bien de matizar y evitar que se conviertan en un único producto, el imaginario que Edward Said analizó y criticó en su obra Orientalismo (1978) y que se ha desarrollado hoy como una industria de consumo.
¿Qué nos puede ofrecer la novela Guapa, entonces? En primer lugar, lo que desde el siglo XX la literatura de Medio Oriente ha brindado como denominador común, una crítica social y poscolonial con una certeza: lo personal es político. Para esto, se ha servido de un modo ficcional que predomina en la mayoría de las novelas y cuentos (y que en ocasiones se vuelve en su contra por ser considerada de manera apresurada por muchos como trillada y caduca): el realismo. Pero uno que posee sus propios matices, surgido de países centrales de la región como Egipto, Líbano y Siria[2], que ya coqueteó con los límites entre la ficción y la realidad, con la mezcla de géneros fantásticos, non-fiction y autobiografía, y que también se ocupó de absorber discursos sociales y crear una rica polifonía[3]. Debido a esta polifonía que encierra discursos sociales podemos hablar de política e identidad en el plano de lo ficcional, ya que allí sobresalen preocupaciones por cuestiones identitarias en múltiples registros: individual, nacional, religioso, comunal, como nos indica Siddiq en su Arab culture and the novel: Genre, identity, and agency in Egyptian fiction.
Esto no implica que el valor literario sea secundario ni tampoco que el premio nobel egipcio Mahfuz, por ejemplo, haya sido un militante o un escritor sartreano engagé por sus novelas realistas, sino que es inevitable abordar desde distintas ópticas extra-estéticas y literarias obras que llevan a cabo un importante uso de discursos sociales como principal material. Siddiq, además, sugiere que el interés por cuestiones identitarias lleva a que la ficción opere en otros dominios discursivos, lo que se relaciona particularmente con la idea de desarmar y reconstruir la sociedad, puesto que la novela como género se enraíza en las culturas y se vuelve imprescindible.
Para que las piezas del tablero comiencen a moverse, la primera operación en Guapa es la traducción de experiencias. Rasa estudió en Estados Unidos y regresa a su país armado de diversos marcos teóricos. Pero leemos acto seguido que
“Cuando regresé de América, estaba impaciente por aprender acerca de las dificultades cotidianas de todo hombre. Me senté en taxis y escuché a los choferes quejarse acerca de los costos de vida, las fallas del gobierno, la corrupción y la pobreza. Mi educación americana me proporcionó herramientas para analizar a mi gente. Sentí que me estaba mezclando con la gente llana, la voz árabe auténtica. Pero como un viejo amante, a medida que los años pasaron y las quejas siguieron siendo las mismas, mi visión cambió. Los problemas de los que se quejan son ahora mis propios problemas, y estos son menos glamorosos cuando son tuyos. Hoy estoy cansado y no tengo la energía para empatizar.” (Haddad, 2016: 18).
No se arremete contra la idea de la teoría, sino que poco a poco repta una cuestión específica: sin empatía y un esfuerzo de traducción, el acercamiento –más allá de la profundidad del marco teórico- es estéril. El reconocimiento del sufrimiento, la traducción cercana y la militancia son los motores que dan esperanza a que surja un cambio. Y es así cómo se exploran diversos reductos: el bar guapa, que da nombre a la novela, donde se refugian homosexuales y se celebran fiestas debajo de una dictadura opresora; los distintos departamentos desde donde ciudadanos, en su mayoría jóvenes, planean cómo participar en demostraciones en contra del gobierno; espacios de operación donde las mujeres negocian mayores libertades para ejercer derechos como los de tener autonomía para trabajar, manejar sus relaciones e identidades sexuales y conducir automóviles sin ser censuradas. En el acercamiento de una experiencia que no se puede comprender sin ser vivida, pero sí traducida parcialmente desde otra voz, Haddad, al igual que otros novelistas dentro de la literatura árabe a través de sus distintas regiones (la lista sería enorme, desde el cuentista sirio Zakaria Tamer hasta el polémico egipcio Alaa Al Aswany), plantea una postura decolonial que resuena también en Occidente, puesto que las presiones neoliberales, las tensiones heteronormativas y las figuras de poder que se esconden detrás de una democracia mal camufladas son puntos comunes.
Se trata, entonces, de la difícil tarea de dar voz y ser escuchado:
“El proyecto Sufyan fue una gran distracción de las declaraciones de guerra que envenenaron el aire de América. El régimen americano alegremente bombardeó países muy similares al mío, países que compartían una misma religión y lengua. Uno por uno cayeron y dejaron de ser países. Descubrí que cuando América decide ir a la guerra, el país invadido se transforma en una situación. La historia, su gente, sus canciones y su arte son barridos, y el país se transforma en un evento político que posee nuevas dimensiones que alteran el relato. Un relato americano.” (Haddad, op. cit.: 209).
A la vez, esta voz particular que intenta traducir sus experiencias sin ningún intermediario, se enmarca en uno que es solidario con otras voces transhistóricas y culturales, más allá del matiz pesimista: “¿Qué es esta revolución que estoy buscando? Solo existe en mi mente. Cadáveres desfigurados de muchas causas hermosas están esparcidas a través de la historia, asediadas por guerras y traiciones, sus espíritus llenos de esperanza oscurecidos y agriados. ¿Por qué esta causa debería ser diferente? Por un instante, parecíamos invencibles. Y ahora hemos olvidado que compartimos cigarrillos mientras marchamos, ya no confiamos en que cada uno tirará Pepsi a los ojos del otro para reducir el dolor del gas lacrimógeno” (Haddad, op. cit.: 332).
Experiencias disímiles contra el poder que buscan no solo contar, sino movilizar. Ahí está puesto el acento del movimiento contemporáneo árabe en torno a la literatura. Porque los círculos del infierno son distintos pero forman parte de un mismo lugar. ¿Vale la pena conocerlos? Quizá sea la forma de adquirir mayor consciencia, solidaridad y subvertir así algún orden, como primer paso al menos, desde el plano imaginario.
Material sugerido para continuar con la lectura. En el caso de novelas y cuentos, todos poseen algunos de los ejes de modernidad y tradición, estado y sociedad, género e identidad:
- Introducciones
Gabrieli, Francesco, La literatura árabe.
Vernet, Juan, Literatura árabe.
Como complemento de ambas, un estudio anterior a la literatura moderna, Sobh, Mahmud, Historia de la literatura árabe clásica.
- Literatura y sociedad
Saleh, Waleed, Librepensamiento e Islam.
MacFarquhar, Neil, Hezbolá le desea feliz cumpleaños.
Hourani, Albert, La historia de los árabes.
- Cuentos
Idris, Yusuf, Una cuestión de honor.
————— La casa de carne.
Kanafani, Ghassa, Hombres al sol y otros cuentos.
Blasim, Hassan, El loco de la plaza libertad.
Mahfuz, Naguib, Historias de nuestro barrio.
Tekerli, Fuad. La cara oculta y cinco relatos.
Tamer, Zakaria, The Hedgehog and other stories.
Al-Nasiri, Buthaina, Final night.
Hakki, Yahya, The lamp of Umm Hashim.
- Novelas
Mahfuz, Naguib, La trilogía del Cairo (Entre dos Palacios, Palacio del deseo y La Azucarera)
Chukri, Mohammed, El pan desnudo.
————————– Tiempo de errores.
Sonallah, Ibrahim, El comité.
Awwad, Tawfiq Yusuf, Los molinos de Beirut.
Al Quaid, Youssef, El hombre del Delta.
Saadawi, Nawal, La caída del Imán.
Al Aswany, Alaa, El edificio Yacobián.
——————— Chicago.
Munif, Abderrahmán, Ciudades de sal.
Naji, Ahmed, Using life (obra experimental, etiquetada como posmoderna y por la que el autor fue condenado a prisión).
Achari, Mohamed, The Arch and the Butterfly.
Haddad, Saleem, Guapa.
Daif, Rashid, Estimado señor Kawabata.
Alaidy, Ahmed, Being Abbas El Abd.
Antoon, Sinan, The Baghdad Eucharist.
Khalifa, Khaled, No Knives in the Kitchens of this City.
Nasrallah, Ibrahim, Gaza Weddings.
Rabie, Mohammad, Otared.
Tawfiq, Al-Hakim, Diario de un fiscal rural.
Khadra, Yasmina, Trilogía de Argel.
[1] Incluso la memoria y los cuerpos desaparecidos, eje central de la novela del régimen de Gaddafi, Solo en el mundo, de Hisham Matar.
[2] Por su rol desde el renacimiento árabe conocido como nahda, seguimos a Siddiq y sostenemos que la novela egipcia ha funcionado como matriz de la novelística árabe más allá de que otras regiones toman luego un impulso autónomo.
[3] Un caso ejemplar es la novela Taxi, de Khaled Alkhamissi, que recoge las conversaciones del autor con taxistas del Cairo y donde se percibe un límite difuso entre la ficción y la realidad.