«Millennials» es el concepto alrededor de cual parece discutirse actualmente al hablar de la crisis del antiguo modelo de producción y aprendizaje, y la inadaptabilidad de un grupo social que no termina de encontrar su lugar. Lo «millennial» también funciona como un síntoma de los efectos del cambio de milenio en la subjetividad de determinados individuos. En esta oportunidad Mariana Ladrón de Guevara Zuzunaga nos presenta un nuevo artículo sobre esta enigmática categoría y la forma en la que los sujetos que engloba se relacionan con el ámbito del estudio y el trabajo.
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“Eres millennial, sólo sabes quejarte, adáptate”. Cuántas veces hemos escuchado comentarios despectivos respecto a lo millennial. Probablemente seamos los más criticados, los más juzgados, pero la razón es clara. Somos el futuro. Seremos nosotros quienes nos quedaremos con las grandes empresas, con los avances tecnológicos, con las responsabilidades sociales y ambientales. Quieren que lo hagamos bien, que no “destrocemos” el mundo como las generaciones anteriores. Para esto necesitamos una formación y estamos a medio camino: empezando la universidad, terminándola o postulando a másters y doctorados; pero no todos viven esas experiencias de la misma manera.
Hablamos de los millennials como una generación contradictoria por sus actitudes y valiosa por sus habilidades, aunque este término resulta limitante. Ponernos fechas y auto calificarnos como millennials, como únicos y especiales, ya no parece una opción en un mundo globalizado, donde el conjunto de características que nos unen son el resultado de una era tecnológica y competitiva. Mejor llamémosle era millennial, que no es más que una experiencia histórica que, así como puede caracterizar a una generación en su totalidad, también puede caracterizar a una sociedad. La tecnología nos envuelve a todos en una red gigante, no nos define pero nos permite ser. Que algo sea perfecto no significa realmente, como dice la RAE, “cualidad de lo que es perfecto” porque parece redundante, sino entendámosla como algo más objetivo de acuerdo al sistema económico-social bajo el que nos encontramos: el capitalismo contará la perfección como tasa de éxito, donde influirá nuestra formación académica, rapidez, capacidad para trabajar bajo presión y productividad. La educación y la tecnología no han logrado hasta ahora tener una relación completamente eficaz; siempre estará Google o alguna red social con toda la información que necesitemos al instante. Entendemos y debemos reconocer que la evolución tecnológica de los últimos quince años ha hecho que nuestro cerebro procese información de distinta forma, no obstante, también es necesario analizar dicha información. Si tomamos la perfección como un síntoma en los alumnos de hoy en día, encontraremos dos extremos: la competitividad curricular extrema y el abandono de los estudios, pero, ¿qué relación tienen estos extremos dada la convivencia educativa en la era millennial? Aclaro que estoy tomando dos extremos de una campana de Gauss, lo que significa que entre los alumnos extremadamente competitivos y aquellos que abandonan los estudios hay muchos alumnos de los cuales no hablaremos ahora pues lograron adaptarse al sistema educativo en balance con la tecnología sin ningún problema.
Paulo Freire, pedagogo brasileño, caracterizó a la posmodernidad como “aquella realidad social contra la que no podemos hacer nada”. Eso incluye a los alumnos, a los que se les educa para que se adapten a esa realidad que no puede ser alterada, donde no se tiene voz ni voto, en donde debemos ser innovadores pero dentro de las reglas del sistema. Es una educación para su supervivencia. Nosotros, en esta era, debemos tener ciertas características que nos sitúen en sociedad como seres “valiosos” y “exitosos”. Son tiempos de innovación tecnológica que exigen a las grandes universidades o empresas buscar personas emprendedoras que resuelvan problemas sociales o ambientales. La revista MIT Technology Review se dedica desde 2005 a identificar la innovación y publicar artículos sobre tecnologías emergentes. Efectivamente, es un reconocimiento de mucho valor pero que al mismo tiempo no nos deja ver el “detrás de cámaras” de la selección cuidadosa que hacen para ello.
Vivimos en una época en la que estamos bajo presión todo el tiempo. Podemos irnos de vacaciones y llevar la oficina puesta porque está en nuestro teléfono, la opción del home office no nos deja ni un espacio libre en casa. Vivir bajo presión no significa que alguien, jefe o padre, está detrás diciendo lo que debes o no hacer. Es más complejo, pues lo que debemos o no hacer y a dónde queremos o no llegar académicamente está incrustado en nuestras mentes. Sabemos que no hay planes a largo plazo: uno como individuo debe adquirir nuevas habilidades en su deambular de puesto en puesto, de empresa en empresa; y además nos sabemos vigilados y calificados constantemente. Así como en el colegio, universidad y algunas empresas, las personas tienen “acceso” a conversar, ir al baño o comer en ciertos horarios y sabemos que si rompemos las reglas los demás lo sabrán. Evidentemente, esa sensación de miradas panópticas la tenemos instaurada en el inconsciente. Lo que resulta contradictorio es que precisamente se aprende y se trabaja comunicándose, ya que debe existir un flujo informativo permanente para analizar y resolver situaciones en grupo, dos cabezas piensan mejor que una.
Ser innovador y poder trabajar bajo presión tienen en común el desear ser eficiente. Uno debe obtener los mejores resultados, con el mínimo esfuerzo, recursos y tiempo. Suena una locura, pero es una realidad. Si bien siendo eficientes podríamos asegurar el éxito, esto no es siempre así. Hay cosas que demandan tiempo y arduo trabajo, pero sucede que con esa idea de satisfacción inmediata somos propensos a frustrarnos mucho más rápido, a rendirnos a mitad de camino por no lograr “nada ahora mismo”. La impaciencia que nos produce la tecnología es comprensible si nos damos cuenta de que lo importante para nosotros es la reducción del tiempo de espera en cualquier cosa que hagamos. Queremos medirlo todo, incluso las cosas intangibles como el éxito. Ya no tenemos que esperar a nada: si queremos escuchar música tenemos a Spotify, si queremos ver una película a Netflix, si queremos comprar algo a Amazon. Esta inmediatez es hoy en día parte integral de la educación donde la competencia exhaustiva define nuestro triunfo total o el fracaso absoluto.
Generation What? es un proyecto francés dirigido a la recolección de datos a través de encuestas a jóvenes para indagar en sus esperanzas, miedos y ambiciones. Preguntaron si nuestra sociedad les daba la oportunidad de demostrar aquello de lo que realmente eran capaces. De un total de 12 637 participantes de todas partes del mundo, el 74% dijo que no, mientras el 26% contestó afirmativamente. ¿Por qué más de dos tercios de los jóvenes sienten que no pueden mostrar sus habilidades y capacidades? La falta de oportunidades laborales de empleo junto a la presión económica/exitosa hace que la opción de estudiar sea la más segura, pero eso no significa que tengamos la oportunidad de demostrar nuestras habilidades al mundo. Tenemos un sistema educativo que agobia a los estudiantes con deudas y en simultáneo lo encierra, generando así dos situaciones extremas.
Fuente: Generation What?
De los diversos grupos de estudiantes que se pueden encontrar, llamaremos a los estudiantes extremadamente competitivos los alumnos “B” y a los que se sienten frustrados e inútiles dentro del sistema, los alumnos “C”. Lo que veremos adelante, es que C no es más que un resultado de B. C y B conviven en una misma aula todos los días, tienen los mismos profesores, las mismas asignaturas y mismas horas libres. Además, buscan un feedback constante que los haga precisamente ser aceptados por el sistema, corroborar que lo que hacen está bien, pero C y B viven situaciones distintas dentro de las cuatro paredes de la clase. Los alumnos B tienen como prioridad destacar a toda costa, lo que implica que tengan una mayor productividad en menos tiempo, las mejores notas, dedicación absoluta al estudio y cero vida social. En la menor cantidad de los casos, los alumnos B logran el triunfo absoluto y llegan a tener el reconocimiento de ser “los mejores”, lo cual les da un sentido, un valor, pero, ¿qué puede haber detrás de esto?
En los últimos quince años se han incrementado los casos de Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en niños y jóvenes. Según un estudio hecho por la Universidad de Chile1, incluso se medican a niños que no tienen un diagnóstico real sólo para que sus notas sean altas y tengan un máximo de concentración, teniendo en cuenta que una de las principales características del TDAH es la falta de concentración, así como la hiperactividad e impulsivilidad. Las medicinas recetadas como Ritalín, Adderall, Concerta tienen en común el compuesto de la Metanfetamina, que además de hacerles un daño irreparable, hace que estos niños crezcan, vayan a la universidad y no puedan vivir sin las pastillas porque “sacan lo mejor de ellos”. Incluso en Take Your Pills, documental estrenado recientemente en Netflix, entrevistan a jóvenes universitarios o empleados que tomaron Adderall sin tener TADH porque “optimizaba su rendimiento”. Uno de ellos comentó: “viviendo en esta era millennial es imposible evitar los estimulantes”. Aterrador.
Ahora bien, entre un alumno B y C hay una línea divisoria muy tenue. Los desórdenes mentales como el TDAH tienen usualmente como punto de partida la depresión. Ésta puede ser causada por ansiedad y estrés, éstos a su vez, por frustración. Para los maestros es cada vez más común tener en clase a alumnos con problemas de salud mental o de aprendizaje. La depresión se ha vuelto endémica así como los índices de dislexia han incrementado en los últimos años. Uno de cada diez alumnos tiene dislexia, según un estudio de Universia México2 . Los alumnos C normalmente se quejan en clases porque todo les parece “aburrido”. Mark Fisher, escritor y crítico inglés, en su libro “Realismo Capitalista” define lo aburrido para un joven como “la carencia de la gratificación azucarada a pedido […] porque desde que nacieron el tiempo les vino cortado en microrrodajas digitales predigeridas”. El hecho de vivir en esta cultura tecnológica hace que el lenguaje que se utiliza sea electrónico y este nos evita la necesidad de leer: slogans, imágenes, videos. El autor resalta que los adolescentes tienen la capacidad de “procesar datos iletrados” y por eso es que se sienten frustrados dentro de un sistema educativo que les exige largas horas de comprensión de textos. Sin embargo un chico con dislexia cuando juega videojuegos o usa redes sociales no aparenta ser necesariamente disléxico, sino que la información pareciera entrar en su cerebro de distinta manera. El sistema nos hace creer que la noción de la enfermedad mental está en nuestra química cerebral, en nuestros genes, pero viéndolo de cerca, las enfermedades mentales en los jóvenes son, en gran medida, resultado de la gran presión por el éxito bajo la que vivimos.
¿Cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente joven esté enferma? Una de las cosas que está instaurada en el imaginario colectivo es que la riqueza material es la clave de la autorrealización, que los millonarios son los ganadores, que si no triunfamos sólo hay alguien a quien podemos culpar. Actuamos como si el dinero tuviera un valor sagrado, pero en el fondo creemos que no es más que un signo sin sentido ni valor intrínseco. Es así como para los alumnos B no interesa cómo se logre el éxito: lo importante es tenerlo, incluso tomando pastillas o perdiendo contacto con el mundo exterior.
Si el objetivo de la educación es retener a sus alumnos, ¿por qué no cambiar el método de enseñanza para evitar que alumnos C no puedan desarrollarse dentro? No perdamos tanto la esperanza. Existen casos como el de Sean Hardcastle (20), quien diseñó una red social llamada Gamify después de abandonar una carrera de ingeniería de software porque se “aburría” en clases. Es claro que en este caso el abandono de los estudios le fue beneficioso, porque puso en marcha sus sueños y tuvo éxito aunque no siguió la línea “deseada”, pero todo pudo haber sido de otra manera también. Mi papá enseñó en la universidad muchos años y basaba su clase de Derecho Penal en un video que usaba de disparador al iniciarla. A partir de éste empezaba la discusión que llevaba, finalmente, a entender el Código Penal. Él sabía que si lo hacía al revés y primero veía la teoría, nadie iba a interesarse por el curso. Es claro que innovar en clases es posible si se tiene en cuenta el público que te escucha.
Hemos sido criados con la idea de que somos los mejores, nuestros padres se encargaron de hacernos sentir especiales siempre. Esta era millennial también nos miente, alegando que todos tenemos las mismas oportunidades, que todos podemos ser ricos y exitosos. Resulta que así no funciona el mundo real, pues el sistema necesita gente que ocupe diferentes puestos, al fin y al cabo somos más que simple capital humano. Entonces, ¿cuánto valemos realmente? Hace unas semanas conversaba con un amigo que acababa de tener una entrevista de trabajo. Me contó que le preguntaron qué más hacía con su vida además de trabajar, qué hobbies tenía, y que él no esperaba esa pregunta. Me dio la impresión en ese momento que la situación podría estar cambiando un poco. Las empresas se están interesando por algo más que el currículum y los títulos: para qué más somos buenos. ¿Aspiramos a un futuro de workaholics y tecnológico- compulsivos? Si todos los alumnos C encontraran un sistema que comprende nuevos estilos de aprendizaje, de metodologías de estudio y que considera los intereses extra curriculares entonces se sentirán más identificados. De la misma manera, los alumnos B podrían desarrollar al máximo sus habilidades sin necesidad de tomar pastillas que optimicen su rendimiento. De nada sirve un discurso competente si la acción pedagógica es impermeable al cambio. En ese sentido, formar a un ser humano es mucho más complejo que simplemente adiestrarlo en el desempeño de destrezas.
No es sorpresa que los extremos en la competencia por el éxito señalados anteriormente sean un resultado mas no un defecto del sistema educativo actual, si tenemos en cuenta la antigüedad del mismo. La transmisión y producción de conocimiento de esta era ya no encaja en un formato académico que se ha mantenido intacto por siglos, sobretodo porque la influencia tecnológica ha transformado la forma en la que vemos el mundo. Los alumnos prosperaremos en un ambiente académico y laboral donde nos den una voz y podamos perseguir nuestras metas a corto plazo y demandamos ser tratados como individuos con capacidades distintas, no como uno más de la manada. Priorizamos la oportunidad de crecimiento y el tiempo libre que podamos tener para desarrollar otros ámbitos de nuestra vida, y todos estos factores son relevantes para nosotros al elegir una carrera de grado y al postular a un trabajo.
La agencia de personal americana ManPowerGroup definió también este nuevo tiempo histórico como Human Age, definida como la era donde las personas y el talento son el motor del éxito de las organizaciones. Suena maravilloso pero es un verdadero reto, así como una valiosa oportunidad de cambiar el sistema que dibuja el camino de nuestro futuro. Marc Augé, etnólogo y antropólogo francés, señala que “debemos recordar que el progreso científico depende en gran medida de la revolución social de la enseñanza”, pero precisamente por eso hace falta mucho compromiso, ya que en general estamos demasiado “conectados” para conectarnos a este cambio. Entendemos, entonces, que la educación es el combustible de la reproducción de la realidad social en la que estamos inmersos y que no somos sólo seres en el mundo, somos una presencia que piensa, razona, analiza, transforma e interviene, pero que también sueña, valora y decide. El ser conscientes de esto nos permitirá impulsar un cambio concreto y real en la educación, con el objetivo de formar personas con espíritu crítico, capaces de valorar la felicidad más que los ingresos económicos personales: esos que no le dicen que no a los retos.
1 http://radio.uchile.cl/2014/10/11/medicacion-infantil-nueva-arma-de-control-de-conducta-en-los-colegios/
2 http://noticias.universia.net.mx/en-portada/noticia/2014/11/18/1115217/dislexia-trastorno-padecen-10-ninos-mundo.html
Bibliografía
Augé, M. (2015), ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? Buenos Aires, Siglo XXI Editores.
Benavides Ganoza, A. (2015), La ruta natural (Artículos y conferencias), Lima, Biblioteca Abraham Valdelomar.
Fisher, M. (2016), Realismo capitalista, Buenos Aires, Editorial Caja Negra. Freire, P. (2015), Pedagogía de la autonomía, Buenos Aires, Siglo XXI Editores.
ManPower Group (2016). Las carreras profesionales de los Millennials: Horizonte 2020. Disponible en http://www.manpowergroup.es/data/files/Estudios/pdf/ Estudio_ManpowerGroup_-_Carreras_profesionales_de_los_Millennials,_Horizonte_2020_635997053700335000.pdf
Organismo Internacional de la Juventud (2016). Millennials, ¿una categoría útil para identificar las juventudes iberoamericanas? Disponible en https://oij.org/wp-content/ uploads/2017/08/Sobre-la-categori%CC%81a-Millennials-Versi%C3%B3n-web.pdf
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (2015). ¿Cómo son los estudiantes del siglo XXI? Disponible en http://vra.ucv.cl/ddcyf/wp-content/uploads/2016/09/estudiantes.pdf
Proyecto “Generation What?”. Disponible en: http://generation-what.rtve.es/europe/map/ economic-crisis
Twenge, J. (1971), Generation Me, New York, Free Press.