Después del escándalo internacional de Cambridge Analytica cabe preguntarse ¿Cómo funciona la política en los tiempos de la Big data? ¿Acaso somos tan manipulables y permeables como para que un cúmulo de datos y algoritmos puedan modificar el resultado de una elección? En esta oportunidad, Eitan Salischiker nos presenta un análisis del panorama actual de la estrecha relación entre nuestra actividad en las redes sociales y las nuevas estrategias de control de la política en el nuestro siglo.

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Me gusta. Compartir. Buscar. Tres acciones de las que no podríamos prescindir fácilmente. Tres acciones que realizamos a diario, a veces más de las que pensamos. A lo ancho y a lo largo del mundo, de mañana o de noche; trabajando, estudiando o bien, para desconectarse de ambos. Tres acciones que hacemos todo el tiempo.

Me gusta. Compartir. Buscar. Tres acciones que hablan más de nosotros que nosotros mismos. Tres acciones que parecen inofensivas y amables, agradables y hasta placenteras. Tres acciones que queremos ejecutar, que buscamos ejecutar. Tres acciones que se rebelan contra nuestras intenciones y también revelan la propia identidad de cada uno.

Me gusta. Compartir. Buscar. Tres acciones que quedan registradas y observadas por completo. Ningún paso que tomamos en la red pasa desapercibido, nada se escapa de los servidores. Ningún click, ningún comentario, ninguna palabra introducida en el buscador (por más inocente que aparente) será olvidada para siempre. Todo se puede rastrear. Todo se puede encontrar. Todo se puede utilizar y manipular.

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Vivimos en una época de constante cambio y evolución tecnológica. Desde la invención de Internet y de la web, somos testigos en primera persona de la revolución informática más grande e influyente de la historia. Con tan sólo un click, millones de personas de las más diversas culturas, clases sociales y edades pueden acceder a una infinita cantidad y variedad de datos y contenidos en el momento y de la forma que deseen. Los niveles de democratización, libertad y facilidad de acceso a la información son fascinantes y los damos siempre por sentados.

Sin embargo, en los últimos días, una investigación del New York Times y The Observer de Londres evidenció una situación que causó un fuerte revuelo en la agenda internacional: Cambridge Analytica utilizó datos de 50 millones de perfiles de Facebook para mostrar determinada propaganda y así influir la decisión en las elecciones donde triunfó Donald Trump. La firma utilizó información privada de gran parte del electorado estadounidense sin su consentimiento siendo así la mayor filtración de datos en la historia de las redes sociales. Ante este acceso se buscó identificar las distintas personalidades y construir un perfil de los votantes para poder mediar en el contenido que el usuario recibe constantemente, definiendo la campaña del actual presidente.

La noticia generó un inesperado torbellino en la opinión pública y disparó varios interrogantes desafiando al sentido común: ¿Qué sucedió con el libre flujo de opiniones e ideas que se adquirió con la democratización de las últimas décadas? ¿Qué pensar cuando la esperanza de lograr una plataforma horizontal y democrática de información se descoloca y se logra visibilizar sus grietas y lados más oscuros? ¿Cómo lograr que este discurso de libertad sea una realidad efectiva?

A partir del desarrollo del periódico moderno, distintos medios masivos de comunicación fueron estableciéndose como facilitadores para comprender la coyuntura local e internacional. Ya sea con el diario, la radio o la televisión siempre hubo cierta mirada escéptica sobre su carga ideológica y su visión sesgada sobre la realidad, siendo casi un requisito tener una actitud crítica a la hora de informarnos. No obstante, seguimos utilizándolos constantemente y aceptándolos como fuentes confiables y seguras. Algo similar sucede con la navegación en Internet y las redes sociales: no sabemos exactamente cómo funciona, a dónde van a parar nuestros datos, ni cómo buscar correctamente para encontrar lo que en verdad deseamos, pero continuamos a bordo, no queremos (¿ni podemos?) bajarnos del barco.

Seguramente, hoy por hoy y gracias a la diversidad de fuentes y puntos de vista que uno tiene a su alcance, el instrumento predilecto y fundamental para ser ciudadanos informados y críticos con la realidad del día a día sea Internet. Sabiendo encontrar portales seguros y aparentemente transparentes, contando con herramientas confiables (como Google Scholar y similares), los medios digitales comienzan de a poco a desplazar a los tradicionales y hegemónicos. Por esto es que cada vez toma más fuerza la promesa de que su acceso permite a toda persona ejercer y disfrutar de sus derechos a la libertad de expresión, de opinión y otros derechos humanos fundamentales que conforman la democracia. Es responsabilidad de los Estados y organismos internacionales garantizarlo y que sea ampliamente disponible en todas las regiones del planeta sin importar culturas, ideologías o fronteras. Una privación de esta condición es, actualmente, un serio atentado contra la participación democrática, por lo que el cyber surfing casi que es una necesidad más en este siglo 21.

Sin embargo, es preocupante que éste sea concebido como un espacio de infinitas posibilidades e ilimitado alcance donde uno pueda ejercer el pleno ejercicio de su libertad e independencia. Es alarmante que, a pesar de su utópica apariencia y presentación, esta vida digital no nos permita desempeñarnos íntegramente según nuestros propios deseos, anhelos y necesidades, impidiéndonos actuar según una verdadera identidad sin ningún tipo de condicionamiento. Es por esto que, según Byung-Chul Han, “cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa” (Han:2014).

El filósofo surcoreano, destacado crítico de la sociedad del hiperconsumismo y cómo impactan en ella las nuevas tecnologías, desarrolla el concepto del poder inteligente para explicar el mundo contemporáneo. A diferencia del disciplinamiento del capitalismo del siglo XIX regido por la coacción y la prohibición del panóptico, el nuevo poder se distingue por su apariencia libre y amable que escapa de toda visibilidad. De esta manera, el sometimiento y la dominación se realiza a voluntad de los propios sujetos mediante el consumo y la comunicación sin ningún tipo de violencia en juego. Sugiere que la nueva técnica del poder neoliberal es tan permisiva que nadie se siente vigilado o amenazado. Al contrario, la maximización de consumo, la abundancia de información y la estimulación constante de necesidades genera una libertad sentida en el individuo. Esta condición es la que permite que, a pesar de la desconfianza y el desconocimiento del paradero de toda la información que compartimos en las redes sociales y en los buscadores de nuestros navegadores, sigamos aceptando ciegamente todos los términos y condiciones. La sospecha que causa este sistema que no terminamos de comprender por completo no nos impide terminar con la sobreexposición de nuestra vida personal en las redes, sino que, por el contrario, continuamos aceptando las reglas del juego casi sin ningún cuestionamiento.

Justamente, el Pew Research Center, prestigioso think tank norteamericano sobre opinión pública, afirma que el 73% de los estadounidenses cree que los resultados de las búsquedas en línea son precisos y confiables y el 66% que éstas son fuentes justas e imparciales de información. La mayoría de los usuarios se entrega fielmente al contenido que consume y, en efecto, se olvida de los distintos intereses que confluyen y determinan la capacidad de navegar por la web.

Al igual que con Facebook y Cambridge Analytica, los datos que flotan en la red son todo el tiempo recolectados y analizados para luego ser capitalizados y comercializados a espaldas del usuario. Como bien interpreta Han, el psicopoder vigila su comportamiento con una vigilancia aperspectiva, logrando eludir cualquier ángulo muerto y así proporcionar un registro total de la vida:

“Hoy se registra cada clic que hacemos, cada palabra que introducimos en el buscador. Todo paso por la red es observado y registrado. Nuestra vida se reproduce totalmente en la red digital. Nuestro hábito digital proporciona una representación muy exacta de nuestra persona” (Han:2014)

Cada vez son más las plataformas que mediante el data mining (minería de datos) intentan descubrir patrones de comportamiento en grandes volúmenes de conjuntos de datos. Los algoritmos en los motores de búsqueda son moneda corriente al recopilar información y pronosticar futuras demandas de los individuos. El microtargeting es una técnica habitual en la mercadotecnia digital para influir en las decisiones del público en general. Todos métodos de marketing dirigido destinados a construir perfiles según presuntas inclinaciones, intereses, preocupaciones, situación socio económica, nivel educacional y franja etaria para optimizar la alocución por las grandes empresas. Porque es más, son siempre las mismas grandes compañías que se concentran en menos manos y utilizan el análisis del Big Data para maximizar sus ganancias y manipular lo que uno ve en su pantalla (ya sea por resultados de los algoritmos, por dominar casi por absoluto el mercado por su hegemónica oferta o porque incluso son también productoras de contenido). Por esto, no resulta casual que nos sofoquen con ofertas de vuelos y paquetes turísticos luego de googlear alguna ciudad, que aparezcan en los primeros resultados los mismos medios dominantes o que recibamos propaganda política del candidato que “más se adecúe” con nuestro perfil.

En conclusión, ya no existe un timeline estándar de Facebook o resultados estándar de Google. Si dos personas realizan exactamente la misma búsqueda, obtendrán frutos distintos debido a la mediación de los algoritmos de las páginas web que determinan lo que a uno le gustaría ver según predicciones previas (localización, historial de búsquedas y links que les dieron click) y no lo que en verdad queremos y necesitamos ver. Como dice el ciberactivista Eli Pariser, nuestro paso por la web está condicionado por una burbuja de filtros que nos aleja de la información que no coincide con nuestros supuestos puntos de vista, aislándonos los unos a los otros en burbujas ideológicas y culturales propias de cada uno.

Para concluir, el objetivo no es causar una situación de desconfianza ni de parálisis generalizada, sino visibilizar las nuevas reglas del juego para ser conscientes de ellas y tomar las riendas del asunto. Es necesaria una actitud responsable y prudente para poder aprovechar las inigualables herramientas que promete idealmente Internet y reclamar las mismas condiciones para los Estados que velan por nuestra seguridad y libertad. Necesitamos que nos presente nuevas ideas, nuevas personas y nuevas perspectivas, porque no se puede tener una buena democracia si no hay un buen y pleno flujo de información.

 

 

 

Referencias bibliográficas

-Han, Byung-Chul, Psicopolítica (2014). Barcelona:Herder

-Pew Research Center, Search Engine Use (2012).

http://www.pewinternet.org/2012/03/09/search-engine-use-2012/

-Pariser, E., Cuidado con la «burbuja de filtros» en la red (2011).

Longbeach, California:TedTalks.
https://www.ted.com/talks/eli_pariser_beware_online_filter_bubbles?language=es

-Matthew Rosenberg, Nicholas Confessore, Carole Cadwalladr,  How Trump Consultants Exploited the Facebook Data of Millions (2018). New York Time.

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