Eslovenia es, si lo pensamos de la manera más superficial, un país joven, ya que su aparición como país independiente data de 1991, luego de la división de la ex-Yugoslavia. Sin embargo, a lo largo de la historia europea, el territorio ha estado bajo el dominio de distintos poderes, sin que esto haya influido de manera negativa sobre su identidad, tradición cultural y poética. Ahora ¿Cuantos podrían decir algo de su capital, pegada a Italia, a pocos kilómetros de Trieste? Esta es la primera de una serie de tres crónicas que pretenden realizar un panorama de Ljubljana la capital de Eslovenia, mostrando las particularidades y la vida cultural de una ciudad que aún parece escapar al grand tour de los jóvenes que recorre el viejo continente. Sin muchas pretensiones, este primer texto es, más que una crónica sobre algún suceso, la narración de una experiencia estética en una ciudad que aún no ha sido invadida por turistas ni mediada por las fotos publicitarias de las agencias de turismo.
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Cuando decidimos planear el viaje a Europa con mi novia, tomamos una decisión que en un principio parecería atípica dentro de lo que es el clásico recorrido de ciudades: visitar Ljubljana, la capital de Eslovenia. De la ciudad y la cultura eslovena no conocíamos mucho más que lo que Pablo, un amigo de la facultad, nos había contado. Él es un centroeuropeo de alma, estudia la lengua y la cultura eslovena, serbia, croata, todo lo que alguna vez fue Yugoslavia. Así su interés movió nuestra curiosidad. ¿Cómo era esa pequeña ciudad, pegada a Italia, con tanta tradición literaria, amor por la poesía y llena de monumentos a poetas? ¿Qué pasaba en ese pacífico país que había conseguido su independencia recién en 1991? Antes de decidir, Belén y yo decidimos buscar fotos de la ciudad. No vimos grandes monumentos arquitectónicos, ni una metrópolis tecnológica. El paisaje estaba compuesto por techos rojos, construcciones bajas con un estilo arquitectónico del siglo XIX, un rio que atravesaba la ciudad y un pequeño y modesto castillo en el centro. Era como si tomáramos alguna capital imperial, pero le quitáramos la soberbia y la ampulosidad. De cierta manera, esa ciudad de imagen humilde transmitía una sensación de aplomo.
Tomada la decisión pasamos a preguntar por algún contacto en la ciudad, para poder conocer más y mejor desde la perspectiva no-turista. ¿Qué implica una perspectiva no turista? Recuerdo una definición bastante acertada que dio alguna vez un profesor de la facultad. El factor que diferencia a un viajero y a un turista es la forma de consumo y de experiencia. Mientras el viajero busca una experiencia autóctona, transformadora, particular, el turista hace de la ciudad entera un objeto de consumo (souvenirs, fotos, recorrido pre-fijado). El primero busca el lugar más apropiado para comer el plato local, posiblemente un bar y una cantina cualquiera oculta en las calles de la ciudad, mientras el segundo busca desesperadamente un plato de milanesa con papafritas (lo más parecido a su experiencia cotidiana) o va a comer a esos lugares multitudinarios cuyo aval parece ser la ola infinita de turistas. Para darnos una mano, Pablo nos puso en contacto con Carlos Pascual. Si, ya me imagino lo que están pensando ¿Carlos Pascual? ¿Acaso eso es un nombre esloveno? Carlos es mexicano y hace alrededor de 10 años que vive en Ljubljana. Escribe y es dueño del único teatro independiente de la ciudad: The Pocket Theater. Como buen latinoamericano con iniciativa, Carlos no esperó nada, construyó. Siguiendo con la tradición latinoamericana de la creación espacios autogestivos, optó por la creación del Pocket. Ahora ¿Qué significa independiente en Ljubljana? Ya llegaremos a eso.
Pese a que faltaban meses para el viaje, decidí agregarlo a Facebook y comentarle de la próxima (o no tanto) visita. Rápidamente, de manera muy atenta, me pasó su celular y me pidió que le avisara cuando estuviéramos por llegar a la ciudad. En el recorrido que teníamos planeado, la capital eslovena era uno de los primeros destinos. Primero Roma y luego sólo una noche en Venecia, para continuar en micro hasta Ljubljana, un viaje de poco más de 240 kilómetros.
Planeamos una estadía de 4 días, considerando que no queríamos estar simplemente de paso, aún considerando el tamaño reducido de la Ciudad. Queríamos aprovechar para ver algo de la movida cultural del lugar.
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Prólogo
Llegamos a Venecia a la tarde. Como viajamos en el invierno europeo, ya era casi de noche. No hubo mucho por hacer más que tomar el tren y hacer un recorrido nocturno por la isla. Frio, humedad y una luna llena enorme sobre el canal principal que se encuentra justo frente a la estación. Avisamos a Carlos que al día siguiente estaríamos en la ciudad poco después del mediodía, y emprendimos el recorrido azaroso por pasillos mínimos y plazas secas en casi absoluta oscuridad. No era difícil imaginarse a los poetas tambaleándose por las calles angostas en plena borrachera y el mundo del hampa oculto en las sombras que lo amparaban a la vuelta de cada esquina. Sin embargo, ahora ya nada de eso existe. Recorrimos las calles de una ciudad museo, en cuyo archipiélago encontramos ropa de las mejores marcas, locales de máscaras de carnaval, bares, farmacias y restaurantes. Cada tanto asomaba entre las construcciones el disco casi dorado de la luna. Sólo nos quedaba imaginar cómo era vivir actualmente en esa ciudad museo, donde los enfermos deben ser buscados en pequeñas lanchas o botes, ya que es imposible la circulación de autos en las islas. Mientras caminamos con Belén recuerdo haber leído recientemente algo sobre “La conquista de la tierra”, es decir el momento en el que Venecia hizo su avance sobre la tierra firme, haciendo uso de los conocimientos marítimos que le permitieron desarrollar una de las mejores flotas marítimas y comerciales de su época.
Luego de una agitada experiencia en Roma durante el periodo de año nuevo, rodeado de contingentes infinitos de turistas fotografiando e invadiendo todo, Venecia fue una preparación para la tranquilidad eslovena. Poca gente, predominio de locales que caminaban paseando a sus mascotas, tomando un café en los bares y discutiendo de algunas noticias internacionales que habían tenido en vilo a Europa durante la última semana (Kim Yong, Isis, quién sabe). La temporada alta hace que cualquier lugar se transforme en Playa Varese, Mar del Plata. Por suerte, el frio parece espantar a gran parte de turistas, salvo a los europeos.
Sin darnos cuento llegamos a Plaza San Marcos. Imponente, más que cualquier otra plaza que haya visto. Nada más imponente que lo absurdo de concebir una plaza de esas dimensiones en un espacio tan limitado. Uno pasa de un pasillo donde con suerte caben dos personas, a una expansión ilógica del espacio geométrico. Las luces tenues se reflejaban levemente en la fina capa de agua que producían en el suelo la humedad y la llovizna intermitente. Un poco de silencio y recogimiento; un giro 360° para una visión panorámica y alguna que otra foto incapaz de captar absolutamente nada en su encuadre. Después de unas vueltas encaramos la busqueda de un lugar para cenar y volver al Hostel antes de las 10 de la noche.
La zona “continental” de Venecia es igual a casi cualquier otra ciudad. Obra de la modernización, es difícil percibir una diferencia esencial en la estructura de todas las ciudades que han realizado una reforma luego del siglo XIX: París, Barcelona, Ciudad de Buenos Aires, Roma. Luego del casco histórico comienzan las grandes avenidas, los edificios altos y el caudal de tráfico se abre recibiendo así al siglo que le sigue.
Volvemos al hostel. Es un bólido de cemento, cuadrado, de varios pisos, al lado de una avenida que parece el ingreso a una autopista y de una obra en construcción. Es de esos hostels que poseen el lema “Everyone can travel” y cuyo funcionamiento es muy similar al de “Arma tu propia hamburguesa”. Nada viene incluido, salvo el colchón. Si necesitás sábanas, se pagan a parte. No nos importó demasiado, lo único que buscábamos era bañarnos y dormir.
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Abandonamos el hostel durante las primeras horas de la mañana y caminamos hasta la estación del micro. Pareciera que hay una sola empresa de micros en toda Europa, a lo sumo dos, dependiendo de la zona. Todo era neblina densa, humedad y llovizna. La gente esperaba sin muchos problemas parada y fumando, sumando más nubosidad a la nubosidad gris que nos rodeaba.
El micro apareció sin demora. Me sentí como un ser extraído del lugar más lejano de la “civilización” moderna cuando reflexionaba sobre la puntualidad de los medios de transporte. Si, algo tan absurdo como valorar la puntualidad y el orden en el caos, y una mínima seguridad de saber que no tendré que estar atado a infinitas contingencias a la hora de arribar, me hizo sentir muy argentino, quizá demasiado. El conductor nos pidió que llevemos el DNI y el pasaporte con nosotros, por si suben a pedir documentación.
Luego de unos kilómetros de ruta, al llegar a Trieste, Italia, el verde comenzó a hacerse más presente. Árboles y un espejo de agua de color esmeralda: el Mar adriático. Las nubes y la neblina parecían haberse disipado y el sol brillaba contra la superficie del agua. Nos era imposible deducir cómo era la ciudad. Nuestro recorrido solo bordeaba el adriático, hasta cruzar la frontera con Eslovenia. Sin embargo, al menos en el momento del año en el que nos tocaba atravesar la zona, en la costa de Trieste había una reminiscencia del sur argentino, como cuando uno hace el recorrido de los Siete Lagos y se entrega al paisaje de brillo verdoso.
Luego de atravesar Trieste entramos en un paisaje rural que poco a poco iba llenándose de nieve. Se podían ver pequeños poblados de casas bajas con techos rojos: Ya estábamos en Eslovenia.
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Llegamos a la estación de micros y nos dirigimos a la habitación que habíamos alquilado por Airbnb. Luego de comer alguna basura en un local de comida rápida, arrastramos nuestro equipaje por toda la ciudad hasta llegar a la casa de Dino, nuestro host. Las rueditas del equipaje rodando por todas las calles empedradas ejecutaron una obra de música noise a lo largo de todo nuestro camino. Conforme íbamos avanzando, nos introducíamos en una versión pocket de una película de princesas de Disney: los colores, la arquitectura y los brillos de las luces navideñas aún colgadas que se reflejan en la fina capa de humedad de los adoquines, creando un pequeño paisaje onírico, como si estuviera compactado en una pequeña esfera de navidad que al agitarla simulan una nevada, pero sin nieve. Algo nos llamó la atención: en una de las calles principales en las que desembocamos, al costado de lo que parecía ser uno de los edificios públicos principales de la ciudad, había un cartel en esloveno con un cálculo.
En el trayecto a la casa no vimos ni un policía. No había ninguna señal de vigilancia. Ni cámaras, ni patrulleros. Lo que si vimos fueron muchas parejas jóvenes paseando con el cochecito a lo largo de las calles peatonales, locales de ropa, mucha oferta gastronómica y algunas librerías. Nos llamó la atención la plaza principal. Con un tamaño acorde a todo dentro de la ciudad, la plaza Prešeren, nombrada así en honor al poeta nacional, alberga una estatua en el que se lo puede ver parado, con un libro en mano y una mujer a sus espaldas, metros más arriba, sobre una especie de pilar. La plaza, como parte del centro urbano, estaba decorada con luces navideñas bastante particulares. Nada del típico decorado de las fiestas. Sin embargo, apagadas o levemente encendidas durante el día, no parecían la gran cosa. Luces desparramadas de manera desprolija por los árboles, cuadrados deconstruyéndose flotando sobre el rio, pequeñas cruces brillantes sobrevolando las calles, etc.
Por suerte había poca gente. Los contingentes de turistas eran mínimos. La gente tomaba café y vino caliente especiado en los puestos que van desde la plaza central hasta el rio. Nos paramos a sacar fotos cada tanto con el deseo de llegar de una vez por todas y dejar de arrastrar los kilos de ropa que llevamos en las valijas. Cuando cruzamos el rio Ljubljanica pudimos ver, a la distancia, la silueta del castillo que vigila la ciudad. El castillo está justo en el centro, en una elevación de tierra no muy alta a la que se puede acceder a pie sin problemas. Nada alrededor era sublime, ni producía el recogimiento de las grandes catedrales y monumentos. Todo parecia amigable, reconfortante, acogedor. Sin dudas, un buen lugar para vivir si uno no sufre las posibles grandes nevadas y el frio de invierno. El verano debe ser hermoso, con el rio enmarcado por árboles frondosos y verdes, y la vegetación explotando en las montañas.
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La casa de Dino, nuestro host, era grande y tenía un estilo algo pasado de moda en su decoración. Dino era más joven que nosotros más cerca de los 20 que de los 30. Nos mostró nuestra habitación y nos comentó que la casa era de sus padres, que están retirados y se fueron a vivir a Croacia, pero que estarían viviendo unos días en la casa porque habían vuelto a hacer unos trámites.
La televisión que teníamos en nuestra habitación parecía emitir sólo programas anteriores a la caída de la Unión Soviética. La imagen era algo lluviosa, como captada por antena o de un VHS con mucho uso. Ahora entiendo la escena de Euroviaje censurado, donde un personaje secundario que se encuentran en Europa del Este dice que acaba de ver Miami Vice como si recién se hubiera estrenado. Pero no importa ¿Quién necesita TV por cable cuando está de viaje? Mandamos un mensaje a Carlos avisando de nuestra llegada. Él nos citó cerca de las 20hs en un bar llamado Le Petite Café, ubicado en Trg francoske revolucije 4, a unas 8 o 9 cuadras de donde estábamos parando. Dejamos las cosas y salimos a caminar. Recién entrabamos en las primeras horas de la tarde, así que podíamos dar una vuelta. Resulta que la ficha del enchufe de Eslovenia era distinta de la de Italia, por lo que debemos buscar cargadores o adaptadores nuevos.
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El sol desapareció rápido. Conforme el sol se escondía, las luces que decoran la ciudad se hacía más y más visibles, al punto de destacar en el negro absoluto del cielo, y tomaban protagonismo. En algunas calles flotaban notas musicales sobre un pentagrama invisible, cometas y pequeñas figuras religiosas como nacimientos y estrellas. Sin embargo, entre toda esa decoración, a veces casi psicodélica, se destacban dos imágenes: el castillo que vigila la ciudad y la plaza Prešeren.
El castillo de Ljubljanatomaba una forma aún más fantástica. Las pequeñas luces que cubren la pequeña elevación de tierra y la iluminación azul oscura que cubre la construcción generaban una imagen de ensueño, como si el castillo nos observara desde otro plano o estuviéramos inmersos en una maqueta.
Mientras el castillo de Ljubljana era una experiencia distante en el paisaje, la plaza Prešeren era una experiencia inmersiva. Cuando uno se acercaba a la calle que desemboca en ella, creía haber entrado en un juego de realidad virtual que explotaba frente a los ojos.
Belén y yo nunca vimos una plaza tan bien decorada. Luego de la decepcionante fiesta de fin de año en Roma, sin ningún espíritu festivo movilizante, con una decoración escasa y una puesta en escena de dudosa curaduría, el shock estético que nos produjo la plaza fue indescriptible. ¿Quién había sido el encargado de la decoración? ¿El estado? Esa era una pregunta a resolver.
El frio y la humedad comenzaban a sentirse más fuertes, sin embargo la gente no parecía resignar el hecho de tomar algo en las sillas de los bares que estaban al aire libre. Nos dirigimos a Le Petite Café para esperar a Carlos.