Los desafíos académicos y presupuestarios del ingreso irrestricto se han vuelto patentes en las últimas décadas. Sin embargo, muchas universidades nacionales siguen apostando al ingreso irrestricto convencidas de sus beneficios ¿Cuáles son estos beneficios? ¿Por qué insistimos? Escribe Bernardo Weber
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Dentro de una comisión de ingresantes de cualquier facultad convive una heterogeneidad de realidades que reflejan apenas una porción de lo que realmente sucede a nivel nacional. Estudiantes de edades diferentes, provenientes de todas partes del país y el continente, con familias compuestas de distinto modo y de diversos contextos sociales, coinciden en un aula. Ahí aprenden, comparten e intercambian no solo conocimiento académico, sino experiencias de vida, es decir, van construyendo un entramado de relaciones y experiencias que los separa de sus particularidades y los acerca a las realidades sociales que se viven en el país.
El ingreso irrestricto a la universidad pública es uno de los principales triunfos de la Reforma Universitaria y, al mismo tiempo, una de las medidas que más detractores tiene, ya sea parcial o totalmente. Uno de los principales motivos de esto es que pone sobre la mesa una serie de importantes problemáticas que exceden al ámbito universitario, como por ejemplo las diferentes realidades socioeconómicas de los estudiantes y el nivel académico del secundario al cual tuvieron la posibilidad de ir.
Por un lado, económicamente no todos tienen la posibilidad de acceder a la universidad. Los motivos de estos son innumerables y van desde no tener la posibilidad de pagar un alquiler en otra ciudad para estudiar lo que uno quiere, hasta no poder dedicarse a estudiar una carrera, incluso aunque no necesite mudarse, porque en el orden de prioridades está antes la necesidad de trabajar para sostenerse mes a mes.
En cuanto al nivel académico, no todos los alumnos finalizan los estudios secundarios con los conocimientos mínimos que se requieren para afrontar el ingreso a una carrera universitaria. Esto también tiene una infinidad de causas y no debe reducirse a la discusión simplista de la educación pública contra la educación privada. Haciendo esto, corremos el eje del debate. Pasamos a discutir la forma de administración de una institución, en vez de hacer hincapié en las problemáticas de fondo que realmente debemos priorizar.
Uno de los principales puntos en los que debemos hacer foco como miembros de la comunidad educativa es el nivel académico de las escuelas secundarias, el cual está lejos de ser el mejor y esto se ve en el ingreso a la universidad, donde las diferencias se hacen más notorias. Además hay que tener en cuenta el porcentaje de egreso de los estudiantes ya que, según estudios de la UNESCO en 2014, solo el 41% de los alumnos termina el secundario a la edad esperada, cifra que asciende a 61% si no se tiene en cuenta la edad. Está no es una estadistica mas si tenemos en cuenta que aquellos que abandonan lo hacen, por lo general, debido a la necesidad de generar un ingreso extra para sus hogares o por maternidad.
A esto nos referimos con que existen problemáticas sociales de base que afectan directamente la realidad de la educación superior. Sin embargo, no debe ser pasado por alto, y la universidad debe jugar un rol decisivo para que los estudiantes aprendan conceptos básicos en los primeros años de carrera, nivelando para arriba y manteniendo siempre la excelencia académica.
Ante estas realidades, la universidad pública no puede darse el lujo de limitar o excluir a quienes quieren acceder a ella. Por el contrario, tiene la obligación de abrir sus puertas y ofrecerle a cada estudiante las mismas oportunidades, no solo para ingresar, sino también de progresar y, finalmente, egresar. Esto no se agota en la gratuidad de la educación pública, sino que debe apoyarse en distintas herramientas que permitan acceder a los medios necesarios para permanecer en la carrera y a los diferentes materiales pedagógicos necesarios, para todos aquellos que no pueden.
Con esto no estamos hablando de utopías o proyectos inviables, por el contrario, hacemos referencia a políticas públicas en materia de educación universitaria concretas y que se ponen en práctica actualmente. Haciendo un breve repaso podemos mencionar las Becas de trabajo que ofrecen las universidades, facultades y centros de estudiantes a los alumnos; Becas de apuntes para los que no pueden costear los gastos en fotocopias y material bibliográfico para las cursadas; Comedores universitarios con precios accesibles para los estudiantes y becas para los que no puedan acceder a este.
Además, la universidad tiene la posibilidad de coordinar acciones con otros organismos estatales para brindarle a los estudiantes la posibilidad de acercarlos a las aulas. Un claro ejemplo de esto es la implementación del boleto universitario en distintas universidades de la provincia de Buenos Aires. Con este, se acredita mensualmente en la tarjeta SUBE de cada alumno registrado un monto de dinero equivalente a 45 viajes mensuales para poder ir a cursar. Otro ejemplo es la articulación entre la Universidad Nacional de La Plata y la municipalidad de Berisso para conseguir la expropiación de una antigua residencia universitaria privada y convertirlo en el único albergue universitario del país en cubrir de manera completa y gratuita el alojamiento, la comida y el transporte de los 130 estudiantes que residen en este.
Darle la espalda a aquellos que necesitan un sostén para llevar a cabo sus estudios superiores es igual o peor que restringir el ingreso. La universidad debe incentivar, acompañar y promover. Debe ser un actor activo en la sociedad. Debe involucrarse y preocuparse en los problemas sociales que atraviesan la coyuntura política nacional, dar respuesta y acompañar procesos. Porque las universidades son la principal herramienta que tenemos para lograr un progreso como individuos y como sociedad en conjunto.