Estudiar en la universidad pública implica verse atravesado por todos los conflictos que vive el país, de manera directa e indirecta. El segundo cuatrimestre experimentó, como suele pasar en la segunda mitad del año, los efectos de las discusiones sobre las paritarias de los docentes universitarios, razón por la cual las distintas facultades experimentaron una vida política más agitada que de costumbre. Antes de comenzar un nuevo año de cursada, Valentina Blanco Martins nos trae una crónica de su último cuatrimestre de cursada del CBC antes de entrar a la carrera de Letras.

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Finalizó el segundo cuatrimestre y con él, mi ciclo básico común.  Quedan algunos arreglos de firma de libretas y ya estoy, oficialmente, en la carrera de grado de Licenciatura en Letras.

Cursé sólo dos materias porque ya tenía Sociedad y Estado aprobada por UBA XXI mientras estaba en el último año de la secundaria, entonces, ustedes pensarán que fue más ameno, más relajado. Bueno, no.

Pasé por dos materias: Semiología y Sociología. La primera, si bien compleja, fue una locura. La verdad, la disfruté muchísimo. La segunda, aunque tenía contenidos verdaderamente interesantes, me destruyó la poca voluntad que me quedaba al final del tramo y “me sacó canas verdes”, como diría mi viejo.

Ambas cursadas transcurrieron a lo largo del conflicto que se dio por las paritarias. Como todos sabemos, desde hace muchos años, el trabajo docente es subestimado y pisoteado tanto a nivel económico como a nivel discurso social. Y, esta vez, las paritarias ofrecidas eran un chiste. Cuando leía los aumentos bajísimos que estaban en juego, pensaba en cada docente excelente que tuve y en que ellos se veían obligados a tener una discusión que parecía digna de preescolar.

Entonces, por supuesto que estoy de su lado y que, como estudiante de universidad pública, la defiendo con uñas y dientes. Sin embargo, durante el cuatrimestre de sociología yo sentí que no estaban cuidando ni a mi grupo de cursada ni a mí como estudiante. Antes del primer parcial tuve cuatro clases máximo, todas con distintos docentes. Mitad causada por los paros. Mitad porque mi profesora se había ido de viaje a París.

Nunca sabíamos dónde se dictaban esas clases. No había comunicación alguna. Lo bueno, es que entre estudiantes nos solidarizamos y compañeros de otras comisiones -al ver la situación horrible en la que estábamos- nos pasaban sus apuntes. Los profesores de otras comisiones también se solidarizaron y nos invitaban a sus clases y no nos echaban aunque el aula rebalsara y tuviéramos que sentarnos en el suelo, molestando a los demás.

Esta situación me hizo pensar que irse del aula muy seguido sin darnos una mano, sea por el motivo que fuese, es excluirnos a nosotros, los estudiantes, de la lucha y, muchas veces, es privarnos de nuestro aprendizaje.

Ir al parcial con cuatro clases fue como ir a la guerra en bolas. Te defendés con lo que podés, con lo que entendiste que decía el texto. Y ahí empiezan las especulaciones delante de la hoja en blanco: “Y… Para mí Marx quiso decir tal cosa” pensás. Aunque sabés que nunca en la vida ningún autor quiso decir lo que vos estás pensando. Cuando empezás con el “Y… para mí” estás en el horno. Es obvio.

Frente a la hoja te sentís diminuto. Llegás a la conclusión triste pero certera de que sos estudiante de CBC, ¿qué tantos “Y… para mí” se necesitan para saber lo que dijo Marx? Muchísimos. ¡Y en cuatro clases probaste un par nomás!

Entonces, en esos casos sólo hay un arma de fuego: agarrate del texto lo más fuerte que puedas. No digas nada que el texto no haya dicho porque en cuatro clases muy probablemente no puedas verificar tus conclusiones. Por las dudas, no arriesgues. No intentes deslumbrar demasiado, puede salir mal.

Después del segundo parcial la cursada se regularizó por el acuerdo de las paritarias y porque mi profesora volvió de sus bellas vacaciones de París y nos contó que la pasó bárbaro.

Y muy en contraposición se encuentra mi cursada de Semiología que fue constante, organizada y con una profesora que, además de lucir como la rockstar de los signos con su pelo con mechas violetas y sus lentes en punta, parecía una mamá leona que cuidaba a su manada porque en ciertos inconvenientes ella siempre saltó a defendernos.

Me encantaron esas clases. Si sociología era el dementor que me chupaba las ganas de vivir, semiología era un respiro entre tanto desorden.

La profesora explicaba tan bien que ya no sólo quería estudiar por mí sino que quería demostrar que sabía para que no se decepcionara cuando leyera los parciales y vea que le prestamos atención. Y valemos la pena. Siempre consideré que la mejor forma de decirle a alguien “seguí así” no es con palabras, sino demostrando buenos resultados. Una de las pocas materias con las que me levanté con verdaderas ganas de ir y escuchar. Ganas genuinas.

Pensé en que algún día yo también sería docente y que me comprometería no sólo en la lucha política que me compete, sino en entender que mi trabajo es humano y que no soy la única humana de este lado del río: hay personas que, algunas mañanas de la semana, están sentada en el aula, esperando que en algún momento llegue y empiece a hablar. Nunca hay que olvidar eso, supongo yo. Nunca hay que olvidar que nosotros también estuvimos sentados en el pupitre chueco y oxidado y que dijimos varios pares de pelotudeces que no tenían mucho que ver. Y sin embargo, casi siempre, nos perdonaron el pescuezo y nos ayudaron a rectificarnos.

Espero que este sistema decadente nunca les quite las ganas a ninguno de mis profesores de dejar de hablar, de dejar de enseñar. De verdad espero que nunca se desalienten y que mi profesor de filosofía siga hablando con tanta emoción de Nietzsche y que mi profesora de semiología la siga rockeando con Peirce. Espero que algún día se entienda, en contra de lo que dicen las fórmulas económicas, que no somos un gasto, sino una inversión.

Así que esta fue mi experiencia en el segundo cuatrimestre.

Y, a diferencia del primero, no me hice “facuamigos”. En el anterior cuatrimestre encontré gente muy copada y nos juntábamos a tomar mate y la vida era color de rosa. Después me di cuenta que cursaba otras materias y los vi pocas veces más. Eso me puso triste y no me quise encariñar con nadie esta vez así que me puse en modo Batman y observaba en silencio y desde las sombras.

En cuanto al estudio, para los segundos parciales me tocó esa odisea de estudiar y trabajar. “Doy clases particulares de muchas cosas” es mi spot. ¿Estás buscando clases particulares de cómo atarte los cordones? Bueno, yo doy.

Es una exageración pero mientras preparaba los últimos exámenes estaba dando clases de economía, matemática, filosofía, biología y literatura a distintas personas. Preparaba las clases y las daba. Al final del día mi cerebro no quería más. Mi día empezaba cuando abría un libro y terminaba cuando lo cerraba.

Y ahí empiezan los malhumores. Meta café, meta libros toda la noche. Aunque sea fin de semana o un domingo soleado. Y llega el “¿por qué dejo todo a último momento?”  (que, cuando aprobás, se te pasa). Te imaginás así durante años. Y encima sabés que se pone más difícil. Capaz en algún momento esta autonomía laboral que tengo se termine y me vea obligada a trabajar en un Call Center de una empresa chota y a estudiar a la vez. Y, no sé, morir en el intento.

Y si todos estamos solos en este mundo académico, estamos juntos en eso. Así se nos nota en las caras cuando termina el parcial y nos ofrecemos un mate o un pucho (recuerden: yo todavía intentando con fuerzas no encariñarme para después tener que olvidarlos).

Después de tanto esfuerzo, nos vemos en noviembre, con la transpiración pegando nuestra espina dorsal en el respaldo de la silla caliente chorreando el liquid paper de 2001 que alguna vez alguien había usado para escribir “Loli rumbo a fmed” o alguna pelotudez por el estilo.

Y sabés que te ves patético porque tenés cara de bebé recién nacido: con los ojos para afuera y bien colorado. Pero no podés estar de otra forma, porque la persona que está parada en frente tuyo está por decir un número. Un simple número que va a resumir cuatro meses de tu vida y te va a decir si te podés ir a tu casa contento o te bocharon. Y, además, en el patio, el que corta el pasto hace mucho ruido y querés patearle la cabeza porque de verdad necesitás escuchar ese número con claridad. No podés evitar estar nervioso.

Capaz te dicen que promocionaste y te vas victorioso a tu casa. O capaz no, y vas pateando piedritas todo el camino, como Manuelita yendo a Pehuajó (una retirada desesperante, el mayor drama de mis tres años. Nunca llegué a la parte en la que finalmente encuentra Pehuajó porque las lágrimas no me dejaban ver y mamá me sacaba el VHS).

Cuando no es suficiente, para muchos es un dramón, y la escena es gris y suena Simon & Garfunkel de fondo, hello darkness my old friend… Pero vamos, que no es tan grave. Hay que poner voluntad además de conocimiento y es un camino largo. Tan largo que darte vuelta a contar las pérdidas es malgastar el tiempo.

Así que ahora se me desbloquea otro espacio más en el mapa. Como la frase escrita en liquid paper en mi silla del aula decía “Loli rumbo a fmed” yo digo “Valentina rumbo a Puán”. Espero que Loli ya esté recibida y espero que mi trayecto sea fácil.

También espero lo mismo del tuyo.

No te olvides, repito, que todos estamos solos en el mundo de la UBA, pero estamos juntos en eso.

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