Hace poco más de una semana, se cumplió otro aniversario de Mujercitas, la icónica novela de Louisa May Alcott. Más de 150 años desde su publicación, y su circulación sigue siendo muy particular. A diferencia de otros libros, que se leyeron indistintamente por chicos y chicas, Mujercitas parece haber construido, hasta el día de hoy, un camino subterraneo pero duradero ¿Qué ha pasado, hasta el día de hoy, con ese libro que pocos hombres han leido, pero que las mujeres siempre han recorrido «con previo fervor y con una misteriosa lealtad»? Escribe en esta oportunidad Eugenia Santana Goitia.
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Like countless girls before me,
I found a model in one who was not like everyone else,
who possessed a revolutionary soul yet also a sense of responsibility.
Patti Smith
Cuando tenía siete años mi mamá y mi hermana más grande me dejaron entrar a un club. Ser hermano menor muchas veces se parece mucho a mirar todas las cosas desde afuera y con ganas: ganas de ir al colegio, ganas de escribir cursiva, ganas de usar pluma, ganar de tener la ropa de los mayores, ganas de saber leer.
Este club parecía lo suficientemente exclusivo y accesible: mamá me dio un día su ejemplar de Mujercitas de la colección Robin Hood, un poco roto, un poco desarmado, un poco desteñido, con olor a libro y todas las ilustraciones mamarracheadas con marcador naranja. Mamá las había pintado en algún momento, cuando era chica y lo estaba leyendo, o después, quién sabe.
Fue el primer libro de verdad que empecé y terminé; en paralelo, mi papá me había regalado -también de la colección Robin Hood- El príncipe feliz y otros cuentos, que me había dejado doblada de llanto y con pocas ganas de releerlo (ay, ese pajarito que se sacrifica por una rosa). Era un libro nuevo y con olor a nuevo, nadie más lo había leído antes que yo.
Mujercitas era diferente: era una novela. Había personajes y un universo bastante familiar. Hermanas, una madre buena pero con carácter, un padre relativamente ausente e intelectual, ambos con ideas muy específicas sobre cómo hay que vivir la vida. En ese momento no me percataba de que las hermanas March -sobre todo las dos mayores- y yo también compartíamos otra cosa: ser venidas a menos, saber que nuestras familias habían perdido cosas.
Siempre es difícil explicar por qué a uno le gustan tanto los libros y los libros que leyó cuando era chico y, sobre todo, como esos libros también leídos por un millón de otras chicas en muchos lugares del mundo se pliegan a nuestra propia experiencia que por definición siempre tiene algo único. Para mí lo único no era tanto la exclusividad del club, era la transmisión de una herencia: mamá, huérfana desde los seis años, guardaba pocas reliquias de su infancia con cariño. Esta era una de ellas, y no venía envuelta en un aire de misterio insoslayable: era un libro abierto, que había sobrevivido a viajes, muertes, estafas, mudanzas. Otras cosas, tal vez incluso más valiosas, como una muñeca de Shirley Temple de mi abuela, habían desaparecido. El libro no. Mamá lo había guardado con cuidado “por si tenía hijas”.
Ahora, adulta, después de pasar por colegios y universidades, entiendo que Mujercitas es un clásico y forma parte del canon: es un clásico y nunca se dejó de imprimir en todo el mundo. Pero no es, justamente, parte del canon de los colegios y las universidades: Mujercitas siempre tuvo una circulación paralela, íntima, cálida, familiar. Es un libro que, antes que nada, se transmite entre mujeres, a veces entre generaciones: de madres a hijas, de tías a sobrinas, de amigas a amigas. ¿Cuántas de nosotras, si es que leímos Mujercitas, lo leímos en el colegio?¿Cuántos varones leyeron Mujercitas? Yo sólo conozco a uno o dos, que lo leían avergonzados y en secreto. ¿Cuántas de nosotras quisimos escribir y leer porque Jo escribía y leía? En El legado de Mujercitas (Ampersand, 2018), Anne Boyd Rioux dedica toda una sección al tema de la lectura de Mujercitas en los colegios. Cita investigaciones e informes: como se sabe que los varones se desempeñan con peores resultados en los ámbitos académicos, maestros y profesores tratan de estimularlos con lecturas con las que puedan identificarse. Mujercitas, desde ya, no entraría en el espectro de las identificaciones. Boyd Rioux se pregunta si en ese acto no estamos convalidando la “cultura de la violación”, enseñándoles a los varones que leer libros escritos por mujeres y que tratan sobre vidas de mujeres no vale la pena; enseñando, al fin y al cabo, que las vidas de las mujeres no valen la pena. Algo parecido pasaba acá con la colección Robin Hood en su momento de auge: las chicas leían todos los libros de la colección (los de piratas, los de guerreros, los de pioneros); los chicos, sólo los que, en teoría, estaban destinados a varones.
Pienso, también, que Mujercitas, la película de 1994, fue, también, una de las primeras películas que ví con subtítulos. El videoclub de Colegiales donde la alquilamos una y otra vez la guardaba para nosotras todos los fines de semana: si no la queríamos, volvían a ponerla en los estantes donde estaban los VHS disponibles. En 2010, después de la muerte del hermano de mamá, vimos -otra vez- la película. Era, justamente, la copia del videoclub: en algún momento cerró y liquidaron todas las películas, nosotras nos compramos ese VHS (mamá, casi una puritana de Nueva Inglaterra, estaba en contra de los DVDs). Mamá se largó a llorar en esa escena en la que se lamentan porque Amy está en Europa y no va a llegar a tiempo para ver a Beth, y Jo dice que ya nunca van a volver a estar las cuatro juntas. En 2012, cuando mamá se estaba muriendo, me hicieron un corte de pelo horrible y ahí a mí me tocó llorar un montón: pensé en Jo, llorando desconsolada por su pelo corto mientras el padre está agonizando en un hospital. Mi hermana, siempre dramática, escribió a los nueve años su primer poema (sobre la muerte de Beth) y su primer testamento después de leer Mujercitas (todavía nos reímos de que en ese testamento no me dejaba nada a mí).
Para mi mamá, mi hermana y yo Mujercitas era más que un libro: era, y es, una manera de leernos a nosotras mismas. Tal vez porque fue uno de los primeros libros que las tres leímos, un libro con el que aprendimos a leer. Este año sale una nueva adaptación al cine de la novela y la de 1994 cumple quince años. En un artículo del New York Times , Winona Ryder recuerda que en 1993, un poco antes de que le ofrecieran el papel de Jo, los padres de Polly Klaas -una chica de doce años que había sido secuestrada, abusada y asesinada en Petaluma, el pueblo donde había crecido Winona- le habían dado a ella el libro de su hija, que de grande quería ser actriz y protagonizar Mujercitas.
Yo siempre digo: todo lo que sé sobre feminismo me lo enseñó Mujercitas. La película está dedicada a la memoria de Polly. Tal vez Mujercitas es eso que había sentido mamá y que yo siento cuando veo la película o leo el libro de vuelta: una forma de estar todas juntas.