Recientemente la editorial argentina Dedalus publicó en español Homo eroticus. Sobre las comuniones emocionales (2019) del sociólogo francés Michele Maffesoli, un libro fundamental para pensar el devenir de la política mundial en la actualidad. ¿Qué tipo de reorganización de lo social estamos viviendo? ¿Qué sucede con la polarización ideológica que parece inundar la arena política? ¿Qué pasa con las nuevas disidencias y comunidades sexuales, ecológicas, musicales y políticas? ¿Qué rol juega la religión en estos nuevos discursos? En esta oportunidad Alan Ojeda nos presenta una reseña-ensayo que intenta recorrer estas preguntas.

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Posmodernismo es una palabra difícil. En las últimas décadas del siglo XX tuvo una particular importancia para definir las nuevas lógicas culturales y sociales que parecían haber roto totalmente con los valores modernos del S XIX. Para Andreas Huyssen el posmodernismo inaugura una nueva etapa en la relación entre “alta cultura” y “cultura de masas”, donde ambas interactúan de manera desjerarquizada. La defensa elitista del arte de “alta cultura” y su autonomía son puestas en cuestión. Los límites se vuelven borrosos. Fredric Jameson, por su parte, en 1984 publicó El postmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo tardío, donde asocia la actual experiencia de indiferenciación de las esferas discursivas a la lógica de un nuevo momento del capitalismo, en el que también se expresa un «escepticismo hacia los metarrelatos». En definitiva, para Jameson pareciera que la realidad se achata, la vida se transforma es una página de Wikipedia cargada de hipervínculos, nada ocupa un espacio privilegiado. Otros críticos prefieren hacer hincapié en los efectos que esa desjerarquización tiene sobre los discursos políticos y la experiencia de la “verdad” en la sociedad. El vacío que genera la ausencia de grandes relatos, el cuestionamiento de todos los saberes y espacios de poder, provoca la necesidad de una afirmación que no está basada en ningún otro fundamento que la auto-afirmación de lo que yo creo a toda costa. La posverdad puede negar incluso la evidencia. En todas estas perspectivas (por nombrar sólo algunas), se asocia el posmodernismo a una disolución de determinados pilares sociales que parecen poner en jaque cualquier resistencia al capitalismo. Estas perspectivas podríamos englobarlas en los efectos de lo que Mark Fisher llamó “realismo capitalista”: es imposible salir, el capitalismo ha mermado toda resistencia, sólo podemos presenciar nuestra propia destrucción. Sin embargo, hay otros pensadores que, en sintonía con la lógica del Tao, se han adaptado a los tiempos que corren para encontrar su potencia, el lugar donde reside la posibilidad de nuevas construcciones, de nuevas formas de existencia y experiencia. En este último grupo se encuentra Michel Maffesoli, que le ha dado al concepto posmodernismo una nueva textura, un nuevo cuerpo.

Por una sociología intuitiva y sensible

Homo eroticus escapa a los análisis sociológicos tradicionales. Maffesoli entiende que su teoría necesita no sólo otro lenguaje sino también otra sensibilidad. Hay un cambio palpable en la forma en la que las sociedades de todo el mundo parecen estar construyendo sus propias lógicas comunales, y el rol que cumple el revival de lo espiritual, lo tribal, lo esotérico, lo mítico y lo popular no es menor. Lo que para otros es un encantamiento de lo irracional, para Maffesoli es un retorno a las bases más sólidas que permiten el nacimiento de lo común. Ya lo dijo Goya, los sueños de la razón engendran monstruos. La razón desarma, abstrae, separa el cuerpo de la mente, construye moldes para la experiencia y después trata de hacer encajar esa experiencia a través de la violencia. Por el contrario, la mística siempre ha sido el lugar de la “conspiración”, del “respirar juntos”, una forma de habitabilidad. Podemos hacer un recorrido de la “razón” o “logos occidental” bastante expeditivo, que comienza con el Iluminismo, atraviesa el siglo XX asociada a la optimización y la eficiencia de la producción industrial, transformando al cuerpo en un engranaje más del sistema productivo, hasta decantar en los campos de concentración del nazismo, donde la lógica de producción serial es aplicada para optimizar el proceso de exterminio[1]. La “razón” coincide, entonces, con un proceso de despersonalización y descorporización. Razón = civilización = ausencia de pasiones. Como Odiseo para Adorno y Horkheimer, sabemos que el canto de las sirenas es destructivo, queremos escucharlas, pero no aceptamos la muerte. Habitar esa contradicción implica la negación de la experiencia trágica, del ser-para-la-muerte, del pathos, del cuerpo. Frente a esto, contra viento y marea, sobreviviendo a todas las construcciones ideológicas, hay un sustrato vital enraizado en lo cotidiano, que se mantuvo silencioso por bastante tiempo, y que ahora aflora como un imperativo impostergable. En sabiduría pagana que parece estar a la orden del día en las discusiones, en las relaciones amorosas y amistosas, en el retorno de pequeños rituales o la ritualización de distintos acontecimientos está cifrado lo que Heidegger llama stimmung o “humor” de una comunidad. Quizá este es el advenimiento de lo que Aleister Crowley llamó el Eón de Horus, donde se hace efectivo el advenimiento de los antiguos dioses que pujaban por volver, o la “Era de Acuario”, que auguraba una nueva lógica comunitaria.  Maffesoli dice: “Podemos considerar que el retorno de los afectos, la reviviscencia de los humores, son las huellas de una religiosidad quietista, que focaliza la energía societal en la “crisopeya”: nueva alquimia que busca obtener oro de la vida”. El mito, en este caso, nos proporciona una organización para el destino comunitario. Las prácticas iniciáticas o esotéricas nos vinculan con una razón sensible, con el witz de la intuición. El instinto aparece como contrapeso del racionalismo abstracto y permite el nacimiento de una reflexión relacionada a la experiencia sensible, a la erótica de lo social, al pathos como organizador principal del pensamiento. Abandonamos la luminosidad de Apolo, para entregarnos a la filosofía de Dioniso, que nos pide sangre, sudor y lágrimas, pero nos recompensa con la fiesta, el ritual y la pérdida del “Yo” en algo más grande.  Lejos de introducirnos en un estado pre-civilizatorio, este retorno a lo animal que habita en nosotros es la posibilidad de sanar las tragedias a las que nos ha llevado su negación: “Fue por olvidar el rol del instinto en nuestra especie animal que el siglo precedente conoció las peores formas de barbarie. Nazi en nombre de la raza, comunista en nombre de la clase. Ambos profundamente racionalistas. Heidegger, que de esto sabía un poco, anota: “la humanidad que pasa por la nacionalidad hasta la bestialidad”. No hace falta forzar mucho el texto para mostrar que el rechazo de la animalidad fue lo que condujo a una bestialidad irreprimible”. Es a esto a lo que Maffesoli llama postmodernismo, no tanto un más allá como un más acá de la modernidad.

Pensar la comunidad

No es extraño que, al pensar este modelo de sociedad, Maffesoli comience a orbitar alrededor de autores como Simmel, Nietzsche y Deleuze, pensadores del movimiento, del flujo, del devenir y lo dinámico. Sin embargo, si necesitáramos ejemplificar con teóricos que parecen habitar el pensamiento desde esta experiencia de comunidad, debemos hacer referencia a proyectos como Tiqqun, Comité Invisible, Consejo Nocturno o Juguetes Perdidos. A distintos niveles y en distintas sintonías, estos colectivos reflexionan sobre la comunidad, desde la comunidad y a través de una voz de agenciamiento colectivo. Tiqqun y Comité invisible, desde el autonomismo y el situacionismo, piensan la experiencia de comunidad e insurrección en torno a la constitución de relaciones que son, principalmente, afectivas: formas-de-vida con una potencia similar. Consejo Nocturno busca estrategias para analizar y resistir el proceso de gentrificación desde su experiencia de las metrópolis mexicanas ¿Cómo habitar una ciudad que el capitalismo y la globalización buscan volver inhabitables? Juguetes Perdidos, desde los barrios marginales y villas, busca la posibilidad de enunciar los procesos de destrucción de “lo común” en y durante los procesos de neoliberalización, tratando de detectar los posibles puntos de resistencia y asimilación de las lógicas del individualismo y la explotación. Desde distintas partes del mundo se está impulsando un movimiento que relaciona el “conocerse” (con-naître) con un “nacer-con” (naître-avec). Se conoce en comunidad, desde la comunidad y por la comunidad. El dolor, el placer y la fiesta siempre es con otros. Estos autores, lejos de pensar teorías macro y abstractas a través de las cuales comprender “TODA” la realidad, construyen estrategias micros, formas de organización social, comunidades dinámicas, alianzas tácticas, formas de resistencia y socialización que permiten habitar en el sistema, resistiéndolo en sus intersticios. Estos colectivos sostienen la primacía de lo concreto, lo pragmático y lo común por sobre el “deber-ser” abstracto de la razón y la pura teoría. Hasta cierto punto, en este sentido, las lógicas de pensamiento orientadas a constituir o reflexionar sobre una comunidad afectiva, están más cerca del planteo marxista del comunismo que sus versiones ortodoxas. Marx y Engels lo explicitan en su libro La ideología alemana: “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de las premisas actualmente existentes”

Homo eroticus latinoamericano

Hay una pregunta en la que cabe hacer énfasis ¿Abandonó Latinoamérica alguna vez la lógica del homo eroticus? Es imposible leer las páginas del libro de Maffesoli sin sentirse interpelado. ¿No es una resistencia sensible la que siempre opuso Latinoamérica a las sucesivas y diferentes formas de colonización y occidentalización? ¿No vivimos la política como una experiencia más emocional que lógica? Lideres de tribu, festejos políticos en la calle, manifestaciones masivas que alternan entre la violencia y el goce. ¿Alguna vez abandonamos ese estado? Los procesos de modificación de las formas de vida latinoamericana han fracasado una y otra vez. Una y otra vez, también, hace su aparición ese sustrato común que reclama su lugar. Pensemos en los acontecimientos políticos actuales: manifestaciones en Chile y Golpe de Estado en Bolivia. A su modo, ambas experiencias están mostrando ese combate. La dictadura chilena logró, durante 30 años, sostener un sistema liberal ortodoxo que parecía haber minado hasta el fondo la solidaridad social a través de la lógica liberal e individualista del libre mercado. Algo sucedió, y una forma de comunidad se comenzó a organizar espontáneamente. Aún se desconoce la presencia de líderes, pero eso no impide que haya organización: ollas populares, gente dedicada a ayudar a los heridos y afectados por los gases lacrimógenos, manifestaciones espontaneas de resistencia artística en medio de la protesta[2].

Algo similar puede observarse en la respuesta de los pueblos indígenas de El Alto en Bolivia frente al Golpe de Estado. No se trata de una marcha desorganizada. Bajan como un cuerpo, como un ejército, a un mismo ritmo, en sintonía. Lo que está en juego no es otra cosa que una identidad comunal, la vida de la tribu.


En este caso, se retorna a la vieja lucha colonial: el cristianismo, la lógica del Dios único y abstracto, la imposición de un modelo de vida occidental, frente a una forma de vida que surge de una experiencia vital situada, que se organiza alrededor de las fuerzas telúricas y de una relación particular con el paisaje y sus características.

A largo plazo, estas formas de organización social retornan. Se mantienen siempre inmanentes en los mitos, en las formas populares de comunicación, en los rituales más cotidianos, etc. Están al ascecho esperando a ser activadas. A veces basta una pequeña chispa para que ese espíritu sea catalizado en una manifestación colectiva masiva. No es extraño, entonces, que a lo largo y ancho del globo, se hayan radicalizado las polarizaciones ideológicas. Europa, cuna de la «civilización» y la «razón», se encuentra envuelta en un peligroso retorno de los diferentes fascismos locales. Recientemente, Dresden lanzó la «Alarma nazi» debido al peligroso crecimiento de grupos afines al Nacional-Socialismo en la región; VOX ha ganado lugar en la política española con un discurso que pone en primer lugar los valores españoles tradicionales, reunidos bajo el lema «España «¡Una, Grande y Libre!»»; distintos paises de Europa central han experimentado un gran crecimiento de los partidos de derecha tradicionalista; limitando con Europa, en Rusia, Aleksandr Dugin explora la posibilidad de una comunidad basada fuertemente en el ser-ahí, en la experiencia de la tradición cultural, el vínculo con la tierra y el espíritu religioso, que sea capaz de contraponerse a los valores occidentales de la modernidad. La crisis de los valores de la modernidad ha alcanzado a su lugar de origen. El precio que hay que pagar es alto. Toda la política debe pensarse de nuevo. ¿Los movimientos de izquierda europea girarán hacia las formas populistas latinoamericanas para poder compensar los flujos de pathos conservador? ¿O se resignará a reproducir el mismo discurso occidental, desmitificado y logocéntrico que han repetido hasta el dia de hoy? El Pathos está en disputa.

Pensar juntos

Si bien para los latinoamericanos este pensamiento puede no ser una novedad absoluta debido a su forma de experimentar el mundo, esas experiencias tienen palabras y definiciones a las que Maffesoli llega de forma acertada. Nuevamente, se trata de pensar juntos. Ningún aliado debe ser excluido en la construcción de esta gran comunidad del ordo amoris. La producción intelectual podrá tener diferencias limitadas por experiencias nacionales, pero es importante buscar esos espacios de sintonía, de vibración conjunta. Esos puntos de contacto entre Latinoamérica y el resto del Occidente son los que permiten religar el mundo, suturar las diferencias y establecer comunidades nuevas que amplien los límites geográficos. Todo el que sienta como nosotros es un hermano. En este sentido, este libro de Maffesoli puede hacer vibrar una fibra latinoamericana que incluso muchos intelectuales de izquierda local aún no se han ni acercado a tocar. Como dijo el ex-vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera:

Una de las tragedias de la izquierda boliviana es que siempre ignoró a los movimientos indígenas; porque en el fondo quienes eran de izquierda eran los hijos de la oligarquía: arrastraban la mentalidad oligárquica, y no podían entender el lenguaje del indígena porque eso sería invertir el mundo.
A un joven de clase media que va a la universidad ¿Quién le cocina la comida? Una mujer indígena ¿Quién le lava la ropa? La mujer indígena. Cuando llega a la universidad ¿Quién está limpiando los baños? Un portero indígena. Y que de pronto ese mundo tan natural de indígenas sirviendo en oficios devaluados, mal pagados, no valorados socialmente… pensar que eso puede ser distinto, que ese indígena puede ser el que te mande, aún a la izquierda señorial le resultaba impensable.
Por eso la izquierda boliviana, lamentablemente, pese a sus esfuerzos y su lucha con el movimiento obrero, nunca abandonó esta mirada señorial de la vida, que es una mirada colonial de las cosas. No en vano el movimiento indígena tiene que emerger diciendo: ni Jesús ni Marx. Es entendible, porque quienes levantaban la bandera de Marx en los años 50, 60, 70 lo hacían despreciando al indio e imaginando una revolución de obreros, casi barbudos, parecidos a los rusos. Pero no se imaginaban ni a los obreros aymara, ni a los quechuas.

 

No se puede pensar sino desde la comunidad.

[1] Este recorrido puede ser encontrado en el diálogo entre Dialéctica del Iluminismo de Adorno y Horkhaimer, y la producción de Agamben en torno a la biopolítica y los campos de concentración, como “El campo de concentración como nomos de lo moderno”.

[2] Fanáticos del animé cantando el Opening de Dragon Ball, vestidos como Gokú mientras otros tiran piedras a las cámaras; memes reutilizados como carteles de protesta, intervenciones como “Baile si quiere pasar”, en las que los conductores deben bajarse de sus autos y bailar para obtener el permiso de tránsito a través de las calles cortadas, cantos espontáneos durante la noche en los que habitantes de distintos edificios comienzan a cooperar en la composición de la canción.

 

 

 

 

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