Experimentar una relación abierta implica desandar un monton de caminos que llevan instaurados mucho tiempo en el imaginario social y en nuestro cuerpo. Lejos de ser una experiencia de la que es posible hablar como una ciencia, es un conocimiento que se construye desde la prueba y el error, y la practica reflexiva. En la pareja abierta nosotros somos nuestro propio objeto de estudio. En esta oportunidad, Marcela Collia, sexóloga, nos habla sobre su experiencia en torno a esta forma de vincularse sexoafectivamente.

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A esta altura de marzo, ya todos hemos pensado, intentado, considerado, fracasado, llevado a cabo una relación abierta. También puede repelernos la idea pero sentimos que no somos lo suficientemente de avanzada, y esto es algo malo, algo que nos aqueja. Queremos quererlo o hacerlo y que no nos den celos. Lo cierto es que por algún motivo que puede estar relacionado con la actual abundancia de cuestionamientos referentes al género, sexo y relaciones, hoy todos hablamos de las relaciones abiertas. También ocurre que existe desinformación al respecto y que la gente usa este término con mucha soltura, o mal; lo mismo que ocurre en las acciones cuando efectivamente se llevan a cabo. Creo, sin más, que estamos en cualquiera al respecto y que, tal como no podemos saber los efectos a largo plazo de ciertas medicaciones porque únicamente conocemos su efectividad actual, no tenemos idea de lo que estamos haciendo. A veces esto puede ser algo bueno, es decir, todos fuimos una experiencia totalmente novedosa para nuestros padres cuando nacimos, especialmente si fuimos los primeros en nacer de la familia y podría decirse que varios, si no la mayoría salimos bastante bien. Aclaro porque estar en cualquiera no significa necesariamente algo malo, aprender a los tumbos es como aprendimos millones de cosas. Dicho esto, quiero tocar un par de temas que quizás puedan llegar a aclarar algunas cosas. Antes de comenzar me gustaría pasar por un par de definiciones. En la tradición de investigación científica relativamente reciente se habla de tres tipos de relaciones no monógamas. Una es ser swinger, que suele involucrar a una pareja teniendo relaciones con otra pareja. Es importante destacar que ambos miembros de la pareja suelen estar involucrados en dicha actividad juntos. La segunda es la relación abierta, que suele incluir un vínculo primario sexo afectivo y la posibilidad de tener relaciones mayormente sexuales con otras personas. Finalmente, el poliamor, que refiere a varios vínculos sexo afectivos. Es decir no restringe la posibilidad de enamorarse de más de una persona y suele existir sin jerarquías. 

Una persona con la cual mantuve una relación abierta por un año y tres meses una vez me dijo que en su opinión la cantidad de gente que hoy puede tener una relación abierta exitosa es la misma que hace 60 años. Dejando de lado el hecho de que mi perspectiva sobre esta persona y su presunto éxito en este tipo de relaciones se volvió más claro con el tiempo, siento que es una afirmación bastante acertada. Esto no significa que si siempre hemos sido monógamos no podemos probar y prosperar de forma no monógama, sino más bien que a quienes nos sale natural o preferimos este tipo de relación, no se nos presenta como un dilema. Elegí escribir este texto en primera persona para darme el lujo de poder expresar mi opinión al respecto. Creo en la posibilidad exitosa de transicionar y la he visto con mis propios ojos. Pero, a su vez sostengo que hay diferencias en cómo estas dos experiencias ocurren. Un claro indicador que me ha llamado la atención al ser interrogada es la importancia que debe ser dada a las preguntas que hace la gente. Es como si hubiera dos estados de mente: uno monógamo y otro no monógamo. Las personas que vienen de una tradición de relaciones cerradas suelen hacer muchas preguntas acerca de si hay que mentir, de cómo podemos imaginarnos a nuestra pareja teniendo sexo con alguien más, de qué ocurre si la otra persona se enamora, de si contarse o no las cosas que ocurren. Todas estas preguntas son válidas, pero a la vez evidencian la posición de estar fuera del pensamiento no monógamo. Esto puede sonar mal, pero no es esa la intención, es simplemente establecer una línea de diferenciación que, como dije antes, no tiene por qué ser totalmente rígida. Todas estas preguntas pueden responderse satisfactoriamente y hacer del mundo de las relaciones abiertas algo comprensible y plausible. Más allá de eso, creo que las personas que deseamos relaciones abiertas no lo hacemos en contraposición a la monogamia, es decir, no partimos de la monogamia para intentar modificarla de alguna forma, sino que directamente pensamos de otra forma. Por ejemplo, yo no soy una persona particularmente celosa, aunque prefiero no enterarme de detalles, no pienso en las personas con las que salgo teniendo sexo con otras personas y si lo hago no me perturba, sé que todos podemos enamorarnos exista o no la posibilidad de estar con otras personas dentro de un compromiso mutuo. Esas son mis respuestas, pero parten de la base de que la libertad me parece importantísima; jamás querría que una persona que está conmigo ‘no pueda’ hacer cosas que le dan ganas y que quizás, por pensamiento circular termine atribuyendo dicha prohibición a un deseo mío, por lo tanto culpándome de no poder estar con otras personas. Creo, igual, que ese nivel de resentimiento se reserva para momentos difíciles en una pareja. Por otra parte, deseo gozar de la misma libertad. Siento que es esa libertad la que hace que el hecho de elegirse sea más fuerte y me hace sentir que el vínculo es genuino. No creo que ninguna forma de pensar esté por encima de la otra. Creo que tienen que ver con nuestro temperamento, personalidad, experiencias formativas. También creo que es algo positivo que un montón de cosas asumidas en la monogamia como los celos estén reevaluándose. Pero no creo que sea necesario destruir la monogamia o plantear un futuro sin ella, sino que simplemente nos ayuda a ser más responsables afectivamente. Reflexiono, en este párrafo acerca de que las personas conciben las relaciones por default de distintas maneras y que puede haber un grado de flexibilidad en tanto consideración y/o conducta, pero que no debemos reprocharnos que no ocurra. En su lugar, podemos preocuparnos por ser responsables afectivamente. Me considero una persona cuyas creencias siempre fueron puestas en jaque, lo que no me hace una víctima desde ningún punto de vista. Tampoco sufrí tener que dar explicaciones. Al contrario, disfruté entender que era algo tan mío, como la monogamia era algo tan dado para las otras personas, que directamente nuestros cerebros estaban cableados de formas diferentes. Esto me ayudó a buscar y encontrar personas con cerebros cableados como el mío e hizo de mi vida amorosa algo más sencillo por momentos. 

Otro término que está en boca de todos es la responsabilidad afectiva. Pareciera ser que nos resulta fácil acusar o verla en otras personas pero que no es algo que practiquemos conscientemente. No siempre es así, claro, pero cabe preguntarse si la practicamos proactivamente. Hace poco leí en algún lado que cambiar las sábanas es responsabilidad afectiva. Suena gracioso pero algo de verdad hay. Sacándolo del plano literal, si uno esta con varias personas, o incluso con una, es importante respetar este tiempo y ese lugar, con sábanas limpias si se quiere porque hay una exclusividad aunque sea momentánea a respetarse. Una clienta me contó que salió con un chico que está en una relación abierta que le admitió que no sabe bien cuáles son las reglas ni si su novia sabía de ella en particular. Ese es un claro caso de una persona sin responsabilidad afectiva. La explicación es simple, no se preocupó por tener un acuerdo claro con su novia y a su vez está involucrando a una persona que, si bien aceptó el hecho de la relación abierta, no tiene por qué saber cuáles son las dudas que el tiene con sus vínculos, especialmente su novia, a quien expuso frente a mi clienta. En épocas en las que muchas personas están intentando tener relaciones abiertas como algo novedoso es harto importante que se establezcan ciertas pautas. Esto puede ser más obvio que las pautas que establecemos en el trato con otras personas, quizás cuando empezamos a conocerlas. Estas pautas no tienen tanto que ver con el vínculo o con la otra persona, sino con cómo nos manejamos nosotros en general. En lo que va de este año recibí tres mensajes de personas con las que había salido o tenido sexo pidiendo perdón por haberse manejado de una cierta forma conmigo. Dos de ellas en relaciones abiertas intentando probar un vínculo conmigo. La responsabilidad afectiva llegó tarde, pero llegó. Cuando no llega o no aparece sentimos dolor y hoy le podemos poner un nombre a aquello que nos causó dolor. El antídoto, en mi opinión es buscar la coherencia y practicarla a rajatabla. Es sincerarse con uno mismo por lo que pudo haber hecho mal la otra persona, por cómo te hizo sentir y por qué y buscar la forma más sincera de decirlo. Todo esto aplica viceversa. Debemos aprender a sincerarnos sin vomitar y debemos aprender a identificar nuestros sentimientos. Luego debemos aprender a ponerlo en palabras que no acusen, sino que humanicen la experiencia que todos estamos viviendo. 

Humanizar también es reconocer que en una relación abierta van a haber grises. Quizás te encuentres cocinando huevos revueltos para la persona con la que anoche tuviste sexo o quizás sea tu novia la que esté haciendo eso. Quizás te des muchos besos, cucharees, quizás le regales o te regalen cogollos. Quizás pasen cosas que te produzcan ternura, calidez, abrazos. Siempre digo que el sexo es íntimo y que eso debe humanizarce como experiencia. Aunque tengamos sexo casual, estamos compartiendo algo muy íntimo. Nuestra desnudez, lo que nos gusta, cualquier inseguridad sobre tu cuerpo va a pasar por tu cabeza, estar con alguien nuevo, con alguien con quien sabés que no hay un futuro, que no estás empezando algo. Ojo, en una de esas empieza algo. Pero es distinto pensarlo sin horizonte que con una relación primaria que en este momento está en tu WhatsApp, inocentemente diciéndote buen día. El amor y la confianza de volver a ese nido que ya armaste. Hay emociones y hay intimidades que uno no contempla cuando sienta las bases o cuando se embarca en cualquier tipo de relación abierta. Creo que, cuando uno está entero y está coherente, cuando somos asertivos y sabemos lo que queremos, tenemos más herramientas para ser responsables afectivamente y navegar el mundo de las relaciones. También creo que lo clave es hablar. Hablar enserio, practicar decir la verdad con las palabras más simples que puedas. Pero decirlo en voz alta, hablalo con gente, compartí esta experiencia que te conmueve de alguna forma. Si no lo hacemos nos perdemos de un montón de experiencias y corremos el riesgo de lastimar y ser lastimados sin comprenderlo. 

Mucho de lo que escribí en este artículo se basa en lo que estudié, en lo que vi en mi consultorio y en lo que viví en mi vida personal. Respecto a esto último, me parece importante destacar que tanto el entenderme como no-monógama, el practicar la responsabilidad afectiva como puedo y el humanizar los vínculos pese a que muchas personas piensen que si no son el prototipo de amor romántico, de a dos y para siempre son cosas que vinieron prácticamente por default en mi cerebro o se fueron armando a partir de experiencias muy tempranas. Es por esto que me molesta a veces cuando hablamos de deconstrucción al referirnos a estos pasos. No estamos avanzando o, mejor dicho, siendo de avanzada, por practicar ciertas formas de relacionarnos que hoy parecen abundar. Menos si lo hacemos zambulléndonos o sin la formación que las mismas requieren. El motivo porque escribo este artículo sobre cosas que me interpelan no es solo para alentar a personas a hacerlo responsablemente, sino también para antes de subirnos al tren de todo lo que parece ser divertido, novedoso y hasta de avanzada, también es importante ver qué es lo que naturalmente nos interpela; aquello que no requiere ningún cuestionamiento y que responde las preguntas solas, sin dar tantas vueltas.

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