¿Cómo hablar del rock? ¿Cómo pensar el rock? ¿Cómo escribir sobre el rock? El vicio del periodismo musical de explicar las letras por el contexto (como si dependieran de un análisis sociológico) o por la biografía del autor (como si en sus anécdotas se ocultara algún tipo de verdad trascendental) produjo una infinidad de análisis soporíferos y obvios. ¿Por que no analizar las letras como analizamos los poemas? ¿Por qué no hacer de la escritura sobre el rock una escritura poética? Esa es una de las tareas del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC): sacar a la crítica de rock de los estantes del periodismo al mismo tiempo que se pone en funcionamiento la máquina de la teoría literaria. En esta oportunidad les traemos una porducción que surje de ese trabajo, una reseña/ensayo de Mauro Petrillo, integrante del SPERAC, sobre Arde La Sangre.
* * *
Arde La Sangre es el nuevo proyecto de Hernán Langer, Marcelo Corvalán, Luciano Farelli e Ignacio Benavides. “El comienzo”, EP/Documental producido íntegramente durante la pandemia, trae ventura. Con nobles y clásicos modos rescatados, este trabajo atestigua lo que el oyente, ansioso de sudor y agite, anhela hace ya demasiado tiempo.
Génesis
Como cualquier construcción cultural colectiva de sentido, el rock descansa, cómodo e impasible, sobre gruesos y enmohecidos pilares mitológicos. Si bien lentamente van intentando ser demolidos, no dejan de ser constitutivos y transcendentes.
Según el mito inicial, narrado en primera persona por Javier Martínez, la epifanía fundante se manifiesta al probar una salsa de tomate. 50 años después de la emblemática magdalena embebida en té, aflora la versión criolla con pancito dominguero mojado en tuco materno. El motor del nuevo camino. La inmensa montaña, rígida, quieta e inexpugnable del Rock, así con mayúsculas, comenzaba a ser escalada. El mito hoy cruje y amenaza con partirse, seco ya como tabla, ante las firmes pisadas de lo nuevo. Es menester acompañarlo, quizás en su caída, con fe, ingenuidad y fanatismo; con la esperanza incuestionable de los fervorosos.
En 2020 el mundo quedó suspendido como nunca. Ni siquiera los augurios más fatalistas imaginaban el estado de parálisis que vivió, y aún vive, la humanidad. Quietud, miedo e incertidumbre fueron las chispas que hicieron que el jugo de tomate frío, líquido primal y gestante de uno de los colectivos culturales más trascendentes del siglo XX, se caliente hasta arder.
Lucida mirada la de aquellos que ante las plagas pueden palpar la esperanza. La pulsión creativa no se apaga con facilidad. El fuego enceguece y destruye pero también purifica, renueva e ilumina. La sangre, fría en el origen, corre exultante por las venas y toma temperatura. Algo empieza a germinar desde la calma.
Éxodo
Apenas iniciado el 2020 acontece el cimbronazo de la separación de Carajo, devastadora y sorpresiva para el fandom virulento y sudoroso. Sin tiempo de procesos ni de lamentos llega la pausa, general, transcendente, absoluta, para intentar calmar las aguas del lago interior que se agitaba en la cima de la montaña.
Como el cristianismo primitivo el rock, ese hibrido encantador, nace y se desarrolla en cuevas y catacumbas. Secreto, perseguido y exclusivo. De pocos y para pocos; elegidos, tocados, iluminados por el aura de lo verdadero.
El año gestor de ALS fue, en el imaginario colectivo, un año perdido, regido por el encierro y por pánicos afrontados a fuerza de masamadre y tutoriales de YouTube. Mientras todos vivíamos la tragedia se gestaba “El comienzo” con una imagen más que simbólica: ellos cuatro, encerrados en su catacumba, dando forma, moldeando, el nuevo proyecto. Vivenciando la abstracción necesaria para continuar. El motor de búsqueda, el eterno retorno que, como siempre, fortalece desde la zozobra. El aislamiento como potencia.
Entonces aparece el comienzo como arquetipo gestor. Como matriz inicial colectiva, frágil y eterna. Lo conocido que acoge, resguarda y ampara. Esperable en tanto repetición arrulladora; el sonido amigable, la puerta del auto que se cierra y los padres que llegan a salvar justo en el instante en que la sombra aglutinante se adueñaba del cuarto infantil. ALS toca esos lugares, totales, vitales y siempre necesarios.
Enfrentados a un vacío totalmente nuevo, desde el encierro producen. Sin grandes pompas, el pulso social no acompaña, pero con ardor que es capaz de forjar cualquier cosa, incluso aquello que parecía inalterable. La sangre burbujea ante lo posible, ante lo nuevo que siempre estimula.
Enmarcado en un sonido trabajado como siempre, es innegable el retorno a lo primal. Los sonidos identitarios, propios, reconocibles. El horror del afuera fuerza, motiva a preservar lo conocido. Los 90/2000 brillan en el inconsciente colectivo. El anhelo de paz, de calma tan intensamente necesario, busca el canto repetido, conocido. El deja vu del casete grabado por el amigo pionero, el play en el bondi y el viaje total a lo extrañamente familiar. Lo nuevo y lo de siempre hermanados.
Apocalipsis
Como dudar del fin como principio. Derrumbe de lo dado, amanece que no es poco. Lluvia de fuego cae del cielo y Gog y Magog que arden con la llama certera de la justicia divina. ALS nace del derrumbe, del aislamiento más primal, más absoluto y real. Las plagas y el pánico del final son tangibles por vez primera. El fervor de la fe da lugar a un principio esperanzador y luminoso. Ante los fuegos, ante el pavor, el sabio y el profeta ven el tiempo de la sanación. El nuevo hombre, el comienzo gestante; el sonido crudo y visceral; aullidos acompañados por el respeto holístico a los paradigmas fundantes de la idea: grito, velocidad, vivo y escenario. 4 jinetes de la esperanza cabalgan entre sombras. La última escena que registra el, mítico ya, estadio Malvinas Argentinas que tanto rock duro albergó. La imagen parece la ideal, como en la profecía más trillada.
La conjunción de los cuerpos va, como la nave. Fluidez, no la de antebrazos tatuados de Palermo, que lleva a entusiasmos conocidos. La potencia de la carne, el calor ansiado de las personas auspicia lo que nace.
La trascendencia heroica de los mansos como bandera Vencemos el mal con el bien, La paz del humilde es poder. La matriz original, aquello que sangra en el alumbramiento se vuelve sangre vital y la regente absoluta del signo. El afuera mortecino, encendido y apabullante, lo Real, busca reparo en lo privado, en lo primal, en lo indecible. Los valores más bellos y nobles, incuestionables y, por ende, trillados son texto-remera. El sentir radical, absoluto, de la revolucionaria proclama adolescente hecha carne y fuego.
Y que dure lo que dure ardiendo.