En todos los tiempos hay profetas, algunos anuncian la salvación y otros la caída final de la humanidad y su destrucción. Nick Land es de los segundos, y su particularidad es el goce perverso con el que parece esperar ese futuro post-humano. Un cerebro plagado de referencias de ciencia ficción que no funcionan sólo como archivo bibliográfico y cinematográfico sino como herramientas especulares y conceptuales.
Para explorar las sombras del imaginario tecnocapitalista de Nick Land y su relación con la ciencia ficción entrevistamos a Agustín Conde de Boeck, Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba y becario postdoctoral de Conicet. Ha publicado los libros El Monstruo del delirio. Trayectoria y proyecto creador de Alberto Laiseca (La Docta Ignorancia, 2017), Sinfonía para un Monstruo. Aproximaciones a la obra de Alberto Laiseca (Eduvim, 2019; en coautoría con Celeste Aichino), H.P. Lovecraft. Vida y obra ilustradas (Diábolo, 2019) y Vida, obra y milagros de Marcelo Fox (Borde Perdido, 2021; en coautoría con Matías Raia).
Para empezar nos interesaría saber cómo podemos considerar la obra Nick Land: ¿Podemos decir que es literatura? ¿Podemos decir que es filosofía? ¿En qué límite se encuentra? ¿Cuáles son las divisiones genéricas para pensar la manera en la que Nick Land opera sobre conceptos filosóficos, pero también algo más que eso?
Yo creo que Nick Land lo que hace es ir un paso más allá de lo que ya William S. Burroughs había empezado a practicar en los años 50 y 60. Es el flujo, el desplazamiento de un experimento mental. Es decir, Burroughs tenía esa anomalía border que le permitía ubicar su propia producción de enunciados como parte de una cultura literaria (resaca del surrealismo, complicidad con los beatniks), pero, a la vez, él comprendía que esa escritura era en realidad un médium para otra cosa. Esa otra cosa sería una idea de lo extraliterario o de lo anteliterario, lo que está antes de la literatura, que funciona como una suerte de primitivismo hacia el cual retrocede la escritura, a modo de proyección atávica, por medio de un conjunto de supersticiones o mitologías en torno al futuro. Los futuribles serán comprendidos cuando avancemos hacia atrás. En el caso de Burroughs toda esa práctica tiene todavía un pie en la literatura. Yo creo que Nick Land representa el paso de esa ambición hacia lo extraliterario, una xenomorfia de la escritura: escribir con el deseo de estar ya plenamente afuera de la cultura. Y aquí hay quizás una idea centrada en la interpretación de la realidad en los términos en los puede definirse la filosofía como un deseo de adecuación con la cosa. Leer a Land implica esa superstición metafísica de creer, y él es consciente de perfil anagógico de la filosofía como y decide ahogarse en su propio mar y, digamos, vegetar la perversión de que sus experimentos mentales sobre el colapso, a diferencia de los de Burroughs, deban ser “tomados en serio”: esto yo diría que se ve claramente en el hecho mismo de que leamos a Land y, a la caza de comprender sus “conceptos”, dejemos que su estilo nos atraviese subrepticiamente. Si fuera declaradamente un escritor de “literatura”, quizás sus fines se tornarían más transparentes en la medida en que no nos vemos obligados a creer en lo que dice: presentado como un filósofo, la literalidad con que buscamos conceptos nos lleva a percibirlo como un profeta. Gran parte de la atención que viene recibiendo Nick Land, que se retiró del mundo académico inglés a fines de los años noventa, se enclaustró en China y se convirtió en un espectro, en lo no codificable, deviene del problema que comenzó a representar precisamente para el mundo académico, que no es otra cosa que una rama neurotizada del capitalismo. Land fue y es venerado por seguidores que tampoco se pueden permitir estar tan de acuerdo con la posibilidad de seguir la visión landiana de forma lineal o ciega, lo cual lo convirtió en una especie de pensador del Afuera, del horror: afuera de la academia, afuera de los límites de representación del lenguaje y de los mecanismos de patologización. La máquina nocional de la academia, incluso entre los tipos que dicen seguirlo, consiste en negarle a Land el estatuto de filósofo, le arrancan las charreteras: “Nick Land fue un filósofo”, dice uno de sus divulgadores, “y luego se volvió loco”. Es necesario que se vuelva loco, sino su giro reaccionario sería monstruoso. Es necesario que todo giro reaccionario sea comprendido como tal: locura. La horrenda realidad que se puede asimilar, en cambio, es que la filosofía puede convertirse al lado oscuro y seguir siendo filosofía: si la cosa en sí que aguarda al final de la historia es maligna o amoral, toda conversión al horror responde al originario sueño veritativo de la filosofía.
[…]presentado como un filósofo, la literalidad con que buscamos conceptos nos lleva a percibirlo como un profeta.
Entonces se puede pensar a Land como parte de una estirpe o un linaje de pensadores o escritores del Afuera, para usar una expresión de Foucault. Pensadores con un pie siempre fuera de la idea de “cultura petrificada” y más cerca de lo que Artaud llamaba “cultura mágica”. Nick Land se convirtió casi en un fetiche para una actitud de culto cuyo núcleo se quiso ubicar principalmente es un conjunto de textos que él mismo nunca tuvo intención de publicar como libro: Fanged Noumena, casi una Biblia armada en base a un conjunto de textos publicados de forma casi aleatoria. En todo caso yo creo que ahí aparece justamente esta idea del afuera, una obsesión con la que nunca vamos a poder terminar de insistir lo suficiente en el sentido de que es realmente el gran núcleo hacia el cual apunta todo el sistema de tensiones que hay entre literatura y filosofía o entre escritura y escritura académica. Tener “malos pensamientos” y suponer lo peor es algo que la academia suele inhibir, como si el optimismo leibnizeano, moderno, impregnara su axiomática: vivimos en el mejor de los mundos posibles. La idea de que exista realmente un sistema cultural de regulación, de legislación de la escritura es aquello frente a lo cual Land intenta desprenderse. Desinhibir la escritura por medio de un pensamiento completamente salvaje o asilvestrado para el cual los limites entre literatura y filosofía son completamente artificiales. Uno podría decir, Nick Land utiliza los poderes de la literatura para producir una filosofía que se supone que habla de la realidad, en todo caso un materialismo trascendental cuya objeto de adecuación no se ubica tanto en lo que es como en lo que todavía no es, pero a la vez usa, podría decirse, una de las deidades de la filosofía, los manes de la tradición filosófica, para supuestamente pensar de forma desarticulada: afirma que los científicos desconceptualizan los que les da miedo (evolucionismo, neurosis, aniquilación tecnológica) y que el avance tecnocapitalista aprovecha la división especializada del trabajo científico para que la máquina funcione sin que cada investigador tenga una visión completa del espeluznante rompecabezas que la totalidad del conocimiento está construyendo. Entonces Land se entrega a experimentaciones mentales (que pasaría si pienso lo peor), experimentos que, en última instancia, son de escritura y que uno diría que nos arrojan completamente al problema del estilo. Cuando uno lee a Nick Land se pregunta “¿esto es pensamiento o esto es estilo?”, y queda varado en esa frontera. El propio Robin Mackay, que es uno de los divulgadores y continuadores del pensamiento de Land, dice que él fue un filósofo en algún momento, y que se volvió loco… y esa locura es literal, no una construcción de personaje o de autor o del valor de cambio dentro de un campo literario, sino que es una locura efectiva. El tema es lo que esa locura, justamente, nos permite desarticular… y por qué necesitamos que sea locura.
Tener “malos pensamientos” y suponer lo peor es algo que la academia suele inhibir, como si el optimismo leibnizeano, moderno, impregnara su axiomática: vivimos en el mejor de los mundos posibles. La idea de que exista realmente un sistema cultural de regulación, de legislación de la escritura es aquello frente a lo cual Land intenta desprenderse.
Los grandes referentes de Land son literarios, si uno se interna en su prosa, siempre está retaceada de citas o referencias directas o indirectas a la obra de Gibson, de Burroughs, de Philip K. Dick, de Lovecraft. Los filósofos que él escoge como creadores de discursividad son filósofos que también están ahí, en el límite con la literatura (Heidegger, Nietzsche, Schopenhauer, Deleuze). Yo creo que lo que este movimiento le permite a Land, lo que jugar con ese límite le habilita, es la cuestión de la ficción como un avance en el terreno de lo abstracto: de lo que no es, o de lo que no es pero que puede llegar a ser. Ahí aparece su noción de hiperstición: ficciones que, creyendo operar sobre lo meramente imaginario, en realidad están siendo atravesadas por el pliegue temporal del futuro, que habla a través de ellas y expresa la potencia de lo aún inexistente. Por un lado, la metafísica como diría Borges es una rama de la literatura fantástica, y Land toma esa idea del componente ficcional de la metafísica occidental, principalmente el criticismo kantiano y su obsesión con la cosa en sí. Y luego está el componente de realidad supersticiosa que tiene la ficción: nada es ficción, si podemos leer la densidad de presagio que hay en hablar de lo que no es. La idea de que hay ficciones hipersticiosas con un poder para cristalizar en la realidad. Land practica una especie de historización futura casi sobrenatural. La noción de que la literatura no profetiza hacia adelante, sino que es más bien el futuro, como una especie de agente, de fuerza agencial, el que se desplaza hacia el pasado y se expresa a sí mismo en una obra del pasado. El futuro, como si fuese una especie de deidad, retrocede y encarna en esas obras como extensiones casi tentaculares del futuro. Se retroinhuma a sí mismo para que lo encontremos. En esa agencialidad del futuro es donde Land recibe más anticuerpos porque prácticamente es construir una filosofía parada en lo, no diremos sobrenatural, pero sí paranatural.
Es una construcción de Tlön pero versión esotérica.
Totalmente, la idea esa de descifrar una totalidad en base a los fragmentos o las ruinas de una civilización. Esa civilización que anticipa Land, esa especie de futuro maquínico donde va a advenir una tecno singularidad o una singularidad tecno capitalista, ese futuro inhumano total, está anunciado en la literatura. Ese futuro produce hacia atrás esas ficciones. Es un antropólogo a la inversa: no busca lo humano en el pasado, sino lo inhumano en el futuro. Y su lengua es anti-exotérica, un estilo cuajado de rituales mánticos entre los que Land incluye repentinas glosolalias expresadas maquínicamente en código binario. Hacer del experimento esquizofrénico de escritura una exigencia de lectura experimental.
Y en relación a las influencias de Land en el ámbito literario ¿Cuáles fueron los aportes hizo la ciencia ficción a la filosofía? ¿En qué momento la ciencia ficción empieza a ser un espacio de especulación para la filosofía de la misma manera que la poesía lo fue para Heidegger?
La comparación con Heidegger es importante porque efectivamente en cierta filosofía (podemos nombrarla como realismo especulativo, giro especulativo o poshumanismo, que son rótulos dados por la propia academia, como el ambiguo término aceleracionismo, filosofías que fetichizan la ciencia ficción del mismo modo que Heidegger lo hizo con la poesía) campea la idea de que existe una exterioridad primigenia, un afuera del lenguaje al que la filosofía debe llegar y avanzar, y ese primitivismo está en el componente de intuicionismo liberado que tiene la abstracción: la potencia de la literatura para invocar vórtices de paradojas cognitivas y nombrar esa oscura cosa para la que trabajamos. La literatura se enmascara de ficción, de discurso sobre lo no-existente, sólo para proteger la salud mental de la civilización, pero bajo esa máscara gatilla los máximos disparadores fóbicos. Incluso la poesía, no pensada en términos de ficción, pero sí de un lenguaje completamente desfundamentado en el cual Heidegger puede construir otra lengua. Dice: “la poesía que piensa es en verdad la topología del ser”, la poesía sería un decir ontológico. De hecho, la tesis doctoral de Land es sobre Heidegger y principalmente sobre sobre la poesía y el lenguaje. Ahora, Land vendría a ser uno de los precursores de esta fetichización de la ciencia ficción que exhibe la filosofía contemporánea, esa tendencia a ir construyendo una filosofía cuyo objeto cardinal sea una imagen de futuridad ya instanciada por la ficción. La ficción como un horizonte nocional prefilosófico del cual la filosofía puede echar mano para fijar conceptualmente o, en todo caso, para poner en estado de flujo. Land lo anticipó perfectamente en los años 90s, y, de hecho, fue uno de los primeros que leyó en serio la posibilidad de compaginar la filosofía deleuziana con el cyber punk de los 80s y sus líneas hacia las paranoias entrópicas de los 60s. Fue el primero en leer Neuromante de William Gibson en términos de un balance de futuridades posibles en torno al futuro de la Inteligencia Artificial. También uno de los primeros (y que ahora es prácticamente una moda que se expandió como una mancha de aceite) en utilizar el horror cósmico lovecraftiano como un modelo para pensar, como base para la construcción de un paradigma de pensamiento centrado en la naturaleza fóbica de la civilización y en la calidad aniquilatoria del Afuera extrahumano. Hay un punto en el que gran parte del pensamiento francés posestructuralista tuvo la tendencia de vegetar la literatura, no utilizarla como fuente de ejemplos, sino más bien ir a habitarla discursivamente. Desplazarse hacia ella, pararse en la metáfora y convertir ese régimen abierto del lenguaje en una posibilidad para “destruir” la metafísica occidental, el capitalismo, o la idea misma de sistema. Este mismo gesto es el que permitió luego, ya desde los años 80s en adelante, y tomando una especie de “seriedad”, que la ciencia ficción se convirtiera en un modo de pensar. Una generación que encontró en las supuestas banalidades del cine un pábulo más sugestivo para pensar el futuro que en toda la discursividad humanista de la modernidad. Una generación a la cual la alta cultura le mostraba tranquilizadoras efigies antropomórficas, pero que luego encontraba en la cultura de masas el anuncio de un avance acelerado hacia la xenomorfia. Yo creo que Land toma en primera instancia la ciencia ficción, y puntualmente su noción de una “literatura abstracta”, como una entrada privilegiada, un organon incluso,para poder acceder lo Irreal, que es lo Real. Nos podemos acercar hacia lo Irreal, lo inhumano, lo extrahumano, hacia ese sueño kantiano del noúmeno, pero nos podemos acercar solamente a través de estos discursos no vigilados. La ciencia ficción es un discurso no del todo vigilado (especialmente entre los sesenta y ochenta), completamente favorecido en su capacidad de experimentación gracias a la desestimada irrealidad que la cultura le adjudica. El futuro es inofensivo, creían, y permitieron que la ciencia ficción dejara colar por la cerradura del sistema massmediático una maroma de categorías e ideas fuertemente perturbadoras. La ciencia ficción (no quienes la ejercen, sino la ciencia ficción en sí misma) se ha disfrazado, enmascarado de uno de los objetos más inocentes de la cultura de masas, un objeto de una aparente inocuidad que finge ser completamente inerme por una cuestión de utilitarismo: la cultura de masas dice ser simplemente un objeto de uso y desecho, de entretenimiento a través de meras variaciones imaginarias, y justamente en esta máscara de consumo que tiene la cultura de masas es donde se filtra una libertad discursiva que la filosofía académica ha perdido por completo. Land percibe esa esterilidad de la filosofía académica para poder decir realmente algo y también percibe esa exuberancia inagotable y contrastante que tiene la ciencia ficción, especialmente cierta ciencia ficción. En todo caso podemos hablar después de cuales son especialmente las futuridades de la ficción que le interesan a Land, que se desmarcan de las que quizás están más esclerotizadas.
La literatura se enmascara de ficción, de discurso sobre lo no-existente, sólo para proteger la salud mental de la civilización, pero bajo esa máscara gatilla los máximos disparadores fóbicos.
Por ejemplo, una que Land desecha mucho es la futuridad del viaje espacial. Esa especie de utopía espacial no tiene lugar en el imaginario de la ciencia ficción que le interesa a Land. Como ocurre con toda la línea del realismo especulativo, a Land es la cuestión del “viaje” hacia el interior de la ciencia y el avance hacia lo inhumano lo que le resulta un indicio de algo, un signo vestigial de un futuro que se mueve hacia el pasado para expresarse bajo la forma de ficciones. No el viaje espacial como mera iteración amplificada de la exploración positivista del mundo, sino el viaje hacia una inmanentización, hacia el advenimiento de la Inteligencia Artificial. La ficción, en este sentido, es una emulación del cerebro en el sentido estricto de estar transida por una agencialidad no humana cuyos fines se nos sustraen, pero que, como amenaza Land, “pronto conoceremos”.
En la ciencia ficción tradicional habría una propensión a pensar el viaje en términos de trascendencia, de un “más allá”: otro tiempo, otra dimensión, otra raza, etc. En el caso de Land se produciría un camino inverso: la monstruosidad del futuro está “más acá”.
De hecho, uno de los puntos de partida de Land es discutir la cuestión de la trascendencia en la filosofía kantiana, así como a la relación entre la comprensión moderna de la alteridad absoluta y el origen del capitalismo. Y no se refiere solamente a Kant sino a una especie de virus de la metafísica occidental que contamina toda la filosofía occidental con la idea de que hay una trascendencia, una trascendencia de apariencia humana, asimilable, o, al menos, antropomorfa. Land encuentra en Kant, en cambio, una salida parcial: Kant no cree que sea posible avanzar y descubrir el noúmeno a través del conocimiento. Avanzar hacia una trascendencia, esa imposibilidad de Absoluto que está en el propio sujeto trascendental y en las condiciones de la subjetividad humana, que para llegar a la cosa en sí requerirían un nivel de intuición metafísica que, digamos, supera al hombre. Ahí Kant le pone un límite a la metafísica, pero entonces Kant tiene que ir a las antinomias de la razón pura, retroceder hacia una esa misma metafísica que había superado. Entonces, si la limitación kantiana era una intuición de una alteridad radical, él mismo retrocede fóbicamente ante ese vacío y opera un retorno a las seguridades de la metafísica. Yendo más allá de las estrellas el idealismo metafísico pre y post Kant desecha esas limitaciones espera que vayamos a encontrarnos con alguna forma de lo que nosotros consideraríamos humano, antropomórfico. Land, enemigo de antropomorfizar lo Real, cree que lo que en la filosofía hay, en cambio, es una fascinación total, nunca del todo confesada, por lo xenomorfo y por la idea de que lo que vamos a encontrar afuera sea lo inhumano, la absoluta la irrealidad total. Entonces Land ve la ciencia ficción como una vía para llegar a esa alteridad total. Sea para pensar en términos alienígenas o bien de una maquinización que advenga con la inteligencia artificial pero que convierta principalmente al ser humano en una entidad, una mera entidad que sería tan sólo un momento dialéctico. El ser humano para Land es solamente un momento en un avance acelerado de la historia que termina en la máquina, en la inteligencia artificial.
Land, enemigo de antropomorfizar lo Real, cree que lo que en la filosofía hay, en cambio, es una fascinación total, nunca del todo confesada, por lo xenomorfo y por la idea de que lo que vamos a encontrar afuera sea lo inhumano, la absoluta la irrealidad total.
Si uno tuviese que reconstruir Land hacia atrás ¿Dónde estarían los antecedentes? En el campo de la ciencia ficción, y la literatura, los imaginarios y las imágenes ¿Cuándo se empieza a pensar esta idea?
Creo que uno podría poner una genealogía más estricta o ambiciosa, a partir de la idea de máquina en Land, la concepción de lo maquínico que reemplazará al hombre definitivamente, la noción de que lo real apuntaba justamente hacia una producción más maquínica, una absorción de toda vida, y no a antropomorfizar como el cosmos. Si uno lo pensara en esos términos puede cambiar el concepto de máquinas por la idea de lo inhumano en general o, en todo caso, de lo automático. La siniestra automatización maquínica de la que ya habla Marx en los Grundrisse, como precursor del aceleracionismo: las fuerzas del gran cerebro social serán absorbidas en la máquina. De hecho, muchos pensadores aceleracionistas han encontrado antecedentes, y no necesariamente en la ciencia ficción sino también la filosofía “clásica”, en el irracionalismo de Schopenhauer, en la idea de Voluntad, e incluso en el trasfondo del pensamiento no marxista sino marxiano, del propio Marx se puede encontrar esa idea de que hay una evolución material que es automática que son procesos que no conciernen al hombre, dentro de los cuales está incluido como combustible, y que son procesos que tampoco conciernen al hombre del futuro: el hombre avanza por una cinta en un proceso que va hacia lo extrahumano. El punto de partida que toma Land con Kant no es en vano en el sentido de que esa fascinación kantiana por la cosa en sí, por la idea de una realidad fenoménica incompleta a la que nosotros podemos acceder como seres humanos por medio de las formas de las sensación, las categorías del entendimiento, la razón trascendental, y que detrás de todo eso hay una cosa incognoscible para nosotros a la que solo podemos llegar por perfiles, por indicios o por vestigios (por ejemplo, por la contemplación de lo sublime). Esa idea es algo que atraviesa toda la filosofía moderna y contemporánea y llega Land como una forma prácticamente invertida en el sentido de que, como antecedente filosófico, lo que le interesa de la filosofía kantiana es su capacidad para provocar un horror sublime ante lo radicalmente Otro, la idea de que si el sueño de la filosofía se basa en develar esa exterioridad total, la única respuesta es el horror, la literatura del horror, la más elevada según Land. Si para César Aira la literatura es la reina de las artes, para Land la literatura de terror es la reina de la literatura. Pero un terror abstracto. Esta literatura abstracta, consagrada a lo no existente, sería la vía privilegiada que nos permite encontrar ese camino secreto que va hacia el afuera total, para invertir la frase de Novalis, cardinal del idealismo alemán, de que el camino secreto va hacia adentro. Solamente la literatura del terror podría ser, por su tendencia o por su vocación hacia lo irreal, un ejercicio para llegar hacia esa exterioridad. Ahora, Land encuentra ese horror no necesariamente en la literatura genérica del terror, aunque también esté ahí esbozado, sino en el impulso emocional del horror que atraviesa las cúspides de lo cósmico en la ciencia ficción contemporánea. Esas grandes ficciones hiperfóbicas. Uno lo puede encontrar en la “guerra de los mundos”, en el horror cósmico de Lovecraft y en toda su descendencia, pero también en las ficciones aparentemente inofensivas de la ciencia ficción de la cultura de masas. Es decir, gran parte del cine y de la televisión de ciencia ficción ha ido planteando, justamente, este horror ante el advenimiento maquínico o ante la llegada de lo xenomorfo. Baste pensar en cómo Alien y Blade Runner de Ridley Scott funcionan como umbrales, en el paso de los setenta a los ochenta, de ese capitalismo totalizado que iba a perfilar el camino hacia el siglo XXI. Son películas que casi configuran presagios de una alteridad radical hacia cuyo encuentro el capitalismo está por volcarnos. Las utopías de exploración espacial han convivido constantemente con ese phobos originario, el terror ante la idea de un avance o aceleración de lo tecnológico que pudiera empequeñecer al ser humano, develar su nada y situar esa nada incluso en el origen espeluznante de la mente (baste pensar en toda la tesis que despliega 2001). En todo caso está anticipada en Lovecraft en algo que va más allá de lo maquínico. Por ejemplo, no le interesa la máquina, pero sí lo inhumano o lo extrahumano, aquello intrínsecamente alienígena del cosmos, lo completamente exterior que podemos encontrar en las estrellas, pero también bajo tierra, si excavamos muy profundo, y que, al descubrirlo y ser puesto en comparación con lo humano nos va a permitir que percibamos de una vez y para siempre, quizás a riesgo de enloquecer, lo caduco de ese viejo sueño, ¿no?, ese viejo sueño de querer antropomorfizar el universo. En ese caso la máquina como forma de lo inhumano es solo una manifestación, uno de los perfiles que puede encontrar la ciencia ficción y que, en todo caso, Land lleva a una idea más general que es la del proceso automático.
Solamente la literatura del terror podría ser, por su tendencia o por su vocación hacia lo irreal, un ejercicio para llegar hacia esa exterioridad.
Entonces, sin importar qué es lo que rija el cosmos realmente o hacia dónde avance esta dialéctica que va a dejar caduco al ser humano, lo que principalmente importa es cuáles son sus procesos, los procesos automáticos. Hay una maquinización desagencializada, casi como procesos climáticos. Cuando llueve, ¿quién llueve?, ¿dónde está el sujeto? Es impersonal. Llueve. Eso llueve. ¿Qué es eso? La historia funciona maquínicamente y, así, imitando la propia condición maquínica de su proceso, va a avanzar hacia la máquina como objeto. No es la máquina como un agente contingente, sino que la historia humana fue maquínica siempre, antes de la existencia de las máquinas.
A Land le interesa la máquina más allá del hombre ¿Qué otras figuras de la ciencia ficción hay en su producción?
Hay una lógica que yo diría que es central, que es la idea del virus, que Land la toma de Burroughs. La lógica de lo viral, que puede ir desde el virus biológico hasta el concepto de virus cibernético. Autorreproducción, autoengendramiento. Si nos vemos al espejo, los hombres, podemos imaginar a un dios creador, a un demiurgo humanizado. ¿Pero cuál es el dios del virus? ¿Cómo se ve el dios que también concibió la lógica de lo viral? Un dios sin rostro, un dios puro flujo amoral. El virus es una suerte de entidad que se reproduce a sí misma y que, en el tema de distancia, termina efectuando una suerte de conspiración de control. ¿Pero quién conspira? Hay una idea obsesiva en Burroughs qué es la noción de una gran identidad vírica que se extiende a lo largo de toda la humanidad y que atraviesa a todos los humanos, que nos posee, pero que no tiene una agencialidad antropomórfica, que se reproduce por su propia sustentación y supervivencia. Simplemente la ambición de perpetuarse del virus es la que produciría todos esos sistemas, incluso los sociales. Ese control reticular de los grandes sistemas de dominio. Esa idea de la agencialidad de control es lo que también está de fondo, como una de las tantas figuras landianas, en la noción de horror o de exterioridad. Tanto los automatismos como el funcionamiento maquínico y la máquina per se, la idea de lo alienígena o algo extrahumano que esté o que encuentre en la gran vida especial cierta cosa que es completamente superior al humano, en la lógica del virus encuentra exactamente lo mismo. El capitalismo y el virus son ambos hiperobjetos, como diría Timothy Morton. Objetos demasiado grandes, demasiado diseminados, inaprehensibles de un único vistazo. Objetos que seguirán funcionando sin importar qué haga un individuo. Se parecen, son isomórficos: capitalismo y virus. La lógica viral, la lógica maquínica, las formaciones sociales y el Estado, y en última instancia, el capitalismo, salen todos de una misma unidad prediferencial. Y esa unidad, indudablemente, no es humana. Donna Haraway dice que nos acercamos al Cthuluceno. Lo dice en un sentido quizás utópico. Yo usaría el término de manera landiana y, por ende, lovecraftiana. Entre Cthulhu, esa gran entidad primigenia concebida como emblema de lo xenomórfo, y Azathoth, que es la deidad estúpida que creó, una especie de necio sultán de los demonios completamente ajeno a la voluntad humana e indiferente a los avatares humanos, coinciden completamente con la lógica burroughsiana del virus como una suerte de enfermedad que sigue avanzando por su propia perpetuación.
Simplemente la ambición de perpetuarse del virus es la que produciría todos esos sistemas, incluso los sociales. Ese control reticular de los grandes sistemas de dominio. Esa idea de la agencialidad de control es lo que también está de fondo, como una de las tantas figuras landianas, en la noción de horror o de exterioridad.
Son entidades cuya sola existencia es capaz de poseer nuestra mente con el virus del sinsentido: descubrir lo xenomorfo y caer en el nihilismo son una y la misma acción. De hecho, en el caso de Burroughs, la idea de posesión está siempre planteada en el plano literal, porque él decía que escribía para no ser poseído por el espíritu maligno que debía entenderse en los términos medievales no de una especie de metaforización psicoanalítica, sino con métodos medievales reales: posesión, exorcismo. Para Land esa entidad está al final del futuro, aguardando, como Cthulhu, que duerme bajo las aguas, en la ciudad de R’lyeh y sueña, y es ese principio de desarticulación e indiferentismo absoluto hacia el ser humano que, en ese sentido, parece haber a lo largo del siglo XX una especie de mitología homóloga. Uno siente que hay todo un despliegue de ficciones supersticiosas que llegan a su autoconsciencia final. Land es solamente el capítulo final de todas esas ficciones en las que se encuentra la autoconciencia del futuro pensándose a sí mismo. Hace décadas veíamos o leíamos ciertas ficciones como formas catárticas para expulsar lo irreal de nuestras vidas. Hoy quizás más que nunca comprendemos que esas ficciones, formuladas hipersticiosamente, más que expulsar lo irreal, lo invocan. La gran anticipación de un futuro real. Si ese futuro es Cthulhu, nosotros, las máquinas deseantes de la cultura de masas, los receptores obsesivos de las ficciones, vendríamos a ser, indeliberadamente, los hierofantes que lo invocan. Las ficciones son rituales.
Traés todas imágenes más bien oscuras…¿Hay un optimismo en esta literatura de ciencia ficción?
Yo diría que no hay un optimismo en Land, sino que hay una optimización. Land se pone del lado de la máquina y del deseo maquínico. En Blade Runner, Land estaría del lado de los replicantes. En Star Trek, estaría del lado del Borg, esa especie de inteligencia tecnológica y sintética total que absorbe mundos y máquinas en nombre de una aceleración incontenible del progreso material: la mística del silicio frente a la química del carbono. Entonces tiene sin duda ese fervor anticipatorio que también puede percibirse cuando Marx dice que un espectro recorre Europa y el proletariado no tiene nada que perder y un mundo por ganar. Bueno, pero uno podría decir: ¿Marx quiere, desea, que ocurra la revolución del proletariado? Y Marx diría: Yo no digo que lo desee, digo simplemente que va a ocurrir, es una facticidad. Pero uno no puede evitar notar ese fervor de fondo en Marx: el deseo perverso de que esa revolución ocurra, el goce de que la dialéctica histórica desencadene resoluciones que van más allá de la consciencia humana. De Land quizás se puede decir lo mismo. Él cree que va a advenir una singularidad tecnológica, un momento en el cual la inteligencia artificial absorba completamente el cerebro y, por ende, toda nuestra percepción de la realidad, y él considera que el capitalismo nos va a conducir vertiginosamente por ese camino hacia un colapso final de lo humano. En Land no se ve un optimismo pero sí una suerte de goce, lo cual es quizás más perturbador: él goza esta futuridad. Frente a toda esa visión apocalíptica, frente a esa distopía ya declarada, él se entrega casi a un epicureísmo de observador distanciado. Land, en todo caso, percibe ese final de lo humano como una optimización: estamos yendo positivamente hacia el Gran Filtro que, finalmente, cumplirá con su objetivo de destruirnos, de abolir la vida y hacer perdurar la eficacia maquínica.
Pero uno no puede evitar notar ese fervor de fondo en Marx: el deseo perverso de que esa revolución ocurra, el goce de que la dialéctica histórica desencadene resoluciones que van más allá de la consciencia humana. De Land quizás se puede decir lo mismo.
¿De qué manera aparecen estos imaginarios en la ciencia ficción contemporánea?
El propio Land tiene dos ficciones en las que ejemplifica lo que sería para él esa literatura abstracta que funciona como propedéutica para comprender el horror y elaborar, sobre esa base, una suerte de horrorsofía, una filosofía derivada de la percepción del horror cósmico como fin último de toda la metafísica occidental. En la primera de sus teorías-ficciones, Phyl Undhu, desarrolla el tema de la inteligencia artificial e imagina un videojuego que grafica una suerte de mundo baldío, pero a la vez ontológicamente válido quizás más válido que el nuestro. En la segunda, Chasm (Abismo) despliega una epopeya oscura total, una fábula talasofóbica donde el océano insondable funciona como indicio de la relación impropia de lo humano con lo gigantesco, con los hiperobjetos del universo. En esta misma línea uno puede pensar escrituras como las de Michael Cisco, Mark Danielewski, Greg Egan, Cixin Liu, Reza Negarestani o Pablo Farrés.
Land establece como un lazo de continuidad con la trilogía de Neuromante, la Sprawl Trilogy de William Gibson: la idea de un tecnopaganismo según la cual, si viajamos al corazón de la realidad virtual, nos vamos a reencontrar con las antiguas y atávicas realidades sobrenaturales que originalmente dieron lugar al paganismo, la noción de que se puede causar un sistema de supersticiones religantes en el corazón más íntimo de la tecnología. Y en Chasm lo que hace Land es formular algo así como una variación de En las montañas de la locura de Lovecraft: una gran realidad natural, en el caso de Land el océano, que contiene todo lo no humano, una gran masa sublime de naturaleza donde el hombre, sin embargo, es capaz de percibir esas realidades absolutas y terribles. Lo sublime kantiano como puerta a la Cosa espeluznante. Como lo es el espacio, en el océano también se abre ese “silencio eterno de los espacios infinitos” que Pascal decía que lo aterraba. Más allá de Land, uno puede percibir actualmente esta especie de diseminación de lo futurible retro. Indudablemente una buena parte de la ficción de la cultura de masas todavía sigue detenida en futuridades inocuas que corresponden más a una modernidad, la futuridad de la exploración espacial, de las utopías de ese posible avance o en todo caso una ciencia ficción que avanza e insiste en futuridades distópicas basadas en totalitarismos arcaizante casi al estilo fascista o en destrucciones postnucleares que nos permiten pensar en una especie de mundo baldío que se rebobina hacia un estilo de vida pretérito, tribal. Así gran parte del subgénero del apocalipsis zombie, por ejemplo, usa el motivo del zombie solamente como un medio para llegar a un futuro igual al de los tiempos más inhóspitos y primitivos, a una especie de nueva feudalidad. Pero, yendo por la vía contraria, existe la línea de una ciencia ficción, que casi no es estrictamente ciencia ficción, obsesionada con lo que va advenir luego del ser humano y cómo va a ser ese camino tortuoso y casi purgatorial hacia la desaparición de lo humano. El alumbramiento de otra cosa. Por ese lado yo creo que está la obra de Greg Egan, pero muy especialmente la de Pablo Farrés. No porque sea argentino, sino porque creo que es una de las grandes literaturas del siglo. La obra de Farrés, aunque, por el momento, se podría decir que es de una circulación más limitada, se va a terminar convirtiendo en algún momento en una suerte de contraepopeya del posthumanismo, en una gran épica degradada de nuestra era de Ilustración Oscura. Mi pequeña guerra inútil, Las pasiones alegres, Las series infinitas son obras de una autoexigencia y de una exuberancia absolutas. Es imposible retratar toda la gama de sutilezas siniestras de esa descerebración que va poniendo a funcionar en su escritura. Complots maquínicos o virales absolutos, reticulares, un poder capilar que, sumido en grandes bucles paranoicos y alucinatorios, apunta hacia un Afuera extra-humano. En Farrés hay una clara línea hacia Burroughs, hacia Philip K. Dick e incluso lo que hace es llevar hacia el posthumanismo o hacia el realismo especulativo todo un imaginario que uno puede encontrar en Borges, en Lamborghini o Levrero. Creo que es algo muy digno de notar en el sentido de que no es usual, porque no es una literatura sobreinscripta o prefigurada. Se trata de una escritura que busca lo descodificado, lo inasimilable. Es el punto donde una literatura obsesionada con la futuridad del cerebro se permite cruzar un adefesio hecho de retazos de filosofía, ciencia y símbolo, para engendrar una expresión que va más allá de la ciencia ficción y que, en todo caso, y con cierta timidez, uno se tentaría en llamar vanguardia. Pero vanguardia en el sentido último de la palabra. Yo creo que Farrés está escribiendo una obra que podría leer Nick Land, que podría estudiarla incluso. Exactamente un objeto para fetichizar en su propia escritura. No quiero decir la palabra universalismo, pero creo que en su obra tenemos una de las grandes epopeyas del realismo especulativo.
La obra de Farrés, aunque, por el momento, se podría decir que es de una circulación más limitada, se va a terminar convirtiendo en algún momento en una suerte de contraepopeya del posthumanismo, en una gran épica degradada de nuestra era de Ilustración Oscura. Mi pequeña guerra inútil, Las pasiones alegres, Las series infinitas son obras de una autoexigencia y de una exuberancia absolutas.
¿Hay una especificidad la literatura latinoamericana que vos veas como potente para estas narrativas del futuro? Porque quizá estamos más cerca de Úrsula Le Guin o Donna Haraway.
Bueno, yo diría que existen dos líneas o dos tendencias, no sólo de la exploración literaria, ni sólo la ciencia ficción, sino de todos los géneros de la cultura de masas o los géneros bajos en la Argentina. Es una relación que no solo se ha practicado con la ciencia ficción, sino que se ha practicado con el terror con la fantasía e incluso con el policial. En Argentina no existe ni existió una industrialización folletinesca de la literatura que permitiera, como la angloamericana, esa irrestricta exploración a través de la escritura. Los autores norteamericanos se han permitido explorar ciertas cosas por la posibilidad que las malas escrituras alumbran, la potencia para para realizar experimentos narrativos con las formas anómalas e ideas raras. Gran parte de la ciencia ficción argentina está en el polo de la transformación culterana, que es lo que Borges en gran parte hace cuando intenta transformar o sobrescribir la obra de Lovecraft. Hay un ensayo de Carlos Abraham en el que él demuestra muy meticulosamente cómo un porcentaje perturbadoramente alto de la literatura borgeana proviene de la ficción angloamericana y muy puntualmente del corpus lovecraftiano. Un origen sepultado y negado por Borges. Lo que hace es una especie de transformación o legitimación cultural en la cual todo ese componente de ficción anglosajona es encauzado hacia una literatura intelectualizada, una literatura donde hay toda una especie de puesta en escena de la erudición enciclopédica. Esta esa tradición borgeana de culteranizar las herramientas de la ciencia ficción y al mismo tiempo esterilizarlas es sólo fructífera en Borges. Sabemos que Borges no tiene “hijos”, no tiene verdadera descendencia porque no puede tenerlos: esa esterilización del instrumental de la ciencia ficción que opera en su literatura en cierto modo lo insulariza. Tenemos Borges y punto, no hay una línea de ciencia ficción que haya podido derivar de Borges. No fue un antecedente para una posible tradición de la ciencia ficción en Argentina. Obviamente, cuando me refiero a la reescritura que hace Borges de la ciencia ficción… Borges es un genio, sin dudas ese procedimiento es el disparador que a él le sirvió para encauzar un proyecto de ambiciones desmesuradas, pero lo que quiero decir es que no podría ser pilar para la fundación de una tradición sucedánea que operara esa reescritura de forma análoga. En Borges, esa culteranización de Lovecraft sirve para su propia construcción de universo… Y en el otro lado lo que tenemos es lo derivativo, la superstición de que pueda existir un mercado ampliado en Argentina. La idea de escribir ficciones imitando el bestsellerismo norteamericano, lo que produce, incluso en la actualidad novelas inofensivas, tontorronas, que parecen guiones para series de Netflix. Tenemos esos dos polos, la ciencia ficción culturalizada y la ciencia ficción completamente… iba a decir cipaya… que se pliega de modo irrestricto a las articulaciones y exigencias de un mercado que en Argentina no existe ni existirá. Entonces tenemos esos dos polos. Cuando yo nombraba Farrés justamente lo que me interesa ahí es que es ajeno a esas dos líneas, no arrastra la culpa de querer retraducir la ciencia ficción hacia una literatura intelectualmente legitimada, pero tampoco se pliega a la literatura del consumo universalizado, la escritura bestsellerista de la ciencia ficción derivativa. Yo creo que es uno de esos pocos ejemplos de esa especulación intelectual tan autónoma que ni siquiera es estrictamente ciencia ficción sino que es literatura a secas.
En Argentina no existe ni existió una industrialización folletinesca de la literatura que permitiera, como la angloamericana, esa irrestricta exploración a través de la escritura.
El caso de lo que representa una línea qué no son escrituras situadas o asentadas en la ciencia ficción, pero que diseminan efectos, o que producen todo un sistema de enrarecimiento que uno tiende a vincular más con la vanguardia que con los géneros “bajos”, pero que es completamente análogo a ese principio de representación que hace que hoy podamos decir que Burroughs era, en cierto modo, ciencia ficción. Ahí puede pensarse al uruguayo Levrero, a Laiseca, incluso puede pensarse en Tadeys de Lamborghini. Ahí hay lo que podría ser una estirpe posterior de la ciencia ficción en argentina: es decir, no la clave del género, sino la clave del extrañamiento que funciona de base a toda concepción de la futuridad, de lo todavía no existente. Y creo que Farrés toma esa tradición, esa línea, el enrarecimiento y la tradición como formas para ir a lo inhumano y ahí encontrarse con un instrumental que ya no es el de la ciencia ficción, sino el de aquello que Land denomina “hiperstición”.
Podría agregar que la línea de la ciencia ficción Argentina tenemos dos casos puntuales que creo que son paradigmáticos con respecto a lo que la ciencia ficción puede ser. Por un lado lo que desde el folletinismo hizo Oesterheld para la historieta. Practicó justamente ese efecto de la literatura que no intenta lavar las culpas de los géneros bajos para nada. De hecho El eternauta es una historieta, pero tampoco cae simplemente en la reproducción del modelo exterior, solamente lo hace con una especie de actualización o contextualización regional del modelo exterior. El eternauta no es ciencia ficción a la americana situada en Buenos Aires, sino que es ciencia ficción pura, lo novelesco puro, simplemente eso. Ciencia ficción en los términos de una comprensión de un verdadero pensamiento acerca de las futuridades más allá de las fuentes de ciencia ficción angloamericana que operen por debajo.
Y creo que Farrés toma esa tradición, esa línea, el enrarecimiento y la tradición como formas para ir a lo inhumano y ahí encontrarse con un instrumental que ya no es el de la ciencia ficción, sino el de aquello que Land denomina “hiperstición”.
¿Hay recomendaciones prácticas o recomendaciones de acción que deriven de tu lectura de la obra de Land?
Se ha abierto todo un abanico de consignas ideológicas siniestras en torno a la filosofía landiana, consignas que son justamente terroríficas, donde late el movimiento mental que oficia el norteamericano que se vuelca hacia una nueva derecha, hacia un neofascismo. ¿Cómo leer ese apoyo de Land, que es casi una especie de broma seria, al Gobierno de Trump? Toda esta especie de juegos que hay en la filosofía landiana con la derecha como un médium para acelerar el advenimiento de una singularidad tecnocapitalista te diría que suelen ser las recomendaciones autofágicas y necrófilas de acción que se derivan de esta filosofía, que son parte de una gran caricatura, de un circo. Toda nueva derecha real y pragmática alimentada por la filosofía landiana es alimentada por parte de ese virus burrogusheano y, en todo caso, Land se coloca como un observador morboso de esa esquizofrenia. Land desea la derecha tanto como Marx desea la revolución proletaria. Y, en todo caso, luego hay toda una línea de filósofos progresistas que encuentran en Land otra cosa: un estímulo descomunal para el pensamiento, una gran performance retórica, la generación de una discursividad estética para el siglo XXI.
Toda nueva derecha real y pragmática alimentada por la filosofía landiana es alimentada por parte de ese virus burrogusheano y, en todo caso, Land se coloca como un observador morboso de esa esquizofrenia.
A veces usar la palabra “acción” asociada a Land puede crear este sistema de connotaciones ideológicas que han tomado como núcleo al aceleracionismo. En todo caso, yo creo que Land, frente a todas estas nuevas derechas, se coloca como en una periferia panóptica y elabora una suerte de observatorio de esa aceleración esquizofrénica, estando a favor de la finalidad última de esa aceleración, pero no teniendo ninguna real identificación con los avatares humanos de esas inclinaciones ideológicas. Él se pone del lado del deseo maquínico. Las posibles aplicaciones políticas de esa aceleración en todo caso lo tienen sin cuidado. Lo que realmente le importa es esa especie de avance como gesto aniquilatorio y el advenimiento de la máquina, más allá de cómo se promueva. Que Land sea puesto al lado de un engendro de la alt-right como Curtis Yarvin, un referente para las neoderecha de misóginos, trolls, xenófobos, etc., es sólo un efecto de sentido de consecuencias reales temibles, pero no es una verdadera lectura del sentido performático que las consignas landianas tienen en el marco de su filosofía esquizoanalítica. Lo peor en Land es, sin embargo, no una conversión (el filósofo que se volvió loco), sino una parte de su propia escritura, la escenificación de un deseo necrófilo que debemos entender en la inmanencia de su formulación y no sólo en las ramificaciones delirantes, propiciadas por él mismo, sin duda, pero que no nos permiten leer mejor. Pero más allá de esto, que es siempre aterrador, y a veces parece ser simplemente una suerte de gesto de estilo, creo que el Land podemos encontrar una especie de principio hacia una acción en términos literarios. Y a esa acción la pienso como un avance hacia una genuina experimentación mental hacia un Afuera de las dos dicotomías que fungen como mecanismo de control de la literatura, que son la gran superstición de la vanguardia y todo su sistema de imposturas maliciosas y, por otra parte, la gran superstición del mercado. Y creo que la literatura argentina, justamente, es un observatorio ideal para esas posturas o imposturas, porque tenemos la creencia de que hay una vanguardia posible y la de un mercado posible, sin que ninguna de las dos sea completamente posible. Nuestra literatura es abstracta por naturaleza: creer formar parte de cosas que no existen, sea la vanguardia o el mercado, y abrazar esa vocación de inexistencia es quizás lo que mejor le permita entender sus potencias. Eso nos permite tener una visión todavía más exterior a ese binomio vanguardia/mercado, y es que la idea landiana de una exploración radical de una fuerza que no pacta absolutamente con ninguna de las instituciones culturales que la representan es lo que nos permite pensar en la oportunidad de una literatura que sea capaz de asumir sus flujos no codificados y que avance hacia alguna cosa en sí. Una escritura que sea capaz de desinstitucionalizar la asfixiante autofagia de la literatura argentina, porque siento que es un escenario privilegiado para poner en práctica ese principio de exterioridad tal como lo percibía Borges en “El escritor argentino y la tradición”: el hecho de que el estar justamente en una especie a mitad de camino, de zona inconclusa, entre las grandes tradiciones literarias mundiales, nos habilita a militar una suerte de exterioridad total. Desperdiciando esa potencia, la literatura argentina suele entregarse completamente a esa idea de cultura petrificada o institucionalizada, pero creo que hay ejemplos de una literatura argentina que ha avanzado en la dirección de lo que Alberto Laiseca llamaba el “puro genio”. Una literatura que tenga esa especie de absolutismo, de radicalización de lo innombrable, como finalidad. Esa especie de superstición del “genio o nada” que reclamaba Laiseca. Si vamos a escribir, que sea para obtener poderes mentales. Yo creo que Land es el gran llamamiento para desarticular la frontera de la filosofía y la literatura, y avanzar hacia una gran literatura supersticiosa. Creo que en Argentina hay ejemplos –Carlos Ríos, Farrés, Ariel Luppino, Manuel Moyano, José Retik–, que formulan escrituras que funcionan más allá de todo gremialismo vacío de las vanguardias y que militan una superstición completamente anacrónica del genio, y que, abrazando ese origen diabólico de la literatura, pueden permitir, a su vez, pensar una vanguardia desde una total retaguardia atávica.
Si vamos a escribir, que sea para obtener poderes mentales. Yo creo que Land es el gran llamamiento para desarticular la frontera de la filosofía y la literatura, y avanzar hacia una gran literatura supersticiosa.
Y en ese sentido, si desarticulamos la idea de literatura y filosofía, pienso también en la obra de Ludueña Romandini, de Germán Prósperi, o del uruguayo Ramiro Sanchiz, que son formas de escritura, casi teoría-ficciones, completamente liberadas de la existencia de una literatura o filosofía en términos institucionales y que avanzan a eso que Land llama lo abstracto, lo extra-humano: la posibilidad de explorar lo real y convertir la escritura en una propedéutica o en un organon para alcanzar los fines más primitivos y antiguos de la filosofía, que eran justamente llegar a vislumbrar lo irreal, llegar a tener una visión de la cosa que espera detrás del hombre. No hay que escribir para representar, sino para obtener poderes mentales.