Ritmo, suavidad y narrativa urbana, Nafta, el disco de la banda homonima, nos propone un paisaje sonoro que parece funcionar como resguardo frente a la virulencia sonora reinante. En esta oportunidad, Martín Lapietra, integrante del Seminario permanente de estudios sobre rock argentino contemporáneo, nos acerca una breve reseña de la producción de la banda.
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“Superhombres se supercorrompen con superpoderes
No hay palabras mágicas ni amor ni skere”
Panorama de Militantes del Clímax
Encuentro:
Érase un dos mil dieciocho. Tiempos de radio y de mucha música. Con Julian dedicábamos horas y horas a revolver todos los recovecos posibles que el algoritmo brindaba. Al fondo vimos que se iluminaban tres sencillos sueltos, como si estuviesen abandonados por la banda Nafta. Esos eran: “La carta”, “Vos no”, y “Potra”. Tres canciones que un año después formaron parte del primer disco homónimo del grupo. El encuentro fue mágico, por esos tiempos en la radio conversábamos mucho sobre el movimiento británico y estadounidense que se estaba gestando desde el género R&B: Yellow Days, Lizzo, Jorja Smith, Tank and The Bangas, Daniel Caesar, Ari Lennox. La magia sucedió porque Nafta tenía un halo particular, especial, argento.
A cuatro años de ese encuentro aún me sigo preguntando ¿Qué tiene de particular la poesía y música de Nafta que conmueve a tanta gente? Porque la respuesta del público con la salida del disco fue inmediata. Sus presentaciones se acrecentaron en diferentes escenarios del país y comenzaron a ser una pieza valiosa para los distintos line up de festivales. Recuerdo que una de las tantas reuniones compartidas con mis compañeres del SPERAC se entonaba la incógnita “¿Cuánto vale la lengua en un mundo tecnovivial?”. En su momento conversábamos sobre las relaciones digitales y cómo interactuamos de una manera más liviana en contraposición al acto de poner el cuerpo. Al escuchar nuevamente el disco y escribir estas líneas, siento que ambas preguntas se trenzan para dialogar entre sí.
Un cuadro violento:
Por medio de las doce canciones que componen al disco se cuenta la historia de un hombre ahogado por los consumos, las apuestas y el abandono de su familia. La voz poética cambia de persona para tejer el diálogo entre las distintas ópticas involucradas. Así las figuras femeninas, la ex esposa, la hija, y la madre, se hacen presente en el relato. Pero ¿qué le sucedió a ese hombre? No importa, no es ese el foco. Lo que interesa poéticamente es la materia melodramática, es decir, la exaltación sentimental de los personajes ante un hecho (aparentemente) insolucionable. Como el conocido cuadro “Nighthawks” (anexo al final) de Edward Hooper, la música teletransporta a escenas de soledad nocturna, de esa realidad suburbana, donde se descansa de la alienación cotidiana. Lo que protagoniza las letras son los sentimientos, esa materia tan individual como universal, es el sentimiento por perder un amor, por cagarla con una adicción incontrolable o el lamento porque todo se fue a la mierda una vez más.
Mientras, la poética trapera se masturba y eyacula sus fluidos cargados de autorreferencia saturada, deseos materialistas, y valoración endogámica —me suena al oído el gag “otro palo pa’ la historia” de Duki— a un público que (al parecer) mientras reciba flow poco le importa lo que le están diciendo en la cara[1]. Una escena cargada de varones que le siguen escribiendo al cuerpo femenino como posesión de valor. En contraste, la historia cantada por Nafta elige enfocar un suceso bien conocido: el maltrato, la manipulación y la violencia masculina. Igualmente, no considero que se trate de una lírica de denuncia, ni tampoco una respuesta ante tal problemática. Más bien, y para continuar con la temática pictórica, si de un cuadro de Magritte se tratara, el epígrafe que acompaña al disco de Nafta diría “Esto es un violento en decadencia”.
Tiemblo tengo miedo estoy sólo sáquenme:
Si hay un signo que representa al mundo tecnovivial que nos atraviesa es la sobreestimulación de información. Voces. Publicaciones. Contenido. Recomendaciones. Challenges. Recetas. Análisis. Sonidos. Luces. Experiencias. Música. Poesía. Imagen. Ruidos, ruidos, ruidos. Carnaval de expresiones humanas que tenemos al alcance de la mano. Ya “denme algo que apague estas voces”. La palabra en este tiempo de vivencia tecnológica brilla por su abundancia, los textos sobrevuelan como misiles y es el receptor quien aparentemente debe hacerse cargo del sentido ¿O podríamos vivir en un estado psicótico de pura expresión incesante? ¿No se hacía ya? ¿Acaso las tecnologías celulares y sus redes sociales no son un espejo más del hacer humano? Para mí sí, porque la realidad aumentada, bien como la palabra indica, nos permite observar(nos) desde otra óptica, justamente, aumentada.
Y al escribir esto me zumba al oído Nicolás Rosa quien afirmó “Las lenguas resisten. El referente consiste y el mundo evocado insiste, y en la insistencia está eso que llamamos sentido”. Entiendo que el valor de la lengua en estos tiempos brota de su claridad y sencillez, y el público como canal receptor agradece. Entre tanta cantidad ruidosa, el disco de Nafta se convierte en un impasse que alivia, refugio sonoro al servicio del descanso. Potenciado a su vez, por el encanto de lo cotidiano, y el conmovedor efecto melodramático. Cuadros que pintan escenas del barrio, de la decadencia del chabón, que bien podría ser yo, vos o un conocido tuyo. Y que esperan ser interpelados, hacer propio el sentido y traerlo a la conversación, evitar la sedimentación de las playlist de fondo, del sonido agradable y chill. Nafta invita a repensar conductas del colectivo masculino con sus prolijas y cuidadas escenografías.
[1] En este sentido considero muy interesante la visión de Celeste Semcoff en su ensayo Contra el linaje bien pensante, en la torre en el incendio. Una estética alquímica, excesiva y obscena. Parte del libro “Contra la moderación. Del rock mayúsculo a la bifurcación de senderos. (2022)