El capital y sus modulaciones produjeron, producen y producirán nuevos sujetos, con nuevas condiciones de explotación, en nuevos contextos, cada vez más flexibles y cada vez más sutiles. En algunos casos, prisiones que se parecen mucho a la libertad (o que se construyen en su nombre). En estos nuevos contextos en los que el concepto de «trabajo» cambió radicalmente frente al ideario industrial heredado del siglo XX ¿a quién le habla el heavy metal? En esta oportunidad, Malena Gallesio Serra, integrante del GIIHMA reflexiona sobre el posicionamiento lírico del metal frente a los nuevos contextos de dominación y explotación.
* * *
Suena el despertador.
Son las seis y media de la mañana.
Todavía es de noche afuera, hace frío.
Me levanto pensando en que tengo que hacer un montón de cosas y, mientras prendo la computadora en el living de mi casa, porque trabajo en el living de mi casa, haciendo home-office como una trabajadora independiente, voy tratando de hacerme el desayuno y empezar a despachar los primeros pendientes.
Y así transcurre mi día, tratando de ordenar las tareas administrativas con las tareas creativas, tratando de quemarme las pestañas para producir las mejores ideas creativas para mis clientes, para sus redes, para siempre estar al tope de las tendencias, para siempre estar tratando de darles lo mejor, dando clases a mis alumnes, y entre todo eso, encontrando el espacio para mi arte.
Y aunque no sea una trabajadora que “sale a trabajar”, sin duda soy una trabajadora, y mis condiciones materiales de existencia determinan, en gran medida, el uso del tiempo que tengo, y la fuerza que el reino de la necesidad ejerce sobre el reino de mi libertad.
Pero para algunas representaciones habituales de la clase trabajadora, por mucho reino de la necesidad que perciba, mi rutina, que se parece a la rutina de tantes trabajadores independientes, precarizades, e informales de nuestro país, no es parte de la rutina de un trabajador promedio.
De ahí que, muchas veces, no podamos sentirnos identificades, interpelades, ni movilizades por las representaciones de los trabajadores que encontramos en distintos medios, textos políticos e incluso en el arte, lo que nos lleva a preguntarnos si realmente somos destinataries de esas interpelaciones.
Y eso incluye al metal.
La enunciación mainstream del heavy metal argentino se ha formado en un realismo de cuño denuncialista que señala aquellas cosas que deben ser cambiadas, aquellas opresiones del sistema que deberían ser combatidas a capa y espada…o, a fuerza de guitarras distorsionadas, tachas, cuero, y ropa negra.
Y una de las opresiones mayores que ha encarnado dentro de las líricas del metal argentino siempre ha sido la opresión del sistema hacia el trabajador, acompañada, del accionar del aparato represivo del Estado, de denuncias o críticas a las opresiones de la vida en la ciudad, y hacia el imperialismo, o el accionar de organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial.
Por poner solamente algunos ejemplos, podemos pensar en “Pampa del infierno es, los muertos en manos de la ley, ¿para quién sirve esta ley?/Herida de agravios por errores del pasado criminal y la suerte de otro error” (Pampa del Infierno– Tren Loco), o “De cadenas rotas no hay que hablar/porque las volvieron a soltar/Falso es el trono de la igualdad/Que del norte vamos a importar” (Dolarización – O’Connor), e incluso “Quiero entrar en tu piel/Saber de qué lado estás/Digo adiós no te vas/La miseria es tan real” (Crisis – Horcas).
Y detrás del pueblo que sufre la miseria, que ve expoliados sus recursos mientras el Estado, lejos de defenderlos, hace gala del monopolio del uso legítimo de la fuerza, se alza la figura del trabajador argentino, el que es interpelado por ese metal (y que a veces, incluso, es elevado hasta compartir el lugar de enunciación).
Indagando un poco más en algunas otras líricas, la imagen “tradicional” del trabajador se anuda mucho más a una imagen de la clase obrera que es fundamentalmente productiva e industrial (y masculina, además, que no es un detalle menor, si pretendemos analizar con mirada interseccional, y entender que la opresión del capitalismo se engarza con otras derivadas de las identidades de género y sexuales, de raza, y de neurodivergencia, entre otras).
Podemos verlo en muchísimas letras: “Prisionero estoy en mi ciudad natal/Donando sangre al antojo de un patrón/Por un misero sueldo/Con el cual no logro esquivar/El trago amargo de este mal momento/Mientras el mundo, policía y ladrón/Me bautizan sonriendo, gil trabajador” (Gil Trabajador – Hermética); “Perseguido por un vuelto/Huye padre laburante/Sin embargo hoy la gente/Lo sospecha de bandido/Fuera, fuera, fuera de la ley” (Fuera de la Ley – Tren Loco); “Nos estamos consumiendo en este infierno/Donde reina la injusticia y la explotación/Somos la clase de pueblo que ya no se rinde/Vivimos entre las mentiras y la frustración/No somos robots ni mutantes de un sucio manejo/Y nuestro motor es la fuerza de un rock’n roll/ ¡Trabajo!” (Clase Trabajadora – Tren Loco), e incluso en líricas que, si bien denuncialistas, asumen otras enunciaciones, como “Qué pindonga que es estar acá/Entre matufias y la concha de su madre/No hay laburo ni de repartidor/Voy pagando los impuestos con estrés y mala sangre” (Hijo de Puta – Asspera).
Desde ese dispositivo de enunciación, el que es interpelado es el trabajador argentino: ese trabajador que se levanta a las seis y media de la mañana, se toma tres colectivos, viaja apretado al trabajo, tiene que estar todo el día en la empresa para poder poner comida en la mesa, y después tiene que hacer el recorrido inverso para llegar a su casa a las diez de la noche, no poder disfrutar de su familia y volver a arrancar el día siguiente, cinco o seis días a la semana, teniendo solamente el domingo como espacio de relativa libertad.
El metal argentino ha percibido siempre, de alguna manera, ese reino de la necesidad que domina sobre el reino de la libertad y sus líricas reclaman que el reino de la libertad empiece a tener un poco más de alas. Pero… ¿qué pasa cuando ese cuño denuncialista y esa interpelación a un obrero se mezclan con la complejización del mercado laboral?
Con un boceto más claro de la imagen que el metal argentino dibuja de la clase trabajadora a la que se dirige, y en la que se incluye, es hora de pensar qué sucede en la coyuntura actual, donde las modalidades de teletrabajo, freelanceo, y el mandato del emprendedor de sí vuelven más difícil de ubicar la opresión del sistema, e introducen nuevos actores y sujetos políticos a la escena contemporánea.
Aquello que Byung-Chul Han identifica de manera escalofriante en Psicopolítica forma parte de los nuevos horizontes y las nuevas prisiones sin muros del proletariado: que el sujeto actual, atosigado bajo el mandato del rendimiento y la productividad constantes, se ha vuelto un esclavo absoluto, porque aún con la ausencia del amo se explota constantemente.
La fábrica estalló, y en su lugar encontramos nuevas prisiones sin muros donde la explotación se agazapa, y los amos se confunden con nuestro propio superyó que nos obliga a producir constantemente, so pena de no ser dignes de una pizca del prometido reino de la libertad. Claro que decir que las dinámicas de trabajo, modalidades de contratación, y rutinas de les trabajadores han cambiado sería afirmar lo obvio.
Y, sin embargo, a veces parecería que lo obvio tarda en encontrar la manera de insertarse en las representaciones existentes, y que la forma en que las cosas siempre han sido tiñe de un color nostálgico la forma en que las cosas son hoy y la manera en que concebimos las estrategias de acción política y organización colectiva.
Por eso también elegí comenzar con una descripción de mi día a día: porque a veces hay que afirmar lo obvio, contar lo cotidiano, mostrar lo aparentemente irrelevante.
Es en lo cotidiano, en lo mundano, donde el cambio se manifiesta de manera muda, pero inexorable.
Creo que mostrando mi día a día, que no se parece a ese día a día imaginado por el metal, porque no hay fábrica y la única máquina que manejo es mi vieja notebook que cada día amenaza con estallar, podemos empezar a desdibujar el boceto que nos armamos del trabajador, y empezar a ver los múltiples bocetos de lo que es hoy la fragmentada clase trabajadora.
¿Podríamos acaso decir que les trabajadores independientes o freelancers no son explotados, simplemente a razón de la ausencia de patrón directo que nos explote a cambio de un mísero sueldo? ¿Afirmaríamos que la ausencia de fábricas expulsa a trabajadores con otras modalidades laborales híbridas y remotas de la clase trabajadora?
La respuesta obvia parecería ser que no, y aunque podamos reconocer el privilegio que supone, hasta cierto punto, poder hacer home-office por sobre tener un trabajo fabril, o tener una formación universitaria y certificados de posgrado, las nuevas modalidades laborales implican sus propias formas de explotación y opresión.
Y, sin embargo, seguimos encontrando demasiado silencio sobre ellas.
En tiempos de opresiones más sutiles y permeables, donde, siguiendo a Byung-Chul Han, la libertad se ha vuelto una nueva sumisión, y donde nos conducimos como proyectos libres que se reinventan y replantean constantemente, siendo “nuestros propios jefes”, “dueños y amos de nuestro destino”, y “emprendedores con propósito”, se vuelve muchísimo más difícil identificarlas y resistirlas.
Casi como si el reino de la libertad que perseguíamos se hubiese convertido en el yugo del que queríamos escapar.
Al ser nuestros propios jefes, quienes vivimos del trabajo independiente nos convertimos en nuestro propio patrón y carcelero, y lejos de liberarnos de la opresión, muy por el contrario, la hace mucho más difícil de desarmar, mucho más invisible, mucho más voluntaria, y convierte ya no a la fábrica, sino muchas veces a nuestras propias casas, en las prisiones sin muros.
Más que prisioneros de nuestras ciudades natales, lo somos del mandato neoliberal de la productividad autogestionada.
Hemos perdido la identificación tradicional como trabajadores, y hasta hemos perdido el dominio de nuestros propios espacios privados, que se vuelven también el último reducto del accionar del capital.
Y el metal argentino, sobre eso, ¿qué tiene para decir?
Es poco, pero no es nada.
Puede que encontremos algunas referencias de líricas que se aventuran en esa dirección, como «Explotadores con licencia/Te masacran tu mente/La cabeza ya no te aguanta” (Explotadores S.A. – Malicious Culebra), o “Encadenado a la cinta productiva/Acatando órdenes sin cuestionar/Moral esclava, rabia contenida/Disciplinado por el billete mensual” (Anestesiado –Against). Algunas bandas están encontrando puntos de denuncia sobre las nuevas formas de trabajo y explotación, sobre todo las que provienen del under.
Pero es necesario profundizarlos.
Desconocer la realidad que queremos cambiar, y permanecer ciegos ante sus determinaciones materiales, nos deja peleando a ciegas con enemigos imaginados, que no son siempre aquellos que se nos presentan frente a frente.
Al no reconocer el cambio de las formas de trabajo, y que ya no existe simplemente una clase obrera, sino una miríada enorme de maneras de enfrentar el trabajo y de vivir las ataduras del reino de la necesidad, no podremos combatirlas, y seguiremos combatiendo molinos de viento de nostálgicos y fabriles ecos.
Si nuestra idea de les trabajadores, de sus vivencias, de sus experiencias, y de las otras opresiones que puede encontrar en sus vidas cotidianas, no se complejizan, ¿cómo esperamos interpelarles? ¿Cómo podemos seguir siendo, o pretendiendo ser, la voz desde el arte de les oprimides, cuando no se reconoce quiénes son realmente les oprimides en primer lugar, de manera concreta, y no como una identidad definida a priori? ¿Cómo esperamos que se identifiquen con líricas y narrativas que no les incluyen, ni les nombran siquiera?
El Día del Trabajador es, como toda efeméride, una pausa obligada para reflexionar sobre algunas cuestiones, aunque sean luchas cotidianas que nunca salen de nuestro campo de visión.
En vísperas de un año electoral difícil, donde los discursos de las derechas están ganando terreno entre la juventud y la clase trabajadora, quizás lo fundamental sería poder comenzar a pensar qué significa realmente ser un trabajador: qué implica, qué opresiones se intersectan en la figura del trabajo, cómo se vive ese trabajo, en qué condiciones materiales. Y también, en términos de Michel Pêcheux, cuáles son las ficciones cómodas que configuran la manera en que ese trabajo y esa realidad se nos presentan y no podemos dejar de reconocerlas, y cuya experiencia espontánea tenemos que desarmar como primera medida para lograr combatirlas.
Dejar vacío el campo de los trabajadores independientes, de les emprendedores, solamente les deja el camino a interpelaciones desprendidas de discursos cuyos acordes conocemos muy bien, y que preanuncian batallas difíciles, porque lejos de prometernos el reino de la libertad que buscamos, nos arrojan nuevamente a la maquinaria del mercado.
¿Por qué vinculo todo esto al metal, si lo excede?
Fundamentalmente, porque si queremos seguir siendo una cultura contestataria, resistente, y crítica, el ojo crítico debe ir primero dirigido hacia nuestros propios sesgos y puntos ciegos, para refinar luego la mirada hacia las problemáticas que buscamos denunciar.
Porque el arte es político, se enuncie a sí mismo como tal o no, y es todavía más cuando se reconoce a sí mismo como tal que se vuelve vital vincularlo con la praxis política y la coyuntura actual.
Y porque, si queremos seguir siendo el lugar de la denuncia, tenemos que tener cuidado de no seguir apuntando a blancos vacíos, y de aprovechar bien cada disparo.
En el Día Internacional de les Trabajadores, y desde nuestro rol como parte de la cultura metálica, implica pensar la manera en que el metal representa a sus trabajadores y la manera en que hay ausencias, o quizás vacíos, de estas formas nuevas de trabajar y de ser explotades. El cognitariado también es proletariado, y hasta me arriesgaría a decir que una gran parte de les escuchas actuales del género pertenecen a él.
Quizás es hora de profundizar las preguntas que nos hicimos en este recorrido sobre el trabajo hacia adentro del metal, y terminar por reconocer que apelar al proletariado también implica interpelar a trabajadores que, a pesar de no entrar a las seis de la mañana a una fábrica, y de tener un título universitario y dos maestrías, también pagan los impuestos con estrés y mala sangre, y tampoco llegan a fin de mes.