Editado por Caja Negra, con el “montaje” de Mariano Vespa, salió la biografía (en primera persona) del músico argentino. Sumergirse en la narrativa de Melero es entrar en una realidad paralela de la Argentina, ni distópica ni utópica, estrechamente vinculada a formas desmesuradas de consumir y hacer sonido desde los márgenes. Leer su biografía es leer una estética.
Estética narrativa
Daniel Melero llega a Nueva York a fines de los 80 y logra colarse en un show de Sylvian, en una escena cortazariana (sin spoilear, por un segundo leo “Usted será John Howel”); escucha a Perón como a un poeta (“Llevo en mis oídos la más maravillosa música, que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”), lee a Eno en la revista Pelo, ve la performance de frontman lateral de Nebbia y la replica: las sinestesias son permanentes. Si otros artistas pueden hacer anecdotarios de encuentros con celebridades (pienso en Destellos de belleza también de Caja Negra) aquí la admiración por los músicos -que lee o escucha pero no conoce– está a la par de los artistas con los que compuso, colaboró y tocó. Hablar de Melero es insistir sobre su rol clave en relación con la producción o la dirección de un disco, su ojo clínico certero, cierta visión requerida: esta biografía nos acerca al fondo que permite esa escucha. El tono de esta biografía es de una vertiginosa armonía: pasa de la intimidad con Cerati, los detalles del trabajo con figuras del rock como Moura (“es un mediador”) mientras intercala percepciones sobre The Landscape de John Cage y se detiene en precisar lo fabuloso de todo lo que puede y decide no hacer. Leer la biografía de Melero es leer una estética narrativa. Ingresamos con él en una realidad paralela de los últimos cincuenta años en Argentina, ni distópica ni utópica, estrechamente vinculada al arte, a la música, a las palabras: la materia reina. El espectáculo y el arte son dos cosas muy diferentes, Melero dixit, y su biografía está atravesada por una recolección de anécdotas con los sonidos, la materia, las ciudades, otros artistas -lo narrable es escuchar-: “pongo atención en los sonidos de Buenos Aires, la forma en la que la arquitectura construye el ritmo de una ciudad a partir de los ecos”. Se explora el pacto del relato autobiográfico desde un tempo acelerado, que avanza compulsivamente, sobrevuela momentos icónicos de la historia del rock (el show de los Encargados en el B.A., su colaboración con Virus, el vínculo con Cerati, con Babasónicos) y se detiene en detalles casi banales de bandas que escuchó, que grabó, que reconoce como las mejores -luego olvidadas-, en azares que determinaron un disco, una canción, una palabra, una letra; enumerarlos sería recrear alephs.
La Argentina de Melero: camellos en el desierto
El arte busca develar verdades, mientras que el espectáculo muestra lo que se sabe. Propongo al lector un ejercicio “entretenido” en plena crisis económica, política, social y de representaciones: buscar a la Argentina en su biografía. De nuevo pienso en Arlt, aparece el dinero, -sin la agonía artleana-, como una constante de fracasos y logros. Melero puede escribir en cualquier lugar, Londres, Nueva York, pero a la vez no podría no ser argentino: ese margen, esa falta de materiales, lo posiciona lateralmente. Lo más sinuoso de esta biografía es lo latinoamericano (que se atesora, sí, en los sonidos: la selva, lo originario norteño, la única ciudad posible: Buenos Aires). Las referencias al contexto son acotadas. Tal vez la metáfora borgiana sobre la tradición literaria -Borges importa porque es un motivo persistente al final del libro- sobre los camellos en el desierto plantea una respuesta para pensar el contexto de una biografía en Argentina: ¿hará falta decir lo evidente? En todo caso, en Incierto y sinuoso, la Argentina está en los detalles, las omisiones, las ausencias y los pequeños logros o fracasos. Ciertas inflexiones que tensionan las convenciones del género biográfico.
Un rompehielos varado en el antártico
Melero escribe precipitadamente; sus pausas son fijaciones estéticas, históricas, biológicas: se incorporan micro-biografías, no-anécdotas, entradas de enciclopedia que lo obsesionan: El rompehielos inglés Endurance, tras una travesía imposible en 1914 queda varado en medio del océano antártico, presionado por el hielo de mar de Weddell hasta explotar. Imágenes extremas como la del explorador anglo-irlandés Ernest Shackleton, visionario y aventurero, enfrentado a la materia, sobreviviente, atraviesan esta biografía, donde el eje es también la expansión hacia otros campos de la imaginación. Shackleton opera asociado a la paradoja: “el fracaso fue la propaganda de su éxito”; las figuras metafóricas, paradójicas son sistemáticas. La lógica hace pensar en Donna Haraway, bióloga y teórica feminista, cuando le disputa a las teorías epistemológicas sus modos de abordar la materialidad desde el lenguaje, y visibiliza la seducción de la ciencia por las metáforas; la imagen del cristal, del tejido permiten a la biología describirse, y tienen un rol en la producción de conocimiento. Daniel Melero, con su curiosidad sonora, molecular, también parece preguntarse por las metáforas sensoriales para la autobiografía. En el contexto de violencia y desborde actual, leer esta biografía parece un acto enajenado. Sin embargo, esta marginalidad imaginativa es un modo no binario de pensar el rock, o el arte (por algo no le interesa la propaganda). El texto propone desandarse, desde el título mismo. Ni incierto, ni sinuoso, hay más certezas y búsquedas que dudas: esta contradicción aparece incluso al principio, ¿cómo llamar anfitrión a una figura que está en la experimentación incesante? El anfitrión se olvida de sí… es una tarea agotadora, en términos etimológicos. Si el arte muestra una verdad no conocida, la estética de Melero sí es epifánica: La idea de que lo lejano llega al núcleo permite leer cómo una oleada de neofascismos imposibles e inesperados llega a los gobiernos pero también ofrece cierta esperanza. Más que sinuoso, es marginal e insistente; curioso y metafórico; inquietante pero auspicioso. Daniel Melero se presenta a sí mismo como anfitrión (siempre dudar de las definiciones de sí) pero su gesto periférico va haciendo nuevos centros, fractal e irregular, articula un pulso que obliga a los lectores a frenar, a buscar un disco, un video, a escuchar su casa, su ciudad.
Incierto y sinuoso por Daniel Melero y Mariano Vespa.
Caja Negra Editora, 2024
203 páginas.