El Bitcoin no para de ser noticia. Pareciera que aquellos que se adentran en la discusión sobre las criptomonedas sólo pueden adoptar dos posiciones: amarlo u odiarlo. Las discusiones en juego son muchas: su volatilidad, el uso para negocios del mercado negro, la posibilidad o imposibilidad de su regulación e, incluso, su impacto ecológico. Para esta oportunidad, Ezequiel Gatto, especialista en futuridades, nos presenta la traducción de un artículo del pensador italiano Christian Marazzi (Capital y lenguaje, ed. Tinta Limón 2014), publicado originalmente en la revista Primo Maggio, que nos permitirá despejar algunas dudas sobre qué futuro le depara al mundo de las criptomonedas.
Introducción y traducción de Ezequiel Gatto
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Introducción:
Bitcoin es la primera y más grande `criptomoneda`, un bien digital negociable descentralizado que hace unos años recorre el mundo financiero alterando todo a su paso. Los Bancos Centrales, los gobiernos, las empresas y otros actores económicos del capitalismo actual se han visto en la necesidad de tomar decisiones en vistas de su diseminación y significación político económica. Uno de sus máximos poderes de seducción está en la falta de autoridad monetaria central y del tipo de controles que una autoridad así despliega (aunque no siempre), que hizo que un mundo variopinto de acólitos se fuera reuniendo en torno a computadoras, foros, twitter y gráficos de sus variaciones. Desde los monetaristas libertarios que aman la idea de una moneda sin inflación y sin una banca central, a los vendedores de drogas que gustan del hecho de que sea difícil rastrear una operación de Bitcoin hasta dar con una persona física.
Mientras muchos se preguntan si se trata de una mala o buena inversión, o especulan con su precio en 2020 (cuando la emisión de bitcoins alcance su límite matemáticamente definido), en esta entrevista Cristian Marazzi avanza sobre otro tipo de interrogaciones, buscando comprender al fenómeno Bitcoin en el marco de las profundas transformaciones del capitalismo financiero en las últimas décadas y tratando de figurar algo de lo que vendrá.
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Cristian Marazzi
Lugano, 10 de febrero de 2018
¿Qué pensás de Bitcoin?
Actualmente hay unas 1500 criptomonedas, por un valor total de mercado cercano a los 540 mil millones de dólares. A pesar de las denuncias de “fraude” o de “lavado de dinero”, especialmente contra Bitcoin, se trata de un fenómeno que ya es imposible de ignorar. En estos meses en los que hubo variaciones fenomenales del valor del Bitcoin, se ha insistido mucho en la idea de que su verdadero valor está en la tecnología informática que soporta la criptomoneda, Blockchain, una tecnología que permite eliminar del sistema de transacciones monetarias todo tipo de intermediación y control institucional central y arbitrario. En efecto, se están invirtiendo centenares de millones de dólares en esta tecnología. Cuando, por ejemplo, se escucha hablar de que los Bancos Centrales estudian el Bitcoin para emitir su propia criptomenda, en realidad lo que se está estudiando es la tecnología que está en su base. La impresión es que los Bancos Centrales quieren hacerle la guerra a las criptomendas, empezando por Bitcoin, para apropiarse de la tecnología Blockchain y poder afirmar la centralidad de la intermediación bancaria sobre nuevas bases.
Por esta razón creo que es importante entender el concepto, la idea que está detrás de Bitcoin. No sólo su perfil técnico sino también su perfil político-cultural. El bitcoin es la expresión monetaria de una revolución antropológica que se ha consumado en estos últimos decenios de digitalización de la producción, la comunicación y las relaciones interpersonales. Si se estudian los rasgos de los protagonistas de esta revolución, como hace por ejemplo Andrew O`Hagan en La vita segreta. Tre storie vere dell’era digitale [La vida secreta. Tres historias verdaderas de la era digital] (Milano, 2017)[1], uno parece encontrarse frente a entidades colectivas oscuras, obsesionadas hasta la paranoia con cualquier forma de control institucional extraño a la propia comunidad de referencia. La invención de las criptomonedas es parte de este rechazo autorreferencial de la autoridad monetaria central y de la voluntad de restituir el poder monetario al “pueblo de la red”.
La traducción monetaria de esta aversión a la injerencia de la autoridad de control, es decir de los bancos, parece una realización electrónica de la idea de moneda privada de Friedrich von Hayek y Milton Friedman.
¿Cómo funciona Bitcoin? ¿Qué vínculo hay entre el protocolo y sus usuarios?
Para realizar una distribución de la riqueza no viciada por la manipulación del valor del dinero operada por intermediarios externos, como los bancos, es necesario, de acuerdo al white paper[2] de Satoshi Nakamoto (pseudónimo del individuo o la colectividad que inventó Bitcoin), “una pura versión peer-to-peer de la liquidez electrónica” que “consiente ser directamente transferida de una parte a la otra sin tener que pasar por una institución financiera”. Puesto que todo lo que está online se puede copiar y replicar, para evitar el riesgo de una falsificación generalizada, se ha diseñado Blockchain. Se trata de un gran libro contable online en el que se anotan y convalidan todos los pasajes de dinero de un usuario a otro eliminando la posibilidad de una duplicación. De acuerdo a quienes lo idearon, Blockchain “es una base de datos compartida por muchos usuarios, cada uno de los cuales contribuye a la red y posee una copia idéntica de la base de datos. Cada agregado o modificación del libro contable, por pequeña que sea, se refleja en cada copia en el mismo momento en que es realizada. Ninguna autoridad central vigila el proceso; sin embargo, ningún ítem del libro contable puede ser disputado” (O’Hagan, op.cit., p.149).
La red de pagos se sostiene por miners, mineros, es decir operadores dotados de computadoras potentes que verifican y aprueban las transacciones y a quienes se les paga con nuevos bitcoins. Se trata, por lo demás, de los bitcoins que ellos mismos han generado a través de la resolución de problemas matemáticos complejos que se van creando a medida que Blockchain avanza. La imagen de los miners como productores de monedas físicas con un supuesto símbolo de bitcoin que evoca en parte al dólar y en parte al euro, es totalmente desviante. Los miners crean secuencias alfanuméricas, cadenas de caracteres, en otros términos moneda lingüística del tipo “Yo, Alice, le estoy dando a Bob una infocoin, con el número de serie 1234567” (véase, de Michael Nielsen, “How the Bitcoin protocol actually works”)[3]. La presencia de miners, que son incentivados por la oportunidad de ganar algo en bitcoins, debería permitir eludir el problema de la confianza y realizar, al menos en las intenciones, el ideal de autorregulación de la economía de mercado.
¿A qué atribuís la fiebre de la minería de bitcoins, que desde hace unos años se convirtió en un pasión de financistas pero también de ingenieros, economistas?
Lo que preserva la integridad de la moneda e impide a cualquier actor individual controlarla es esta actividad de verificación a cargo de los mineros que, en el mismo momento, genera bitcoins. La persecución exclusiva del propio interés (ganar bitcoins) garantizaría el funcionamiento del sistema de intercambios, en beneficio del interés de todos los participantes. Sin embargo, es evidente que la referencia aquí a Adam Smith, cuando sostiene que no es por altruismo que le importas al panadero, es una dudosa tentativa de reafirmar la ausencia de una autoridad de regulación externa, cuando en realidad tanto en el caso del denominado libre mercado como en la red de intercambios en criptomonedas se está en presencia de no pocas reglas y procedimientos extremadamente vinculantes.
La actividad de los miners genera, efectivamente, bitcoins, pero nada más, es decir ningún valor de uso, ninguna riqueza real. Estamos muy lejos de una economía monetaria de producción en la cual el dinero creado ex nihilo está ligado a la producción de bienes y servicios. Nada que ver con lo teorizado por la Banking School o la escuela keynesiana. Nos encontramos, en cambio, con una actividad económica con consecuencias ambientales decididamente devastadoras, mucho más afín al funcionamiento descripto por Georgescu Roegen para el segundo principio de la termodinámica, la entropía. De acuerdo al sitio de información ambientalista Grist, actualmente una operación con bitcoin requiere una cantidad de energía equivalente al consumo cotidiano de nueve habitaciones en Estados Unidos. La potencia de cálculo de la red de Bitcoin es casi cien mil veces más grande que las primeras 500 supercomputadoras del mundo. Y el consumo de energía crece 450 gigawatt/hora al día. Si Bitcoin continúa creciendo a este ritmo, la electricidad requerida podría superar la disponible en pocos meses, haciendo necesario el uso de nuevas centrales, incluidas las que se alimentan a carbón. Actualmente se están estudiando diversas soluciones para volver más eficiente la extracción de bitcoins, pero esto encarecerá la criptomoneda. Los principales extractores de bitcoin se encuentran en China, donde toman energía de las represas hidroeléctricas. El impacto ambiental es tal que el gobierno chino quiere prohibir su uso, lo que permitiría, entre otras cosas, detener la fuga de capitales del país por medio de la compra de bitcoin.
Desde el momento en que fue autorizada la emisión de futuros en Bitcoin éste dejó de ser sólo un medio de intercambio para ser también un producto financiero. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esa financiarización?
En su estado actual el Bitcoin no es definible como una moneda sino sólo como un medio de intercambio. La otra función de la moneda tradicional, que consiste en ser unidad de medida, no puede atribuírsele. Basar la definición de moneda en un sola de sus funciones, la de medio de intercambio, sería un poco como definir al dinero, en Marx, esencialmente como oro, es decir moneda-mercancía, equivalente general. En efecto, muchos consideran que el Bitcoin es asimilable al oro, un “oro digital” con las típicas características de la escasez, la fungibilidad, la incorruptibilidad y la homogeneidad garantizadas por la tecnología Blockchain sobre la que se basa. Pero es propiamente como mercancía digital que el Bitcoin se ha vuelto un producto financiero, un bien especulativo que, paradójicamente, impide a Bitcoin ser moneda. Es significativo que por el momento el 64% de los bitcoins no haya sido usado jamás y se arrumben estériles en los discos rígidos.
Según Wall Street Journal, cada semana se intercambian 34 mil millones de dólares en Bitcoin, lo que representa menos del 1% del mercado monetario global. ¡Demasiado poco para ser tan famoso! Hay una divergencia cada vez más amplia entre el volumen de las transacciones en Bitcoin (que se incrementó 32 veces desde 2012) y su precio de mercado (que creció miles de veces). Aún si el año 2008, el año de inicio de la crisis financiera, representó una especie de “tormenta perfecta” para el desarrollo de Bitcoin, que fue lanzado al año siguiente, Bitcoin se inscribe en un proceso socio-político que excede la crisis financiera y se remonta a los años ochentas (de 1988 es el Manifiesto cripto-anarquista de Tim May, el inventor de BlackNet[4]). Los años de la crisis financiera, los escándalos bancarios, las políticas monetarias de los Bancos Centrales beneficiando exclusivamente a los mercados financieros, las tasas de interés negativo y el aumento de la desigualdad contribuyeron, sin dudas, al deseo de experimentar vías alternativas al sistema monetario oficial. Pero, en rigor de verdad, este “ejercicio de éxodo” no es hijo de la crisis; en cambio, es consustancial al proceso de digitalización de la economía iniciado con el fin del fordismo y la difusión de nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Difícil imaginar que la burbuja Bitcoin pueda poner fin a un proceso estructural que lleva ya tiempo y que ha sedimentado saberes decisivos, deseos, tonalidades emotivas en conflicto con la financiarización de la economía.
¿Es interesante que un fenómeno monetario que buscó salirse de ciertos caminos de las finanzas globales haya retornado a él por una vía absolutamente especulativa. Cómo explicas ese proceso y sus consecuencias?
Derek Thompson ha intentado reconstruir el devenir burbuja de Bitcoin (“Bitcoin is a Delusion That Could Conquer the World”, “The Atlantic”, 30 novembre, 2017)[5]. El inicio del alza se sitúa en noviembre de 2013, poco después de la clausura ordenada por el FBI del sitio Silk Road (utilizado para vender anónimamente drogas y otros productos ilegales), cuando los senadores describieron a las monedas virtuales como “legítimos servicios financieros” en audiencias oficiales. Se trató de una legitimación política nada despreciable, y en un mes el valor del Bitcoin se triplicó. Posteriormente, la idea del Bitcoin como bien de refugio de los millenials (los nacidos entre 1980 y 2000) ha contribuido a ampliar su significado en el imaginario colectivo. El boom del mercado de las ico (initial coin offering), con las cuales las empresas rastrillan dinero sin vender acciones dando, en lugar de ellas, fichas digitales con denominación en criptomonedas, ha contribuido a su vez a alimentar la explosión de Bitcoin. Es un hecho que el valor de Bitcoin se disparó en simultáneo al boom (por lo demás, irracional) de las ico. Un aspecto interesante es que muchos de aquellos que invierten en ico convierten sus dólares en Bitcoin antes de comprar nuevas criptomonedas. Esto hace del Bitcoin una suerte de “valor de reserva” de la criptoeconomía, símil en este punto al dólar estadounidense que con su estatus de valor de reserva mundial es aceptado en todos los países a cambio, o en reemplazo, de la moneda local. De esa manera, es posible que las ico contribuyan a jerarquizar a las criptomonedas entre sí de acuerdo a relaciones de fuerzas internas a la economía criptomonetaria. Y es también posible que la criptomoneda vencedora y la Blockchain subyacente permitan, en un futuro, el desarrollo de transacciones directamente entre países, evitando cualquier intermediación bancaria, intermediación que actualmente favorece al dólar y al país que lo emite. ¿Por qué excluir la posibilidad de realizar un CriptoBanco que ponga fin al señorío monetario estadounidense?
Consecuencia de esta evolución es que se haya llegado a autorizar la emisión de futuros en Bitcoin en el Chicago Mercantil Exchange y en CBOE Global Market, lo que permite de ahora en adelante apostar a su valor futuro sin poseer ni la sombra de la criptomoneda. Si hasta hace poco solamente se podía apostar contra el precio de Bitcoin vendiéndolo, a partir de este “salto civilizatorio” del Bitcoin que ya es un bien del mercado de futuros, se podrá especular sobre las variaciones sin tener que pasar por el mundo de la criptomoneda. Por otra parte, es cierto que la inclusión del bitcoin en el mercado de productos derivados elimina su exclusividad (su “otredad”), autorizando a los inversores a aplicar a este nuevo producto financiero los criterios normales para la evaluación de riesgos.
Visto que Bitcoin presenta no pocas zonas oscuras en lo que respecta a su funcionamiento, su entrada al mundo de los mercados financieros podría contribuir a ampliar sus oscilaciones a la baja. Es lo que sostiene Gillian Tett en el Financial Times, recordando cómo, a mediados de los ochentas, la globalización del mercado japonés de títulos derivados arrancó el velo de la exclusividad que lo envolvía y contribuyó al colapso del Nikkei en 1990. Lo mismo se puede decir del mercado de las hipotecas estadounidenses, que hacia el 2005 era decididamente opaco y de difícil caracterización para quienes estaban fuera de él. El lanzamiento y la publicación en el 2007 de los derivados hipotecarios como el Index ABX, auténticos barómetros de confianza del mercado de los títulos hipotecarios, contribuyó a hacer explotar la burbuja de las subprime en 2008 (“Prepare to bet against Bitcoin”, FT, 17 november 2017)[6].
En la historia la moneda ha tenido siempre una base metálica (oro o plata) que se ha ido evaporando con la progresiva creación de dinero ex nihilo. El Bitcoin, en el fondo, ha referido una base al valor de la moneda, una base constituida por Big Data. En cierto sentido, hay una congruencia con el hecho de que la información sea hoy la base del valor.
Paradójicamente, Bitcoin permite actualizar la teoría del valor-trabajo, al menos en lo que refiere a la producción del dinero en su función de equivalente general, la función que en Marx desarrollaba el metal oro. En cuanto equivalente general, dice Marx, el dinero es necesariamente mercancía en la cual el trabajo privado concreto necesario para su producción (el de los obreros en las minas) expresa (es la imagen de) el trabajo social abstracto contenido en todas las mercancías en circulación. En este sentido, Bitcoin también es producto del trabajo privado concreto de los mineros digitales que, encarnándose en Bitcoin, funge como imagen del trabajo social abstracto contenido en las mercancías producidas por el trabajo tal como lo conocemos hoy, del cual el trabajo digital desarrollado en las plataformas es ejemplificador. Desde cierta perspectiva, y dadas sus características intrínsecas, Bitcoin podría convertirse en la forma natural del valor de las mercancías producidas a través de trabajo digital. Para eso, no obstante, debería ser elegido por la comunidad humana, así como, históricamente, el oro y la plata fueron socialmente elevados al rango de “mercancías universales”. Quizá el éxito -¡y la preocupación!- suscitado por Bitcoin se explica a la luz de esta proximidad entre trabajo concreto y trabajo abstracto que caracteriza los modos de producir contemporáneos.
Bitcoin tiene dos características que lo asemejan al sistema monetario tal como éste ha evolucionado en el tiempo: es una moneda escritural y electrónica. Entre el 90 y el 95% del dinero hoy en circulación es escritural, creado por el conjunto de los bancos privados. Se trata de dinero-crédito que, en el mismo momento en que es emitido, crea un depósito en la banca emisora, poniendo en marcha el proceso de creación acumulativa de deudas que ha llevado a la financiarización a desengancharse cada vez más de la economía real. Por otro lado, Internet ha representado la posibilidad de desarrollar formas electrónicas de transferencia de valores capaces de operativizar la moneda escritural bancaria. Pero ya sea en el modelo de transferencia electrónica como en el de la moneda escritural bancaria privada, la referencia a la moneda fiduciaria emitida por el Banco Central se preserva y tiene una base legal, dado que los activos registrados en los balances son expresados en unidades de cuenta oficial (Dólar, Euro, Yen, etc.). Más allá de la cantidad exigua, la moneda fiduciaria emitida por los Bancos Centrales constituye la base de la soberanía monetaria (Michel Aglietta, La monnaie entre dettes et souvraineté, Odile Jacob, Parigi, 2016, pp. 176-77)[7]. En el sistema Bitcoin, en el cual el dinero es emitido/depositado de manera descentrada (los famosos bloques de la cadena Blockchain) y privada, la ausencia de referencia a una moneda fiduciaria emitida centralmente impide a Bitcoin funcionar como unidad de cuenta. O, mejor dicho, la confianza, y por ende la soberanía, serían garantizadas electrónicamente por Blockchain pero, como hemos visto, con enormes externalidades negativas y bajo la más absoluta volatilidad del valor de la criptomoneda.
¿Cómo ves el futuro de Bitcoin y, más generalmente, de los procesos económicos alterados por la emergencia de criptomonedas?
Con la entrada al mercado de futuros, la financiarización torna a Bitcoin particularmente vulnerable a cualquier rumor, y más todavía a las medidas represivas de los gobiernos y los Bancos Centrales contra su uso. Es posible que la burbuja Bitcoin se esté desinflando de modo irreversible ahora mismo, en estos primeros meses de 2018, dejando a su paso no pocas víctimas y, quizás, una nueva clase de criptomillonarios. Pero, recuerda Derek Thompson, “con frecuencia la espuma de las burbujas que explotan se vuelve el fertilizante de las tecnologías avanzadas de la generación siguiente. Antes del telégrafo, los ferrocarriles y los gigantes de la tecnología existieron la burbuja del telégrafo, la burbuja de los ferrocarriles y, cómo olvidarla, la burbuja de internet y el comercio online”. Aún si el precio de los bitcoins se derrumbara, Blockchain podría convertirse en la infraestructura de la economía digital o, sin dudas, en uno de sus componentes fundamentales (Steve Johnson: Beyond the Bitcoin Bubble)[8].
[1] https://www.adelphi.it/libro/9788845932151
[2] https://bitcoin.org/files/bitcoin-paper/bitcoin_es.pdf
[3] http://www.michaelnielsen.org/ddi/how-the-bitcoin-protocol-actually-works/
[4] https://www.activism.net/cypherpunk/crypto-anarchy.html
[5] https://www.theatlantic.com/business/archive/2017/11/bitcoin-delusion-conquer-world/547187/
[6] https://medium.com/financial-times/prepare-to-bet-against-bitcoin-as-it-becomes-civilised-d3157be9eee7
[7] https://www.odilejacob.fr/catalogue/sciences-humaines/economie-et-finance/monnaie-entre-dettes-et-souverainete_9782738133830.php
[8] https://www.nytimes.com/2018/01/16/magazine/beyond-the-bitcoin-bubble.html
*Christian Marazzi nació en Lugano, Suiza, en 1951. Obtuvo una licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Padua, una maestría en la London School of Economics y un doctorado en Economía en la City University of London. Ha enseñado en la Universidad de Padua, en la Universidad Estatal de Nueva York y en la Universidad de Lausana. Actualmente es Director de Investigación Socioeconómica de la Scuola Universitaria della Svizzera Italiana.