Anibal Cofone es ingeniero, profesor de la materia de Diseño de producto de la Facultas de Ingenieria y Secretario de Ciencia y Técnica de nuestra universidad. En esta oportunidad, dialogó con Código y Frontera sobre los pobstáculos que enfrenta el desarrollo de las ingenierías en Argentina en relación a las demandas del mercado internacional, el futuro del trabajo en la era de la tecnificación y la snuevas propuestas que se encuentra desarrollando la UBA.
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MOVER EL CONOCIMIENTO
La transferencia ¿Existe o es una fantasía?
El nivel de transferencia es menor a la ciencia que tenemos. Por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires tenemos un nivel en ciencia realmente importante, pero la transferencia de esa ciencia a la sociedad es solo una parte. Hay varias razones. Por ejemplo, en un país poco desarrollado como el nuestro, muchos problemas no requieren soluciones de punta, por lo que no llaman la atención de los investigadores. O, a veces, ocurre que sí, pero, entonces, hay que tener cuidado que aquello que la universidad ofrece como transferencia no sea lo mismo que sus graduados ofrecen como servicios profesionales, porque, en ese caso, la universidad estaría compitiendo con sus propios graduados y esa no es la idea de la transferencia. Los desarrollos originales de todo tipo que se generan en el ambiente de la universidad pueden, en algunos casos, ser funcionales a actividades que los vinculen con la sociedad, en empresas, gobierno e instituciones, y esas son las actividades que debemos potenciar.
¿Y cuáles son los canales de la transferencia?
Desde esta Secretaría de Ciencia y Técnica impulsamos diferentes canales: investigación, desarrollo, propiedad intelectual y emprendedorismo. Todo esto forma parte de una cadena de valor que empieza con investigación de base: se experimenta, se desarrollan aplicaciones, se registran, patentan, resultados, de ser posible se licencia a terceros más allá de la universidad, generando, en algunos casos, nuevas empresas.
Nos decías que la universidad todavía tiene un largo camino por recorrer.
Sí, pero ya estamos en ese camino. Hace unos años, nuestra universidad no había encarado con energía estos temas. Desde que comenzamos en esta gestión hablamos de transferencia, pero nos dimos cuenta que eran palabras que no significaban demasiado para la comunidad de investigación. Es una cuestión cultural de nuestra universidad que viene de larga data, teniendo a veces, incluso, argumentos ideológicos. La cultura científica argentina es muy exigente en relación a publicaciones científicas, participación en congresos, papers, pero no tan interesada en desarrollo, transferencia y registro de la propiedad intelectual.
¿Y hoy?
Después del diagnóstico inicial, el primer paso fue preparar las estructuras de gestión en el Rectorado y en las facultades para que sepan lo importante que es tener los canales de transferencia para ayudar a los grupos de investigadores que muestran vocación, interés y posibilidades. En esta línea, generamos cursos de capacitación en transferencia y vinculación, propiedad intelectual, comunicación de la ciencia y derecho de autor. Es un proceso complejo, en una gran universidad y, aunque desarrollamos programas que involucraron a más de 500 personas en tres años, aún estamos en un estado germinal. Hay una docena de personas trabajando en el Rectorado en esto y tenemos que apuntar a que en las facultades haya tres, cuatro o cinco personas por facultad. Entonces, la rueda va a empezar a girar a otra velocidad. Ya probamos el concepto, tenemos el piloto bien hecho, tenemos algunos casos avanzados, solo resta multiplicar el modelo.
¿Tenés algún caso de éxito para destacar?
Tenemos el reciente premio a Ernesto Calvo. Él es un científico en áreas de química, muy conocido por sus trabajos en litio, del más alto nivel e interesadísimo por la conexión entre lo que hace y las necesidades de la sociedad. Otro ejemplo es el de un grupo de investigación de la Facultad de Ingeniería que trabaja el tema de filtros, el cual fue conectado por nosotros con la Cámara de la Construcción para generar unos filtros potabilizadores de agua hechos con residuos del área de la construcción. Ahora mismo, este proyecto ya pasó la etapa de laboratorio y está yendo a la etapa piloto con financiamiento de la facultad y financiamiento de la cámara. En cualquier caso, siempre es importante que la institución mire de qué se trata el proyecto de transferencia y que el mismo esté de acuerdo a nuestros principios: no vamos a impulsar un modelo de bomba neutrónica ni un proyecto que vaya en contra valores como los derechos humanos.
¿Las empresas lo demandan, están interesadas, preparadas?
Hay dos tipos de empresas: las empresas internacionales que están acostumbradas a tratar con el mundo universitario y las empresas nacionales que no están tan acostumbradas, salvo unas pocas, y muy grandes, como Techint o Pampa Energía, por nombrar dos. Techint, por ejemplo, tiene un área de relaciones universitarias muy activa en su relación con universidades, por supuestos más intensamente en áreas relacionadas con las problemáticas de sus actividades empresarias. En los últimos tiempos Pampa Energía tiene una fundación organizada para trabajar con universidades. Es más difícil el trabajo con el mundo de pequeñas y medianas empresas nacionales, las cuales muchas veces no tienen recursos preparados para la interface con profesionales de alto nivel, algo que se puede solucionar generando estructuras y personas para esa función, a los que podríamos llamar “vinculadores”, que faciliten la tarea. También, y estamos comenzando a hacerlo, la UBA podría trabajar más fuerte con el INTI, o áreas de gobierno en todas las temáticas: producción, salud, defensa, acción social, entre otros.
¿QUÉ INGENIERÍA PARA QUÉ PAÍS?
¿Qué distingue a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires de las otras facultades de ingeniería cercanas, ITBA y UTN?
Principalmente, que la Universidad de Buenos Aires sigue teniendo un nivel de exigencia y de compromiso con la educación muy fuerte. Posiblemente en la UBA haya que estudiar el doble en comparación con esas universidades. Esa exigencia no siempre te garantiza un mejor ingeniero, pero sí marca un perfil: una persona formada académicamente y preparada para desempeñarse en escenarios no del todo simpáticos. Alta formación y adaptabilidad son dos características que nos distinguen. El nuestro es un profesional muy preparado para la acción y en eso la Universidad de Buenos Aires es irrompible porque tiene un ambiente, una cultura reformista, cogobernada, por la que hay posibilidades de discutir y de opinar en todas las instancias. Eso también forma para la vida profesional y personal y forma a la vez para el futuro.
Nuestra facultad tiene una gran trayectoria a las ingenierías clásicas como mecánica, eléctrica, industrial. Sin embargo, parece haber nuevos campos para las ingenierías: en las energías, en los hidrocarburos, en el agro, incluso, en los servicios financieros ¿Son un desafío para la UBA?
De a poco, la facultad está migrando de ingenierías de contenidos a ingenierías de objetivos.
¿Qué es una ingeniería por objetivos?
La primera ingeniería es la militar, de la que se desprendió la civil. Luego, en la UBA, el primer desprendimiento de la ingeniería civil fue la ingeniería industrial hace exactamente 100 años. En la resolución de 1917 se explicita que el objetivo es ayudar a industrializar el país para salir del modelo agroexportador. A partir de ese origen se van desprendiendo otras ingenierías técnicas: química, mecánica, eléctrica, después electrónica. Todas ingenierías por área de conocimiento. Pero hay otra manera de ver la ingeniería, por objetivos, por ejemplo, la ingeniería naval: el objetivo es el barco ¿Qué tiene un barco? Tiene materiales, tiene mecánica, instalaciones eléctricas y electrónicas, tiene necesidad de aplicar ergonomía, tiene temas de seguridad y de higiene. O sea, lo naval no es un área técnica, sino un tema, un problema: el barco como objetivo. O el problema ambiental. La ingeniería ambiental era una materia que hace cuarenta años sólo la teníamos los ingenieros industriales y hoy la tienen todas las ingenierías. O el problema energético, que en nuestro país, y lamentablemente, lo vemos de hace poco, con los cambios tarifarios de estos tiempos: ahora nos preguntamos por el costo de obtener energía y por cómo conseguirla: sacársela al sol, al viento, al petróleo, al plutonio o a la pendiente de un río. Todas cosas que siempre supimos, pero en épocas de energía a costos muy bajos, no sólo en los últimos años, la industria no necesitaba pensar este problema. Y ahora se nos viene encima todo el peso que tiene la energía en la producción. Parece inocente el planteo, y es así. También está la infraestructura necesaria, basada en desarrollos de ingeniería y otras disciplinas, para los sistemas logísticos, y los resultados asociados: Argentina fue un país con una fabulosa red de ferrocarriles y hoy mueve cargas y personas por camiones y colectivos, siendo muchísimo más caro y consumiendo más energía.
¿La ingeniería industrial es por problemas o es técnica?
Es por un objetivo superador: por resultados (que significa aplicar la técnica para resolver problemas). El ejemplo de la ingeniería industrial es muy elocuente. Cuando hace cuarenta años estudiaba ingeniería industrial, éramos el 6% de la matrícula de la facultad. Hoy, los estudiantes de ingeniería industrial son el 30 o el 40% de los estudiantes de ingeniería.
¿Por qué?
Ingeniería Industrial es una carrera que nació involucrando aspectos técnicos con otros económicos, legales, humanos. Y eso parecería ser el perfil de ingeniería del futuro. Actualmente, en ingeniería Industrial de la UBA entre el 30 y el 50% de las materias hablan de economía, de organización, de recursos humanos, de aspectos de psicología laboral, de temas legales o comerciales. Lo que viene pasando en la Argentina y en el mundo es que se espera que un ingeniero, no sólo sea el mejor experto en su temática, sino que tenga capacidad de entender las variables de alrededor para poder comunicarse con un abogado por temas de propiedad intelectual, con una contadora por temas de costos, con economistas por proyección de negocios, o hasta con semiólogos por la significación del packaging del producto. El crecimiento del ingeniero industrial, no sólo en la UBA, sino en todo el país, tiene que ver con esa capacidad de comunicación y trabajo interdisciplinario, más allá de sus conocimientos técnicos.
¿Cuáles deberían ser las prioridades de la FIUBA?
Por una alianza con YPF, hace pocos años, se creó la carrera de ingeniería en petróleo, que no estaba como carrera de grado, sino de posgrado. Y ya estamos pensando que deberíamos tener que agregar (y/o migrar) una ingeniería en energías, porque, en realidad, lo que hay que ofrecerle a la sociedad es una combinación de energías que sea sostenible. Por otra parte, en un país con tanta agropecuaria es muy normal que todos los ingenieros tengamos nuestra vida profesional muy ligada con industrias de alimentos, o industrias de commodities. Hay que impulsar la ingeniería en alimentos, que ya existe en la UBA y es muy buena, pero, todavía, con muy pocos alumnos. Otra clave de los próximos años está la bioingeniería o la ingeniería biomédica y la ingeniería aplicada a procesos biológicos o microbiológicos. Vos vas a hacerte cualquier análisis y te aparece un equipo (por ejemplo de resonancia magnética) que vale millones de dólares y está diseñado por ingenieros, o un sistema de ecografía, o tipos de análisis químicos. Son todos procesos que requieren el trabajo en equipo de biólogos, médicos e ingenieros. Ahora mismo, en la FIUBA estamos caminando hacia una carrera de grado en ese tema.
¿Y los servicios? ¿La riqueza sigue creándose en la línea de montaje o en los servicios?
Es una cuestión importante. Las ingenierías tienen que ampliar su visión hacia una perspectiva más interdisciplinaria, que les facilite el camino a la gestión de la empresa, porque, actualmente, en la Argentina tenemos un solo modelo de formación de ingeniero que sirve para el desarrollo como para la gestión. Porque por ejemplo, mientras que en Estados Unidos la mitad de los ingenieros trabajan en innovación o en desarrollo, en nuevas plantas o nuevos productos, en la Argentina el porcentaje es mucho menor. Acá tenemos ingenieros industriales en áreas de marketing de consumo masivo, finanzas de bancos y áreas de recursos humanos más que en desarrollo e innovación. Si van a marketing de Unilever o de Coca- Cola van a encontrarse con ingenieros porque las compañías necesitan gente que trabaje allí y, al mismo tiempo, entienda las áreas productivas, las áreas logísticas y los temas de costo.
Y en esta línea de acercarse a disciplinas más blandas ¿Qué diálogo debe tener la ingeniería con el diseño?
No puedo evitar responder desde mi lugar que es el de un profesor de diseño de producto e innovación. Aunque los diseñadores se centran más en el producto y los ingenieros nos centramos más en el proceso, se advierte cierta convergencia en los últimos años porque todas las carreras de diseño y arquitectura han ido evolucionando desde una perspectiva muy conceptual, casi de creatividad pura, a un mayor contacto con la tecnología tan cotidiano como el que tiene la ingeniería. En los últimos veinte años asistimos a lo que se llama ingeniería concurrente: se diseña el producto y el proceso al mismo tiempo, aún antes de tener las especificaciones comerciales cerradas. Se trata de algo que empezó hace 30 años y acercó a diseñadores e ingenieros, entre otras disciplinas. En la FIUBA, por ejemplo, estamos por crear un instituto de diseño entre las facultades de ingeniería y arquitectura, diseño y urbanismo, con ese objetivo.
OBREROS DEL FUTURO
Hace muchos años se anuncia que la robotización de la línea de montaje destruirá muchísimos empleos, sin embargo, hace veinte años la economía mundial se mueve por la incorporación de muchas personas a las líneas de montaje chinas, más que por la robotización. Considerando esto ¿dónde crees que está el futuro, en los robots o en muchas personas trabajando con salarios muy bajos?
En el año 1992 fui a una fábrica de Nissan en Japón: en la planta las luces estaban tenues, entraban componentes por un extremo y salían autos en la otra punta, y no había una sola persona trabajando ahí. Pero sí había mucha gente dando servicios y ayudando, mucho más de las que había en nuestras culturas. Más que perderse en empleos, migraron hacia la atención y el servicio y, lógicamente, se agrega calidad en ese sector de la empresa.
¿Pero eso pasa en todo el mundo o sólo en Japón?
Me parece muy natural que genere terror la idea de que en veinte años el 70% de los trabajos que hoy existen ya no van a existir. Pero no sé si eso va a pasar, porque el mundo es muy asimétrico. Cuando se cayó el Muro de Berlín, y en los países de Occidente todavía no sabíamos que estaban los chinos por ahí atrás, fue Europa del Este la que generó mano de obra y radicación industrial porque tenía costos considerablemente más bajos que la Europa consolidada. Quince años después, esos países se empezaron a integrar y, entonces, apareció Malasia y a unos años después China. El mundo está muy desbalanceado en cuanto a las remuneraciones de la gente que trabaja con lo cual va haber tráfico internacional de productos, de servicios, de inteligencia y de mano de obra todo el tiempo.
¿Son nuevas formas de división internacional del trabajo?
En la actualidad, el tema de la división internacional del trabajo está dada en los lugares a dónde cada uno puede incorporar innovación, por ejemplo: quién hace las máquinas. Argentina, por ejemplo, es muy competitiva en todo el tema agro y hemos logrado que, incluso, quienes fabrican máquinas agrícolas sean competitivos con grandes empresas y calidades a nivel internacional.
Pero, entonces ¿la Argentina tendría que hacer una gran apuesta al mundo agro?
No exclusivamente. Cada vez que voy al mundo pyme, o cada vez que me alejo 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, encuentro infinitas oportunidades de optimización de la producción que no pasan ni por los robots, ni por la competitividad de nuestro campo. Creo que podemos evitar ser dramáticos. Las PyMEs argentinas no dejan de tener ese espíritu argentino, mezcla de tanos y de gallegos, bastante emprendedores, que siempre tiene algo con qué sorprenderte. La falta de eficiencia del mundo pyme es una oportunidad muy grande para generar riqueza, porque en ese mundo todavía se le puede sumar productividad, eficiencia, eficacia, y mínimos avances tecnológicos. Y piensen esto: si en la Argentina todavía hay PyMEs después nuestros últimos 40 años, es porque las conducen genios. Las pymes saben maniobrar entre fabricar el 100%, tercerizar, importar. El mundo PyME argentino es muy inteligente.
¿Hay algún país que se haya destacado por la eficiencia de sus PyMEs?
El mundo PyME japonés o la Terza Italia (la Italia central), por ejemplo, son mundos PyME súper especializados y a veces artesanales. El tema es centrarse en capacidades específicas y tratar de exportar esas capacidades, más allá de la venta local. Esto pasa en Italia por ejemplo, donde se puede armar de cero un robot o una moto. Pero para poder fabricarlo, se arman redes, más bien enjambres de empresas clientes, proveedoras que cumplen un rol común: un producto de calidad, con un costo un poco mayor que uno venido de oriente, pero con una identidad nacional que es “marca país” que vale en mercados internacionales. En este sentido, creo mucho en la mirada global pero desde regiones, de la influencia de las culturas, de los climas.
Hablás de nuevas ingenierías para áreas novedosas de la producción, de robotización y tecnificación de la industria y, por último, de desarrollo pyme ¿El gobierno actual apuesta en particular por alguna de estas opciones?
Tanto el gobierno anterior como el actual mencionan activamente la importancia de la ingeniería y las carreras tecnológicas, y generaron algunos programas para incentivarlas. El gobierno actual es bastante ecléctico: en algunas áreas importantes no hay cambios significativos, en otras, a no tanto tiempo de iniciadas, se ven algunos cambios. No podemos decir si el gobierno marca fuertemente prioridades en este sentido, gobernar un país es complejo, y el presupuesto tiene muchas veces que resolver problemas de áreas bien diferentes.
¿Cuál sería la tuya?
En el mundo emprendedor argentino hay algunos emprendedores exitosos que se hicieron millonarios entre 1998 y el 2003, lo que hizo creer a muchos que con una buena idea se podía generar una cosa absolutamente fabulosa con resultados económicos relevantes. Para esos emprendedores fue así en esos años y, sin dudas, siempre hay oportunidades en experiencias de punta. Pero yo soy de la opinión de que el lugar que genera empleo y valor agregado, aun cuando le falta mucha productividad, es el mundo PyME y que el camino de darle más productividad y animarse a innovar para lograr competitividad global, no solo nacional, haría a ese mundo muy sostenible.
¿Por qué creés que la política se resiste a esto? ¿Es difícil construir una política pública eficaz, no hay incentivos electorales, los que toman decisiones no ven el problema?
Cada cual se dedica a hacer lo que sabe hacer. Por cada cien abogados o graduados de ciencias económicas metidos en política ¿Cuántos ingenieros dicen que hay? Todos los presidentes coreanos de los últimos años fueron ingenieros. Está bien: tenemos hoy un presidente ingeniero y eso, a veces para bien hay a veces para mal, se nota en la gestión. De los últimos cinco rectores de la Universidad de Bolonia cuatro fueron ingenieros. Resulta que a mí me toca ser el primer ingeniero que está a cargo de una secretaría del Rectorado de nuestra universidad, contando desde 1983, eso marca una línea. Mi visión del mundo y la ingeniería es particular, solo digo: a un país como el nuestro, una mirada un poco más estricta y cuantitativa debería ayudar a tener una sociedad mejor para más argentinos.